Página/12
en Francia
Por
Eduardo Febbro
Desde Niza
Con
el rostro demolido por el cansancio de una larga noche de negociaciones,
el presidente francés, Jacques Chirac y el primer ministro socialista,
Lionel Jospin, presentaron ayer a la madrugada los magros resultados del
Consejo Europeo de Niza. Cuatro de días de discusiones que hicieron
de la cumbre la más larga de la historia de la construcción
europea y que, al final, no cumplió con la premisa defendida por
los dos responsables franceses: Es mejor que no haya acuerdo que
un acuerdo regateado. Lo menos que se puede decir es que el acuerdo
conseguido se parece a una liquidación de los principios enunciados.
Jacques Chirac y Lionel Jospin reconocieron el alcance limitado
de los textos aceptados por los quince calificando de pasable
el resultado del Consejo. La importancia de la cumbre radicaba en que
en Niza era preciso preparar la ampliación de la Unión Europea
reformando el funcionamiento de sus instituciones.
La redefinición de los cuatro elementos centrales de la reforma
no responde, sin embargo, en modo alguno a las expectativas suscitadas:
el tamaño de la Comisión Europea, el reparto de los votos
en el Consejo de Ministros, la extensión a la mayoría cualificada
de los distintos campos en que se toman decisiones y las cooperaciones
reforzadas. De los cuatro, sólo este último salvó
el honor. El primero chocó con la férrea oposición
de los llamados pequeños países de la UE (Bélgica,
Holanda, Luxemburgo, Portugal, Austria) que no querían ver instaurarse
una suerte de directorio europeo con cuatro grandes Estados
por encima de los demás: Alemania, Francia, Gran Bretaña
e Italia. Estos países tenían hasta ahora 10 votos cada
uno y en adelante, con el tratado de Niza, los cuatro alcanzarán
29 votos y mantendrán también la paridad entre cada uno
de ellos. Ese fue el tema que provocó los altercados más
graves en las negociaciones, principalmente entre París y Berlín.
Francia se negó a perder su paridad de votos con Alemania y otorgarle
más votos. Los alemanes exigían al menos un voto más.
Lo mismo ocurrió entre Bélgica y Holanda y Portugal con
España. Al final, sólo los alemanes se fueron con una compensación.
El texto les otorga una mayor capacidad de bloqueo, al tiempo que refuerza
su representación en el Parlamento Europeo: con 99 eurodiputados,
tienen más representantes que cualquier otro país. La cláusula
donde se estipula que toda decisión del Consejo deberá
ser tomada por los Estados que representan al manos el 62% de la población
de la Unión resulta, obviamente, favorable a Berlín.
Los mismos límites se encuentran en el segundo dossier, es decir,
el de las decisiones adoptadas por unanimidad o por mayoría cualificada.
Temas como el del comercio internacional, la inmigración, las ayudas
regionales, la fiscalidad y la política social no quedaron del
todo aclarados. En algunos casos, el tratado deja para más tarde
la oportunidad de pasar a la mayoría calificada, mientras
que en otros refuerza el principio de voto unánime. Sectores tan
esenciales como la política fiscal y la social fueron pura y llanamente
apartados del acuerdo para responder así a las demandas de Gran
Bretaña.
En lo que atañe al tamaño de la Comisión,
el Tratado prevé que al menos durante diez años cada país
esté representado por un comisario en el seno del ejecutivo europeo.
Esta fue la línea defendida por los pequeños países
de la UE frente a la de los grandes, que pugnaban por una Comisión
menos pesada. Recién cuando la UE cuente con 27 miembros se tomará
una decisión definitiva sobre la cantidad de miembros de que constará
el colegio decisional. Un principio similar de veremos
después engloba el polémico derecho de veto de cada
país sobre ciertos temas. En vez de ver ese derecho reducido, Niza
lo refuerza y deja en suspenso para otro momento cualquier modificación
del sistema.
En suma, el mensaje del Consejo Europeo de Niza parece claro: todo lo
que era complicado o inconciliable fue aplazado para más tarde.
Ambiente crispado, lluvia de reproches, críticas contra la manera
ligera con la que Francia preparó la reunión,
enfrentamientos ideológicos entre distintas concepciones del mundo
social, del político y de la economía, pulseada virulenta
entre pequeños y grandes países, en Niza no faltó
ningún ingrediente para hacer de esta cumbre una auténtica
feria de vanidades.
Todo lo trascendente se quedó en remojo, como decía
un delegado belga para quien, sin lugar a dudas, las negociaciones de
Niza desembocaron en un claro reparto del poder entre los grandes
países en desmérito de los pequeños. Para quienes
se interrogan sobre la mejor manera de administrar las sociedades, Niza
deja una lección: todas las contradicciones giran en torno a un
mismo punto: el choque entre la visión mercantilista y ultraliberal
de la UE que tienen países como Gran Bretaña, Suecia y muchos
de los futuros miembros del Este, contra quienes ven en la Unión
mucho más que un mero mercado, es decir, una potencia política
en formación con un mensaje social y humano que no se resuelve
en el común denominador económico.
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