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EL EXTRAÑO CASO DE LOS PSICOLOGOS QUE EJERCEN SU PROFESION POR TELEVISION
En todo caso, lo vemos en el próximo programa

Emmy Dana, Graciela Moreschi, Liliana Hendel y Gabriel Rolón en programas que a veces producen situaciones incómodas. En esta charla-sesión discuten los prejuicios de sus colegas y los problemas que devienen de la exposición. Hasta el noticiero de Santo Biasatti tiene ahora una �licenciada� en psicología.

Por Julián Gorodischer

La ciudad de los divanes parió la pantalla psi. Bien podría ser una fórmula porteña para el mundo, aunque no siempre dé buenos resultados. Una cadena española intentó repetir en Madrid el furor por “Vulnerables” –a punto de terminar dos temporadas que marcaron la historia de la TV argentina– y la jugada no salió bien. “El grupo”, un intento español comandado por Héctor Alterio como sosías del doctor Segura local, fracasó con calidad y sin rating. Pero Madrid queda muy lejos de este público .-el más analizado del continente–, que recibe con agrado la reproducción de “licenciados” en todos los formatos de la pantalla chica. Ya no basta con la “doctora” de los talk shows, o la columna del experto en el programa femenino: hasta “El noticiero de Santo” tiene psicóloga propia para hablar de los “Asuntos de familia” y convertirlo en uno de sus momentos más convocantes. Hoy la TV psi incluye un analista hasta en el programa de humor más visto: Gabriel Rolón, de “Todos al diván”, que remata con “devoluciones” cada capítulo. Lo suyo no son los chistes.
Las ligas mayores de la psicología mediática se reunieron en la sala de espera de un consultorio, al pie del mismísimo diván. Por esta vez, fue un ámbito atípico: no hablaron del análisis en un reservado, sino de la escena del estudio iluminado, con tribunas, bullicio y conductores de TV. En una pausa de la entrevista con Página/12, ellos posaron para la foto en el palier de entrada: tal vez algún caminante habitué de la calle Charcas (en plena Villa Freud) los haya confundido con una flamante camada de famosos repentinos. “Siempre que salga en la pantalla será hablando de lo que sé”, aclara Liliana Hendel, de “El noticiero de Santo”. “No contaría mis peleas conyugales.” La pretensión es seria, queda claro, pero a veces la TV del alto impacto tira de la cuerda aunque sea un poquito.
Y sucede, entonces, que Graciela Moreschi –de “Siempre listos”, ex “Causa común”– se ve forzada a cruzarse en cámara con Graciela Alfano. La vedette le grita “arrugada” desde el teléfono (después de que Moreschi interpretara su desnudo junto a Matías Alé, en un envío de “Memoria”) y la psicóloga intenta un descargo. Otro día, Emmy Dana –miembro de la prestigiosa Asociación Psicoanalítica Argentina (APA)– convive con los raptos teatrales de Lía Salgado, a quien se le da por zamarrear a un panelista y echarlo a insultos del estudio. La TV, entonces, los pone en riesgo: los expone demasiado. Es la paradoja de la “opinión autorizada” que forma parte del circo. Emmy Dana separa los tantos: “A mí no me gusta el gallinero, pero mi intervención tiene autonomía. Es independiente del estilo que pueda tener Lía Salgado”.
–A veces, la aparición de un psicólogo en TV parece colocarlo en una situación de riesgo. ¿No temen quedar pegadas a situaciones de escándalo o alto impacto?
Emmy Dana: –A mí no me gusta que en ciertos programas de “Hablemos con Lía” la gente no se escuche. Aunque produzca rating, no me agrada. Sería preferible un ambiente más tranquilo. Pero siempre privilegio seguir participando porque es un disparador para la consulta. Es difícil encontrar en la vida una situación perfecta: pude haber pasado por casos incómodos cuando lo que digo moviliza. Pero sigo eligiendo el trabajo en TV para hacer prevención y abrir la psicología de los consultorios.
Graciela Moreschi: –Para mí, el cruce con Graciela Alfano fue un límite: de allí en más decidí no hablar sobre personas puntuales y marqué un cambio en mi intervención.
Liliana Hendel: –En mi caso, hay lugares a los que no iría, como algún programa de Mauro Viale. Me resultaría complicado hablar de personas puntuales en un talk show: yo evito hablar de historias concretas. Me siento más cómoda en el formato de la columna. Siempre traté de no transgredir ciertos límites. Cuando estaba en “Ni idea” (en la señal decable Utilísima Satelital) llegué a cocinar en cámara, pero nunca me tiré tortas en la cara con nadie.
–¿Cuáles son los prejuicios más frecuentes de colegas y pacientes?
E. D.: –Yo pensé que me irían a excomulgar de APA, pero tuve una buena recepción. En algún momento llegaron a tomar a “Causa común” como trabajo de investigación. Los pacientes de hoy ya no son los de antes. El encuadre cambia y hay una acomodación. Ya no rige la ortodoxia de las cuatro sesiones semanales. En algún momento, me cuestionaron interpretar en cinco minutos. Yo aclaré que ésa no es mi función: sólo pauto algunas cosas para ayudar a pensar. No quiero juzgar ni curar.
G. M.: –Yo trabajo en una línea sistémica y probablemente haya menos censura. Pero el paciente suele llegar con una idealización: espera que las cosas se le resuelvan porque uno aparece en la pantalla.
L. H.: –Yo dejé de ejercer la clínica, pero en la época del consultorio, a algunos pacientes no les gustaba que saliera por la tele. Puede que hayan existido celos.
–¿Creen que puede haber un efecto terapéutico en sus apariciones?
E. D.: –Absolutamente. La condición de la mujer golpeada después de la TV ya no es la misma. Antes, el sometimiento estaba más legitimado. Hoy hay otra condena para los papás que no aportan económicamente. Repetimos muchísimo que a los chicos no hay que pegarles, que no hay que dormir con ellos. A ciertos sectores esas pautas claras los ayudan.
G. M.: –La idea no es curar al espectador, pero es bueno que alguien pueda reconocerse en lo que está viendo, para reflexionar sobre lo que le pasa.
–¿No se cae, a veces, en posturas de reto o interpretación apresuradas?
E. D: –Yo nunca reté a nadie ni emití un juicio de valor. Creo que tengo que enfatizar ciertas cosas para pautar –por ejemplo– las obligaciones de un padre. Puede sonar recriminatorio, pero quiero que quede bien claro lo que estoy diciendo. Hay cosas que me irritan y el tono lo refleja. Digo en tono enérgico cómo a un chico se le indica “esto no se hace”.
G. M.: –Cuando estaba en “Causa común” trataba de hacer una síntesis de lo que se había hablado. El otro no pide ser analizado: hay que generalizar sin meterse con la persona que no quiere ser interpretada.
–De pronto, la TV genera una fama repentina que puede afectar a un participante de “Expedición Robinson”, pero también a un psicólogo. ¿Cuáles son los efectos?
G. M.: –Produce muchos cambios: en lo cotidiano y en la propia casa. En los programas uno es un referente para muchos adolescentes. Cuando una mamá es escuchada por los pares gana autoridad. Después, hasta los hijos te cuestionan menos.

La delgada línea del ridículo

La TV, a veces, devora sus propios inventos. Por ese frágil límite entre caer en las redes del circo y mantener la propia voz cabalgan los psicólogos de la pantalla chica. La frontera es muy tenue. Lo cierto es que Lía Salgado es una gran histriónica, que declaró alguna vez sentirse tan diva como Julia Roberts cuando caminaba por las calles de Londres y hasta acaba de bajarse de un proyecto de vodevil en las marquesinas de Carlos Paz. Estuvo a punto de cambiar la conducción por una carrera de actriz, aunque ¿alguna vez dejó de serlo? Lía imposta gestos enojados, crispa el tono, es feroz con los golpeadores y exageradamente amiga de las mujeres que sufren. Pega coscorrones, tira de las mechas y echa a insulto limpio del estudio a algún degenerado. En el medio, desdichada es a veces la suerte de Emmy Dana, la psicóloga, que –sin embargo– defiende su autonomía: “No tengo por qué quedar pegada al estilo de la conductora”, señala. “Yo me preocupo por transmitir mi mensaje.”
Graciela Moreschi es terminante con sus restricciones: “Eso no lo hago más”, concluyó, después de un par de ocasiones en las que “Siempre listos” le propuso hablar de personajes o situaciones de la farándula. El resultado: la médica psiquiatra se vio envuelta en una pelea verbal del tenor de las que mantienen a diario Silvia Süller o Marixa Balli. Fue demasiado fuerte ver subir la ola de llamados del público opinando a favor o en contra de las enfrentadas. Ahora sus negativas son claras. El monstruo está siempre hambriento y, si se le entrega un dedo, pasará lo que anuncia el viejo adagio: un adiós a la mano entera.

 

“Debe ser una nota de color”

–Rolón, ¿cuál es su diferencia con otros psicólogos mediáticos?
Gustavo Rolón: –Yo no participaría profesionalmente en un talk show, o un programa realista. “Todos al diván” es un programa de ficción: los temas que se tocan son livianos y no hay exposición de una conflictiva personal. Yo hago “como si” interpretara, porque no se puede hacer un diagnóstico en una hora. Los famosos vienen con la mejor onda y sería una falla ética hacerlo.
–¿Cómo concilia la práctica clínica con su rol en TV?
–Son dos trabajos diferentes. En las sesiones no hago devoluciones ni mimo a mis pacientes. Mi tarea en el programa es escuchar ciertas cositas que se pasan por alto, como podría hacerlo cualquiera con sentido común. En el transcurso del programa fui aligerando el tono: me di cuenta de que hay que marcar ciertos costados, pero en forma tenue porque el psicoanálisis debe reservarse al ámbito privado. En TV debe ser sólo una nota de color.
–¿Cuáles son sus detractores más frecuentes?
–He recibido comentarios adversos. Pero yo insisto en que lo mío es un “como si”. En todos los casos, siempre son mayores los prejuicios de los colegas que los reparos de los pacientes. Aunque a algunos haya que aclararles que en una sesión no hay devoluciones cerradas y conclusivas como las del programa. Que eso se reserva solamente a la televisión.

 

 

 

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