La triunfal irrupción
de la Chechu Bolocco en la vida de Carlos Menem amenazó desde un
principio el frágil equilibrio posfamiliar que el ex presidente
mantenía tras haber arrastrado durante años a su hija a
giras oficiales y actos protocolares, haciéndose fotografiar dándole
piquitos y mostrándola en público como la única mujer
de su vida digna de ser mostrada en público. Que Zulemita haya
sido quien reemplazó a Zulema no fue acaso, solamente, una manera
modesta de resolver el vacío femenino al lado del ex presidente,
ni la expresión de un amor filial un poco exagerado o a la turca,
sino también un modo de atemperar la ira de Zulema que, pese a
carecer de rivales desde que fue desplazada de Olivos, jamás se
llamó a silencio, pero siguió siendo una ex primera dama
sin una nueva primera dama a la vista: sólo Menem sabe qué
habría pasado si mientras él estaba todavía en la
presidencia, un flechazo lo hubiese provisto de otra mujer.
Lo cierto es que mientras estuvo en el poder, Menem mantuvo su imagen
de divorciado pícaro al que le sobreimprimía la imagen de
padre amantísimo que preservaba pactos con ese núcleo familiar
devastado por las deslealtades, los escándalos, la artillería
pesada y, finalmente, la muerte del hijo pródigo.
En la noche del lunes, en el programa de Susana Giménez que
vaya a saber uno por qué se ha convertido en el lloradero más
tentador del país-, Zulemita contraatacó después
de un par de meses de silencio y de una avanzada pomposa de la Chechu,
ya a todas luces embarcada en una campaña que, si tiene suerte
y según lo planeado, terminará con ella misma en el balcón
de la Rosada, probablemente transmitiendo en directo para Chile su propia
histórica asunción como la bella vengadora trasandina: no
hay conflicto limítrofe con su propia ambición.
El lunes, en su crisis televisiva, Zulemita habló de códigos
familiares. Y ése parece ser el nervio que tocó Menem
con esta relación, y que su hija parece no poder perdonarle. Mi
hermano estaría asqueado, no querría ver ni un segundo de
lo que está pasando, no hubiese aceptado nada de esto. Era muy
compinche de mi papá, lo tapaba, lo cubría, pero como hombre.
Pero de ahí a faltar el respeto a la familia y a los códigos
familiares, Carlitos no lo iba a permitir nunca. La invocación
del muerto no es casual. Es en el nombre del muerto, del hijo muerto,
que para Zulemita suena obsceno que su padre haya dicho que no descarta
tener un hijo con Bolocco.
Esa frase no sólo sacó a Zulemita de sus casillas, también
sacó a Bolocco del margen esfumado del montón de minas
de su padre. Me dijo que era una mujer más, ¿cuántas
mujeres tengo?. El problema no era con una más del
harén, el problema no era, ni ahora ni antes, con la expresión
de esa virilidad que para ser ejercida necesita no de sujetos sino de
objetos femeninos: actrices de reparto, arribistas de taco aguja, gatos
finos que se contentan con el sempiterno anillo de brillantes. Esas no
son rivales, porque ésas no son mujeres: son pasatiempos como el
scrabble, recortes de mujeres que jamás comprometerán el
patrimonio familiar ni serán exhibidas con orgullo.
Si Menem se cansó de hacer sus travesuras y esta vez sí
se enamoró, o si para relanzarse presidencialmente necesita una
par en fama, en dinero, en ambición es un tema que
queda para Increíble pero real, sea cual fuere la verdad,
y si existiese alguna verdad, ya que en materia de amor y poder, lo útil
suele ser funcional a lo agradable. Lo que es cierto es que esta vez,
y no antes, el ex presidente transgredió esos códigos
familiares. Aunque Zulemita siga siendo, una vez más, el
chivo irritable y parlante del pacto roto, recién ahora es Zulema
la que ha cambiado de status. Recién ahora, a la luz de los flashes
que retratan los reflejos dorados de la Chechu, Zulema es la ex.
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