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POR PRIMERA VEZ MURIO UNA PROFESORA ATACADA POR SU ALUMNO
Una puñalada que sacudió al país

Maritza Prezzolli, profesora de física en Olavarría, murió en la madrugada después de que, en un hecho aún inexplicable, un alumno de 15 años que había reprobado la materia le clavara un cuchillo en el abdomen. Como respuesta, el gobierno bonaerense pidió cambio de leyes. Opinan especialistas y docentes.
Una multitud acompañó el funeral de la profesora Prezzolli, que murió en la madrugada. “Le gustaba que los chicos trabajaran, que no se quedaran con lo simple”, dijo la directora.

Por Cristian Alarcón

–¿Qué te pasó? ¿Por qué lo hiciste? –le preguntó la directora del Colegio San Antonio a Gastón, el alumno de 15 años que unos minutos antes había apuñalado a su profesora de física.
–No sé. No sé lo que me pasó –le contestó él con la vista fija en un punto imaginario de la biblioteca de la escuela.
–Sin embargo trajiste el cuchillo –lo cuestionó la mujer.
–Ese cuchillo es mi cuchillo, lo uso cuando voy al campo o cuando salgo a pescar –le dijo él justo antes de que la policía entrara para llevárselo. Once horas más tarde, ayer pasada la medianoche, Maritza Prezzolli murió por la herida matrera que el adolescente le dio sin mediar palabras justo cuando comenzaba una clase recuperatoria del noveno año de EGB. El primer asesinato de una docente cometido por un alumno no logra ser encajado como una pieza más de la máquina perversa que multiplica la brutalidad en un país en el que la violencia escolar ha crecido junto a la violencia social y económica. Hasta ayer la única explicación parecía el reprobado en una materia y una amenaza paterna de prohibirle al chico pasar el verano en el campo de su abuelo. Sin embargo, el ministro de Justicia, Jorge Casanovas, lanzó como respuesta a un caso complejo una variante a su proyecto de bajar la edad de imputabilidad de los menores a 16 años. Ahora considera que debe ser a 14.
El lunes a la 1.15 de la tarde los ocho alumnos del noveno A del Centro de Enseñanza San Antonio de Padua que no habían alcanzado algunos “objetivos” del área de Ciencias Naturales se sentaron en sus bancos frente a la profesora de Física, la ingeniera Maritza Prezzolli. Al ser el último año de la Educación General Básica los estudiantes ya no pueden cargar durante con las clásicas “previas”. El Polimodal, que comienza tras el noveno de EGB, impide el ingreso a aquel que no haya aprobado todas los objetivos de la currícula. Gastón se había llevado la misma materia que en el 99, con otra docente. A la 1.20, cuando Prezzolli comenzó a dar la clase “compensatoria” para el recuperatorio, Gastón se levantó de su asiento en la tercera fila y caminó hasta el escritorio. Sin amenazas, sin alharaca alguna, el chico sacó un cuchillo con cachas de madera y diez centímetros de hoja, y se lo clavó en el costado derecho del abdomen, como un gaucho.
Gastón, un colorado vestido de jean y con una remera de “egresado”, se quedó allí parado, inmóvil, con el cuchillo en la mano. Un compañero se le acercó, le quitó el arma y la tiró por la ventana del primer piso. El cuchillo había perforado la piel, el hígado, el páncreas y el duodeno. A ella la asistieron algunos alumnos y una preceptora la ayudó a bajar las escaleras hasta un sillón de la dirección. Dos empleados de maestranza acompañaron a Gastón a lavarse la mano al baño y luego hasta la biblioteca. Allí lo dejaron. Allí lo encontró Elida Gómez, la directora que ayer le contó a Página/12 ese corto diálogo con el adolescente, que fue uno de sus chicos en el séptimo grado. En ese momento Gastón quedó a disposición de la justicia que podrá internarlo en una instituto de menores, devolverlo a sus padres o asignarle su custodia a otro familiar. Maritza Prezzolli, soltera, de 45 años, vivía con sus padres. Tenía dos hermanas, una en Buenos Aires, la otra en Lamadrid. Había comenzado a dar clases de física para los dos novenos A y B del San Antonio en marzo. “Ella demostró responsabilidad, compromiso. Pedía rendimiento, le gustaba que los chicos trabajaran, investigaran, que no se quedaran con lo simple”, la recordó Gómez. “Es sabido que las más resistidas siempre son las de matemáticas o las de física, pero ella no era de las que tenía problemas con los chicos”, le dijo a este diario una de sus colegas del San Antonio. Esa ausencia de conflicto anterior es lo que aún desvela a los investigadores y al juez de menores de Azul, Eduardo Allende, ante quien ayer se sentó el chico. Gastón sólo se limitó a decir sus datos personales. Y no aportó un solo detalle o explicación de su crimen. “Afuera están tus padres, si querés podés verlos”, le dijo el magistrado.”¿Están los dos?”, preguntó el chico. “Si”, le dijo Allende. “Entonces no quiero ver a ninguno”, cerró.
Gastón regresó ayer a su celda de la comisaría 1ra. de Olavarría. Allí habló con uno de los oficiales. Le explicó que “solamente quería asustar a la profesora, no quería lastimarla”. “El pibe habla como si todavía no fuera consciente de lo que hizo. A las dos de la mañana se le dijo que la mujer había muerto, porque cambió la carátula por homicidio, pero actúa como si eso no fuera realidad”, aseguró a este cronista el subcomisario Félix Oscar Herrera. El chico también contó que intentaba evitar “una penitencia” que su padre le impondría si no aprobaba las tres materias en las que no había alcanzado todos los “objetivos”. La pasión de Gastón por el campo y por pasar los tres meses de verano con su abuelo, cerca de Azul, es algo que no se le escapa a ninguno de los cuatro docentes con que habló este diario.
En el colegio San Antonio los profesores siguen sin entender el crimen. Pero tal como en el resto de las escuelas de una ciudad que expulsó a los Redonditos de Ricota y donde el poder de Amalia Lacroze es omnipresente, los docentes no se conforman con la aparente particularidad del asesinato. Ayer los directores de escuela decidieron que hoy no habrá clases. Posiblemente este año tampoco haya actos académicos, fiestas de gala, y exámenes. La discusión que se impuso es cómo sacar de la irracionalidad el crimen de Prezzolli. “Usar el desconcierto para justificar una explicación de esto es una trampa –le dijo a Página/12 Miriam Petrelle, Secretaria General del SUTEBA de Olavarría–. El ministro (José Octavio) Bordón dijo que hay más violencia en las calles que en las escuelas. Es cierto, pero la violencia está en la sociedad que excluye y la escuela asume cada vez mas el papel de ponerle el cuerpo a todo lo que la sociedad no resuelve”.

 

La mano dura de Casanovas

A poco de conocerse la noticia de la muerte de la docente, el ministro de Justicia bonaerense, Jorge Casanovas, se trasladó a Olavarría donde arremetió una vez más con el discurso de la mano dura. “Ahora la víctima está muerta y este menor es impune para ley –dijo–. Este mensaje es muy malo para la sociedad argentina”. Sobre ese argumento, Casanovas reiteró su pedido de revisión de la ley del menor y de la inimputabilidad que rige para los menores de 16 años. Para el ministro, “no hay duda” de que el chico de Olavarría “actuó con premeditación, porque llevaba el cuchillo en la cintura”.
El funcionario, que ya había pedido un cambio de la ley durante un encuentro del Consejo Federal de Seguridad, solicitó que la edad de los posibles imputados se reduzca a 14 años, lo que, a su criterio, “nos llevaría a estar cerca de los países civilizados, porque hay naciones que fijan esa edad en 12 años”. “No podemos seguir con este mensaje de impunidad”, concluyó.
Más allá de la campaña de Casanovas y de que el chico es efectivamente inimputable, la ley ya prevé qué hacer ante una situación como la de Olavarría. En principio, el juez debe esperar las pericias psicológicas y psiquiátricas sobre el chico para establecer si al apuñalar a la docente tenía conciencia de lo que estaba haciendo. Si la tenía, el juez puede disponer su internación en un instituto de menores, hasta la mayoría de edad. Si no era consciente, lo puede devolver a la familia y, seguramente, ordenar un tratamiento psicológico. Y si el magistrado considera que la familia no puede contenerlo, también tiene la posibilidad de entregarlo a otro familiar que se haga cargo.

 

PERFIL DE GASTON, UN CHICO TRANQUILO Y APRECIADO
Como lectura, “Martín Fierro”

Por C.A.

Gastón, el chico del chuchillo, es un pibe alto para sus 15, lleno de pecas, con el pelo colorado y teñido, como varios de sus compinches, de un rojizo más artificial y moderno. Ni aun viéndolo con la peor de las sospechas, dicen, alguien podría temerle al chico que en la semana de la familia, organizada por los franciscanos que manejan la escuela, escribió un texto corto y conmovedor sobre su madre. Por eso nadie encuentra racional la única explicación que hasta el momento tendría el crimen que cometió. “Solamente la quise asustar, no quise lastimarla. Si no rendía mi papá no me iba a dejar ir al campo con mi abuelo”, le dijo el muchacho a uno de los policías que lo custodian. ¿Puede ser ésa una explicación a la muerte? Seguramente no por sí sola. Pero no hay dato que no tenga que ver con lo telúrico a medida que se dialoga con quienes sabían que soñaba con domar caballos y que marchar al campo era el horizonte que esperaba todo el año. En el 2000 eligió como lectura el Martín Fierro. Algunos de los versos gauchos los recitaba de memoria.
Gastón, hijo de un empleado de la cooperativa eléctrica de Olavarría y de una ama de casa, no tenía conflictos con sus compañeros de curso y gozaba de la simpatía de su grupo, aunque siempre fue de los más instropectivos. Desde el primer grado que iba a la misma escuela, el colegio San Antonio, una vieja institución manejada por los franciscanos que ocupa una manzana y tres pisos en el barrio Pueblo Nuevo, al otro lado del arroyo Tapalquén de Olavarría. “Tenía una buena relación con el resto y jamás cometió un acto de indisciplina. La única cosa que ahora me pongo a observar es que un chico callado que no expresa y por ahí uno no terminaba de conocerlo”, le dijo a este diario una de sus profesoras. Los docentes coinciden en que el San Antonio es un colegio que pone el acento en la contención. No solo porque rezan al comenzar la tarea, sino porque intentan incluir a los alumnos más allá de las aulas.
Gastón era de los que participaba. Lo hizo en el campamento educativo que marchó hacia Villa Gesell el 20 de noviembre. Y el 7 de diciembre cuando, entre los vítores de los más revoltosos, recibió su distinción como uno de los hijos legítimos de la casa. En la suya solía reunirse con amigos a tomar mate. El sábado estuvo en un cumpleaños de 15. El domingo estuvo con otros chicos en una pileta. Este año participó del acto del 9 de julio. “Fue un gaucho que juró la independencia”, contó una docente. Ella también lo escuchó repetir los consejos del gaucho que se defendía con el filo de su cuchillo. El de Gastón tenía su importancia: dicen que se lo había regalado su abuelo, y que era el cuchillo con que comía.

 


 

RETRATO DE UNA CIUDAD TRANQUILA Y CONSERVADORA
La calma quebrada de Olavarría

Por Esteban Pintos

Olavarría es tranquila y conservadora, como cualquier ciudad tipo del interior bonaerense: sus anchas calles están vacías a la hora de la siesta, la gente se conoce por años y años de relación familiar (“el hijo de tal”, “la mujer de...”, “el marido de...” y así sucesivamente con todo el árbol genealógico), el intendente es casi el mismo desde que volvió la democracia y episodios como éste sacuden su calma virtual. No se hablará de otra cosa por varias semanas. Solo las pasiones deportivas, el automovilismo y el básquetbol podrán quitarle protagonismo a este caso. Cíclicamente, sin embargo, suceden cosas que destruyen esta imagen bucólica que puede verse desde afuera.
Hace un par de meses, se armó una polémica alrededor del “asfaltado” de las sendas peatonales del parque Mitre, que rodea al arroyo Tapalqué –un hilo de agua que divide la ciudad en dos–, y de una supuesta intención gubernamental de prohibir los besos en el espacio público con un cuerpo especial de seguridad, compuesto por aspirantes a profesores de karate. La noticia, toda una curiosidad, tuvo repercusión nacional y eso generó acción y reacción en la comunidad. Hubo una suerte de protesta pacífica, con recital gratuito y concentración en el parque; pero también cierta molestia con la cobertura de los canales de televisión nacional. “Eseverri no es Patti”, se escuchó decir.
La figura del intendente Helios Eseverri, radical pero de simpatías duhaldistas, en su cuarto período de gobierno desde 1983 –la UCR solo fue derrotada cuando él no se presentó–, salió paradójicamente fortalecida después de aquella decisión. “El Vasco es cabeza dura pero no roba”, suele escucharse. Así, cimenta su poder en una imagen de austeridad y honestidad a prueba de todo, aun de sus arranques autoritarios. No fue aquella, recuérdese, su primera acción de gobierno que trascendió al país. En el invierno de 1998, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota organizaron dos fechas en el estadio cubierto del club Estudiantes –el más tradicional y recoleto de la ciudad–, pero el intendente prohibió los shows con el pretexto de una “amenaza” a la seguridad de la población y en prevención de eventuales disturbios de las bandas ricoteras.
La ciudad siempre ha sido, orgullosamente, la “Capital nacional del cemento” y también la “Capital nacional del Turismo Carretera”. En ambas, disímiles actividades, esta ciudad cuya población ya supera los 100.000 habitantes acumula motivos para merecer tales títulos. Ubicada en el centro de la provincia de Buenos Aires, cuenta con una rica zona de yacimientos de piedra caliza en sus alrededores y con un importante polo industrial que hoy en día pertenece casi con exclusividad a la empresa Loma Negra S. A. Pero además de tres grandes fábricas de cemento, también existen otras dos fábricas de producción de cerámicos y revestimientos. Esta actividad fabril ha sido, históricamente, el principal motor de una fuerte economía.

 


 

El síntoma de una sociedad marcada por la violencia

Señales: �Es necesario prestar atención a las señales de situaciones que pueden llegar a desem-bocar en violencia. Siempre hay cosas a las que no se les prestó atención.

La escuela de Olavarría no había tenido nunca episodios de violencia en las aulas.

Por Eduardo Videla

Hubo tal vez una señal que nadie detectó antes de la tragedia. Hubo, seguramente, un sufrimiento previo a esa puñalada letal, un padecimiento similar al de aquel a quien le decían Pantriste y mató a un compañero. Ni en la escuela ni en la casa hubo oídos para lo que pasaba por dentro de esos chicos, introvertidos hasta el momento del estallido. Página/12 consultó a una psicóloga social, dos especialistas en prevención de la violencia escolar y una directora de escuela, quienes coincidieron en encuadrar el caso de la profesora asesinada por su alumno en Olavarría –y el crecimiento de este tipo de casos– como un síntoma de una sociedad en la que “uno de los modelos más convocantes para los adolescentes es el de la violencia”, según palabras de Ana Quiroga, directora de la Escuela de Psicología Social de Pichon Rivière.
“El caso de Olavarría tiene que ver con patologías individuales que, en la medida en que se presentan en una escuela, se convierten en un episodio de violencia escolar”, dijo a Página/12 Amelia Pugliese, coordinadora pedagógica del programa de Jóvenes Negociadores de Poder Ciudadano, que se aplica para prevenir la violencia en escuelas del Conurbano bonaerense. Según la especialista, este caso revela que las situaciones de violencia escolar “no se dan únicamente en los sectores sociales de bajos recursos o marginales”.
Para los especialistas, la clave para prevenir este tipo de hechos está en saber detectar los síntomas a tiempo. “Es necesario prestar atención a las señales de situaciones que pueden llegar a desembocar en episodios de violencia. Siempre hay cosas previas a las que no se les prestó atención”, advirtió María Rosa Sichel, coordinadora del Programa por la No Violencia en las Escuelas de la Ciudad de Buenos Aires. Esa tarea está en manos de los adultos –los padres y los docentes– que, por estos días, no suelen tener buenos vínculos con los chicos.
“La sociedad se ha vuelto insensible y a los chicos se les falta bastante el respeto. Entonces, un aplazo injusto o una sobreexigencia en la casa pueden ser motivo de un sufrimiento muy grande, tanto como la burla de Pantriste, que pueden desencadenar una reacción violenta. En estos casos, nadie se tomó en serio ese sufrimiento”, agregó Sechel.
La violencia en la escuela, después de todo, no es más que “un síntoma de la violencia social generalizada”. Así lo ve Ana Quiroga, quien devela una línea conductora en la historia inmediata, unida por un factor común, el “desprecio por la vida”: “Los crímenes de la dictadura y el modelo económico, que deteriora lentamente la vida hasta convertirse en un nuevo genocidio. Todo esto tiñe las relaciones interpersonales de mucha frustración y violencia”.
En ese contexto, dice Quiroga, aparece la naturalización del crimen como un fenómeno reciente, que se refleja en una frase de la calle: “Antes, los ladrones tenían respeto por la vida”.
“Me preocupa el nivel de fragilidad que padecen los chicos: los jóvenes no tienen por delante ningún proyecto movilizador. Uno de los modelos más convocantes es la violencia”, advirtió la psicóloga social.
El caso de Olavarría rompió el modelo que se había fijado Poder Ciudadano cuando lanzó su programa de jóvenes mediadores, con el asesoramiento de especialistas de la Universidad de Harvard: el proyecto, en su primera etapa, estuvo dirigido a escuelas de áreas conflictivas del conurbano. “No vamos a conseguir desarmar a un chico que tiene un arma. Pero sí podemos darle herramientas para sustituir el acto compulsivo y la violencia por una secuencia de pensamiento. Para pensar el conflicto y no actuar espontáneamente”, explicó Pugliese, coordinadora del programa.
Con la misma claridad lo ve Ana Suárez Orozco, directora de la Escuela Nº 71, de Llavallol, en el partido de Lomas de Zamora. “La violencia no viene desde la escuela, la traen los chicos del mundo espantoso que le estamos dando.” Su experiencia de tres años en el programa de”negociadores” le permitió sacar una conclusión: “Los chicos necesitan que se los escuche, necesitan un interlocutor en la escuela”.

 

OPINION
Por Mariano Narodowski *

Las razones del malestar

¿Qué es lo que nos conmueve del asesinato de una docente? ¿Por qué esta muerte es distinta a las de otras miles que son consecuencia de la violencia urbana, los enfrentamientos entre barras bravas o los accidentes de tránsito?
No es correcto analizar el asesinato de esta profesora con una visión meramente educativa. Es poco probable que esta sea otra escena de “violencia escolar” ni otro capítulo de la novela de la “rebeldía adolescente” y la “convivencia escolar”. Los datos que tenemos no nos hacen pensar que las causas de la tragedia haya que buscarlas en la escuela o en la profesora. Sin embargo, nuestro malestar existe porque, justamente, es la irracionalidad lo que nos perturba: el orden estricto de la autoridad docente y la imagen del educador despedazados en un acto atroz e irreparable. Nuestras fantasías estudiantiles más secretamente crueles fueron finalmente realizadas.
Y lo peor es que en este caso no hay excusas. Nos aterra que la muerte de la profesora no sea ejecutada en nombre del robo, ni de la desesperación social. Ni siquiera podríamos echarle la culpa (¡esta vez no!) al efecto de las drogas sobre nuestra juventud. No deja de molestarnos un diagnóstico aterrador: se trataba, simplemente, de las presiones escolares que siente un alumno responsable.
La “muerte del educador” que pregonan los defensores de cierta modernidad pedagógica dejó de ser una simple metáfora provocativa de la decadencia de la institución escolar. Ahora tememos que el campo de batalla se haya extendido a todos los ámbitos sociales. El poder de los adolescentes y su endiosamiento mediático nos amenaza con expandirse haciendo gala de crueldad infinita.
Ya sabemos lo que se viene. Los defensores del orden tienen más argumentos para la intolerancia cero. Aunque de nada sirva, se reiterará hasta el infinito el clamor por detectores de metal en las puertas de las escuelas y por rinoscopias a todos los alumnos: la doctrina de la seguridad escolar estará pugnando por ganar una nueva batalla. La amenaza se extiende y a nadie se le ocurre aplicar amonestaciones: ahora nos quieren convencer de que llegó la hora de la justicia de menores y de la policía; del blindaje pedagógico.
Esta incertidumbre es la que nos puede provocar la aceptación de esas respuestas nostálgicas favorables a la mano dura. Sin embargo, debería servirnos para preguntarnos qué vamos a hacer con nuestros jóvenes; o sea, qué vamos a hacer con nuestra relación con el futuro.

* Doctor en Educación.

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