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La carta del Chino peruano que resultó japonés

Los 10 años de Fujimori al frente del Perú podrían ser inválidos, después de que se conociera que era ciudadano japonés.

Fujimori en Japón, país del cual es ciudadano.
Ya en 1992 se refugió de un golpe en la embajada nipona.

Por Carlos Noriega
Desde Lima

”El Chino era japonés” es la frase que ayer estaba en boca de todos los peruanos. Rabia y frustración marcaban el tono de las palabras. Aunque después de ser enfrentados ante los niveles de corrupción sin precedentes a los que se llegó en el régimen fujimorista, los peruanos parecen estar inmunizados para las sorpresas, no pudieron escapar al desconcierto cuando recibieron la noticia. Se sienten engañados. Y a la bronca por la estafa de la que han sido víctimas, se suma la indignación cuando comprueban que quien fuera su presidente no sólo huyó del país para renunciar desde el extranjero, sino que ahora –con ese recurso típico de los jugadores tramposos– saca bajo la manga esa carta marcada con el sello del gobierno japonés para eludir sus responsabilidades penales.
Una carta que siempre la tuvo ahí, lista para usarla cuando las cosas se le pusieran difíciles. Varios años atrás ya había revelado un adelanto de lo que, finalmente, hizo. En noviembre de 1992 el general en retiro Jaime Salinas Sedó reunió a un pequeño grupo de oficiales, algunos de ellos en retiro, para intentar derrocar a Fujimori y convocar a elecciones que restituyeran la democracia que el Chino (o más bien el japonés) había liquidado con el golpe de Estado de abril de ese año. Apenas llegaron a sus oídos las primeras noticias de un movimiento rebelde, Fujimori salió rápidamente del Palacio de Gobierno y corrió a refugiarse en la casa del embajador del Japón. No se había disparado un solo tiro. La insurrección fracasó antes de haber comenzado realmente. Recién cuando todos los insurrectos estaban presos, Fujimori dejó la embajada nipona. Ocho años después, cuando se destapó la olla de la corrupción de su régimen y su socio Vladimiro Montesinos amenazaba desde la clandestinidad, Fujimori volvió a mirar hacia el Oriente. Esta vez tomó el avión presidencial y fugó a Japón para reclamar esa nacionalidad que había asegurado no tener. El ex presidente peruano tiene sangre y nacionalidad japonesa, pero, dada su conducta en los momentos críticos, del honor y valor de los samurais no tiene nada.
Según el abogado constitucionalista y ex senador Enrique Bernales, “la elección de Fujimori como presidente estaba constitucionalmente viciada porque ocultó de manera dolosa su nacionalidad japonesa, pero según el derecho internacional la elección puede ser nula, pero de ninguna manera se pueden anular los actos del gobierno de Fujimori, eso sería un caos. Este no es un problema de chauvinismo, sino de actitud dolosa de Fujimori de no sólo ocultar, sino incluso negar, que tenía nacionalidad japonesa. Una persona que es electa a un cargo público no puede ejercer simultáneamente dos nacionalidades, porque tendríamos el absurdo de que alguien pueda ser electo presidente de dos países”, agrega en diálogo con Página/12.
Mientras en el Perú las denuncias sobre la inmensa corrupción bajo su gobierno se han convertido en casi una rutina diaria, Fujimori disfruta en Tokio los beneficios que le da ser japonés. El primer beneficio es la impunidad. Pero Japón se enfrentará a un grave problema de imagen si protege a un ex presidente acusado no sólo de corrupción sino también de graves violaciones a los derechos humanos. El ciudadano japonés Alberto Kenyo Fujimori se ha convertido en un problema para su país.

 

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