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Canciones ejemplares que llegan
del otro lado del río sin orillas

Jaime Roos es un músico imprescindible y y acaban de reeditarse sus grabaciones completas (1977-1995) para el sello Orfeo.

Lo fundamental de Roos en una serie de 5 CDs editada por EMI.
Los Beatles junto al calefón. O el candombe y el rock’n roll.

Por Diego Fischerman

Todo podría explicarse mediante una fórmula. Sería posible (pero no exacto) fundamentar el atractivo de las canciones de Jaime Roos en la naturaleza de su composición estilística. En esa especie de coctelera donde aparecen los Beatles junto al calefón o, mejor, el candombe junto al rock’n’roll. Pero la gracia de las canciones de Jaime Roos pasa por otro lado, mucho más inexplicable. Si fuera posible aplicar a la música esa frase de Raymond Carver acerca de que todo cuento, para ser bueno, debería tener algo de inquietante, se amoldaría como un guante a estas canciones donde los sonidos del carnaval cuentan las historias más tristes, donde la voz más melancólica del mundo canta falsas arengas triunfalistas, donde los acompañamientos de tambores y los ritmos entrecruzados suelen superponerse a melodías de lirismo insoportable y donde nada, nunca, es del todo lo que parece.
“Colombina”, “La hermana de la Coneja” o “Durazno y convención” bastarían para hablar de Roos como uno de los músicos más importantes de América del Sur. Pero su trayectoria es más vasta y, como sólo sucede en el caso de los grandes artistas, una retrospectiva permite trazar innumerables líneas entre el pasado y el presente. Rastrear genealogías y descendencias. Dibujar recorridos temáticos. Descubrir evoluciones, ramificaciones y distracciones. Por eso resulta fundamental la reciente reedición publicada por EMI, con todo lo que el uruguayo grabó para el sello Orfeo, desde su primer álbum (Candombe del 31, de 1977, que junto a Para espantar el sueño, grabado en 1978, y Aquello, de 1981, integra el primer volumen de la serie, llamado Primeras páginas) hasta El puente, de 1995.
La colección se conforma con cinco volúmenes. El segundo agrupa Siempre son las cuatro y Mediocampo, el tercero, 7 y 3 y Sur, el cuarto, Estamos rodeados y La margarita y el quinto, El puente y cuatro canciones grabadas entre 1978 y 1992 que habían quedado afuera de los álbumes originales, “Ella allá”, “Las cosas malas”, “Piropo” y “Murga de la pica”.
Mucho de este material era inconseguible (incluso en Uruguay) y, por otra parte, la remasterización logró una mejoría considerable en la calidad del sonido. En varias canciones en las que participa Eduardo Mateo (un dúo de guitarras improvisado, “Cielos”, y “Victoria Abaracón”, entre ellas), la murga Falta y Resto aparece en “Adiós Juventud” y Hugo y Osvaldo Fatorusso son presencias habituales. Están también las letras de Mauricio Rosencof para La margarita, escritas en un calabozo y escondidas en el dobladillo de las camisas que una vez por semana se llevaban para lavar los familiares. Por ahí andan algunos de los nombres inevitables de la música popular en Uruguay, como Rubén Rada. O músicos de este lado del río como Osvaldo Caló y Juan José Mosalini. En una entrevista publicada por Radar, Roos aseguraba que en sus dos primeros discos “había algunas buenas ideas en las letras”. Decía que “dos o tres habían quedado bien, pero el resto era defectuoso”. Y completaba la idea afirmando que “a veces querría secuestrar la edición completa de un álbum que ya está en manos de la gente. Los escritores tienen la suerte de hacer ediciones aumentadas y corregidas. Con los músicos siempre es más difícil”. Esta edición, por suerte, tiene el sentido contrario.

 

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