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GORE RECONOCIO LA VICTORIA DEL GOBERNADOR DE TEXAS
Cuando Al dijo “Mr. President Bush”

Luego de 36 días de lucha político�judicial, y como resultado de un polémico fallo de la Corte Suprema, el vicepresidente demócrata Al Gore reconoció ayer a George W. Bush como el presidente electo de EE.UU. Bush replicó con un mensaje que tendió puentes al partido vencido.

El vicepresidente demócrata Al Gore durante el discurso en el que admitió su derrota ante Bush.

Terminó todo. El vicepresidente demócrata Al Gore concedió la derrota en las elecciones presidenciales norteamericanas. “Acabo de llamar (al candidato republicano) George W. Bush para felicitarlo por su victoria”, anunció ante las cámaras a las 21.00 hora local. En un discurso de siete minutos, Gore enfatizó reiteradas veces que el patriotismo debía prevalecer sobre el partidismo. “Sé que mis partidarios están desilusionados, yo estoy desilusionado, pero ahora todos los norteamericanos debemos unirnos detrás de nuestro nuevo presidente”, explicó. “Estoy contigo, Bush”, recalcó al proponer un encuentro “lo antes posible para comenzar a cerrar las divisiones de la campaña que acabamos de vivir”. En un discurso emitido exactamente una hora después, Bush respondió que se reuniría la semana que viene con Gore para “curar a nuestro país luego de una dura contienda”. Citó sus antecedentes como gobernador de Texas como prueba de que el consenso bipartidista es posible. Y precisó que sus prioridades como presidente serían la educación, el sistema de jubilaciones, el sistema de salud pública, todos temas sensibles a los demócratas, y el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas.
Era claro que Gore quiso evitar a toda costa parecer ahondar la división nacional que revelaron las elecciones. Hubo pocas reivindicaciones personales. Admitió que estaba en “profundo desacuerdo” con el fallo de la Corte Suprema federal que suspendió los recuentos manuales en el estado de Florida, quitándole así la última oportunidad para ganar la presidencia. Pero subrayó “que no quede ninguna duda, acepto la finalidad de su decisión”. Ante la posibilidad de protestas demócratas, especialmente desde la minoría negra, Gore afirmó que “vencedor y vencido deben aceptar el resultado pacíficamente”. Como el último disparo del discurso neopopulista que desplegó durante la campaña, el vicepresidente enfatizó que “trabajé para los que se quedaron atrás y seguiré trabajando para ustedes por el resto de mis días: los he escuchado y no me olvidaré”. Deseó finalmente que Dios bendiga al gobierno de Bush y a Estados Unidos.
Una hora después, Bush no fue inferior en cortesía. Agradeció a su oponente por su llamada, la cual aseguró debió ser muy difícil de realizar. Elogió además su pasado distinguido como senador y vicepresidente. Como símbolo de su deseo de “traer un nuevo espíritu a Washington”, su discurso fue antecedido por una presentación del titular demócrata de la Cámara de Representantes de Texas.
Más discretamente, los protagonistas de la transición aceleraron los preparativos luego de que se despejara la incertidumbre sobre el resultado. El presidente Bill Clinton anunció finalmente que antes del fin de semana se reuniría con Bush para discutir el cambio de mando. El vice de Bush, Dick Cheney, se reunió con los líderes del Partido Republicano en el Congreso.
Más temprano, nadie en el campo demócrata dudaba del contenido del discurso de su candidato. Estoico, el senador Patrick Leahy explicó que “estoy decepcionado por las acciones de la Corte Suprema, pero acepto el veredicto del tribunal de mayor instancia en el país, como deberían hacer todos los estadounidenses”. En efecto, la mayoría de los políticos demócratas decidió mantener un perfil muy bajo. El senador Robert Torricelli consideró que el fallo de la Corte Suprema federal en Washington “simplemente no le dejó a Gore otra opción” que admitir la derrota. Otro importante senador, John Breaux de Louisiana, estimó que “el pueblo estadounidense está listo para el final”.
En el otro extremo, el líder negro Jesee Jackson denunció ante una multitud que “la elección nos fue robada”. Quienes lo oían portaban pancartas con leyendas como “Esto es América, cuenten los votos” o “No al Rey George”. Jackson exigió “un recuento y un escrutinio justo”, y prometió que el 15 de enero (aniversario del asesinato de Martin Luther King) o el 20 de enero (cuando asumirá el nuevo presidente) se realizarán “manifestaciones masivas, disciplinadas y pacíficas en todo el país”.

 

Diario de la guerra del voto

El drama judicial que terminó ayer siempre giró en torno a los votos emitidos en el estado de Florida durante los comicios del 7 de noviembre.
La diferencia de votos entre ambos candidatos era inferior al 0,5 por ciento. Los demócratas denunciaron la existencia de boletas de votación confusas en varios condados y exigieron el recuento manual para determinar “la intención del votante”.
El 10 de noviembre concluyó un segundo recuento automatizado a nivel estadual. La secretaria de Estado republicana Katherine Harris certificó una ventaja de 300 votos para Bush. Todavía faltaba contar el voto postal.
Para ese entonces habían comenzado los recuentos manuales en los condados cuestionados. Bush lanzó una acción legal para detenerlos; la orden fracasó, pero Harris dijo que no tomaría en cuenta el resultado de los conteos manuales al certificar el voto en Florida. El caso llegó a la Corte Suprema de Florida. Mientras tanto, Harris certificó, tomando en cuenta el voto postal, una ventaja de 537 votos para Bush.
Pero la Corte decidió que los conteos manuales debían ser incluidos en el recuento final. Bush apeló a la Corte Suprema federal en Washington, que se limitó a pedir a la Corte estadual que reconsidere su decisión.
Alentado, Gore impugnó el resultado anunciado por Harris. La apelación tuvo éxito en la Corte Suprema de Florida, que ordenó que se tomaran en cuenta los recuentos manuales ya realizados (lo que redujo la ventaja de Bush a 154 votos) y que se contaran manualmente todos los votos dudosos a nivel estadual. Bush llevó otra vez el caso ante la Corte Suprema Federal.
El 12 de diciembre la Corte falló a favor del republicano.

 

La Corte de los milagros hizo abracadabra George W.

Por Martin Kettle *
Desde Washington

El futuro de la Corte Suprema ocupó ayer el foco de la atención nacional. Porque el fallo por mayoría del máximo tribunal de Estados Unidos causó escándalo entre los demócratas y provocó la condena de los propios jueces que votaron en disidencia. Con sus ochenta años, John Stevens es el decano de la Corte, y el juez más progresista. La opinión que redactó en disenso enfrenta con elocuente violencia el fallo que la mayoría impuso en un 5-4, según el cual Florida se quedó sin tiempo –a menos que lo hiciera de inmediato– para establecer un recuento adecuado de los votos emitidos en ese estado en la jornada de la elección presidencial del 7 de noviembre. Pero, según Stevens, la decisión de la mayoría hirió la columna vertebral del imperio de la ley –la confianza en los jueces– al cuestionar la imparcialidad de la Corte Suprema de Florida.
El líder demócrata afronorteamericano Jesse Jackson proclamó ayer que repudiaba el fallo “con cada hueso de mi cuerpo y con cada onza de la fuerza moral en mi alma”. Acusó a la Corte Suprema de actuar como un “deliberado instrumento de la campaña de Bush” y de organizar un “golpe de terciopelo legal”.
El documento que atrajo la ira y el desprecio de Jesse Jackson, como de otros demócratas, suma en su conjunto más de 60 páginas. Incluye las opiniones de mayorías y minorías en el caso Bush vs. Gore. Pero son las 13 páginas del veredicto de la mayoría, per curiam (sin firma), las que serán recordadas por Bush y sus partidarios. “Nadie es más consciente de los límites vitales de la autoridad judicial que los miembros de esta Corte”, se lee hacia el final del voto de la mayoría. Esta conclusión teatral fue condenada por los partidarios de Gore como una pieza histórica en los anales de la hipocresía judicial. “Cuando las partes acuden a los tribunales, sin embargo –continúan per curiam los jueces–, se convierte en una responsabilidad que no busca resolver las cuestiones federales y constitucionales que el sistema judicial ha sido forzado a enfrentar.” Y así revirtió el fallo de la Corte Suprema de Florida, que ordenaba el conteo de los votos dudosos.
Sólo diez días antes, en su sentencia en el caso Bush vs. el condado de Palm Beach, la Corte de nueve miembros había hecho un show de la repugnancia que le causaba intervenir en lo que tradicionalmente había sido considerado un área propia del derecho de cada estado de la Unión. Pero el sábado, cuando intervino para detener el último recuento ordenado por la Corte de Florida, la prudente Corte de Rehnquist comenzó a demostrar que no lo era tanto.
El fallo conocido a última hora del martes en el caso Bush vs. Gore llevó más lejos el abrupto cambio de curso. Al adoptar como base el principio constitucional de la igual protección de la ley, en su voto la mayoría atravesó la frontera del federalismo sin dirigir ni una mirada hacia atrás, y penetró bien adentro de la legislación del estado de Florida para reescribir la ley electoral del estado. La mayoría lo hizo de una manera singularmente rica en detalles, que tendrá amplias consecuencias cuando se lleven a cabo nuevas elecciones. Esto significa que cualquier recuento que tenga en cuenta la intención del votante –en los casos en los que ésta no sea manifiesta– debe ser sometido a “reglas específicas diseñadas para asegurar un trato uniforme”.
El verdadero aguijón de la sentencia está en su final. Tras establecer que el recuento de Florida era inconstitucional por no respetar el principio de igualdad ante la ley, los cinco conservadores de la Corte decidieron que no existía medio alguno de remediar la inconstitucionalidad. La ley federal exige que se cumpla con la fecha límite del 12 de diciembre para designar a los electores del Colegio Electoral. “La fecha ya está sobre nosotros”, observaron los jueces en el fallo que se conoció a las diez de la noche (hora local) de esa mismísima fecha. Y este fallo acabó así por dar la presidencia a Bush, el candidatopor el cual los jueces de la mayoría deben haber votado. Si es que se tomaron el trabajo de votar el 7 de noviembre.

* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: A.G.B.

 


 

NADIE ENTENDIO EL DICTAMEN
Un abogado ahí

Tan enrevesada era la redacción de los jueces de la Corte Suprema y tan escondidas estaban sus conclusiones que los medios de comunicación se vieron obligados a retransmitir en directo una crónica de incertidumbre interminable. Durante un tiempo eterno, los corresponsales en la puerta de la Corte creían entender que el caso era devuelto a la Corte Suprema de Florida y adelantaban incluso una victoria parcial para Al Gore.
La verdad estaba en la letra chica, y eso hacía que presentadores y periodistas se desmintieran constantemente, según avanzaban en la lectura del escrito. “Cuanto más lo miro, más me parece que complica a Gore”, decía en la CNN un perplejo Jeff Greenfield. Todas las grandes cadenas de televisión mantenían abierta la cámara que enfocaba a las escaleras de la Corte. La gélida temperatura de Washington obligaba a los periodistas a intentar pasar las páginas con manoplas, lo que otorgaba al espectáculo un aspecto de disparate.
En los estudios, los presentadores reconocían abiertamente su incapacidad para entender el sentido del texto judicial. Peter Jennings, en la ABC, tranquilizó a sus periodistas: “Que nadie sienta vergüenza por tratar de descifrar una sentencia de la Corte Suprema sobre la marcha”. En medio del caos mediático, Jennings le dijo a la periodista Jackie Judd: “Jackie, empezá vos”. Y respondió: “Casi mejor que empiece mi compañero Jeffrey Toobin”, que estaba a su lado. Y Toobin replica: “Tenía la esperanza de que fueras vos la que empezara”.
Los periodistas no se ponían de acuerdo sobre si el voto era 7 contra 2 o 5 contra 4: los dos resultados eran ciertos, pero en aspectos distintos de la sentencia. Desde las 22 hasta las 22.30, la NBC mantenía en pantalla el titular “La Corte Suprema devuelve el caso a Florida”. Después lo cambió por el correcto: “La Corte Suprema prohíbe un nuevo recuento manual en Florida”. La imagen más estrafalaria de la noche fue la del corresponsal de la CNN en la Casa Blanca, John King, que leyó la reacción de Al Gore en la minúscula pantalla de su pager, pegándose el aparato a los ojos.

 

OPINION
Por Claudio Uriarte

Un gobierno de transición

Las elecciones terminaron decididas por nueve grandes electores (los jueces de la Corte Suprema en Washington), y el resultado final por 5 votos contra 4. Esta fue sólo la ultima ratio de una polarización que atravesó todo el proceso electoral: George W. Bush, de acuerdo con el resultado final, salió elegido por 271 votos en el Colegio Electoral (apenas uno más del mínimo); Al Gore lideró en el voto popular por 300 mil sufragios en 100 millones (un 0,3 por ciento del total), el Senado se dividió limpiamente entre 50 bancas para cada uno de los dos partidos y la ventaja republicana en la Cámara de Representantes es de sólo cinco votos. Estas no son las bases para que Bush reivindique ningún mandato popular, por lo cual la tarea singular que tiene por delante es la de encabezar un gobierno de transición hasta las elecciones legislativas de 2002, o bien hasta que logre desempatar a su favor las simpatías del electorado.
Su trabajo no va a ser fácil. Treinta y seis días de degradación del proceso electoral por las maniobras legales y semilegales de ambos bandos sólo han potenciado el resentimiento y la polarización ideológicos entre grandes centros urbanos demócratas y estados republicanos de baja población que empujaron la división del voto. Muchos pronostican que puede estarse en vísperas de una desaceleración de la economía norteamericana, por lo cual George W. gobernaría a la sombra de los años dorados de Clinton. El dato compromete su ya precaria posibilidad de remontar la situación en 2002: en las últimas 16 elecciones legislativas de mitad de mandato, el partido en el poder en la Casa Blanca perdió bancas en la Cámara en 15, y en el Senado en 12. Paradójicamente, estos dos primeros años del primer término de Bush se parecen así a la última etapa de un segundo mandato (el período lame duck, o del “pato cojo”), en que el presidente aparece impotentizado por la fuerza de las circunstancias. Por eso –y porque puede valorizar sus chances para las presidenciales de 2004–, muchos demócratas desearon secretamente que Bush terminara imponiéndose al divisivo y polarizante Al Gore, y al menos cuatro (Robert Torricelli, John Breaux, Patrick Leahy y Ed Rendell) saltaron a pedir públicamente la baja de “su” candidato apenas salió el controvertido fallo de la Corte Suprema.
Bush asegura un poco más de gobernabilidad que Gore, aunque más no sea por la existencia de esta franja de demócratas moderados a los que puede acceder. Pero dista de asegurar un programa de gobierno, por lo que puede interpretarse que, a través de su polarización, los votantes como conjunto votaron para que nada decisivo cambie.

 

OPINION
Por Alfredo Grieco y Bavio

Un suicidio asistido

La Corte Suprema no asesinó a Gore. Prefirió obligarlo a suicidarse. No le cortó de plano la respiración artificial. Pero lo forzó a entender que, a esta altura, mejor desenchufase él solo su pulmotor. Fue una dudosa eutanasia. Más parecida a esas ejecuciones un poco crueles, que dejaban al ahorcado en puntas de pie, obligándolo a levantar las piernas y dar el envión para matarse. Gore lo hizo recién ayer, con mayor o menor gracia. “El gobierno a la Corte”, gritaban los estudiantes argentinos en la década de 1940. Este deseo se hizo realidad en los Estados Unidos de la era Clinton. Con la perspectiva de los días entendimos con nitidez creciente el proceder de la mayoría en el máximo tribunal. El sábado detuvo el recuento de los votos en el estado de Florida. De esta manera, la Corte se evitó las desagradables sorpresas que aquél pudiera arrojar. Porque si el recuento hubiera favorecido a Gore, esto se habría establecido como un hecho con un peso político propio. Y a la Corte después le hubiera costado combatir la ley de la gravedad con razones legales. Es decir que primero neutralizó el recuento en sus efectos políticos, para después vaciarlo jurídicamente. Siempre poniendo el acento sobre el más progresista de los argumentos del equipo de Bush: el principio de la igualdad ante la ley. La mayoría de la Corte no estuvo, en principio, contra el recuento. Al contrario, le parecía una idea buena y necesaria. Sólo que el tribunal inferior, la Corte del Estado de Florida, no había sabido implementarlo de manera clara y uniforme. Y tampoco lo había hecho a tiempo. En suma: había obrado mal pero tarde. Por supuesto que si encontraban una solución correcta en tiempo record, estaban dispuestos a tomarle examen una vez más. Si ni siquiera la Corte Suprema de Florida supo hacer su trabajo legal, es posible preguntarse qué queda a los ciudadanos comunes. La conversión de Estados Unidos en un gran juzgado acaso sea el fenómeno político más duradero de la última década. Y si Clinton sobrevivió a su juicio del Sexgate, Gore murió asfixiado en otro no menos espectacular. La singularidad de las elites clintonianas no residió en los privilegios de clase de que gozan por su educación, conexiones, dinero y poder. Se debió a que tienen un acceso propio a la ley, y controlan el acceso de los demás. A leyes que son a la vez vagas, extensas y supertécnicas. Y esta gran contribución norteamericana a la ciencia de la legislación (esta Gran Novela Americana) está en manos de una Corte Suprema que contempla a la vida ordinaria desde una altura que necesariamente la empequeñece.

 

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