Por Mario Wainfeld
Decíamos ayer. Carlos
Chacho Alvarez volvió a uno de los juegos que más
sabe y que más le gusta difundir su pensamiento a través
de los medios como si no hubieran mediado largas semanas de silencio.
Y habló de todo. Lo más notable de lo que dijo: su autocrítica
del año de gobierno, en especial del diagnóstico y las medidas
económicas, de su falta de vocación de enfrentar bolsones
de privilegio. Lo más notable entrelíneas: un alejamiento
acelerado del ministro José Luis Machinea, otrora su economista
favorito, obviamente el mayor responsable de los errores económicos.
La ausencia más estentórea: los elogios, reconocimientos
y casi las menciones al presidente Fernando de la Rúa.
En su periplo radial matutino (un clásico que había tenido
una impasse de casi dos meses), Alvarez dialogó largamente con
Quique Pesoa y este cronista en el programa En la Vereda (Radio
Ciudad A.M. 1110). Mejor dicho, volvió a hablar.
Alvarez, volvió a hablar, volvió a la política...
Bueno, nunca dejé la política.
Pero estuvo enmudecido un tiempito...
Tenía que tomar cierta distancia. No incorporar más
ruido a una situación complicada, porque había sectores
que intentaban fijar en mi renuncia la crisis económica. Convenía
llamarse a silencio por un tiempo, y cuando la situación estuviera
más tranquila, no desde el punto de vista social, sino desde el
punto de vista financiero y de la situación externa.
¿Qué quiere decir cuando propone que el ajuste
lo haga la política?
Ahí hay dos situaciones. El primero es el sobredimensionamiento.
Preguntarnos por qué la provincia de Buenos Aires tiene que tener
un sistema bicameral si las dos cámaras representan a lo mismo,
y eso implica un presupuesto de 100 millones de pesos. O cuando hablamos
del sueldo de los legisladores, los gastos... El segundo problema es lo
que pasó en el Senado, en donde la política indirectamente
lo que está siendo en ser funcional para que determinados sectores
se apropien de una renta que debería ser de la sociedad. Esto lo
marca bien la denuncia de compra o de venta de la Ley de Hidrocarburos.
Lo que (Emilio) Cantarero le habría dicho a Silvia Sapag: que necesitaba
doce millones de pesos porque la elección en Salta es muy cara
por los sublemas. Para conseguir ese dinero hacen una ley que le permite
a la empresa maximizar beneficios y no una ley que defienda los intereses
de la provincia y, por ende, los de la gente. La política cacarea
y se enoja con el fundamentalismo de mercado, pero es absolutamente funcional
a lo que el mercado necesita: una política venal, perforable, que
no tiene capacidad de ponerle límites a la voracidad de los mercados.
¿Es realizable esta reforma sin violentar el federalismo?
¿No implica invadir la legislación de las provincias y los
municipios?
Yo le planteo al presidente De la Rúa que hay que construir
un ámbito de articulación de políticas públicas,
donde el gobierno nacional lidere la transformación política
proponiéndoles a los gobernadores una agenda de cambios. O, de
última, si no hay acuerdo, que instruya a los legisladores de la
Alianza para que lleven adelante ese cambio. Si la Alianza no encabeza
la reforma cultural de la política, lo van a hacer las visiones
más ortodoxas del fundamentalismo económico, la visión
FIEL. Si desde la propia política no surge una agenda de transformaciones,
esto lo va a hacer el mercado.
Con una mano en el corazón, ¿usted ve dispuesta a
la Alianza a impulsar en las distintas provincias una legislación
de esta naturaleza?
Es durísimo, porque es ir contra una forma cultural de concebir
la política, que era (entre comillas) aceptable, como era el sindicalismo,
cuando la gente vivía razonablemente bien y Argentina crecía
a un ritmo sostenido. A la gente, si había buen salario, pleno
empleo, buena colonia de vacaciones, buena obra social, ¿qué
le importaba cuántos coches ocuántas propiedades tenían
los sindicalistas? Hoy la política lo que termina reafirmando es
el pesimismo social, la bronca, la falta de un futuro, de un proyecto
estratégico... Si no nos damos cuenta y no recortamos privilegios
o atribuciones que creíamos naturales hace muchos años,
tarde o temprano otros lo harán por nosotros o contra nosotros.
Este sistema así no aguanta demasiado.
¿La creación de un Ministerio de la Producción
qué finalidad tiene y qué relación guarda con el
ministro de Economía, José Luis Machinea?
A ningún ministro de Economía le gusta que le digan
que dividen el ministerio, porque lo siente como un recorte. (Ladra un
perro.)
Le ladran. Ese perro debe ser amigo de Machinea.
Es amigo de Machinea (risas). (Retoma el hilo.) Tuvimos un año
marcado por el fiscalismo: todos caímos en el error de pensar que
al superar la crisis fiscal nos iba a mejorar la tasa del riesgo país
y así se iba a dinamizar el crecimiento. El enfoque tendría
que haber sido que la crisis fiscal se resuelve con crecimiento, que es
la única manera de no tener desequilibrios fiscales a largo plazo.
En vez de alimentar las expectativas de cambio político con su
correlato de expectativas de cambio económico, disminuimos las
expectativas de cambio político, ayudamos a la recesión
y también perjudicamos mucho a un sector de la sociedad. Hasta
los organismos multilaterales de crédito están apoyando
este cambio de enfoque. Si el tema es crecer, tiene que haber un ministro
de Economía que se ocupe las diez horas que trabaja en dedicarse
a ese tema. Hasta ahora, cuando habla un ministro, el 80 por ciento del
espacio comunicacional está ocupado por los temas financieros y
fiscales. No está todo el día juntándose con los
factores de la producción, con las pymes del interior, con las
economías regionales y con la gente que tiene que hacer las inversiones.
Tiene que haber un ministro de la economía real, del
mismo nivel de importancia que un ministro de Hacienda que cuida las cuentas
públicas y los equilibrios macro. Una de las sensaciones
que tienen sobre todo los sectores vinculados a la producción es
que no se han planteado puntos de ruptura con el modelo de gestión
menemista y con la visión que tenía el menemismo sobre la
economía y la sociedad. Yo se lo pongo en el trabajo al Presidente:
más allá del impuestazo, la baja de salarios y las decisiones
que afectaron a sectores importantes de la sociedad y contribuyeron al
malhumor social (que es absolutamente justificado y no es psicoanalítico),
nosotros no dimos ninguna batalla contra los bolsones de privilegio de
la Argentina. En un año ni hay un gran evasor sancionado o en la
mira. No se ve ninguna batalla fuerte que rompa lo de los últimos
diez años.
En el caso del menemismo había complicidades. ¿En
este gobierno hay complicidades, pasividad, o las dos cosas?
Falta voluntad política. Un país no es sólo
la economía: están las instituciones, la educación
y otras esferas fuertemente constitutivas de un proyecto de país
y un modelo de nación. Lo explicitamos en la Carta a los
argentinos. Pero nos dejamos llevar por la idea de que, si el país
crecía, sin escándalos como el menemismo, se mostraban diferencias
con el pasado. No es así. Hay que dar batalla con determinados
sectores. Hay que mostrar decisión en construir una sociedad más
justa y equilibrada y esto la gente no lo siente, porque en un año
no hay batallas contra bolsones de corrupción, contra bolsones
de privilegio y contra la evasión impositiva.
En el momento que renuncia a la vicepresidencia, mucha gente pensó:
Por fin alguien hace algo, un gesto de oposición a las cosas
que suceden. Después sobrevino un período de silencio.
¿No se le ocurrió pensar en quedarse por fuera del Gobierno,
diluir la Alianza, quedarse definitivamente en la vereda de enfrente?
Esa posibilidad es muy tentadora, porque habría muchas cosas
por las cuales oponerse a lo que está pasando. Pero ayudaría
a debilitar aún más al Gobierno, al que le faltan tres años.
Sería ser partícipe de la frustración de una iniciativa
de la que uno participó. Mucha gente diría:esas cosas
que pasaron, ¿por qué no las pensaron en 1997 cuando nos
dieron este instrumento que elegimos casi alborozadamente?. Creo
que si hay conciencia en el Gobierno y un diagnóstico correcto
y voluntad política puede que haya una oportunidad para la Alianza.
La gente está enojadísima con nosotros, furiosa con la Alianza,
decepcionada como marcan las encuestas y como se palpa en la calle. Pero
al mismo tiempo dice bueno, esperemos que cambie. Ser oposición
es ayudar a que no se cambie, a que todo se desbarranque más rápido.
La alternativa de la oposición no es oxigenante, de ideas nuevas.
Lo que expresa Ruckauf, junto a otros dirigentes, ya lo vivimos. Fueron
parte del sistema construido en los últimos diez años en
Argentina.
¿Qué pasa si en un lapso razonable cinco, cuatro,
tres meses el Presidente no tiene en cuenta sus propuestas, o las
diluye?
Las propuestas no están planteadas en tono de ultimátum;
están planteadas en tono de aporte. Creo que son absolutamente
razonables, no están planteadas como excusa para zafar de las responsabilidades
de contribuir con el Gobierno. Confío en que las propuestas van
a tener un grado de viabilidad, junto a otras que el Gobierno está
elaborando. Si el Gobierno no coincide en mi diagnóstico, ahí
sí la discusión va a ser más ardua. El diagnóstico
que planteo al principio del documento es certero: el Gobierno no tuvo
una estrategia de desarrollo y de cambio en el país, tuvo medidas
aisladas, fragmentarias. No se transmitió lo que no se tuvo, nunca
compartí esto de que el problema era de comunicación.
Tampoco comparto el tema de la herencia, porque uno puede tener una herencia
fiscal pesada y dar otras batallas, pero no se dieron. La del Senado es
un ejemplo de batallas que no se quisieron dar. Eso sí yo voy a
discutir muy fuerte, porque va la identidad de la Alianza. Creo que en
general el diagnóstico se comparte, así que esperemos que
lo que prime no sea una cuestión de intereses sectoriales, que
me sacan esto a mí, me sacan un programa social,
me sacan parte del ministerio. No estoy enamoradísimo
de algunas propuestas, pero sí quiero discutir cómo un ministro
de Economía deja de ser un ministro de Hacienda y se convierte
en serio en un ministro del crecimiento productivo.
¿Está bien en lo personal?
En general bien, pero medio atormentado por una situación
muy complicada y difícil desde todo punto de vista. Muy difícil
desde lo político, muy difícil lo social y muy difícil
por cómo está la gente. Un dirigente político está
muy imbuido de los humores de la sociedad, al menos cuando es gobierno.
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