Por Hilda Cabrera
Sin la pretensión de
adentrarse en el universo psíquico de Marta (personaje interpretado
aquí por dos actrices), esta breve pieza basada en relatos de Inés
Fernández Moreno (Premio Juan Rulfo 1991 y La Felguera de España
1992, autora de relatos compilados en La vida en la cornisa y Un amor
de agua, y de la novela La última vez que maté a mi madre)
muestra a una mujer atareada en la cocina (que en esta puesta es real),
reflexionando sobre los extraños síntomas que la aquejan
y le hacen temer alguna enfermedad grave. El personaje le pone nombres
a su malestar: supone que es un aneurisma o un tumor, y se toma tiempo
para reconsiderar las circunstancias en las que tomó conciencia
de su probable mal. Marta divaga sin despegarse de la realidad, puesto
que continúa amasando y cortando puerros y ajíes, pero imagina
otras situaciones, todas ajenas a esa cotidianidad culinaria, con la que
además se gana la vida.
La puesta de Elvira Onetto (actriz en varias obras de Eduardo Pavlovsky,
Poroto entre otras) pivotea sobre dos cuentos de Fernández, El
canje y Efectos secundarios, conjugando experiencias sensoriales propias
de quien, alterado y desvalido ante la sola sospecha de una enfermedad
seria, siente que se le disgrega el pensamiento y sólo
puede expresarse de modo fragmentario. Pero Marta no posee un temperamento
absolutamente tremendista: también tiene sus coartadas, y se entretiene
ideando sorteos y confluencias astrológicas que la favorecen. Dosifica
su ansiedad mientras cree esperar la ambulancia ¿Qué pasó?
¿Fue un golpe en la cabeza? ¿La muerte es lo peor
que nos puede pasar?. El desarrollo de la acción es caprichoso,
como el diálogo que sostiene con ella misma. Marta charla y se
ilusiona. Equilibra el agobio con el humor, ironiza con total seriedad
e inventa juegos de palabras, rozando a veces el sinsentido. Un ejemplo
es la escena en la que imagina hallarse (¿junto a su alter ego?)
en la sala de espera de un consultorio.
Retrato de un micromundo que, como el de la cocina, sugiere laboriosidad,
la obra transcribe el desarmante anecdotario de una señora mayor
asustada ante la sospecha de una muerte cercana. Esa fantasía sobre
un tiempo definitivamente acotado no impedirá sin embargo que,
una vez finalizado el espectáculo, el público pueda degustar
cómodamente lo que durante la obra se cuece y hornea: una variante
de chop suey de verduras y pan casero. (Este es el menú fijo que,
además de una copa de vino, se incluye en el precio de la entrada,
que es de 10 pesos.) Y todo hecho delante del espectador, en la pequeña
cocina que sirve de escenografía a esta puesta.
La comida y el brindis suponen una apuesta por lo mejor para esta Marta
que atraviesa sin respiro secuencias de incertidumbre y esperanza, concretando
un juego escénico fuera de serie, bien conducido por Onetto en
su debut como directora, e interpretado con empuje por Alicia Palmes y
Susana Behocaray. Lo que perturba en este espectáculo sencillo
y directo son los modos de avistar el final de la vida, y ofrecer a manera
de salida un humor absurdista. No se trata de un manual de supervivencia
nide una lección robinsoniana dictada desde la cocina, sino de
la captación de un instante de vulnerabilidad experimentado ante
una comparsa de fantasmas: de síntomas y diagnósticos que
la conflictuada Marta cuerpea como puede, despojada para tranquilidad
del público invitado a la cena-de todo morbo melodramático.
|