Por Julian Borger
*
Si Al Gore hubiera logrado
la presidencia, su entorno en Washington habría sido más
o menos la misma casta de jóvenes, ansiosos demócratas que
han llenado las sucursales del café Starbucks en la Avenida Pennsylvania
durante los últimos ocho años. Pero el triunfo de George
Bush significa que Washington tendrá que prepararse para una nueva
ola cultural desde Texas. El gobernador traerá una nueva multitud
de asesores, expertos, gurúes y parásitos de la mansión
de la Gobernación en Austin. Habrá cambios inmediatos. De
la noche a la mañana, las botas de cowboy serán de rigor
usadas con trajes formales, y la tonada de Texas (tanto en su variedad
auténtica como la artificial) resonará alrededor de los
cafés de Georgetown.
Pero debajo de la superficie, habrá otra transformación
cultural más profunda en el epicentro de la única superpotencia
del mundo. Gore tenía la reputación de hacer suyas las decisiones
claves. Conocerlo, era saber quién estaba detrás del volante.
Bush es un tipo de operador totalmente distinto. Mantiene horas de oficina
como las de todo el mundo, y espera que su equipo llegue a un acuerdo
sobre una decisión política y se la presente en forma digerible,
bastante en el estilo de Ronald Reagan. Así, igual que con Reagan,
la identidad de esos asesores tendrá un significado particular
para Estados Unidos y para el mundo. Son, para decir lo mínimo,
un grupo bastante interesante, una tribu totalmente diferente a los pragmáticos
nuevos demócratas que estuvieron en el poder hasta hoy. Tienen
más en común con los Reagonautas que con la corte que subsecuentemente
dirigiera Bush el Mayor.
El asesor económico clave de Bush es Larry Lindsey, un adherente
temprano a la economía ofertista de la era Reagan. La doctrina
(famosamente ridiculizada en su momento como economía vudú
por el padre del gobernador de Texas) constituía una fundamentación
académica de la decisión de dar recortes impositivos a los
ricos. Según la teoría, los ricos invertirían su
botín en la bolsa de valores, dando una inyección moral
de fondos e inversión de capital para crear empleos, lo que de
traduciría en un goteo de riqueza hacia la gente común.
Hoy los ofertistas ofrecen una fundamentación teórica al
plan de recortes de impuestos de Bush, lo que significaría una
entrega de 81.000 millones de dólares (el 60 por ciento de la reducción
total) a los 13 millones de contribuyentes más ricos.
El equipo de asuntos exteriores también tiene un dejo de la década
de 1980. Condoleeza Rice, la probable asesora de seguridad nacional si
gana Bush, trabajó para el padre del gobernador, pero es hija de
la mentalidad de Guerra Fría que reinó bajo Reagan. Junto
con Paul Wolfowitz (otro reagonauta de la línea dura y posible
secretario de defensa), Rice defiende una postura más dura y adversa
hacia Rusia y China y una evaluación más determinada de
los intereses nacionales vitales, desprovista de las intervenciones humanitarias
que florecieron bajo la administración Clinton-Gore. En términos
de política económica y exterior, la Casa Blanca de Bush
probablemente será una vuelta al pasado. Pero lo verdaderamente
exótico hasta excéntrico de la futura administración
republicana se encuentra en otra parte.
El conservadurismo compasivo, slogan favorito de Bush durante
su campaña, no es una frase hueca: en realidad está tomada
de los escritos de un par de oscuros gurúes conservadores, cuya
influencia seguramente crecerá con la reconquista republicana de
la Casa Blanca. Uno es Myron Magnet, un halcón cultural de derecha
del Instituto Manhattan. Su rival en el corazón y alma de George
W. es Marvin Olasky, un ex marxista texano convertido al cristianismo
que cree que toda la maquinaria del bienestar social provista por el Estado
debería anularse a favor de un regreso de las caridades religiosas
y las ollas populares estilo siglo XIX.
Olasky recorrió un largo camino intelectual. Nacido en una familia
judía de Boston en 1950, renunció a su religión a
los 14 años y se convirtió en un ateo confeso. En Yale,
se unió al Partido Comunista, y en 1972 viajó a Moscú
en un carguero ruso, para dar fe de su pasión marxista-leninista.
Su transformación de 180 grados sucedió sólo un año
después, aparentemente como resultado de ver muchos westerns. Hizo
un curso de posgrado en cultura norteamericana en la Universidad de Michigan,
enfocado en el cine de Estados Unidos. Más tarde dijo que el profundo
sentido moral del bien y del mal que encontró en el género
de películas del oeste suscitaron en su mente marxista la pregunta:
¿Y si hay un Dios?. La respuesta no parece haber estado
lejos, porque Olasky rápidamente renunció a su afiliación
comunista y se convirtió al cristianismo evangelista.
Ahora enseña periodismo en la Universidad de Texas, pero gran parte
de su esfuerzo está dedicado a la publicación de un diario
conservador cristiano de derecha, ambiciosamente llamado World (Mundo)
(y ampliamente dedicado a denunciar a Bill Clinton y todos sus males)
y en dirigir la iglesia que fundó en Austin, la Prebisteriana Redentora.
Esta iglesia enseña que la mujer no tiene lugar alguno en el liderazgo,
habiendo causado ya la caída del hombre en el Jardín de
Edén. Olasky dijo una vez que había una cierta vergüenza
relacionada a la idea de votar por una mujer, porque quería
decir que los hombres habían fracasado en su rol. Olasky también
cree que los periodistas liberales tienen agujeros en sus almas
y practican la religión de Zeus, lo que cayó
como una sorpresa a la prensa de la costa este. ¿Qué
quiso decir? se preguntaban. Frank Rich, un columnista veterano
del New York Times, y uno de los acusados de tener un agujero en su alma,
dijo: Todavía no me ha dicho si la religión de Zeus
incluye el Bar Mitzvah.
Aparte de estas distracciones, la fuerza enérgica detrás
del trabajo en la iglesia de Olasky y su prolífica escritura es
la guerra contra el seguro de bienestar social. En su libro de 1992, La
Tragedia de la Compasión Humana, sostiene que los programas
de la Gran Sociedad lanzados en la década de 1960 debilitan la
fuerza moral de los pobres al brindarles un sustento económico:
Cada vez que le decimos a alguien que es una víctima, cada
vez que decimos que merece un descanso hoy, cada vez que repartimos caridad
a alguien que es capaz de trabajar, estamos lastimando en lugar de ayudar,
sostiene. En cambio, Olasky afirma que la caridad debería canalizarse
a través de organizaciones basadas en la fe, que distribuirían
donaciones acompañadas por los requeridas fortificaciones religiosas
para contrarrestar el efecto de destrucción de la fuerza personal
que se deriva de la práctica de dar algo a cambio de nada. Para
sostener sus conclusiones, Olsaky una vez se vistió como mendigo
y anduvo por las calles, informando después que aunque recibió
alimento y abrigo, su verdadera necesidad, la de una Biblia, no fue satisfecha.
La época dorada en trabajos cristianos de caridad, para Olasky,
fue en la década de 1890, cuando los agradecidos pobres recibían
la asistencia de los ángeles de los barrios bajos que
daban con felicidad a través del amor de Jesús.
Es la ideología de la ex primera ministra británica Margaret
Thatcher, más Dios. Todo esto explica mucho de lo que ha estado
sucediendo en los últimos cinco años en Texas, donde los
servicios sociales y los programas de salud de gobierno han estado bajo
intensa presión en el mismo momento que el gobernador Bush le informaba
al resto del mundo de su compasión más sincera.
Myron Magnet está cortado del mismo paño que Olasky. El
profeta conservador tiene unos frondosos y grandes bigotes estilo Dickens
(aparentemente inspirados en su estadía en la Universidad de Cambridge)
y una filosofía victoriana que le hace juego. Su obra original,
El Sueño y la Pesadilla, tiene muchas de las ideas
de Olasky, al sostener que muchos de los actuales problemas sociales del
país son un resultado directo de la contracultura de la década
de 1960, que permitió, aún celebró, conductasque,
practicadas por los pobres, los encierran irremediablemente en la pobreza.
Bush ha dicho que este libro realmente ayudó a cristalizar
algo de mi pensamiento sobre culturas, el cambio de culturas, y una parte
del legado de mi generación. La filosofía subyacente
surgió en su retórica de campaña contra la idea de
Si lo siente bueno, hágalo. Examinando a los genios
detrás de los slogans de Bush, esto es más que una promesa
que no practicará sexo oral en la Oficina Oval. Sugiere que una
victoria de Bush traería a la ciudad una nueva clase política
que mira hacia atrás en busca de inspiración, no sólo
a los días felices de Reagan, sino mucho más atrás,
a la pasado edad victoriana cuando había biblias en las ollas populares
y los pobres mantenían su lugar.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12
Traducción: Celita Doyhambéhère.
LAS
PRIMERAS FIGURAS DEL GABINETE DE GEORGE W.
Todos los hombres de papá
Dick Cheney. El
vicepresidente electo fue el primer secretario de Defensa de George Bush.
Es otro petrolero tejano que ve el mundo a través de sus ojos petroleros,
con una tendencia inherente a igualar los intereses norteamericanos con
los de las grandes empresas de Estados Unidos. Su lugar en la fórmula
presidencial fue para compensar la inexperiencia de Bush Jr. en asuntos
internacionales. Es razonable que Cheney asuma el liderazgo en los aspectos
de política internacional de la Casa Blanca, al menos en los primeros
meses de la nueva administración. Como Gore, Cheney acumulará
más poder de lo que es tradicional para un vicepresidente. Pero,
a diferencia del vice saliente, no invertirá parte de su tiempo
en las conferencias mundiales sobre recalentamiento global.
Colin Powell. Otro rostro de
la antigua corte de Bush padre. Powell era consejero de la Casa Blanca
en Seguridad Nacional y ayudó a Cheney a mantener la campaña
de la guerra del Golfo. Es casi seguro que sea el próximo secretario
de Estado norteamericano, reemplazando el entusiasmo de Madeleine Albright
por la intervención humanitaria (aún hoy, Kosovo es conocida
como la guerra de Madeleine) por el pragmatismo de un soldado
que llegó a lo más alto corriendo pocos riesgos y cometiendo
menos errores.
Paul Wolfowitz. Wolfowitz será,
después de Cheney, Powell y Condolezza Rice, el último lado
del cuadrilátero de la nueva política exterior norteamericana.
El ex subsecretario de Estado de Cheney en el antiguo régimen de
Bush es otro veterano de la Guerra Fría que estuvo esperando su
oportunidad desde su puesto de decano de la John Hopkins University de
estudios internacionales avanzados en Washington. Es un halcón
de la Guerra Fría que fue muy crítico de la administración
Clinton por su manejo de las relaciones con Rusia y China.
Andrew Card. Andy Card era
subsecretario general de la Presidencia del padre del actual gobernador
de Texas, y ya fue elegido como futuro secretario general de la Presidencia.
Como ex lobbista de la General Motors, será el que le abra ampliamente
las puertas del edificio de la Pennsylvania Avenue a las grandes empresas,
que donaron una cifra record a la campaña de Bush y que buscarán
un retorno de sus inversiones.
Katherine Harris. La secretaria
de estado de Florida va a ser vista bien de cerca, luego de haber cumplido
el rol que cumplió en los acontecimientos del último mes.
Es heredera de una fortuna producto de las plantaciones de cítricos,
que antes de ser asociada a votos dudosos y chads colgantes era la zarina
cultural de Florida. Antes de los comicios, se esperaba que le dieran
una embajada por sus esfuerzos como coorganizadora de la campaña
de Bush en Florida. Ahora puede ser considerada radioactiva cuando ejerce
su generosidad distributiva.
Cómo
el Jr. hizo premier a su vice Dick Cheney
Por
Martin Kettle *
Desde Washington
Los funcionarios
de la Administración Federal de Servicios Generales entregaron
ayer al nuevo vicepresidente electo, Dick Cheney, las llaves de las oficinas
oficiales de Washington destinadas a la transición. Allí
residirá las próximas cinco semanas el equipo de la futura
administración Bush-Cheney, hasta que Bill Clinton abandone la
presidencia el 20 de enero. El nuevo gobierno republicano de Estados Unidos
es conocido formalmente como administración Bush-Cheney, pero la
entrega de las llaves de la transición subrayó algo que
muchos ya habían constatado: que con más exactitud el equipo
debería llamarse Cheney-Bush.
Mientras que Cheney daba estos importantes pasos para instalar el nuevo
gobierno en la capital norteamericana, ayer el presidente electo, George
W. Bush, fue a la iglesia y a reuniones privadas en Austin, tal como había
hecho durante gran parte del mes pasado. En las semanas que siguieron
a la jornada electoral del 7 de noviembre, fue Cheney quien armó
el equipo de transición de Bush, quien entrevistó a potenciales
integrantes de la nueva administración y quien tomó a su
cargo las negociaciones con los líderes del Congreso sobre la agenda
legislativa.
Hasta antes del fallo decisivo de la Corte Suprema, el gobierno republicano
que esperaba serlo había tenido su base de operaciones en suburbios
de Washington en el estado de Virginia, cerca de la residencia particular
de Cheney. Desde ayer están mudados a las oficinas oficiales de
la transición, a dos cuadras de la Casa Blanca. De pareja importancia
fue que Cheney ya puede empezar a gastar los 5,3 millones de dólares
que el presupuesto federal tenía reservados para el equipo de transición.
A pesar de haber sufrido su cuarto ataque al corazón el mes pasado,
el paso que debe marcar Cheney lo obliga a ajustarse a un cronograma punitivo.
Su papel se parece más al de un auténtico primer ministro
que al de un vicepresidente discreto y marginal. Cheney es un ejemplo
más de que muchas de las más importantes posiciones de la
administración Bush van a resultar ocupadas por gente que ya había
trabajado para el padre del nuevo presidente durante la administración
de aquél una década atrás. Pero el pasado de Cheney
como ex legislador, ex secretario general de la Presidencia y ex
secretario de Defensa funciona también como respaldo y reaseguro
de muchos baches en la experiencia personal de Bush Jr.
Dos tareas de suma importancia han caído sobre las espaldas de
Cheney mientras los republicanos se esfuerzan por completar la estructura
de su administración en un plazo más breve del que habían
esperado. Les queda sólo la mitad del tiempo normal (37 días).
La primera es reclutar cerca de 7 mil personas para llenar en Washington
los cargos políticos de la administración que quedarán
vacantes cuando la administración Clinton abandone la ciudad en
cinco semanas. La segunda de sus preocupaciones es la negociación
con los líderes políticos en el Congreso. Casi diariamente,
Cheney mantiene encuentros cara a cara con legisladores clave. Hasta ahora,
todos sus encuentros fueron con miembros de su propio partido, pero Cheney
sostiene que también tiene la intención de encontrarse con
líderes demócratas.
Las prioridades legislativas de la nueva administración reflejan
algunos de los temas que Bush reiteró el miércoles por la
noche en su primer discurso como presidente electo, después de
que Gore reconociera la victoria de su adversario. Los impuestos, la educación,
la salud y las jubilaciones estarán también en el primer
lugar de la agenda, cuando Bush pronuncie su primer discurso del Estado
de la Unión ante el Congreso en menos de dos meses.
Indudablemente, el factor más acuciante en la agenda gubernamental
es la desaceleración de la economía norteamericana, un dato
que ya se ha anticipado. Esto hace mucho más difícil para
el nuevo equipo mantener promesas de campaña tales como las reducciones
de impuestos, la privatización parcial del sistema de jubilaciones
y la construcción delsistema nacional de defensa antimisiles. Por
esta razón, muchos observadores anticipan que la nueva administración
procurará poner bien arriba en la agenda legislativa una medida
que acapare todos los titulares, pero que sea relativamente fácil
de obtener en el corto plazo. Como un aumento general de los salarios
militares.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Alfredo Grieco y Bavio.
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