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�No tengo plata: yo vivo de las changas rockeras�

Gustavo Bazterrica, ex guitarrista de La Máquina de Hacer Pájaros y Los Abuelos de la Nada, cuenta por qué cree que vivió equivocado �Me tiene medio desesperado volver a crear. Mi presente es incierto.�

Gustavo Bazterrica también tocó con Luis Alberto Spinetta, Raúl Porchetto y el supergrupo Porsuigieco.

Por Cristian Vitale

Tiene una hija de 15 años, una compañera, un pequeño departamento en Villa Crespo y tres guitarras: dos acústicas y una eléctrica, regalo de Juanse, de los Ratones Paranoicos. “Son mi cable a tierra en el momento más difícil de mi vida. No tengo plata, vivo de las changas rockeras y las drogas no me hicieron nada bien”, confiesa Gustavo Bazterrica “El Vasco”, transpirando a morir, en un bar de esquina porteña y con treinta pico grados de calor a la sombra. Es, evidentemente, un presente ingrato para un músico que brilló al servicio de dos bandas clave del rock argentino: La Máquina de Hacer Pájaros en los setenta y Los Abuelos de la Nada en los ochenta. “Hace bastante que tengo problemas económicos y también de salud. Estuve mal, mal. Pegadísimo con la merca. Pero siento que me estoy rescatando”, cuenta. Parte de ese intento de “autorrescate” pudo haber llegado con un fallido regreso de Los Abuelos en 1997, con Gato Azul (hijo de Miguel Abuelo) como cantante y líder, Chocolate Fogo en bajo y el baterista Polo Corbella. Aquella vez, ni Andrés Calamaro ni Cachorro López participaron del proyecto. Y no funcionó, nada más pasó de un par de shows caóticos que bordearon la decadencia. Dice Bazterrica: “El regreso fue muy improductivo. Perdí casi dos años y medio tratando de tocar con Gato y al final me di cuenta de que fue un paso equivocado. Gasté mucha energía al pedo”.
–¿Se sintió frustrado con esa reunión?
–Es que no podíamos seguir sin hacer algo nuevo. No se puede estar todo el tiempo haciendo temas viejos. También me parece que la presión sobre Gato era muy grande. La gente esperaba que él cantara como su padre y eso era imposible. Y además, la madre no nos autorizaba a usar el nombre para grabar material nuevo.
–¿Hubiese sido distinto con Andrés Calamaro involucrado?
–El estaba muy bien con Los Rodríguez. Tocó en un par de shows que hicimos en el Hard Rock Café, pero sólo como invitado. Pero, poniéndome en la cabeza de Andrés, ¿para qué resucitar un muerto si se tiene toda una carrera por delante?
–¿Diría entonces que los Abuelos “nunca más”?
–Totalmente. No creo que haya nada que hablar. Al menos, de mi parte. Fue una banda con mucho prestigio. Tanto que, cuando volvimos, decíamos que éramos un grupo chico con nombre grande. Una banda de covers.
Las changas rockeras definen el presente de Bazterrica. Tiene algunas ideas: reflotar a Los Bazterrícolas, efímero proyecto de fines de los 80 y, si se puede, grabar un segundo disco solista. Pero en concreto sus apariciones son esporádicas, sea como invitado de Los Vetustos –grupo under de rock y blues–, tocando en las fiestas que organizan Los Gardelitos en las villas miseria o reviviendo canciones de Los Abuelos con su viejo amigo Corbella. “Lo hago por hobby, pero no me gusta vivir de recuerdos. Estoy tratando de mover los hilos para grabar después de mucho tiempo. Me tiene medio desesperado volver a crear. Y si no es un disco, por lo menos cuatro temas. Mi presente es medio incierto.”
Bazterrica se ligó al rock a mediados de los años 70. A los 17 años, comenzó tocando con Francisco Ojstersek (luego parte de Spinetta Jade). Y poco después, se integró a la banda de Raúl Porchetto. En 1976, participó en una canción del único disco del supergrupo Porsuigieco (“Las puertas de Acuario”), y en “No puedo verme más” y “Por probar el vino y el agua salada”, ambas canciones del primer trabajo de La Máquina de Hacer Pájaros. Con la banda de Charly también grabó Películas (1977) y después lo echaron. “Era muy rebelde con las famosas charlas de grupo y los estudios de imagen. Muy reacio y además faltaba a los ensayos. Era muy irresponsable en esa época.” Antes de llegar a Los Abuelos, tocó en el disco for export de Spinetta, Solo el amor puede sostener, en 1979. A partir de 1982, formó parte de la segunda versión de Los Abuelos. Tambiénintentó una carrera solista, pero solo produjo un disco, titulado Joven blando (1987) y que pasó desapercibido.
–¿Cómo fue el proceso que lo llevó de un grupo de rock progresivo como La Máquina a otro de canciones pop como Los Abuelos?
–El nexo fue haber tocado con Moro y Rino (Rafanelli), buscar nuevos ritmos y conectarme con Spinetta. Así pude participar de la grabación de Solo el amor puede sostener en EE.UU. Eso me abrió la cabeza.
–¿Cuál es su lectura de ese disco, al que muchos consideran el más flojo de la carrera de Spinetta?
–No opino lo mismo. Sé todo lo que luchó por obtener un disco con la mística de Spinetta, pero allá, en EE.UU, las producciones mandan. Tuvo que ceder mucho. No tocó como le hubiera gustado. Llegabas al estudio y estaba todo armado: había guitarristas, bajistas, bateristas... Yo pude participar como solista invitado y fue alucinante compartir estudio con músicos como Terry Bozzio y Alex Acuña.
–¿Qué papel jugó Guillermo Vilas en todo aquello?
–Esa fue una interna. Sé que no fue del todo gentil la relación entre ambos. Recuerdo que no me querían y el Flaco peleó por mi ilusión. Por el derecho que me había ganado legítimamente.
–Y después llegan Los Abuelos. ¿Qué impresión le causó cuando le presentaron a Miguel Abuelo?
–A Miguel no lo conocía, a mí me convocó Cachorro López. El primer ensayo fue en una sala de Constitución. Al principio, Miguel me resultó chocante, por su lenguaje y su voz desafinada. Pero me tranquilizó Cachorro cuando me dijo que “Miguel es la vida”. El no estaba vinculado con el profesionalismo que había acá, le faltaba una vuelta de rosca. No era fácil competir con Seru Giran, por ejemplo. Pero después le encontró la vuelta, y vi que era un tipo evolutivo, con un gran imán.
–¿De Los Abuelos también lo echaron?
–Lo que pasa es que mi vida era muy alocada. Fui el primero en volar. Después, fue una reacción en cadena: se fueron Cachorro, Andrés. Eran tiempos de mucho laburo, y yo estaba saturado de drogas, de alcohol. Mucha presión.
–¿Cómo reaccionó ante la muerte de Miguel?
–Perdí un amigo. Pero lo tengo presente siempre. Así como Andrés le hizo canciones homenaje, yo tengo la mía que es pequeña pero vale un montón también... “Genio, mago, títere artista y bufón/ Paladín del canto y del humor/ Siempre de tu pluma, un verso fue un rayo de sol/ Sabio, cruel, valiente o redentor/ Por las calles, en el bar, en el show/ Tu poesía, tu magia superior/ Compañero y maestro de mi corazón.”
–¿Cómo se pueden vincular las personalidades de Miguel y de Gato Azul?
–Son muy distintos. Gato es incompleto artísticamente. Es un tipo que no ha desarrollado ninguna veta artística, salvo la que le viene en herencia por genes. No se dedicó a aprender a cantar, o a escribir. Es un atorrante que se puede subir al escenario porque lo lleva en la sangre. Miguel, en cambio, tenía todo lo que debe tener un artista: calle, intelecto, cultura, subcultura y ojo clínico para mirar la realidad.
–¿Su dependencia de las drogas le impidió desarrollar una carrera solista más prolífica?
–Sí. Las drogas me han cerrado puertas y me han cortado alas. Es el autoboicot más grande al que cualquiera se puede someter. No se lo aconsejo a nadie. La pérdida de confianza en uno hace que los demás también se la pierdan. Y después es muy difícil volver a levantarse sin aquella vieja sombra. Hubiera querido no arrancar para donde arranqué.
Aunque la vida privada de cada uno sea eso, privada, yo no me puedo poner en ninguna otra vereda que no sea la del sol. Las drogas son una irrealidad, efímero divertimento de glamour. Uno se cree que está bien, pero nunca está irradiando nada bueno. Lo viví en carne propia.

 

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