Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

el Kiosco de Página/12

LA COMIDA DEL AMO
Amos y esclavos
Por José Pablo Feinmann

1. Hay seres naturalmente optimistas. Incluso ante realidades que escasamente lo permiten; como, por ejemplo, la lucidez de los actuales amos de la historia. Algunos –esos seres optimistas– esperan algo (un gesto piadoso, la aparición de la vieja figura del conservador lúcido) de los voraces triunfadores que se comen el mundo sin exhibir piedad para nadie. La situación es –aproximadamente– así: en las viejas batallas, los viejos ejércitos, cuando ganaban las viejas batallas, no recogían sus banderas y se iban al trote lento al hogar. No, perseguían ferozmente a los vencidos, los martirizaban en la desbandada y, en lo posible, no dejaban uno con vida. El exterminio final era parte de la batalla. Entre nosotros, al general Urquiza se le decía “el degollador de Vences”, ya que luego de esa batalla, luego de apoderarse de las banderas, estandartes, armas y carruajes del enemigo, se lanzó a la persecución de los desbandados. Así, la historiadora urquicista Beatriz Bosch escribe: “Urquiza mismo corre a lo largo de tres leguas a los fugitivos, que buscan los montes (...) Cruento matiz caracteriza la jornada”. Ese cruento matiz son las degollaciones y los fusilamientos innumerables que el caudillo de Entre Ríos ordenó. (Cfr. JPF, La sangre derramada, Ariel, 1998, p. 232). De este modo, como Urquiza en Vences, se ha comportado el neoliberalismo luego de la caída del Muro de Berlín. Persigue sin piedad a un enemigo en desbandada y cree protagonizar un proceso histórico irreversible, por el que jamás deberá rendir cuentas, por el que jamás será juzgado. Percibe su victoria como absoluta, sin retorno posible, y ha decidido castigar a los vencidos.
El amo, de esta forma, injuria a los derrotados. Como abusivamente delante de ellos, se divierte, cuenta su dinero abundoso, infinito. Permitirse estos desbordes explicita su certeza más profunda: la de su impunidad. Si recurro a la palabra “amo” es porque estamos percibiendo un retroceso a las más primitivas relaciones entre los seres humanos. La relación entre los grandes centros financieros e informáticos y los países débiles pareciera acercarse a la relación amo-esclavo más que a cualquier otra relación política surgida de la Revolución Francesa en adelante. Es cierto –como nos señalan una y otra vez algunos politólogos que explicitan una acaso desmedida pasión por justificar las medidas del Fondo Monetario Internacional– que la clase política esclavista de nuestro país y ciertas dirigencias sindicales se comportan como esclavos corruptos, ya que se comen hasta las migajas que el amo deja caer en estos territorios. Pero eso no elimina la cuestión esencial, que es la siguiente: es tan asimétrica la relación entre países pobres y países ricos o entre entes financieros y países deudores que deberá ser interpretada a través de las nociones de amo y de esclavo.
Dos escritores que tengo en alta estima deslizaron –acerca de este momento histórico– un par de conceptos que no comparto. Cierta vez, recibiendo un doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, Roberto Fernández Retamar, con dolor, dijo que éste es un momento gris de la historia. Durante estos días (desde su libro Diario de un clandestino), Miguel Bonasso afirma que asistimos a una siesta cibernética. No es así. Este es un momento terrible pero fascinante de la historia. Su velocidad, su pragmatismo desaforado, su descomedimiento, su desborde irresponsable y lindante con cualquier tipo de catástrofes, todo esto nos quita el aliento. Es tan nuevo todo lo que pasa, tan impensado, tan poco previsible, que uno lamenta, por ejemplo, que algunos grandes pensadores no estén aquí, entre nosotros, para ayudarnos a pensar lo que cotidianamente estalla en mil lugares y en todos los lugares a la vez, puesto que no hay nada que ocurra en un lugar y –simultáneamente– no ocurra en todos.
Esta contemporaneidad suele engañarnos. Creemos que sabemos más que –por ejemplo, y para nombrar a unos de mis más queridos maestros– Sartre porque él no vio esto y nosotros sí. Sé que se dice incluso que Sartre no previó el fin de la Guerra Fría. Y se dice como si eso hubiera sido una carencia, como si hubiera sido su obligación preverlo. Sartre ya se había defendido en vida (porque todo y lo único que pudo hacer lo hizo, coherentemente, en vida) de esos razonamientos provenientes del futuro. Para él, los que decían que tal pensador o filósofo no había visto o anticipado un hecho histórico ejercían apenas la ventaja de los “perros vivos” sobre los “leones muertos”. Seguramente conocía también la definitiva frase de Hegel: la filosofía no es profética. Así las cosas, jamás le reprocharía a alguno de los grandes maestros que no haya visto o intuido esto, sino que lamento que no esté aquí para ayudarnos a pensar y porque también pienso qué regocijo intelectual sería para ellos inteligir esta realidad (moralmente atroz) pero poseedora de un vértigo que pocas épocas han tenido.
Volviendo: es la hora de los amos. Un ejército triunfador que aniquila los restos de los vencidos y se entrega con impudor al goce de los vencedores. Siempre que hubo amos hubo esclavos. Incluso Hegel encontró los fundamentos de la dialéctica histórica en esa relación fundante: la del amo y el esclavo. Bien, para saber cómo es la esclavitud hoy habrá que investigar cómo ha sido en el pasado. Habrá que recurrir a Aristóteles, luego a Hegel y luego a Sartre y a Lacan. Y luego nos tendremos que arreglar solos, ya que ninguno de ellos está hoy aquí, con nosotros, para ayudarnos. Estamos condenados a ejercer la sabiduría de los “perros vivos”, porque ellos, los leones, están muertos.
La Política de Aristóteles es una lectura exaltada de la ciudad (la polis) como lugar del acontecimiento. Hombre de la centralidad helénica, filósofo que establece con Alejandro Magno una relación conceptual similar a la que establece el joven Hegel con Napoleón, habrá de desdeñar el mundo bárbaro, el mundo de las tribus y propugnará su sometimiento a los designios de Alejandría. Sarmiento se le parece: la ciudad, en el Facundo, es el centro de la Civilización, su lugar ontológico, en tanto la campaña es el escenario áspero de la barbarie. Para Aristóteles, la polis es el lugar de la inteligencia, de las decisiones, de los hombres libres, en suma: de los amos.
Pero ahí, en la polis, también están los esclavos. La justificación que el Estagirita hace de la esclavitud es el punto negro de su Política y con frecuencia se intenta soslayar. No será nuestro caso. (Lo hemos señalado: desde nuestra perspectiva histórica un análisis de la esclavitud se torna esencial.) Sigamos. Aristóteles distingue dos clases de hombres: 1) los que, desde su nacimiento, están dirigidos a mandar; 2) los que, desde su nacimiento, están destinados a ser mandados. Escribe: “La naturaleza intenta incluso hacer diferentes los cuerpos de los esclavos y los de los libres: a los unos, fuertes, para su obligado servicio, y a los otros, erguidos e inhábiles para tales menesteres, pero capaces para la vida política” (Política, Alianza, p. 48). Marx –que se especializaba en hacer estas cosas– habrá de señalarle a Aristóteles que estaba ontologizando una situación histórica. Confundía la organización social de su época con la condición del hombre. Los hombres no nacen amos o esclavos, sino que siempre hay una situación histórico-social que establece esa relación asimétrica. Creo que Aristóteles lo sabía y creo que lo atormentaba justificar la esclavitud. Pero era un intelectual al servicio de un político, y eso siempre tiene un costo.


REP

 

PRINCIPAL