Por Luis Matías
López *
Desde
Ucrania
Fue un movimiento de manivela
y una hora después el reactor número tres dejó de
funcionar. La central nuclear de Chernobyl fue clausurada definitivamente
ayer para satisfacción de buena parte del mundo, desconsuelo de
los empleados y desconfianza de los ucranianos, temerosos de que los habituales
cortes de luz en Ucrania se multipliquen al infinito. La fatídica
planta que ahora es historia es la misma que estalló el 26 de mayo
de 1986 y provocó 300.000 muertes y la contaminación por
entonces de tres cuartas partes de Europa. El esfuerzo ciclópeo
que hicieron decenas de miles de seres humanos para contener la radiación
que vomitaban entonces los restos del reactor número 4 se aprecia
en toda su magnitud al visitar el interior del sarcófago que esa
gente construyó poniendo en peligro la vida. La central nuclear
de Chernobyl dejó de operar ayer, pero las consecuencias de la
catástrofe y la amenaza de nuevas contaminaciones perdurarán
durante muchos años.
La principal amenaza que supone la central nuclear no se localiza en el
reactor número 3, que fue desactivado ayer de la red eléctrica.
El peligro real procede, todavía, del número 4, que el 26
de abril de 1986 saltó por los aires en el peor accidente de la
historia de la energía atómica para uso civil. Una enorme
estructura de cemento, que se conoce como el sarcófago, encierra
desde hace 14 años más de 150 toneladas de combustible atómico,
así como grandes cantidades de polvo y otras sustancias altamente
radiactivas que, de ser liberadas a la atmósfera, dejarían
chica la bomba de Hiroshima.
Teóricamente, esa aterradora basura está a buen recaudo,
cubierta por arena, mármol molido, plomo, boro y cemento. Fue enterrada
mediante una espectacular y arriesgada operación, en la que se
utilizaron desde grúas gigantescas controladas a distancia hasta
helicópteros. Miles y miles de improvisados bomberos, que han pasado
a la historia del heroísmo con el nombre de liquidadores,
se jugaron la vida y, en ocasiones, la perdieron por culpa de la radiación.
También eran liquidadores quienes, en los ocho meses
siguientes, construyeron el sarcófago, el más singular de
los cementerios nucleares, porque no contiene residuos, sino material
radiactivo en estado puro.
Durante una visita al corazón de esta impresionante estructura,
se podía apreciar la magnitud de aquel esfuerzo, pero también
las fallas a las que forzó la urgencia con la que hubo que efectuar
los trabajos.
Para entrar al sarcófago hace falta una autorización especial
de la dirección de la empresa del visitante, en la que se acepta
el sometimiento a una dosis radiactiva importante, aunque teóricamente
no peligrosa para la salud. Hay que firmar documentos en los que se acepta
el riesgo de radiaciones ionizantes, la ausencia de ventilación,
la caída ocasional de materiales, apagones y otras amenazas cuya
relación sería interminable. Hay que desnudarse, ponerse
dos pares de pantalones blancos, camisa, chaqueta, gorro, calcetines,
guantes, casco, botas, chaquetón y máscara con filtro. Con
eso, y un dosímetro que mide la radiación acumulada, se
inicia la incursión por una entrada en la que trabajan varios albañiles
en turnos de sólo hora y media.
Lo que hay dentro es impresionante. Ahí está la sala de
control del reactor número 4, respetada por la explosión,
aunque reducida a una ruina, como una casa que llevase 14 años
deshabitada. No está el botón que, al ser pulsado, desencadenó
la catástrofe. Se lo llevaron a Estados Unidos. Queda el agujero
sobre el que se encontraba y los paneles de control.
Hay escaleras siniestras, aunque aparentemente sólidas, que conducen
casi hasta el techo del sarcófago. Desde allí se observa
una impresionante galería descendente, construida después
del accidente para abrir desde ella orificios a diversos niveles hacia
la sala del reactor para detectarel lugar en el que se acumuló
el veneno radiactivo. Se trataba de llegar al epicentro del horror.
No muy lejos está la sala de bombas, completamente destruida, con
restos de los miles de sacos llenos de materiales para enterrar el veneno
atómico que se lanzaron desde helicópteros. Muchos de ellos
junto a miles de camiones, excavadoras, grúas y todo tipo
de herramientas están enterrados, envenenados para siempre.
No se puede estar en esa sala más de tres minutos. Hay zonas en
las que la radiación es de hasta 5 roentgen. Aterra pensar que,
en los días que siguieron a la catástrofe, se trabajó
allí transportando los materiales a mano. Peor aún fue en
el techo, donde se acumularon enormes fragmentos de materiales radiactivos.
Los liquidadores trabajaban en turnos de un minuto retirando
los materiales más asesinos. Varios de ellos pagaron el esfuerzo
con su vida.
El sarcófago está muy lejos de ser una estructura hermética
y estable. Hasta hace un año era considerable el riesgo de que
las vigas que sustentaban el techo se derrumbasen y provocaran otro desastre.
Entonces se logró estabilizarlo, gracias a un gran esfuerzo económico
y de ingeniería. El enorme ataúd está, literalmente,
lleno de parches. El agua y la nieve se cuelan por toneladas cada año.
Dentro, la humedad y la corrosión hacen estragos, y no se sabe
exactamente lo que ocurre en el corazón del reactor. Hacia fuera,
la radiación se escapa por numerosas fisuras, lo que explica las
altas cifras que registran los medidores. Por eso el sarcófago
es una amenaza, la gran amenaza de Chernobyl.
* (De El País, de Madrid, especial para Página/12.)
Cierre con protestas
El mundo está de fiesta por el cierre definitivo de la
central nuclear ucraniana de Chernobyl, escenario de la mayor catástrofe
de la historia de la energía atómica para usos pacíficos.
Pero en la planta se ofició un funeral. Ayer, a las 13.17
(8.17 hora argentina), quedó desconectado definitivamente
de la red eléctrica el reactor número 3, único
activo de los cuatro originarios. Muchos técnicos altamente
calificados, que se sienten traicionados, preparan las maletas para
irse del país y están dispuestos a buscar trabajo
donde lo haya. Mejor en Occidente pero, si fuese imposible, no le
harían asco a Irán, Irak o Corea del Norte, todos
ellos en la lista norteamericana de Estados delincuentes.
La mayoría de los trabajadores de Chernobyl llevan estos
días brazaletes negros sobre sus batas blancas y se muestran
furiosos por la clausura de la central, que consideran absurda y
puramente política. Acaban de cobrar, pero son conscientes
de que muchos de ellos tendrán ya pocos sueldos más
que llevar a casa. De los 6 mil empleos generados por la central
atómica, se perderán más de la mitad. El alivio
en Occidente no es compartido en Ucrania, donde prima la preocupación
por la grave crisis energética.
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UNAS
300 MIL PERSONAS MURIERON POR LA RADIACION
Quinientas veces Hiroshima
Por
L.M.L
Desde Ucrania
Es cierto que,
si alguna vez existió, el mito de la energía atómica
limpia saltó en pedazos en abril de 1986 junto con el reactor número
4. Catorce largos años después, el recuerdo de aquella catástrofe
parece pesar menos que las consecuencias inmediatas que acarreará
el cierre, tanto laborales como económicas y sociales. Sin embargo,
la huella de Chernobyl sigue patente: unas 2 mil personas murieron en
los días posteriores a la explosión y unos 300 mil fallecieron
posteriormente, como consecuencia de la radiación.
La nube radiactiva producto de un estallido 500 veces más
potente que la bomba de Hiroshima cubrió casi toda Europa
central, desde Turquía hasta Suecia. Ucrania, donde se halla la
plantar nuclear, y la vecina Bielorrusia, con frecuencia olvidada a la
hora de evaluar el impacto del accidente pero que, proporcionalmente a
su población, fueron las principales perjudicadas.
Los cálculos más pesimistas sostienen que hay en estos dos
países, y en Rusia, más de 9 millones de afectados de una
u otra manera por el accidente. Es una cifra probablemente exagerada por
una picaresca que permite a veces cobrar pensiones de forma fraudulenta
u organizar vacaciones gratis en otros países para niños
perfectamente sanos a los que se cuelga en la ocasión la etiqueta
de víctimas de Chernobyl.
Sin embargo, abusos aparte, el impacto de la catástrofe resulta
estremecedor. Dos ciudades (Pripiat y Chernobyl) y 74 aldeas de las cercanías
de la central, con una población total cercana a las 100 mil personas,
fueron evacuadas en los días que siguieron al accidente, y muchas
más de áreas cercanas fueron trasladadas a zonas libres
de radiación. De los 800 mil liquidadores, llegados
de toda la URSS, hay 70 mil oficialmente inválidos, tan sólo
en Ucrania. Oficialmente, se admite que en esta república ex soviética
hay 3,4 millones de afectados que precisan ayuda médica, la mitad
de ellos niños.
También la tierra, los árboles y el agua están enfermos,
sobre todo en la zona de exclusión de 30 kilómetros alrededor
de la central, y pasarán siglos hasta que vuelva a recuperarse.
El impacto económico ha sido, y lo sigue siendo, terrible.
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