Por Horacio Bernades
Aunque nadie lo haya advertido,
el hasta ahora ignoto Tony Goldwyn parecería haberse convertido,
sin previo aviso, en el hombre de la semana cinematográfica
en Argentina. Este actor de perfil bajo, nariz rinoplástica y voz
como de crooner, aparece en dos de los cuatro estrenos del jueves. En
El sexto día es el villano y en Un vuelco del corazón, la
víctima. Al mismo tiempo que empieza a conocerlo como actor, el
público porteño se desayuna sobre el hecho de que este señor
también dirige películas. En días más, el
sello Gativideo estará haciendo llegar a videoclubes la ópera
prima de Goldwyn como realizador. Se trata de A Walk on the Moon, producida
por Dustin Hoffman y estrenada en Estados Unidos el año pasado,
que se lanzará aquí bajo el título Una difícil
decisión.
Verano de 1969, dice un cartel sobreimpreso sobre las primeras
imágenes. Los Kantrowitz, familia judía de clase media-baja
de Brooklyn, se ajetrean cargando bultos. Es tanto lo que montan sobre
el auto que da toda la sensación de que se mudan para siempre.
Pero papá Marty (Liev Schreiber), mamá Pearl (Diane Lane),
la bobe y los chicos sólo se están yendo de vacaciones por
unos días, aprovechando el feriado del 4 de julio. Con el portaequipajes
del auto casi reventando por el peso, Alison (Anna Paquin, alguna vez
la niña de La lección de piano) hará oír su
rebeldía, protestando agriamente contra la rutina de todos los
años. Papá hace chistes, la bobe observa y mamá distiende
la situación. En unos días más, la tranquilidad familiar
se verá sacudida, cuando papá Marty deje el recreo de bungalows
para volver al trabajo en la ciudad y la seductora presencia de un extraño
le haga recordar a mamá Pearl que, además de mamá,
es mujer.
Básicamente un melodrama familiar y amoroso, Una difícil
decisión se ve realzada por varios plus. Uno de ellos es cierta
veta entre costumbrista y antropológica, de marcado tono satírico,
alrededor de la clase media judía estadounidense, sus usos y costumbres.
No sólo por las palabras en idisch que la bobe intercala entre
su inglés de inmigrante, sino sobre todo por la pintura que Goldwyn
hace de ese microcosmos del recreo de bungalows, dando toda la sensación
de que sabe de lo que habla. Rige allí una férrea rutina
de actividades pautadas, horarios fijos y rituales reiterados, que una
voz femenina (los créditos informan que se trata de Julie Kavner,
la voz de Marge en Los Simpson) se empeña en establecer desde unos
ominosos altavoces. A las 6, en el casino, la familia Tal mostrará
fotos del bar mitzvah de su hijo; le pedimos al señor
Cual que no olvide traer los arenques en salmuera, dictamina con
marcial gravedad esta voz de panóptico.
Anunciamos la llegada del vendedor de blusas. Aunque no lo
sepa todavía, ese anuncio terminará representando todo un
quiebre para Pearl, flechada de inmediato por la presencia del apuesto
buscavidas Walker Jerome (Viggo Mortensen). Aguda entrelínea del
guión escrito por Pamela Grey, el tardío despertar sexual
de Pearl en brazos del camisero coincidirá con el de su hija Alison,
que tiene su menarca al tiempo que hace las primeras escapadas al bosque,
en compañía de un chico de la colonia. La latente rivalidad
entre madre e hija estallará cuando ambas vayan, cada una con su
amante, a un lugar de las inmediaciones donde se celebran, al aire libre,
tres días de paz, amor y música. Sí,
se trata de Woodstock, donde mamá, seguramente luego de haber tomado
algo (aunque el film se autocensura y elude mostrarlo), celebrará
su éxtasis en compañía de Walker Jerome. Puede parecer
algo forzado que ambas vayan a parar justo a ese sitio emblemático
de los deseos de libertad total de la época, sobre todo para cierta
clase media de los EE.UU. Pero, ¿por qué no podría
haber ocurrido?
Hay un segundo acontecimiento histórico que se hace resonar en
paralelo con la historia de los Kantrowitz, y es la llegada del hombre
a la Luna,ocurrida en agosto del 69. Es un paso gigante para
la humanidad, se le oye decir a Neil Armstrong desde los televisores,
mientras Pearl da, en un prado de las inmediaciones, un paso gigante para
una segunda etapa de sexualidad plena. En el papel de Pearl reaparece
ese icono de la cinefilia de los primeros 80 que es la morocha Diane Lane
(la cantante raptada de Calles de fuego), aquí castaña y
en sus cuarenta, pero aún manteniendo el atractivo. Que el guión
termine devolviéndola a los brazos de su marido, tipo bueno pero
tirando a cuadrado que además representa la seguridad familiar,
podrá parecer una resolución sumamente conservadora, y es
posible que así sea.
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