Por Luis Bruschtein
El Cuchi era albañil
y había caído preso en un asado de la JotaPé en Pompeya.
Llegó a México con la opción de salida para los detenidos
a disposición del PEN. En las peñas del COSPA, las borracheras
eran melancólicas. El Cuchi se ponía un sombrero charro,
le cantaba a su madre y el llanto le hacía desafinar. Cotota era
un camionero tucumano y hacía un dúo con Víctor,
El santiagueño, para cantar Si te miro, vuélvete,
le dijo la luna llorando, los cerros y las vaquitas, allá te están
esperando. La gorda Yiya y otras exiliadas hacían las empanadas
durante el día y en la peña otro grupo servía a los
parroquianos, muchos mexicanos y de otras colonias de exiliados, uruguayos,
nicaragüenses, chilenos, bolivianos y demás.
Cuando un exiliado argentino llegaba a México, los que habían
llegado antes trataban de contenerlo. Algunos llegaban de la cárcel,
otros como podían, salían a Uruguay o a Brasil con el DNI
y desde allí se las arreglaban para seguir hacia el norte. La mayoría
cargaba historias tremendas de familiares, amigos o compañeros
cercanos. Un exiliado sueña con el último paisaje que vio
de su país. Será difícil que recuerde la forma en
que hizo las valijas, si es que tuvo tiempo, o el día anterior.
Da vuelta la cabeza para ver la otra orilla o se asoma a la ventanilla
para llevarse la última imagen. Esa visión se adhiere a
la retina igual que la primera vez que vio a sus hijos al nacer. No importa
si se trata de un campesino guatemalteco a orillas del Usumacinta, de
un profesional argentino en Paso de los Libres o de un estudiante chileno
en Puente del Inca. Esa visión será la marca de los años
que vivirá afuera.
En México había exiliados de casi todos los países
de América latina en la época de la doctrina de la Seguridad
Nacional. Pero ser exiliado argentino era más difícil. Los
demás tomaban su condición con la naturalidad de una institución
como el exilio que tiene tantos años como la humanidad. Pero entre
los exiliados argentinos había una especie de culpa, de sentirse
cobarde por haber escapado, de sentir que los que se habían quedado
estaban peor. Hubo una discusión, que llevó años,
para resolver si se trataba de exiliados o de turistas. A muchos les daba
vergüenza asumir su condición de exiliados y decían
que eran residentes argentinos en el exterior. Es probable
que algunos lo hicieran por oportunismo, para no cerrarse puertas ante
un eventual ablandamiento de la dictadura. Pero muchos lo hacían
porque sentían culpa de haber escapado de los militares. Esa vergüenza
era un castigo argentino adicional al hecho incontrastable de ser exiliado.
En esa época, las guerras civiles en Nicaragua, El Salvador y Guatemala
producían oleadas de refugiados que llegaban de a miles a Costa
Rica, Panamá, Honduras y México. En esos casos había
campamentos en las zonas de frontera donde se hacinaban hombres, mujeres
y niños en el mayor desamparo que es el de haber dejado todo.
Los exiliados argentinos formaron un equipo de fútbol y organizaron
un Campeonato de Confraternidad Latinoamericana. Como este deporte es
una especialidad nacional, pensaron que iban a ganar, pero perdieron y
se agarraron a trompadas con el equipo nicaragüense. El exiliado
argentino no podía ganar ni a la bolita. No por nada el psicoanálisis
también es un invento argentino. Y sin embargo, junto con la chilena,
era una de las colectividades más organizadas y activas y realmente
fue muy solidario, tanto a través del COSPA, que encabezaba el
ex rector de la UBA, Rodolfo Puiggrós, como del CAS, que presidía
el escritor Noé Jitrik.
Al cumplirse este 14 de diciembre el 50º aniversario del Alto Comisionado
de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) resulta inevitable recordar
ese conflicto tan argentino de los exiliados. Pocas cosas resultaban tan
duras como cuando un exiliado se moría en el exterior. Un hijo
de Yiya murió en un accidente de tránsito y durante muchos
días dejó sin alma a los exiliados; o la tristeza multiplicada
en los entierros de Puiggrós y del ex presidente Héctor
Cámpora en la capital mexicana. Y sin embargo se discutía
si éramos exiliados o residentes.
Todavía hoy ese debate sobre el exilio, que no fue un paseo, ni
siquiera un paréntesis, sigue pendiente. Como dijo la Alta Comisionada,
Sadaka Ogata, la longevidad del ACNUR no es causa de celebración
porque refleja el continuo fracaso de la comunidad internacional
para prevenir las causas de los conflictos y desplazamientos. Pero
al menos, el ACNUR surgió del reconocimiento de ese rasgo primitivo
de las sociedades humanas. Si los argentinos hubiéramos inventado
el ACNUR, lo hubiéramos hecho para los demás, porque a nosotros
no nos pasan esas cosas.
50 millones en 50
años
La tarea principal del ACNUR, con sede en Ginebra, es supervisar
el cumplimiento de la Convención de 1951 sobre el estatuto
de los refugiados, hoy suscrito por 138 países. Fue creado
en 1950 por la Asamblea General de la ONU para reasentar a 1,2 millón
de refugiados europeos de la Segunda Guerra. Su mandato se renueva
cada cinco años y en estos 50 años de existencia ha
ayudado a alrededor de 50 millones de personas, entre solicitantes
del estatuto de refugiado, refugiados, desplazados internos (atrapados
en su propio país) y repatriados de todo el mundo. Hoy asiste
a 22,3 millones de personas, 80% de las cuales son mujeres y niños.
En la Argentina, el aniversario del organismo se conmemorará
este martes 19 de diciembre en el Palacio San Martín. Durante
el acto organizado por la cancillería argentina y por la
Oficina Regional del ACNUR, se entregará la medalla Nanse
al pianista Miguel Angel Estrella, quien también estuvo exiliado
durante la dictadura.
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WILSON
DOS SANTOS PIDIO ASILO POLITICO EN SUIZA
El testigo le teme a la tortura
El brasileño
Wilson Dos Santos, testigo estrella del caso AMIA que será extraditado
la semana próxima a la Argentina, dijo que teme volver a
ser torturado en el país, según afirmaron sus abogados.
Los letrados aseguraron que esos tormentos, que Dos Santos afirma que
ocurrieron en territorio argentino, fueron acreditados por los médicos
que lo asistieron en la prisión suiza en donde se encuentra. El
detenido será traído al país para ser imputado en
una causa por falso testimonio, pero podría declarar en el juicio
oral sobre cuestiones vinculadas con el atentado contra la mutual judía
ocurrido en 1994.
Con motivo de las alegadas torturas, los letrados de Dos Santos solicitaron
a las autoridades suizas que le concedan asilo político en lugar
de extraditarlo a la Argentina. Ese pedido será resuelto el viernes
próximo, pero todo hace suponer que será denegado y que
de inmediato se producirá la extradición. En fuentes judiciales
argentinas se dijo que, de realizar algún aporte al esclarecimiento
del caso, Dos Santos podría tener un trato benigno en la causa
por falso testimonio.
De no aportar nada, el brasileño podría estar detenido por
lo menos un año. Muchos de los que tienen a su cargo la investigación
del caso AMIA tienen la convicción de que Dos Santos fue y
tal vez lo siga siendo un agente de inteligencia de Brasil. Sin
embargo, fuentes brasileñas negaron totalmente esa versión
y aseguraron que es una mentira con la que se busca tapar las deficiencias
de la investigación argentina.
Dos Santos quedó vinculado a la causa luego de que trascendiera
que 15 días antes de que ocurriera el atentado había avisado
al Consulado brasileño en Milán que el hecho iba a ocurrir.
Sin embargo, cuando fue traído a la Argentina, primero confirmó
ante la policía lo que sabía de antes del estallido, pero
luego negó ante la Justicia todo lo dicho, lo que derivó
en la acusación por falso testimonio.
Más tarde se produjo la fuga y se le perdió el rastro por
varios años, hasta que en abril pasado fue detenido en Zurich,
en cumplimiento de una orden de captura internacional. La Justicia argentina
supone que Dos Santos sabe mucho más sobre el atentado y por eso
tiene interés en insistir en lograr su testimonio. La cónsul
argentina de Milán, Norma Fassano, confirmó en su momento
que Dos Santos había realmente anticipado un posible atentado contra
una organización judía en la Argentina.
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