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Una controlada euforia marcó
el prolongado festejo boquense

Minuto a minuto, el registro sonoro y anímico de la Bombonera y su gente. Del impulso inicial que empujó al equipo cuando comenzó su partido con River ya en ganancia, a la onda fashion y relajada del festejo y la vuelta final.

Por Ariel Greco

Euforia y tranquilidad. Armonía y locura. Nervios y seguridad. Desde el inicio de la tarde, la fiesta del Boca campeón osciló entre distintas sensaciones, tan contradictorias como llamativas. Tanto que por momentos la Bombonera latió como nunca, mientras que por otros necesitó del auxilio de un DJ para ponerle música al festejo. Claro que el orden con que el flamante campeón festejó su tercer título del año permitió que la gente disfrutara a pleno con sus ídolos.
La diferencia entre los relojes llevó a Boca a iniciar su partido de manera casi simultánea con el gol de River. Por eso, en los cinco minutos en que River le estaba quitando el campeonato, la impaciencia se hizo sentir. El “esta tarde/cueste lo que cueste...” amenazaba con quedarse. Sin embargo, la calma llegó pronto con el penal de Lanús. A partir del empate, cada uno a repartir los sentidos. La vista puesta en los jugadores propios; los oídos atentos a la radio del vecino. Los nervios no permitían cantar, apenas se escuchaban reproches. Así hasta que el gol de Matías Arce surgió como desahogo. Más allá de algún susto, la confianza renació y ya la fiesta no se detendría por nada, salvo por dos pisadas inolvidables de Riquelme, que obligaron a una impasse para el aplauso.
El previsible final con la vuelta olímpica, paradójicamente, se convirtió en algo inesperado. La gente se miraba sin entender. Los jugadores se metían al túnel sin dar la esperada vuelta, menos el Chicho Serna, que junto a su hijo Mateo se quería quedar toda la vida. De fondo retumbaba la música de Rodrigo: “Y la Doce gritó: Maradoooooooo... Maradoooooo”. Y al compás de lo que imponían los parlantes, la Doce, la popular y la platea se prendían con sus gritos. La onda fashion de la Bombonera llegó a su punto máximo, al punto de ser la primera con DJ para la hinchada. El siguiente tema fue de Fito Páez. Entonces, todos a darles alegría a sus corazones, revoleando cualquier cosa que se tuviera a mano. Y cómo se iban a olvidar de River, cuando comenzaron a sonar Los Decadentes. Eso sí, la adaptación y los arreglos de los estribillos corrieron por cuenta de los intérpretes.
La normalidad recién llegó cuando apareció el utilero Laudonio y dio la misma señal que cuando indica la salida del equipo. Uno a uno, los futbolistas, sin colados, comenzaron a retornar a la cancha, y allí no fue necesario incentivo musical. El “Dale Campeón...” surgió desde el alma. En ese momento, otra vez apareció la estampa del mentor de este grupo. Como una maestra de escuela, Carlos Bianchi ordenó la fila, los alineó y hasta dio la orden de partida. Allí, todos abrazados, iniciaron una carrera loca que terminó con un avioncito general, que incluso llevó a Bianchi a tener que realizar un aterrizaje forzoso. La imagen se repitió hacia el otro lado de la cancha.
Ahí, sí, el festejo se tornó inolvidable. Sin intrusos, la comunión con la gente fue más fuerte. Apenas faltaron Palermo y Serna, que tuvieron que cumplir con el control antidoping. En el centro de la cancha, Barijho y Laudonio bailaban, mientras algunos jugadores aplaudían y otros les tiraban agua a los improvisados bailarines. El doctor Batista cuidaba a Battaglia, quien a pesar de estar recién operado no se quiso perder el momento. En realidad, ninguno se lo quería perder.

 

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