Por Juan José
Panno
Los números dicen que
fue el equipo que consiguió más puntos y como los números
no se pueden apelar, lo que dicen pasa a ser cosa juzgada: Boca campeón
y chau.
Boca fue el que sacó más puntos (y el que ganó más
partidos: 12 y el que perdió menos: 2, igual que River), pero,
¿fue el mejor? Seguramente podrá acordarse que sí,
pero también es seguro que será necesario aclarar lo más
pronto posible que el mejor también puede entenderse
como el menos malo.
Los números parecen decir que el partido del campeonato fue el
que ayer Boca le ganó a Estudiantes 1 a 0, pero a la luz de lo
ocurrido en Lanús y en Rosario, Boca se hubiera consagrado igual,
aun si el árbitro Sánchez cobraba el penal que Matellán
le hizo a Farías, antes del gol de Arce, y Estudiantes lo convertía
y ganaba. Vale decir que, aun perdiendo su tercer partido consecutivo,
los últimos tres del certamen, hubiera sido el campeón,
lo que califica su campaña y también la de los demás
equipos.
Con cada uno de sus 12 triunfos, el cuadro de Bianchi sumó 3 puntos,
pero ya se sabe que eso es muy relativo y que los valores efectivos y
afectivos son otros. ¿Valen sólo 3 puntos las victorias
ante Talleres y San Lorenzo en la Bombonera? ¿Valen nada más
que 3 puntos los triunfos como visitante con Unión y Newells?
Acaso valen tanto como 3 puntos los obvios y previsibles triunfos con
Almagro y Los Andes? En última instancia, a la hora de hacer un
balance de este torneo habrá un punto de referencia clave y será
el de un partido que Boca no ganó ni perdió: el 1 a 1 frente
a River en el Monumental, de la 10ª fecha. Ese día, el equipo
de Bianchi se metió medio campeonato en el bolsillo. El otro partido
clave Boca lo vio por TV: River 1, Huracán 1, el otro domingo.
El conjunto xeneize, como se sabe, le dejó servido el campeonato
a su tradicional adversario la semana pasada, al perder con Chacarita.
Si le hubiera ganado a Huracán, River quedaba como único
líder, con un punto de ventaja a una fecha del final. Pero River
no pudo ni supo aprovechar lo que le dejaron servido y ese simple detalle
apaga su producción en el torneo al tiempo que ilumina la de Boca.
River fue el cuadro que marcó más goles y tuvo algunas producciones
sensacionales como la goleada a Central el día que se juntaron
por primera vez Aimar, Saviola, Angel y Ortega, pero arrugó en
una instancia fundamental y borró todo. Talleres hizo una excelente
campaña, pero no se puede salir campeón si se pierde más
de la mitad de los encuentros que se juega de visitante. Gimnasia venía
fenómeno, era el cuadro que más preocupaba a Bianchi, según
les confesaba a sus íntimos, cuando faltaban 5 o 6 fechas para
terminar el torneo, pero perdió con Vélez y a partir de
ahí se cayó a pedazos.
Boca también se deshilachó en las últimas fechas
y tiene la excusa de la Copa Intercontinental y el desgaste por el viaje
a Japón, pero su declive también fue psicológico.
Cuando los jugadores tomaron conciencia de que ya habían soplado
demasiados vientos a favor y que estaban en igualdad y hasta en
inferioridad de condiciones que Independiente, Chacarita y Estudiantes,
jugaron espantosamente. La buena fortuna dio una última mano en
el remate del pibe Arce que se escapó entre las piernas del pobre
Tauber.
Este fue el tercer torneo local que Boca ganó bajo la dirección
técnica de Bianchi. Los dos anteriores habían sido hijos
de campañas notables y contundentes en las que no quedó
ningún margen de duda sobre los merecimientos. Esta vez los altibajos
fueron notables, los problemas quedaron en la superficie y las virtudes
se fueron recortando a medida que avanzaban las fechas.
La historia de este torneo le reservará un lugar a Bianchi, por
su inteligencia para sostener al grupo; a Riquelme, que hizo algunos goles
fantásticos y generó en torno suyo las mejores producciones
del equipo; a Delgado, que tuvo una racha excelente; a Palermo por su
sed goleadora intacta; a Bermúdez y a Serna porque fueron muy parejitos.
De cualquier modo, el nombre que más recordarán los hinchas
de Boca, en la historia de este torneo, es el de un jugador de otro cuadro,
Soto, de Huracán. Los hinchas de River, también.
OPINION
Por diego bonadeo
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Olvidable bodrio de
fin de fiesta
Si alguien cree, de verdad, que los tres partidos en los que participaron
ayer los por entonces todavía candidatos al título
Boca-Estudiantes, Lanús-River y Newells-Talleres
se jugaron el mismo día y a la misma hora por aquella entelequia
que livianamente se rotuló como desventaja deportiva,
su ingenuidad o distracción merecerán la conmiseración
de toda la sociedad futbolera.
Durante algún tiempo se decidió que en las últimas
fechas tres, si la amnesia no ha hecho trampas todos
los equipos con posibilidades matemáticas de ser campeones
jugasen simultáneamente. Pero como la amnesia hizo otra trampa,
en las fechas antepenúltima y penúltima de este torneo,
ese criterio quedó en el arcón de los tiempos de la
preglobalización del fútbol.
Ayer, los tres partidos se jugaron al mismo tiempo, no porque el
espíritu de la AFA y de su socio Torneos y Competencias esté
más imbuido de ecuanimidad que de cuentas bancarias sino
exactamente por lo contrario.
La mayor cantidad de clientela cautiva para el fútbol codificado
y el atractivo publicitario de tres partidos en directo definiendo
un campeonato poco tienen que ver con la posibilidad de que Boca,
River y/o Talleres jueguen o no su último partido oficial
del año con el resultado del otro puesto.
Los condimentos de la definición parecían bastante
obvios. El supuesto desgaste de Boca, aderezado con
una supuesta menor motivación después de haber ganado
la Copa Intercontinental. Los altibajos de River, que en un momento
apareció casi como descartado para la pelea final. La condición
de convidado de piedra de los cordobeses, a quienes muy pocos apostaban
en el principio del campeonato.
Y entonces, rehenes del sistema y del régimen, nada mejor
que la tele codificada para saber más o menos de qué
se trata esto de tres partidos al mismo tiempo, aunque sin saber
del todo lo que sucede en cada uno de los tres. Pero, salvo que
Quintana marcó el único gol en Rosario y la repetición
más o menos tardía de los cinco goles en la cancha
de Lanús, el inentendible caleidoscopio de las primeras imágenes
de la tarde con los tres prepartidos al mismo tiempo
en la pantalla Boca-Estudiantes empezó después
no se repitió, y todo quedó circunscripto al olvidable
bodrio de fin de fiesta con que Boca terminó el año.
Estudiantes no jugaba mejor que Boca. Boca jugaba peor que Estudiantes.
Bezombe era el menos desprolijo de los veintidós y Serna
el menos desprolijo de Boca. No aparecían los creadores:
ni Ibarra, ni Riquelme, ni los Mellizos. Tampoco el gol, o por lo
menos la posibilidad de gol de Palermo.
El partido era muy malo y salvo un cabezazo del Tecla
Farías que sacó gateando Córdoba y un zurdazo
del Mellizo Guillermo en el travesaño, el primer tiempo se
fue como si el partido no hubiera empezado. Salvo por lo que pasaba
en Lanús y en Rosario.
El partido no cambió demasiado después del descanso.
Lo que cambió fue la lucha por el campeonato. Porque River
perdía en Lanús y Talleres en Rosario. Y porque a
los 18 un buscapié de Arce reemplazante del Mellizo
Gustavo puso el 1-0 para Boca.
A los 26, el único toque de magia del partido pasó
por los pies y los talentos de Riquelme y de Guillermo. Pero más
que toque fue un chispazo. Nada más.
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