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BOCA CAMPEON DE UN TORNEO CON POCO BRILLO
Justo y con lo justo

Los 4 puntos marcan una ventaja que no parece concordar con la realidad.
Boca fue un lógico campeón, pero no le sobró nada.

El campeon del apertura 2000

Juan Roman Riquelme y Carlos bianchi

Por Juan José Panno

Los números dicen que fue el equipo que consiguió más puntos y como los números no se pueden apelar, lo que dicen pasa a ser cosa juzgada: Boca campeón y chau.
Boca fue el que sacó más puntos (y el que ganó más partidos: 12 y el que perdió menos: 2, igual que River), pero, ¿fue el mejor? Seguramente podrá acordarse que sí, pero también es seguro que será necesario aclarar lo más pronto posible que “el mejor” también puede entenderse como “el menos malo”.
Los números parecen decir que el partido del campeonato fue el que ayer Boca le ganó a Estudiantes 1 a 0, pero a la luz de lo ocurrido en Lanús y en Rosario, Boca se hubiera consagrado igual, aun si el árbitro Sánchez cobraba el penal que Matellán le hizo a Farías, antes del gol de Arce, y Estudiantes lo convertía y ganaba. Vale decir que, aun perdiendo su tercer partido consecutivo, los últimos tres del certamen, hubiera sido el campeón, lo que califica su campaña y también la de los demás equipos.
Con cada uno de sus 12 triunfos, el cuadro de Bianchi sumó 3 puntos, pero ya se sabe que eso es muy relativo y que los valores efectivos y afectivos son otros. ¿Valen sólo 3 puntos las victorias ante Talleres y San Lorenzo en la Bombonera? ¿Valen nada más que 3 puntos los triunfos como visitante con Unión y Newell’s? Acaso valen tanto como 3 puntos los obvios y previsibles triunfos con Almagro y Los Andes? En última instancia, a la hora de hacer un balance de este torneo habrá un punto de referencia clave y será el de un partido que Boca no ganó ni perdió: el 1 a 1 frente a River en el Monumental, de la 10ª fecha. Ese día, el equipo de Bianchi se metió medio campeonato en el bolsillo. El otro partido clave Boca lo vio por TV: River 1, Huracán 1, el otro domingo.
El conjunto xeneize, como se sabe, le dejó servido el campeonato a su tradicional adversario la semana pasada, al perder con Chacarita. Si le hubiera ganado a Huracán, River quedaba como único líder, con un punto de ventaja a una fecha del final. Pero River no pudo ni supo aprovechar lo que le dejaron servido y ese simple detalle apaga su producción en el torneo al tiempo que ilumina la de Boca. River fue el cuadro que marcó más goles y tuvo algunas producciones sensacionales como la goleada a Central el día que se juntaron por primera vez Aimar, Saviola, Angel y Ortega, pero arrugó en una instancia fundamental y borró todo. Talleres hizo una excelente campaña, pero no se puede salir campeón si se pierde más de la mitad de los encuentros que se juega de visitante. Gimnasia venía fenómeno, era el cuadro que más preocupaba a Bianchi, según les confesaba a sus íntimos, cuando faltaban 5 o 6 fechas para terminar el torneo, pero perdió con Vélez y a partir de ahí se cayó a pedazos.
Boca también se deshilachó en las últimas fechas y tiene la excusa de la Copa Intercontinental y el desgaste por el viaje a Japón, pero su declive también fue psicológico. Cuando los jugadores tomaron conciencia de que ya habían soplado demasiados vientos a favor y que estaban en igualdad –y hasta en inferioridad– de condiciones que Independiente, Chacarita y Estudiantes, jugaron espantosamente. La buena fortuna dio una última mano en el remate del pibe Arce que se escapó entre las piernas del pobre Tauber.
Este fue el tercer torneo local que Boca ganó bajo la dirección técnica de Bianchi. Los dos anteriores habían sido hijos de campañas notables y contundentes en las que no quedó ningún margen de duda sobre los merecimientos. Esta vez los altibajos fueron notables, los problemas quedaron en la superficie y las virtudes se fueron recortando a medida que avanzaban las fechas.
La historia de este torneo le reservará un lugar a Bianchi, por su inteligencia para sostener al grupo; a Riquelme, que hizo algunos goles fantásticos y generó en torno suyo las mejores producciones del equipo; a Delgado, que tuvo una racha excelente; a Palermo por su sed goleadora intacta; a Bermúdez y a Serna porque fueron muy parejitos. De cualquier modo, el nombre que más recordarán los hinchas de Boca, en la historia de este torneo, es el de un jugador de otro cuadro, Soto, de Huracán. Los hinchas de River, también.

 

OPINION
Por diego bonadeo

Olvidable bodrio de fin de fiesta

Si alguien cree, de verdad, que los tres partidos en los que participaron ayer los por entonces todavía candidatos al título –Boca-Estudiantes, Lanús-River y Newell’s-Talleres– se jugaron el mismo día y a la misma hora por aquella entelequia que livianamente se rotuló como “desventaja deportiva”, su ingenuidad o distracción merecerán la conmiseración de toda la sociedad futbolera.
Durante algún tiempo se decidió que en las últimas fechas –tres, si la amnesia no ha hecho trampas– todos los equipos con posibilidades matemáticas de ser campeones jugasen simultáneamente. Pero como la amnesia hizo otra trampa, en las fechas antepenúltima y penúltima de este torneo, ese criterio quedó en el arcón de los tiempos de la preglobalización del fútbol.
Ayer, los tres partidos se jugaron al mismo tiempo, no porque el espíritu de la AFA y de su socio Torneos y Competencias esté más imbuido de ecuanimidad que de cuentas bancarias sino exactamente por lo contrario.
La mayor cantidad de clientela cautiva para el fútbol codificado y el atractivo publicitario de tres partidos en directo definiendo un campeonato poco tienen que ver con la posibilidad de que Boca, River y/o Talleres jueguen o no su último partido oficial del año con el resultado del otro “puesto”.
Los condimentos de la definición parecían bastante obvios. El supuesto “desgaste” de Boca, aderezado con una supuesta menor motivación después de haber ganado la Copa Intercontinental. Los altibajos de River, que en un momento apareció casi como descartado para la pelea final. La condición de convidado de piedra de los cordobeses, a quienes muy pocos apostaban en el principio del campeonato.
Y entonces, rehenes del sistema y del régimen, nada mejor que la tele codificada para saber más o menos de qué se trata esto de tres partidos al mismo tiempo, aunque sin saber del todo lo que sucede en cada uno de los tres. Pero, salvo que Quintana marcó el único gol en Rosario y la repetición más o menos tardía de los cinco goles en la cancha de Lanús, el inentendible caleidoscopio de las primeras imágenes de la tarde con los tres “prepartidos” al mismo tiempo en la pantalla –Boca-Estudiantes empezó después– no se repitió, y todo quedó circunscripto al olvidable bodrio de fin de fiesta con que Boca terminó el año.
Estudiantes no jugaba mejor que Boca. Boca jugaba peor que Estudiantes. Bezombe era el menos desprolijo de los veintidós y Serna el menos desprolijo de Boca. No aparecían los creadores: ni Ibarra, ni Riquelme, ni los Mellizos. Tampoco el gol, o por lo menos la posibilidad de gol de Palermo.
El partido era muy malo y salvo un cabezazo del “Tecla” Farías que sacó gateando Córdoba y un zurdazo del Mellizo Guillermo en el travesaño, el primer tiempo se fue como si el partido no hubiera empezado. Salvo por lo que pasaba en Lanús y en Rosario.
El partido no cambió demasiado después del descanso. Lo que cambió fue la lucha por el campeonato. Porque River perdía en Lanús y Talleres en Rosario. Y porque a los 18’ un buscapié de Arce –reemplazante del Mellizo Gustavo– puso el 1-0 para Boca.
A los 26’, el único toque de magia del partido pasó por los pies y los talentos de Riquelme y de Guillermo. Pero más que toque fue un chispazo. Nada más.

 

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