Por Laura Vales
Juan Carlos Tealdi es médico
y especialista en bioética. Hasta hace pocos días era, además,
miembro de la Comisión Nacional de Etica Biomédica, un consejo
asesor del Ministerio de Salud. Pero acaban de expulsarlo de ese cargo.
El motivo: haber descubierto que el ministro de Justicia de la dictadura
de Jorge Rafael Videla integraba también esa Comisión de
ética y haber reclamado su apartamiento.
La Comisión Nacional de Etica Biomédica un campo interdisciplinario
entre la medicina, el derecho, la filosofía y las ciencias sociales
fue creada en 1998 para asesorar al Gobierno y a organismos oficiales.
Está integrada por 20 representantes del Estado y distintas instituciones;
el médico Juan Carlos Tealdi lo hacía en nombre de la Asociación
de Facultades de Ciencias Médicas de la República Argentina
(Afacimera).
A principios de agosto, en una conversación casual con un colega,
Tealdi supo que en la Comisión tenía como compañero
a Alberto Rodríguez Varela, ex ministro de Justicia de la dictadura
de Videla. Abogado de profesión, Rodríguez Varela trabajó
además como defensor del dictador. Tealdi nunca lo había
visto antes en la Comisión de Bioética, pero en pocos días
corroboró que el abogado había llegado allí como
representante de dos Academias: la de Ciencias Morales y Políticas
y la de Derecho.
A fines de agosto fue a pedir explicaciones al Ministerio de Salud, donde
lo atendió el secretario de la Comisión, Carlos Damín.
Creo que alguien que administró Justicia en una época
en la que el Estado cometió miles de asesinatos y torturas, montó
una red de centros clandestinos de detención, apropió centenares
de chicos nacidos en cautiverio, no puede estar asesorando sobre ética,
planteó allí. El funcionario le aseguró que no estaba
al tanto de tal nombramiento, se mostró sorprendido e indignado
y prometió ocuparse del tema. Pero el tiempo pasó sin novedades.
Cuando Tealdi insistió sobre el punto, recibió evasivas
y alguna alusión a que no se podía cometer un acto de discriminación
con Rodríguez Varela, ya que sobre el ex ministro de la dictadura
no había condena judicial alguna.
El médico dejó pasar unas semanas antes de volver a llamar
al ministerio. Pidió hablar con el secretario de Salud y preguntó
si el ministro Héctor Lombardo iba a tomar alguna medida. Esta
vez le dijeron que Lombardo no le había prestado demasiada
atención al tema y había manifestado que debía que
consultarlo con (Ricardo) Gil Lavedra, por entonces titular de Justicia.
Tealdi decidió entonces ocuparse del caso personalmente en el siguiente
encuentro del Comité de Bioética; allí, el pasado
5 de octubre, pidió la palabra puso en conocimiento de los demás
integrantes del consejo la presencia y los antecedentes de Rodríguez
Varela. Y planteó directamente que se considerara apartarlo de
la Comisión: en razón de las atroces violaciones a
los derechos humanos que se cometieron mientras él era ministro
de Justicia, Rodríguez Varela carece de integridad moral para integrar
una comisión de bioética.
En la reunión habría entre veinticinco y treinta personas;
una de ellas era Rodríguez Varela, a quien le concedieron la palabra.
El abogado esgrimió que había que mirar para adelante y
no tener resentimientos. Tampoco ese día hubo resolución
alguna: después de una discusión más de forma que
de fondo si había que votar, si proponer mociones, si en
realidad eran las Academias que lo habían designado las que debían
tratar o, si proponer mociones la mayoría decidió
que sería mejor definir el tema en el encuentro del mes próximo.
Pero al día siguiente fue el propio Rodríguez Varela quien
se adelantó y envió su renuncia.
Tealdi no tuvo más novedades hasta finales de octubre, cuando el
secretario de Afacimera, la Asociación de Facultades de Medicina,
le pidió que ratificara o rectificara el pedido de destitución
de Rodríguez Varela. El argumento fue que se había excedido
en su mandato. Tealdi ratificó su postura en una carta, tras lo
cual Afacimera le revocó su mandato en la Comisión de Bioética.
Lo hizo a propuesta del decano de Medicina de laUniversidad de la Plata
Rodolfo Hernández, y con el apoyo entusiasta del ex decano de Medicina
de la UBA, el menemista Luis Ferreira.
Lo que más me inquieta, repasa ahora Tealdi, es
que una corporación castigue a una actitud de defensa del respeto
por los derechos humanos, que son la base de la democracia.
El médico no sabe si el decano de la Facultad de Medicina de La
Plata, quien mocionó esta sanción, tuvo el respaldo del
Concejo Superior de la Universidad. Tampoco ha definido todavía
si iniciará algún tipo de medida judicial. En realidad,
dice lo que me importa es encontrar algún mecanismo para
que el Ministerio de Salud reafirme la vigencia del Nunca Más.
Que lo tome, por ejemplo, como base de una ética mínima
para una nueva Comisión Nacional de Etica Biomédica. Mi
aspiración es que en las instituciones quede sentado cómo
deben ser las cosas y cuáles son los valores que deben estar por
encima de cualquier otra cosa.
En la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, una de
las instituciones que eligió a Rodríguez Varela para que
la representara en el Comité de Bioética no respondieron
los llamados de este diario. En la de Derecho, el doctor Roberto Martínez
Ruiz, su titular, aclaró que el ex ministro de Videla ya
renunció y sostuvo que sus antecedentes no lo inhabilitan.
Son cosas distintas opinó antes de despedirse con los
mejores modales; aquella (por su gestión durante la dictadura)
fue una cuestión política, y ésta no lo es.
SE
ESTRENA LA PELICULA (h) HISTORIAS COTIDIANAS
Las historias de los chicos
Por L. B.
Hay un punto donde pasado presente
y futuro son una misma cosa, como si el tiempo no existiera. Hay un punto
en el que, para resolver el presente, y así pensar en el futuro,
se necesita resolver el pasado. Es la historia del país, una metáfora
o una reflexión científica sobre la relatividad. Puede ser
todo eso y sería más fácil de resolver o no. Desgraciadamente
es la historia de cada uno, es la vida, algo tan concreto que resulta
estúpido tratar de explicárselo a otro porque está
metido en los genes de la condición humana, en la angustiante conciencia
de cada uno como persona, esa conciencia que trata de respaldarse en una
identidad, en un sentido de uno mismo. Un hijo de desaparecidos visita
la casa donde secuestraron a su madre y va a un alejado cementerio para
tratar de adivinar adónde están sus restos. El otro reconstruye
la última vez que vio a sus padres cuando lo despidieron en la
puerta de la escuela del barrio. O una piba que necesita hacerle un homenaje
a su madre desaparecida, en la puerta de la casa de departamentos de donde
fue secuestrada.
(h) Historias cotidianas, el documental dirigido por Andrés Habegger,
se presentó el martes 12 de diciembre en Festival de Cine de La
Habana y será estrenada en la Argentina el próximo 24 de
marzo, al cumplirse otro aniversario del golpe militar. Son las historias
de seis hijos de desaparecidos: Christian Czainick, Martín Mortola
Oesterheld, Victoria Ginzberg, Ursula Méndez, Florencia Gemetro
y Claudio Novoa. El director de la película es hijo de Norberto
Habbeger, que fuera subdirector del diario Noticias en los años
70 y que también está desaparecido.
Las preguntas que se formulan los protagonistas son las mismas que debe
resolver o que ha resuelto su director, es un diálogo consigo mismo.
Pero esto que es tan claro cuando se trata de hijos de desaparecidos,
es también aplicable para los espectadores, y aún para los
que sin ver la película son ciudadanos de un país con una
historia desaparecida, con una identidad en crisis, con la conciencia
de estar deambulando sin un sentido preciso.
Hay una historia que no se podía contar durante la dictadura. Era
la historia de sus padres. Los chicos tenían que mentir para resguardar
su vida. Y a veces, como le pasó a Ursula a los diez años,
cuando la contó, transgrediendo todas las advertencias, su confidente
resultó ser hija de un policía. Fueron historias celosamente
guardadas por un guardián que no deja su trabajo así nomás:
el miedo.
Historias cotidianas quiere decir eso: esta es la historia de seis hijos
de desaparecidos, pero las preguntas que se hacen ellos sobre su historia,
son las mismas que se debería hacer cualquier argentino. No se
trata de la historia de otro, sino la de cada uno de los argentinos que
le puso el miedo de guardián a su propia historia. Ese argentino
que no sabe dónde está parado ni adónde va, tiene
que encontrarse con la historia para construir su destino.
El miedo a veces oculta y a veces agiganta y mistifica algo que se conoce
apenas de reojo. El peso de reconstruir cada historia implica dolor, pero
para los hijos de desaparecidos es casi imposible no hacerlo porque se
trata de los padres que no conocieron o apenas conocieron. La travesía
por esa reconstrucción, que es el eje de la película de
Habegger, es dolorosa y además impone límites porque es
tomar conciencia de que uno es también por su historia, o sea que
esa historia impone condiciones aunque incluso no se la haya vivido más
que como un recién nacido. Es lo que se llama identidad.
Hay una tendencia en la sociedad argentina a considerarse también
como una especie de recién nacida, donde se maquilla o se trata
de ocultar aquellos aspectos de la historia que no fueron como se quisiera.
Y enmuchos de esos detalles está la explicación de muchos
de los hechos tragicómicos de las historias cotidianas de la actualidad.
|