Ayer la afronorteamericana Condoleezza
Rice fue designada por el presidente electo George W. Bush para encabezar
el Consejo para la Seguridad Nacional. Pero casi simultáneamente
recibió un fuerte repudio de la comunidad negra y de los demócratas
en el Congreso, los dos grupos con los que el futuro mandatario republicano
busca reconciliarse.
El reverendo Jesse Jackson, líder negro e histórico activista
de los derechos civiles, junto a Dick Gephardt, líder demócrata
en la Cámara de Representantes, rehusaron reconocer la legitimidad
de la presidencia de Bush. Acepto la legalidad, dijo Jackson.
Pero no la legitimidad, aclaró. Según Jackson,
muchos negros opositores a Bush en una proporción de 9 a
1, fueron privados de sus votos en la pasada elección.
Una encuesta publicada en la revista Newsweek de hoy lunes arroja estos
números: un 68 por ciento acepta la legitimidad de Bush, pero un
29 la rechaza. Bush se refiere a sus problemas con negros e hispanos en
una entrevista publicada hoy en Time, que lo eligió su persona
(antes se decía hombre) del año. Y mientras
que los líderes republicanos dicen que las designaciones del nuevo
staff de la Casa Blanca se fundan en el mérito, Bush no hace ningún
esfuerzo por esconder el carácter simbólico que exhiben.
Insiste, orgulloso, en que Rice es la primera asesora de Seguridad Nacional
negra, Colin Powell el primer negro en la Secretaría de Estado.
Y Al González, designado ayer, el primer hispano en la asesoría
legal de la Casa Blanca.
OPINION
Por Carlos Escudé*
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El hijo de papá Bush
El nuevo gobierno norteamericano produce una extraña sensación
de déjà vu que, para bien o para mal, no tiene su
correlato en la Argentina. Habrá un Bush en la presidencia,
un Dick Cheney en la vicepresidencia y un general Colin Powell en
el Departamento de Estado. Esto significa que junto con la unción
del hijo de Bush, quien fuera secretario de Defensa durante la gestión
del padre será ascendido a vicepresidente, y quien fuera
jefe del Estado Mayor Conjunto será ascendido a jefe de la
diplomacia norteamericana. Por cierto, Cheney y Powell fueron la
dupla que manejó la guerra del Golfo, y en la etapa post-Clinton
pasarán a desempeñar un papel aún más
trascendente. Este escenario nos permite predecir un involucramiento
militar menos frecuente en el exterior, a la vez que más
contundente cuando se produce. La doctrina de Powell, compartida
por el presidente electo, es que cuando los EE.UU. intervienen militarmente
en el extranjero deben hacerlo con objetivos muy precisos y fuerza
avasalladora. El nuevo equipo invertirá en la máquina
de guerra y probablemente también intente desarrollar un
escudo defensivo contra misiles. A su vez, la nueva administración
probablemente sea tan sensible como lo fue la de Bush padre a la
postura de países como el nuestro frente a los objetivos
estratégicos de su política exterior. Cuando hablo
de países como el nuestro me refiero a una categoría
muy particular de países: aquellos que no solamente son periféricos
sino que no son estructuralmente importantes para los intereses
vitales de los EE.UU., a la vez que necesitan de la buena voluntad
de esa potencia. Países como la Argentina están en
el peor de los mundos posibles porque no existe ningún motivo
estructural para que EE.UU. les haga favor alguno, y deben ser muy
imaginativos para hacerle favores políticos a la superpotencia,
que oportunamente los dote de una relevancia artificial. Así,
durante la gestión de Bush padre, la Argentina pudo superar
su crisis hiperinflacionaria gracias a que compró una cuota
de buena voluntad mediante un alineamiento claro con los objetivos
estratégicos norteamericanos. El caso de la guerra del Golfo
es paradigmático: convirtió a la Argentina en un país
relevante para EE.UU., a pesar de nuestra irrelevancia estructural.
Con la gestión del hijo de Bush, el Plan Colombia y el ALCA
se convertirán en oportunidades análogas a lo que
fue la guerra del Golfo durante la gestión del padre. La
Argentina, sumida en una crisis económica que no se superará
sin una inyección de confianza que sólo puede provenir
de Washington y Nueva York, sólo tiene futuro si compra esa
confianza sumándose a estas nuevas cruzadas, generando para
sí una relevancia artificial. Lamentablemente, nuestro gobierno
actual no está dispuesto a jugar este juego, y será
responsable de la miseria creciente de los argentinos.
* Politólogo, ex asesor de la Cancillería durante
la presidencia de Carlos Menem.
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