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PALESTINOS E ISRAELIES SE SENTARAN A NEGOCIAR
Buscando el acuerdo perdido

En medio de grandes resistencias internas, israelíes y palestinos viajarán a EE.UU. para negociar el fin de la Intifada.

Los hermanos de un palestino muerto ayer en Rafah, franja de Gaza.

En un contexto cada vez más desfavorable, israelíes y palestinos irán entre mañana y el martes a Estados Unidos, una vez más, para poner fin al conflicto que ya va camino a los tres meses de duración. Las delegaciones, encabezadas por los dirigentes más importantes de ambas partes, se reunirán por separado con funcionarios norteamericanos, aunque el líder palestino Yasser Arafat no descartó que esto forme parte de la preparación de una nueva cumbre entre él y el premier israelí Ehud Barak. La situación es apremiante: ayer hubo seis muertos palestinos en Cisjordania y Gaza, dentro de Israel y entre los palestinos hay grandes resistencias a cualquier acuerdo, y tanto Barak como Arafat disponen de menos de un mes para alcanzar alguno, ya que el 20 de enero asume George W. Bush como nuevo inquilino de la Casa Blanca y los analistas predicen un congelamiento del esfuerzo estadounidense en Medio Oriente. Entretanto, el derechista Benjamin Netanyahu, favorito para derrotar a Barak en los comicios de febrero, espera esta semana quedar confirmado como candidato a premier.
El margen de negociaciones entre palestinos e israelíes es muy estrecho, y el camino extremadamente complicado. El canciller interino israelí, Shlomo Ben Ami, dijo que, para poner fin a la violencia, su gobierno estaría dispuesto a aceptar que la Explanada de las Mezquitas (donde estalló el 28 de septiembre la Intifada actual) sea parte de un futuro Estado palestino, pero no con una soberanía total. El otro punto que podría ponerse en la mesa es la entrega definitiva del 95 por ciento de Cisjordania con dos condiciones: que las colonias judías dentro de ese territorio (que son más de 200) queden bajo soberanía israelí y que se posponga por el momento el tema de los refugiados palestinos que deseen volver a Israel.
“Todo va a ser discutido en Washington”, dijo ayer Arafat. Sin embargo, si ésta es la propuesta israelí, está por debajo de lo que se negoció sin éxito en Camp David (Estados Unidos) en julio, cuando el líder palestino se habría negado a otra cosa que no fuera una Jerusalén Oriental plenamente palestina, incluyendo la Explanada de las Mezquitas. En cuanto a la cuestión de las colonias, la comentarista del diario israelí Haaretz, Amira Hess, explicó durante la semana pasada que pretender de los palestinos su reconocimiento es imposible. Por ejemplo, dice Hess, el mayor asentamiento de Cisjordania, Maalé Adumin, cercano a Jerusalén y que jamás Barak pensó entregar, corta la región en dos mitades. “¿Cómo un palestino podría sentirse en un Estado independiente si cualquier viaje para trabajar o ver a la familia significa encuentros diarios con soldados extranjeros?”, se preguntó la comentarista.
Como en Camp David, otro de los obstáculos es la resistencia política dentro de Israel y de la Autoridad Palestina, que es mucho mayor hoy que en julio. Del lado palestino, nada menos que el secretario general de al-Fatah (el movimiento de Arafat) en Cisjordania, Marwán Barghouti, instó ayer a continuar la Intifada y a oponerse a todo acuerdo con Israel en estas condiciones. Y el líder del partido derechista israelí Likud, Ariel Sharon, declaró ayer que su partido no reconocerá cualquier acuerdo que pueda firmar Barak, ya que el premier no tiene derecho a negociar en nombre de Israel, habiendo presentado su renuncia hace ocho días. Es más: existe una ley parlamentaria por la que ningún premier puede suscribir un acuerdo sin que lo apruebe el Parlamento con los dos tercios de sus integrantes. Y el apoyo a Barak apenas supera un tercio de ellos.
Como algunos analistas opinaban en los tiempos de Camp David, justamente porque todo indica el fracaso, quizás haya un éxito. Un acuerdo para detener la Intifada parece la única carta de que dispone Barak para levantar sus –por ahora– pocas posibilidades de triunfo en los comicios de febrero. El derechista Netanyahu viene arrasando en las encuestas y también se está abriendo su camino legal para presentarse como candidato. Mañana serán las primarias dentro del Likud y todo indica que derrotará a Sharon. La comisión de leyes del Knesset (Parlamento israelí) aceptó ayerla ley por la cual cualquier ciudadano puede presentarse como candidato, y con las aprobaciones que faltan, Netanyahu tendría vía libre.
Ahora, el ex premier (1996-1999) deberá esperar a que el Knesset vote su autodisolución, algo que uno de los partidos más importantes, el ultrarreligioso Shass, no quiere porque teme perder bancas en los comicios. Netanyahu fue claro al rechazar la posibilidad de ganar las elecciones manteniendo la composición parlamentaria actual. “No quiero la victoria por la victoria, ni encontrarme al frente de un país sin capacidad de decisión. No quiero estar al frente de una Cámara ingobernable”. Si todo sale bien para Netanyahu, entonces los acuerdos de paz que se negociarán esta semana serán un tenue recuerdo.

 

SUBRAYADO
Por Claudio Uriarte

El reloj de la muerte

Yasser Arafat, el líder palestino, y Ehud Barak, el primer ministro israelí, tienen cada uno varias pistolas apoyadas contra sus respectivas nucas. Según lo que se sabe, esta proximidad entre masa encefálica y plomo real resulta un poderoso estimulante para la velocidad de pensamiento, y mucho más cuando las pistolas tienen un plazo muy corto para disparar: las elecciones israelíes de comienzos de febrero y, aún más apremiantemente, el fin de la presidencia de Bill Clinton el 20 de enero.
Arafat, Barak y Clinton están involucrados en una especie de diplomacia terminal, para tratar de salvar lo que las primeras dos partes echaron por la borda de lo que se había logrado en la cumbre de Camp David en setiembre. Podrá parecer inverosímil que ahora, después de los 335 muertos de la Intifada palestina iniciada en setiembre, las partes se decidan a acordar sobre lo mismo por lo cual acudieron previamente a la provocación y la violencia, primero con la chicanera visita del ultranacionalista israelí Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas también en setiembre y luego con una Intifada que no fue todo lo espontánea que Arafat quiso representar ni todo lo dirigida y calculada que Israel y sus propagandistas acusaron. Pero, en cualquier caso, los líderes de ambos pueblos se encuentran ahora inequívocamente en el final de sus respectivos juegos: la Intifada sólo logró potenciar un casi seguro cambio de gobierno a la derecha en Israel en febrero, mientras la reluctancia de Barak a poner toda la carne en el asador en la cumbre de Camp David con los palestinos –junto a su paralela campaña de colonización– dio combustible al incendio de la Intifada tras la frustración palestina de siete años de negociaciones escasamente concluyentes.
El tercer actor que llega al fin del juego es el amigo americano, por la simple razón de que Bill Clinton debe dejar la Casa Blanca el 20. Por su proximidad a la industria del petróleo, el presidente electo George W. Bush parece encaminado a una política más proárabe que su predecesor, pero Arafat apenas tendrá tiempo de aprovechar esta ventaja entre los reclamos que salen de sus filas y la casi seguridad de que el próximo primer ministro israelí será Benjamin Netanyahu, bajo cuyo anterior gobierno se estancó la mayor parte del proceso de paz y que, de ser elegido, lo será con el mandato explícito de aplicar mano dura contra los palestinos. En este panorama agónico se están tendiendo de nuevo unos últimos, débiles puentes, porque pronto llegará la noche.

 

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