Por Esteban Pintos
Los Piojos convocaron la mayor
multitud de su carrera de más de una década, en el cierre
de su año más convocante. Fueron 30.000 personas en la noche
del sábado, en la vieja cancha del barrio de Villa Crespo, como
reafirmando una temporada de puro suceso: en siete funciones en el estadio
Obras, fueron otras 35.000 personas las que los vieron y, por si fuera
poco, con la aparición del nuevo disco, el potente Verde paisaje
del infierno, suman unas 50.000 copias vendidas. Todo en un año
de crisis para el espectáculo y el mercado discográfico
rockeros de la Argentina. No es poco.
Las razones de este fenómeno -.no olvidar que este mismo año,
sus amigos pero rivales de convocatoria, La Renga, sumaron
igual cantidad de público en dos funciones en el estadio de Ferro,
hay que encontrarlas mucho más en la tradición de la banda
y su público, que en un circunstancial impacto de un disco o un
par de canciones, como sucedió .ya lejano en el tiempo-. con Tercer
Arco y sus hits Verano del 92 y El farolito. Ahora
Los Piojos no tienen aquellos números infalibles para ofrecer,
ni siquiera han vuelto a saltar el cerco que divide la convocatoria rockera
de la difusión masiva. Puede decirse, perfectamente, que en este
2000 de bolsillos flacos y corazones tristes han sacado chapa de clásico
contemporáneo del rock argentino. No necesitan de golpes de efecto
para movilizar y enfervorizar multitudes. Están en otro nivel.
El espectáculo con el que presentaron su último disco tuvo
varios rasgos de esa mayoría de edad adquirida por imposición
de sus fans: fue contundente y emotivo, bien producido y con las dosis
exactas de compromiso, calidad rockera, canciones inolvidables, participación
coreográfica de la masa seguidora -.parte del show, indudablemente-.
y un sentimiento de distensión que no viene mal en este tiempo.
En un sábado particularmente difícil en el fútbol
de la ciudad y alrededores, el show de Los Piojos operó casi como
un bálsamo de música y alegría. Fiesta.
En un set previsto con todas las nuevas canciones y varias de las que
saben todos -.aunque faltara el Babilonia pedido por la multitud
que llenó el campo y plateas y tapizó de banderas las tribunas,
hubo momentos que sí merecen una mención, que además
pueden servir como argumentos irrefutables en la afirmación anterior
(la de Los Piojos como clásico). La progresión instrumental
de Quemado, que deriva de canción con todos los tics
redondos hacia una contemplación instrumental alla Doors, volvió
a incluir la oscura Dont turn blue, de Sumo. Y esta
vez, potenciado su efecto ensoñador con la guitarra de Ricardo
Mollo. Un gran momento del show: Andrés Ciro musitando and
the rain fall down the city, and the rain fall down the city, por
sobre un tramado eléctrico tejido por su ejecutor original. Un
rato más tarde, ya en el momento de la catarata final irresistible,
el momento de paz que sucedió con una emotiva interpretación
de Muy despacito: el cantante, enfundando en una camiseta
de la Selección argentina obsequio de Pablo Aimar -.amigo y seguidor
de la banda, uno de los tantos futbolistas en esa condición, seguramente
el más notorio de todos, dio espaldas al público,
subió la camiseta hasta colocársela como una capucha y tocó
la armónica. Fue otro momento mágico, de esos que pueden
detenerse en el tiempo y en la memoria. Pero más allá de
las polaroids, se sucedió un contundente recital de canciones pop-rock,
en un arco rítmico que incluye el candombe, la milonga, la cumbia,
el rock and roll y el funk, este último un territorio bastante
más visitado que antes, una huella del nuevo baterista Sebastián
Cardero. El nuevo material que compone Verde... tiene bastante de eso,
esto es: aquella policromía rítmica que les permitió
a Los Piojos hacerse un lugar de privilegio en la camada del nunca bien
ponderado rock barrial, pero con acento en la contractura
de ritmos derivados del funk duro. Una de las canciones con más
claras intenciones discursivas de este disco, Globalización
-.la otra es María y José, tuvo una respuesta
acalorada de la multitud, que tanto seguía el ritmo como escupía
su letra antiimperialista. Puede decirse que, en realidad, el antiimperialismo
que refuerza una posición política nacional y popular de
la banda .explicitada también en la oda murguera, reconvertida
al rock duro, San Jauretche sobrevoló el show
y tuvo su clímax en una trilogía integrada por la mencionada
Globalización, El reggae rojo y negro y
Maradó. Allí estuvieron los elementos centrales
de la cosmovisión piojosa del país, la realidad y el mundo:
Globalización tuvo imágenes cedidas por Leonardo
Favio de su film Perón, sinfonía de un sentimiento, el reggae
cubano volvió a ser ilustrado por una película
de dibujos animados creada en La Habana y el hit Maradó,
un increíble compilado de imágenes que muestran en todo
su esplendor el talento del ídolo. Allí, en esos doce o
quince minutos de funk, reggae y rock and roll, estuvieron resumidos:
la resistencia al modelo capitalista que baja como dogma de los EE.UU.,
la respuesta emotiva de solidaridad con un pueblo víctima como
nadie de ese modelo (bloqueo y demás) y la apelación sentimental
por el hombre que, aun desde sus contradicciones, ha simbolizado esa resistencia
para los miles de jóvenes que gritaban, agitaban banderas, encendían
bengalas y saltaban en la cancha de Atlanta.
En todas estas cosas, y en el fervor latente en cada canción, aparecen
algunas de las más contudentes razones para entender cómo
es que Los Piojos ingresaron, este año, a las ligas mayores del
rock hecho en Argentina. Estar en el momento adecuado y en el lugar correcto,
con las canciones como banda de sonido de una época y un lugar,
es el mérito de Los Piojos. Nada menos. Nada más.
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