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el Kiosco de Página/12

Defensa
Por Antonio Dal Masetto

La semana pasada pudimos enterarnos de las desventuras del señor K a raíz de una contravención por haber metido el auto de trompa sobre la vereda unos segundos, el tiempo suficiente para entrar en su casa y abrir el portón del garaje. El abogado defensor de oficio, en la primera entrevista, le había asegurado a K que seguramente todo quedaría en nada, ya que eran tan pocos los fiscales y tantas las contravenciones que no daban abasto. En el largo camino hacia el juicio oral y público intervinieron, además del citado abogado defensor de oficio, los dos policías que libraron el acta inicial, una secretaria, un par de secretarios, varios empleados, el fiscal, un oficial de justicia, dos testigos, peritos agrimensores, un equipo de filmación, más policías, una visitadora social, el juez. Mucha gente por un auto detenido unos segundos sobre una vereda, piensa el señor K. 
El juez finalmente absolvió al señor K. El abogado defensor lo felicita, tuvo suerte; el juez estuvo benévolo, pero no cante victoria todavía porque el fiscal está obligado a apelar, aunque es casi seguro que no lo haga porque los fiscales son tan pocos y tienen entre 12.000 y 15.000 casos cada uno, así que tranquilidad. El señor K no está tranquilo, el boga ya le pifió una vez, al comienzo, cuando anunció que el juicio no iba a prosperar, digamos que no se mostró muy eficaz como pitoniso. El señor K ya no confía en nadie y se ve dentro de unos meses ante la Cámara, no enfrentado a un juez sino a tres. Se ve ante la Corte Suprema. Se ve terminando con sus huesos en la sórdida gayola. Su inquietud aumenta y aumenta. 
El señor K es una persona prolija y tenaz. Comienza a armar su propia defensa. Lo primero es lo primero y acude a una biblioteca y se pone a estudiar Derecho Romano. Encuentra una máxima de los pretores que inmediatamente adopta como un estandarte: Secundum aequitas et bono (lo que más se acerca a la equidad es lo mejor). Además se compra una máquina fotográfica con fechador y zoom, y un medidor electrónico, de esos que cuando se apunta a un objeto, zippp, aparece la distancia registrada en el visor. El señor K alterna sus horas en la biblioteca con caminatas por la ciudad detectando veredas ocupadas. La ciudad está lleno de tipos que se apropian de las veredas. ¿Por qué los engranajes de la Justicia se ensañan con él? ¿Por qué tanto celo judicial por algo tan insignificante? Secundum aequitas et bono. Saca fotos, mide los pasadizos que quedan para los peatones y toma nota en una libreta. Dorrego del 0 al 300, Honorio Pueyrredón del 1100 al 2000. Warnes: guardabarros, cubiertas, radiadores, un aquelarre de cachivaches por todos lados. Los alrededores del cementerio de Chacarita. Avenida Alvarez Thomas donde la concesionaria Díaz Automotores exhibe los autos alineados sobre la vereda como lechoncitos esperando la teta. Si los vendedores están atendiendo a posibles compradores, los pedidos de permiso para pasar son ignorados y los peatones tienen que bajar a la calle. Y Belgrano, el centro, Flores, Recoleta. Maceteros gigantescos de concreto frente a las confiterías. Hay que hacer cola para pasar. El que riega los maceteros lo más probable es que te empape. En un taller que trabaja en la vereda al señor K le queman los pantalones con el soplete. En otro lo salpican con pintura. El mozo de un gran restaurante que instaló un anexo en la vereda se lo lleva por delante, casi le rompe los dientes con el filo de la bandeja y lo increpa: fíjese por dónde camina. En cada uno de esos minúsculos desfiladeros sufre contratiempos. Llega a su casa chamuscado, mojado, sucio, humillado. Pero su carpeta de evidencias va aumentando y seguirá buscando pruebas que, supone, le podrán servir de argumento para su contundente defensa. Secundum aequitas et bono. Mientras tanto el señor K no olvida la lección aprendida: nunca más en esta vida ni en la próxima volverá a estacionar el auto sobre la vereda para entrarlo en el garaje. Avisa a su esposa por el celular cuando está a un par de cuadras de distancia; ella abre el portón y el señor K entra como chicotazo y frena contra los colchones que colocó en la pared del fondo. Tiempo total del cruce de vereda: un octavo de segundo. Cuando la esposa no está, el vecino fiel que fue testigo en el juicio la reemplaza. 
Pasan las semanas, en cualquier momento llegará la nueva citación, el señor K sigue devorando tomos sobre Derecho Romano y reflexiona que en Roma los pretores siempre eran elegidos por su inteligencia, sensatez y honestidad. Ahora bien, se pregunta, estos señores de hoy que me aguardan en el estrado ¿sabrán algo de latín?, ¿entenderán lo que quiere decir Secundum aequitas et bono?


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