Por Cristian Vitale
Desde Villa Gesell
Hace 35 años, Villa Gesell no era el paraíso de los hippies, ni el sitio ideal para los campamenteros, ni mucho menos el edén de los adolescentes de clase media. Era, apenas, uno de los tantos pueblos con playas más o menos paradisíacas del Atlántico argentino, con vecinos poco acostumbrados a los cambios rápidos, a las irrupciones. Sin embargo, esos vecinos resultarían testigos del origen del rock nacional. Era la época de La Cueva porteña, cuando el rock nacional empezaba a intentar ser una mezcla de vanguardia, entusiasmo y desinterés. En aquel verano de 1965, un grupo de seres exóticos �vestidos con sandalias, camperas de cuero y pantalones de corderoy� comenzaron a transformar a Villa Gesell en un lugar de culto para las hordas hippies sesentistas, antes que Miguel Cantilo y compañía descubrieran El Bolsón. Eran Moris, Rocky Rodríguez, Iván �que lloraba mientras cantaba� y Javier Martínez. O sea, Los Beatniks, más sus compañeras y algunos bohemios hartos de la urbe, que fueron allí a discutir libremente sobre hipocresía social, pacifismo y libertad sexual, o a cantar, mientras la marea bajaba, cosas como �Rebelde me llama la gente/ rebelde es mi corazón/ soy libre y quieren hacerme/ esclavo de una tradición�. Dice la leyenda que Miguel Abuelo y Pipo Lernoud se conocieron viajando a dedo rumbo a aquel verano inolvidable.
Los reconocimientos tardan pero llegan, y los números redondos suelen ser una tentación. La municipalidad de aquel pueblo devenido ciudad turística aprovechó la inauguración de la nueva temporada veraniega para homenajear a Moris, descubriendo una enorme placa de cedro en Avenida 2 y Paseo 107, donde aquel mítico verano compuso �Rebelde�, �Soldado� y �No finjas más�, algunos de los primeros temas grabados del rock nacional, junto a los que interpretaban Los Gatos Salvajes. �Aquí funcionó el Juan Sebastián Bar, donde Moris y sus amigos dieron nacimiento al rock argentino. Verano 65/66�, dice la placa, tallada a mano por una artesana que conoció a Moris en aquellos tiempos.
Los festejos continuaron muy cerca de allí, en la rambla, donde Moris y una respetable banda de músicos locales brindaron un mini-recital recreando las canciones que dieron color a la Gesell de los �60. Teloneados por Turf, tocaron �Rebelde�, �El oso�, �Sábado a la noche�, �Ayer nomás� y �Pato trabaja en una carnicería�. Luego hubo fuegos artificiales y una fiesta que copó la noche a puro candombe, batucada, bohemia y fogones orilleros a la vieja usanza hippie, en el pub playero Windy. �El Juan Sebastián Bar fue una aventura compartida por músicos, bañeros, artistas, poetas y chicas que vinimos a Gesell buscando aventura, emoción y vida�, recordó un emocionado Moris a Página/12. �Nos encontramos con que podíamos ser libres, porque la geografía nos daba libertad. Acá era todo tierra, noches estrelladas, no existía la policía. Era el no tiempo, no había teléfonos, fax, ni telegramas. Estábamos afortunadamente aislados del mundo�, dijo. �En aquel momento no teníamos conocimiento de lo que iba a pasar, sólo intuíamos que algo se estaba gestando. Fue una época creativa, polémica, mágica y misteriosa.�
Hoy, aquel lugar ya no podría tolerar que alguien pinte las paredes con leyendas del tipo: �No hace falta un profeta sino 3 mil millones de profetas�, como hacía Artemin, el barbudo plomo de Los Beatniks, mientras la banda sonaba en las noches gesellinas. �El hacía lo mismo que Charly, pero hace 35 años�, remarca Moris. Tampoco están los tanques de agua fría de YPF, donde Birabent padre se bañaba a las 5 de la mañana para sacarse el sudor después de cada show. El Juan Sebastián Bar, luego de un tiempo en manos de Daniel Piazzolla, se transformó en el Hotel Arco Iris y sólo recibe turistas. Pero el espíritu de aquella Gesell que fundó Moris parece estar vigente. �Hoy es un lugar muy parecido al que conocí. Tiene ese sabor de amistad y compañerismo. Todavía te encontrás con viejos barbudosque te abrazan o con barras de pibes y pibas cantando �El oso� en la playa, tomando y convidando ron con ginebra. Me siento un amigo de todo el mundo�, dice Moris.
El reconocimiento también cruzó fronteras. Moris pasó más de 10 años de su vida profesional en España, donde grabó tres discos: Fiebre de vivir (1978), Mundo moderno (1980) y ¿Dónde están las canciones? (1981). Y Madrid, por lo visto, nunca lo olvidó. Una carta firmada por Ramoncín, Joaquín Sabina, Luis Eduardo Aute y Víctor Manuel, entre otros, llegó desde España y lo sorprendió, mientras esperaba el evento. �Queremos trasladarte nuestra más sincera felicitación y hacerte llegar nuestro cariño y adhesión como compañeros en ese esfuerzo diario que supone el quehacer cultural y creativo y que, en definitiva, hace posible que entre todos nos entendamos más�, dice la carta. Moris se limitó a ampliar el reconocimiento a otros artistas que acompañaron el desarrollo del rock nativo: �Este homenaje lo hago extensivo a todos mis colegas, tanto a los más veteranos como Spinetta, Manal, Vox Dei o Charly García, como a Los Redondos, Memphis y la Mississippi�.
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