Una pausa junto al
pesebre
El asno y el buey, no mencionados en el Evangelio de Lucas, ganaron
su lugar en la historia navideña cuando San Francisco de
Asís, en 1233, los invitó a la misa de Nochebuena
que celebró en una gruta, a unos ochenta kilómetros
de Roma, y de ahí se extendió por el mundo de la época.
La fragilidad del Niño, contemplado por María y José,
habla con elocuencia de la cercanía y ternura de Dios. Ahí
están los pastores que con sus ovejas llegan respondiendo
al anuncio angélico, precediendo a los magos con sus camellos
y presentes, representando así la Humanidad entera. Desde
Nápoles se difundió que las figuras de madera, de
yeso o estuco estuvieran en su ambiente, recreándose con
pretensión arqueológica o desbordante imaginación,
según los casos, la campiña y la pequeña ciudad
de David: casas, palmeras, fortalezas y sinagogas, con sus luces
titilando.
A fines del siglo XVI se encuentran ya pesebres en la quebrada de
Humahuaca, y, de ahí en más en cada ciudad y pueblo,
en cada casa y en cada iglesia de nuestro territorio. Infinidad
de villancicos se han entonado en honor del Niño, sin olvidar
a los otros protagonistas de la aquella Noche, respondiendo a la
convocatoria del pesebre, desde Vamos, pastorcitos, vamos
a Belén, que en Belén acaba Jesús de nacer
a Noche anunciada, noche de amor, Dios ha nacido de palo y
flor de la Navidad nuestra de Félix Luna
y Ariel Ramírez, entre tantas otras.
A lo largo de los siglos, los hombres y mujeres se han hecho niños
con el Niño de Belén, única forma de acercarse
al gran misterio de un Dios que sale a nuestro encuentro. Entre
admirativo y emocionado, casi no hay quien pase sin detenerse frente
al pesebre, así sea con la nostalgia de una infancia perdida.
Concluimos un siglo. Se han sumado otras representaciones con el
aporte de diversas culturas, entre ellas el árbol, símbolo
pagano cristianizado, como el que cada año los ocupantes
de la Casa Blanca erigen en su jardín, y el rollizo y simpático
Santa Claus, ataviado para latitudes en las que los renos pueden
surcar los caminos helados, con fondo de jingle bells.
No hay necesaria oposición entre unas figuras y otras, que
a menudo van juntas para alegría de los niños. Con
la diferencia de que las de Belén son parte de una historia
en que los cristianos reconocen la de su salvación, y aún
más allá de la confesión religiosa, los hombres
de buena voluntad aceptan como parte relevante del patrimonio
cultural de nuestro pueblo, formado en las vertientes de otros pueblos
en los que el pesebre acompañó la historia, Navidad
tras Navidad.
Al pesebre llegaron María y José porque no había
lugar para ellos en la posada. Hoy las representaciones del
nacimiento buscan su espacio en la vida y en los corazones de los
pobres, aunque también la de los sabios y poderosos si saben
hacerse pobres en su corazón. Nos recuerdan las tradiciones
populares y una fe que por ser cristiana y católica, como
es la de la mayoría de los argentinos, propone su mensaje
a todos con respeto cordial. El pesebre hace que en cada Navidad
el descorchar de botellas y la inútil cohetería no
nos permita olvidar a todos los que no encuentran lugar en la posada,
a los solos, los excluidos, los enfermos, los encarcelados, que
pasan por ello la Navidad, quizá sin saberlo, en estrecha
cercanía con el niño envuelto en pañales
y recostado en un pesebre.
Las figuras del pesebre están a las puertas de la Casa de
Gobierno. Los argentinos, incluso los creyentes de otras religiones,
y aun los que no tienen ninguna, están invitados a reconocerse
en ellas, a hacer una pausa en su andar para volver a sus casas
portadores de una gran noticia para todo el pueblo:
que la paz, la solidaridad, el amor, la justicia, son posibles a
partir de cada uno y del esfuerzo de todos.
* Secretario de Culto de la Nación.
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