Por Hilda Cabrera
Nuevamente sonó la campana
en el Teatro del Pueblo. La tañeron las míticas Celia y
Rosa Ereski, actrices que conformaron la agrupación de igual nombre
que lideró el dramaturgo, director y periodista Leónidas
Barletta. Ellas fueron quienes (junto a la fallecida Josefa Goldar, esposa
del teatrista) cuidaron de la sala tras la muerte de Barletta, en marzo
de 1975, a los 72 años, convirtiéndola en galería
de arte. El Teatro, incendiado en 1945, cerrado en 1966 y reabierto en
1988 con el nombre de Teatro de la Campana, se encuentra desde 1996 a
cargo de la Fundación Carlos Somigliana (ahora en sociedad con
el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, dueño del predio),
cuyos integrantes festejaron el martes un doble aniversario: los 70 años
de la fundación del Teatro del Pueblo por Barletta y los 10 de
SOMI.
Roberto Cossa, presidente de la entidad, fue el encargado de repasar la
historia de esa sala (ubicada en el subsuelo de Diagonal Norte 943) que
en 1943 sirvió de refugio a Barletta y sus artistas, cuando éstos
fueron desalojados por la Municipalidad del predio de Corrientes 1528,
y de destacar la rebeldía de un director que consideraba al teatro
de arte un arma de resistencia cultural. Fue Cossa quien invitó
a los actores Alejandra Boero y Onofre Lovero, y a una joven actriz, a
que leyeran un texto de un famoso crítico de época, Raúl
Larra, que describe los esfuerzos de Barletta para atraer la atención
de los paseantes desde un barracón de Corrientes al 400. Los campanazos
de su teatro surgían allí donde, según cuenta, moría
la noche de Buenos Aires. Eran los tiempos en que la piqueta carcomía
el subsuelo de la ciudad, donde se hacinaban los trabajadores, entonces
anónimos polacos contratados para el subte del Lacroze.
Pero no todo fue historia ni muestra gráfica, homenaje (a Osvaldo
Dragún) y recuento de actividades, consignadas además en
un pequeño libro que fue entregado a los asistentes al acto, organizado
por la Fundación que integran, entre otros, los dramaturgos Eduardo
Rovner, Bernardo Carey, Marta Degracia, Roberto Perinelli y Carlos Pais.
Hubo también protestas contra los funcionarios sordos a los reclamos
que viene realizando el sector, para que se cumplan las leyes dictadas
para beneficiar al teatro independiente. Como apuntó Rovner, Cultura
no nos atiende. Por su lado, Cossa advirtió: Peligra
la tercera cuota que el Instituto Nacional de Teatro debía otorgar
a las salas. Y lo digo desde este espacio que, de alguna manera, puede
sobrevivir, pero no otros que están a punto de cerrar. El
dramaturgo hizo hincapié en la desdeñosa actitud de quienes
los condenan a penosas antesalas y reiterados plantones. Por ello, la
entidad, unida al MATe, Artei, ATI y Cocoa, convoca para hoy a las 11,
a un escrache frente al edificio de Cultura (Av. Alvear 1690). Vamos
a pedir los fondos y, ante todo, respeto sostuvo Cossa. El
INT está haciendo una tarea tremenda, sobre todo en el interior
del país. Todos los que estuvieron en Salta reconocieron que la
Fiesta Nacional tuvo un buen nivel, y que nadie se quedó con un
peso. Pero esto no les importa a los funcionarios.
La protesta no es ajena al teatro. El mismo Cossa hizo recuento de la
febril actividad que en tiempos difíciles desarrollaron los teatristas,
unidos entonces a los artistas plásticos, escritores y músicos.
Asunto que el ensayista y crítico Luis Ordaz dejó consignado
en varios de sus trabajos y en sus referencias al importante papel que
desempeñaron los autores y artistas del Grupo de Boedo en la creación
de un arte rebelde y no elitista. Fue así que, antes y después
del golpe militar del 30, surgieron grupos como Teatro Libre y Teatro
Experimental de Arte (en los que participó Barletta), El Tábano
y La Mosca Blanca (con César Tiempo, León Klimovski, Samuel
Eichelbaum y otros), y después de Teatro delPueblo, La Máscara,
Nuevo Teatro, Los Independientes, Fray Mocho, el Instituto de Arte Moderno,
el Di Tella y muchos más.
La convocatoria al escrache no debilitó el clima de fiesta, al
que contribuyó la lectura de un fragmento de El hombre de la campana,
del crítico y periodista Raúl Larra, testigo de aquella
época de peregrinaje del Teatro del Pueblo, agrupación que,
entre otros espacios ocupó el predio de una ex lechería
de Corrientes al 400. Fue ahí que Boero, Lovero y la joven actriz
que los acompañaba celebraron a su manera al Barletta que hacía
tañir la campana para captar espectadores, colocaba un gran cartel
sobre el frente de su teatro impreso con una frase que animaba a trabajar
sin pausa, mientras en su cartelera lucía un pregón:
El humillado, un acto de Roberto Arlt. Era el tiempo en que el paseante
curioso se preguntaba qué venderían allí, lejos del
ruido del centro, que en aquellos años se concentraba
quince cuadras arriba, la zona de perdición, según
el poeta Calou.
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