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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

Remedios que un día valen 100 y otro 5

Staduvina 40 es un genérico antiviral contra el HIV. El Ministerio de Salud venía comprándolo, a diversos proveedores, para su banco de drogas a un precio promedio de $ 3,90 por comprimido, considerando 1999 y comienzos del 2000. Pero en adquisiciones posteriores, realizadas este año, el precio promedio por pastilla se redujo con cierta violencia: cayó a 20 centavos. Esto equivale a una rebaja del 94,9 por ciento. Y si se toma el nuevo precio como razonable (en todo caso, surgió de ofertas voluntarias efectuadas en licitaciones públicas), la conclusión es que el Estado, sólo para adquirir esa droga, gastó el año pasado 3.556.759 pesos de más, que embolsaron sus afortunados proveedores. ¿El fisco recuperó, vía Impositiva, aunque sea parte del dinero así dilapidado? Tampoco. Pero hay más: algunos abastecedores son los mismos, que primero cotizaban a 100 y luego a 5, por idéntico producto. En el caso de la Staduvina 40, Elvetium proveyó a Salud en 1999 a precios que variaban, según la licitación o la compra directa de que se tratara, entre $ 3,90 y $ 4,08 por comprimido, pero este año cotizó el mismo medicamento a 16 centavos. Elea, por su parte, cobró la unidad $ 3,82 el año pasado y $ 0,27 en el 2000. ¿Cómo es esto posible? De hecho, son datos, y como mínimo demuestran que la industria farmacéutica no tiene virtualmente costos de fabricación. Cobra el precio más alto que pueda, aprovechándose en el caso argentino de la escasez de regulaciones, y de la no aplicación de las vigentes.
No en todos los genéricos se encuentran variaciones tan descomunales en los valores, pero no dejan de ser significativas y de mostrar que el Estado pagaba sobreprecios escandalosos, que en parte sigue pagando. Esto significa que hubiera podido gastar muchísimo menos, o cubrir con el mismo presupuesto las necesidades de muchísimos más enfermos. En el caso de la Lamivudina 150, otro antiviral, la reducción entre 1999 y 2000 fue del 89,3 por ciento. De haber comprado el año pasado a los precios actuales, Salud habría erogado $ 6.050.550 menos. De nuevo, Elea aparece vendiendo primero a $ 3,04 (el valor promedio de las operaciones con diferentes proveedores fue de $ 3,30) y después a $ 0,34. En el Indinavir 400, el ministerio consiguió comprar este año un 32,3 por ciento más barato, con lo que el sobregasto de 1999 fue de 3,4 millones.
La cuestión afecta directamente a toda la población, porque no sólo hay diferencias inexplicables entre sucesivas compras del Estado. También hay una enorme distancia entre lo que éste paga por un medicamento y su precio de venta al público. Esta distorsión, que va mucho más allá de la diferencia entre un precio minorista y otro mayorista, implica que muchos enfermos no pueden acceder al remedio que necesitan. Puede tomarse como ejemplo el Paclitaxel, una droga oncológica que viene en tres presentaciones: frascos ampolla de 30, 100 y 300 miligramos. En el mercado hay varias marcas.
Considerando el frasco de 100 miligramos (con los otros tamaños pasa lo mismo), su precio en farmacias es de 1006 pesos. En la segunda licitación pública de 1999, Salud compró la unidad a $ 495 (en las otras operaciones de ese año los valores fueron parecidos). En abril último, en una nueva licitación, el precio más bajo ofertado fue de $ 329, y el ministerio decidió no aceptarlo. Cinco meses más tarde, en la décima licitación pública del año, pudo comprar el mismo producto a 69 pesos. Repasando: un medicamento que se vende en farmacias a 1006 pesos le era provisto al Estado a 495, pero ahora se lo entregan a 69, es decir, a menos del 7 por ciento de lo que debe pagar un particular que no tenga cobertura. Si el Gobierno está tan preocupado por la salud pública, como dice estarlo cuando abre a las prepagas el negocio de las obras sociales, ¿por qué no incide para que los medicamentos dejen de ser tan abusivamente caros en la Argentina?
Un hecho llamativo es que el ministro Héctor Lombardo no se jacta públicamente de haber logrado reducciones espectaculares en los valores licitados. Ni él ni nadie quiere menear el asunto, como si formara partede algún acuerdo de no agitar el tema. En realidad, aunque Salud sea un comprador fuerte, sólo representa un 2 por ciento de la demanda nacional de medicamentos. Por tanto, para los laboratorios puede ser negocio proveerle barato, a cambio de no ser molestados en el grueso de su negocio. En este sentido, hasta hoy sigue sin cumplirse (no se aplica ni se deroga) una resolución oficial que obliga a las farmacias a exhibir la lista de genéricos y las marcas correspondientes a cada uno, con sus respectivos precios. En la Secretaría de Defensa de la Competencia y el Consumidor prometen que para marzo habrán concluido el listado, pero aún no tienen decisión sobre formato ni soporte (si físico o virtual).
Rafael Bielsa le envió en septiembre una enigmática nota a Lombardo para comunicarle por escrito que la Sindicatura General de la Nación comenzaría a informarle al Ministerio de Salud los precios testigo de las medicinas incluidas en los programas nacionales de cáncer y sida, valores que no había sido posible determinar hasta entonces. Los precios testigo son referencias que cada organismo estatal debe utilizar en sus licitaciones, para evitar desvíos significativos. Pero, por diversas razones, la Sigen se confesaba incapaz de averiguar esos precios parámetro en el caso de los remedios, entre otras causas por tratarse –según escribe Bielsa– “de un mercado con oferta concentrada y posición dominante”. También afirma que “el precio de los medicamentos... no tiene relación con el costo de producción”.
El jefe de la Sindicatura remarca luego que, este año, Salud “ha adoptado una actitud sumamente activa respecto de este tema, entendiendo que lo actuado por la Sigen ha contribuido a reforzar tal actitud”. Más abajo considera que el nuevo método empleado por los síndicos estatales para obtener los precios testigo constituye “una innovación en este tema”. Pero lo cierto es que Bielsa no suelta prenda sobre las características del nuevo método que, según fuentes confiables, sería “muy poco ortodoxo”, pero eficaz, según quedó demostrado. Esto significa que el Estado pudo saber cuál era el precio razonable que debían cotizarle, y presionar hasta conseguirlo.
Bielsa reconoce, sin embargo, que en algunos medicamentos “todavía se refleja la posición dominante de la industria”, pero confía en desarmarla con sus precios testigo y rompiendo el cártel (con la autorización de nuevas inscripciones en la Anmat, Salud ya agrandó la lista de oferentes). Como broche, le deja libres las manos a Lombardo para que, por ahora, compre al precio que pueda.


 

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