Por Alejandra Dandan
Había una vez una casa
llena de duendes y de magia. Cada año, cuatro meses antes de Nochebuena,
su dueña empezaba a prepararla. Cortaba papeles, pintaba estrellas
y dibujos. Le gustaba hacer algunos al estilo del Principito y tenía
colores para ponerle flores al paraguas de Mary Poppins. En el jardín
iba dejando duendes tallados, y casi al final, cuando diciembre avanzaba,
se trepaba despacito al techo para colocar ahí bien firme la escalera
desde donde Papá Noel se abriría paso en la chimenea. La
noche del 24, Ana subía a la parte más alta del árbol,
ahí ponía una estrella. La casa de Navidad existe, fuera
del cuento. Está en Mar del Plata. En la calle Olazábal
2838. Y es la casa de Ana, pero fue declarada de interés turístico.
Ahora, en la pieza del frente, un Papá Noel espía. Está
mirando las luces y muñecos que pone la gente del barrio, pero
más todavía espía a un nene que ahora mismo se estira,
quiere dejarle una carta.
Hace muchos años, cuando el siglo tenía veintisiete años,
el abuelo de Ana llegaba desde Rusia en un barco a Mar del Plata. En medio
de un bosque fue armando su casa con madera del puerto y antes de ocuparla,
Estanislao plantó un pino entre los árboles. Cuando empezaba
el invierno y todavía faltaba para Navidad, la casa se preparaba
para la fiesta. El hombre cortaba varillas y también la rama más
linda de aquel pino del bosque para el árbol. Nadie en su familia
lo veía hasta que Estanislao, el 24, justo a las doce de la noche
lo iluminaba. En cada rama prendía una vela y en la punta más
alta ponía la estrella.
Ana aprendió en el taller de su abuelo a preparar la fiesta. Con
él talló madera y cigüeñas de cuellos altísimos.
Y también allí descubrió hace mucho tiempo, cuando
cumplió los cinco, un lápiz amarillo fuerte, el regalo que
esa Nochebuena el abuelo le había preparado.
Algo de toda esa magia quedó metida en el cuerpo de Ana Kroplis.
Tiene ahora cincuenta y cuatro años, un taller y una casa habitada
ya no sólo por muñecos sino también por cientos de
chicos que llegan cada diciembre para ver qué pasa en la casita
de Navidad.
Cuando el abuelo murió, el padre de Ana siguió con la fábrica
de sueños. Cada año, cuatro meses antes de Navidad empezaba
allí el trabajo, hasta que un día se atrevió a soñar
un poco más. Por qué no abrimos la casa, le
propuso a Ana mientras ya estaba diseñando los muñecos que
le daría a la gente del barrio para que también ellos jugaran
a la Navidad.
La casa está en Bernardino Rivadavia, uno de los barrios obreros
de la ciudad. A lo largo de la cuadra, una Navidad, Víctor fue
entregando sus muñecos casa por casa. La mayoría habían
sido hechos por él y sus hijas el año anterior. Y como en
los cuentos, en el barrio hubo problemas.
La gente, al año siguiente, se peleaba por las figuras,
dice ahora Ana. Todos querían los muñecos más grandes
y aquel año, no muchos años atrás, en el barrio hubo
frentes de casas sin Navidad.
Mi papá entonces decidió cambiar las cosas,
vuelve a decir la mujer. Don Víctor nunca más entregó
muñecos. Les dijo a todos sus vecinos que para terminar con las
peleas, de allí en adelante, cada uno construyera los suyos.
En la calle Olazábal ahora la casa de Navidad no está sola.
Es de noche y en cada esquina hay miles de luces prendidas que juegan
cruzando la calle. Hay muñecos en las puertas y también
dibujos pintados de témpera. Hay un vecino con traje de Papá
Noel que cada 24 atraviesa las casas y mientras pasea lo saluda Cenicienta,
que duerme abajo de un árbol, y también Anteojito y atrás
Antifaz, que se la aguantan durante días de pie, porque a ellos
sí, les tocaron cartones resistentes.
El papá de Ana ahora también murió. El está,
dicen, presente un poco en esa casa, pero mucho más todavía
en ese barrio donde ahora también los vecinos, cuatro meses antes
dicen Feliz Navidad.
SANCIONES
POR EL FESTEJO DE LOS CADETES
Final de fiesta sin nombramientos
A los egresados 2000 del Instituto
de Formación Policial Juan Vucetich ayer les tocó
bailar con la más fea. Finalmente, el gobernador Carlos Ruckauf
decretó que no salgan los nombramientos hasta que sean identificados
los responsables de la caótica fiesta de hace una semana. Prefiero
tener 300 policías menos en la calle a que haya dudas sobre el
personal que tiene que cuidar la seguridad de todos, indicó
Ruckauf. Los platos rotos, las sillas que volaron y las cosas que fueron
robadas en el festejo de los cadetes tomaron definitivamente un tinte
político: El escándalo de la graduación no
es más que un reflejo del tipo de instrucción y del ejemplo
que reciben, consideró Alejandro Mosquera, diputado frepasista
en la provincia de Buenos Aires.
De los 635 cadetes, los investigadores calculan que al menos la mitad
estuvo presente en la fatídica fiesta, por lo que no serán
promovidos a oficiales hasta que se aclare lo sucedido. Por suerte
varios cadetes se presentaron espontáneamente a declarar para deslindar
responsabilidades e indicaron quiénes son los responsables,
señaló el titular del Ministerio de Seguridad de la provincia,
Ramón Orestes Verón. Aunque en declaraciones a una radio
porteña, el ministro sugirió que ya tendría los nombres
de algunos involucrados en la debacle, aclaró que llevará
un buen tiempo definir las sanciones y los pases a disponibilidad: Hay
una comisión que está trabajando en esto, pero es una tarea
engorrosa por la cantidad de testimonios a recabar, explicó.
El frepasista Alejandro Mosquera se plegó a las declaraciones de
los senadores Eduardo Sigal y Diego Rodrigo. Como dos caras de una
misma moneda, se ve que toda una camada de nuevos cuadros de la policía
provincial se dedican a asaltar y a robar en plena fiesta de graduación
señaló. No son suficientes las sanciones que
firme Ruckauf, es necesario investigar por qué sucedieron estos
hechos y modificar tanto el reclutamiento como la formación que
reciben los cadetes. El miércoles último, los senadores
bonaerenses de la Alianza anunciaron que pedirán un informe a Ruckauf
y a Verón por lo sucedido durante la celebración.
El escándalo que puso en vilo a medio gabinete provincial y
por el cual fue relevado el responsable de la escuela Vucetich se
inició en la medianoche del viernes 15, cuando parte de los 2400
invitados a la fiesta de graduación de los cadetes se enojaron
porque la comida estaba en mal estado. El enojo y un corte de luz de quince
minutos fueron el caldo de cultivo para las trompadas y los robos: a uno
de los mozos le pegaron, al disc-jockey le robaron bafles y le rompieron
amplificadores, y la dueña de la empresa que alquiló la
vajilla contó que vio cuando los invitados hacían
un paquetito con los manteles y se los llevaban con todo lo que tenían
adentro.
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