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CONDENAN A PRISION PERPETUA A LOS HERMANOS QUE MATARON AL PADRE
Dos pasajeros para otra pesadilla

La sentencia no tuvo contemplaciones: Santiago y Emanuel Da Bouza fueron declarados culpables con igual grado de responsabilidad. Tampoco fue atenuante la personalidad de la víctima y la difícil relación familiar.

Santiago había confesado ser el único responsable del crimen.

Emanuel contó ayer con el apoyo de su abogada y un sacerdote.

Por Carlos Rodríguez

La historia cerró en el mismo lugar en que había comenzado: la condena a prisión perpetua de los hermanos Santiago y Emanuel Da Bouza llevó otra vez a su punto máximo el desgarramiento familiar producto de la trágica noche del 25 de marzo de 1998, cuando los dos jóvenes asesinaron al padre, Ramón Da Bouza. Santiago estaba llorando desde antes de que se leyera la sentencia y su novia, Florencia, dejó escapar un grito del alma cuando escuchó “perpetua”. La joven menuda y morena se derrumbó sobre un sillón en la antesala del recinto de sesiones. La madre de los condenados, Patricia Polo, lloró en silencio con los hermanos de Santiago y Emanuel, fruto de su segundo matrimonio, y con los del segundo casamiento de Ramón, el padre víctima y victimario, según los relatos escuchados durante el proceso. El registro más fiel del estigma familiar era el impactante parecido físico entre Emanuel, R., uno de sus hermanos menores, hijo del segundo casamiento de su padre, y Luis Da Bouza, hermano de Ramón. La tragedia reflejaba en el mismo espejo la figura de los tres.
“La perpetua es una condena moral, pero tendrán la posibilidad de salir con libertad asistida una vez que cumplan 15 años de condena” (ver nota aparte), recordó casi en voz alta un estudiante avanzado de abogacía, presente en la sala, como tratando de darle aliento a los familiares, amigos incondicionales y ex compañeros del secundario de los condenados, que se retiraban de la sala arrastrando los pies. La lectura de la sentencia –los fundamentos recién se conocerán el viernes 29– demandó contados minutos y los rostros de los jueces, Cecilio Pagano, Luis Fernando Niño y Hernán San Martín, demostraban lo duro que puede ser dictar condenas aunque se tenga la más absoluta convicción, como ellos lo dejaron sentado por unanimidad en el fallo.
La única que habló en nombre del sector golpeado por la sentencia fue la defensora de Emanuel, Patricia Croitoru. “Es una condena increíble porque los jueces no han tratado de determinar la diferente responsabilidad que tuvieron los dos hermanos”. De ese modo aludió, sobre todo, al hecho de que Santiago se adjudicó la responsabilidad material del parricidio y relegó a Emanuel a un rol pasivo, con elementos que –según la confesión de aquél– podrían configurar, en el peor de los casos, una participación secundaria o un encubrimiento.
Tanto los jueces como el fiscal Marcelo Saint Jean –asumió con sobriedad la difícil tarea que le cupo– optaron por atenerse a la agobiante prueba que imputaba a los dos hermanos, desde la compra del arma homicida hasta las burdas maniobras posteriores tendientes a ocultar la evidencia. El fallo tuvo el efecto de un rayo sobre los asistentes a la audiencia final del juicio de cinco días, que habían esperado varias horas con cierta esperanza, luego de escuchar el alegato final del defensor de Santiago, Julián Langevin, calificado como “brillante” por varios funcionarios judiciales que estuvieron rondando la sala de audiencia.
El defensor oficial había calificado de “inconstitucional” el artículo 80 del Código Penal, sobre homicidios agravados por el vínculo, porque sólo contempla la perpetua como pena, salvo que medien “circunstancias extraordinarias de atenuación”, que en este caso fueron expuestas por las defensas y desestimadas por la fiscalía y por el tribunal. Langevin, que tuvo algunos entredichos con Santiago por supuestas vacilaciones, se destacó al final con un alegato donde consideró “cruel e inhumano” que la condena para un crimen familiar de estas características tenga “la misma dureza que para un terrorista que mata cientos de personas”.
Unas cinco horas pasaron entre el cierre del alegato y la sentencia. En ese lapso, se tejieron decenas de conjeturas. Una ex compañera de Santiago, con quien hizo la secundaria en un colegio privado de clase media, anhelaba una condena “menor e igual para los dos”, pensando que eso podía contribuir a la futura relación entre ambos. Un profesional, allegado a uno de los hermanos, pedía en cambio “una sentencia que marque diferencias porque de lo contrario van a seguir siendo Santiago-Emanuel, y eso va a ser malo para los dos”. Desde su visión, entendía que la Justicia, y por ende la ley, debía producir “una separación que no se pudo dar por otros medios”, dando a entender que esa relación era negativa para ambos. La conflictiva convivencia entre el padre y sus dos hijos es el signo determinante del caso, al punto que los actos fallidos aparecen hasta en el expediente: un secretario del juzgado de instrucción escribió alguna vez “Ramón” donde debía decir “Santiago”. Para muchos, el padre y el hijo menor eran muy parecidos.
“Fue muy duro, desagradable, muchos tenemos hijos de las mismas edades que los condenados”, comentó un funcionario judicial de larga trayectoria. “No hay nada que decir”, fueron las palabras de Emanuel a la prensa, mientras que Santiago admitió que hubiera querido decir “muchas cosas”, pero la sentencia lo dejó “sin palabras”. Emanuel miró fijo a los jueces durante la lectura de la sentencia. Santiago permaneció con la cabeza gacha, llorando por anticipado. De nada sirvió que su abogado lo absolviera moralmente hablando: “El arrepentimiento de Santiago fue sincero. Su familia, sus amigos, sus seres queridos ya lo perdonaron. El tiene que perdonarse a sí mismo alguna vez”.
El final encontró a Santiago abrazado a su abogado, llorando; a la novia del joven, Florencia, desplomada sobre un sillón con estampitas religiosas en las manos; a uno de los hermanos adolescentes de los condenados sollozando sobre la mesa de entradas del tribunal. El chico lloraba por el recuerdo de su padre y por el futuro de sus hermanos.

 

Los plazos de la condena

La condena, a pesar de no satisfacer a las defensas, tuvo para los condenados la ventaja de ser “prisión” y no “reclusión” perpetua, agravada por el vínculo y por la alevosía. Para la libertad transitoria, la pena impuesta permite lograr las primeras salidas a los 15 años de cárcel y no a los 20, y adelanta el plazo para la libertad condicional de 25 a 20 años. Emanuel y Santiago cumplieron dos años y ocho meses de cárcel. Superados los dos años comienza a correr el cómputo del dos por uno, que rige hasta que la condena quede firme. Esto hace suponer que en unos 12 años, cuando Emanuel tenga 38 y Santiago 37, ambos comenzarían sus salidas.
También se comentó ayer otra posibilidad: que los dos jóvenes puedan pedir la excarcelación si la condena no es confirmada antes de que cumplan tres años de prisión. Esto sería por aplicación de la ley 24.390, que regula el Pacto de San José de Costa Rica. Los tres años se cumplirían a fines de marzo próximo, fecha para la cual se considera improbable la confirmación del fallo. Esa excarcelación se mantendría sólo hasta la ratificación de la sentencia.

 

LA DOCENTE CONTO COMO FUE ATACADA
“Directo en el corazón”

“Los chicos están inmersos en una crisis social y económica; las mamás trabajan, los dejan solos y ellos se quedan angustiados, sin ilusiones ni modelos”. De este modo, la profesora Miriam Klein intentó explicar lo que para muchos aún resulta inexplicable: el ataque que sufrió de parte de uno de sus alumnos de la escuela 52 de Wilde, mientras le tomaba un examen de Ciencias Naturales. La docente contó que el chico pretendió clavarle el cuchillo “directo en el corazón”. “Los maestros no estamos en condiciones de atender este tipo de problemas”, agregó.
Klein describió a su alumno como un chico callado, solitario, con pocos amigos, pero que nunca había tenido problemas de conducta. “Tenía todo pensado”, contó, refiriéndose a que el chico llevaba puestos guantes cuando llegó al aula. “En un momento me tiró al piso y me agarró del cuello para que no pudiera gritar; tuve la suerte de que una compañera pasara por ahí y me vinieran a socorrer, si no, no estaría contando esto”. La mujer relacionó el hecho con una situación generalizada de crisis antes que con un problema particular. “Los papás están desbordados de problemas –reflexionó–. Lo que hay que arreglar es la situación económica y el problema de la seguridad”. También el director general de Escuelas bonaerense, José Octavio Bordón, expresó esta postura: “El tema de la violencia está en la sociedad y no puede escapar a la escuela”.

 

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