Estamos cerca de un acuerdo. La declaración vino del
mismísimo Yasser Arafat, y si bien algunos subordinados lo contradijeron
tácitamente poco después, las señales ayer apuntaban
a que un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos podría
estar cerca de concretarse. En las negociaciones que se llevan a cabo
en Washington, ayer se confirmó que los israelíes habían
concedido a las exigencias palestinas sobre Jerusalén, incluyendo
la soberanía sobre los lugares santos. Más sorprendente
aún, el ministro de Relaciones Exteriores israelí, Shlomo
Ben Ami, habría aceptado en principio la línea
de 1967 (la frontera existente antes de la Guerra de los Seis Días)
para delimitar al nuevo Estado Nacional Palestino. Con esto en mente,
resultó algo disonante ayer el pesimismo que manifestaban los palestinos.
Yasser Abed Rabbo, por ejemplo, declaró tajantemente que estamos
en una dura crisis y aún no hay acuerdo. Un obstáculo
podría ser la exigencia por el retorno de los refugiados palestinos
a Israel, reivindicación rechazada tanto por ese país como
por Estados Unidos.
Efectivamente, la cuestión de los refugiados fue siempre considerada
lateral en contraste con las diferencias que supuestamente están
a punto de ser resueltas. Según el diario israelí Haaretz,
el plan presentado por Ben Ami acepta que la soberanía palestina
llegue hasta la llamada línea verde, la frontera pre-1967.
Israel se anexaría tres áreas compactas de asentamientos
judíos cerca de la frontera, compensando a los palestinos con territorio
israelí, incluyendo una ligera ampliación de la Franja de
Gaza palestina. En total, los palestinos recibirían alrededor del
95 por ciento de Cisjordania.
El retorno a la línea de 1967 siempre fue tabú en Israel,
en gran medida por cómo ese principio se aplicaría a Jerusalén.
Es que fue durante la Guerra de los Seis Días que Israel conquistó
Jerusalén Este (la Ciudad Vieja), donde se encontraba el Monte
del Templo y el Muro de los Lamentos. Ayer no quedaba exactamente claro
cómo sería el arreglo definitivo sobre la ciudad. Se sabe
con seguridad que Israel reconocería la soberanía palestina
sobre los barrios árabes, violando así el principio de Jerusalén
como capital única e indivisible que esgrime la derecha
israelí. También, aparentemente, se otorgaría a la
Autoridad Palestina de Arafat la soberanía sobre la Explanada de
las Mezquitas (lugar donde estalló la actual intifada). ¿Bajo
quién quedaría el Muro de los Lamentos? Ben Ami enfatizó
que buscaría asegurar el vínculo especial de
su país con ese lugar sagrado, pero todavía no trascendió
el arreglo preciso para hacerlo. Con todo, es una oferta considerablemente
más generosa que la realizada en la cumbre de Camp David a fines
de julio, que sólo prometía autonomía municipal para
los barrios árabes.
Quizá como treta de negociación, quizá expresando
una posición real, los palestinos no reflejaron ningún optimismo
ayer acerca del curso del diálogo. El jefe de la delegación,
Saeb Erekat, recalcó que las diferencias persisten y la situación
es difícil. Más temprano, Yasser Abed Rabbo había
advertido que existía una situación de crisis.
Esto aparentemente se debió a una tentativa de Ben Ami para que
Israel retuviera un 10 por ciento de Cisjordania, en lugar de cinco. En
todo caso, los políticos palestinos en los territorios tampoco
daban muchas señales de alegría. No es correcto hablar
de avances, no ha habido avances serios, aseguró Nabu Abu
Rudeina, un asesor de Arafat. Nabul Chaath, ministro de Cooperación
Regional, fue sólo ligeramente más optimista: Hay
una voluntad de avanzar, pero todavía no hemos puesto nada sobre
papel. El más entusiasmado en el campo palestino parecía
ser Arafat, e incluso él atemperó su pronóstico de
que un acuerdo está cerca agregando que hasta
ahora no se ha logrado ningún resultado definitivo.
Es un misterio exactamente a qué más podrían aspirar
los palestinos. Algunas fuentes mencionaban el problema de los refugiados.
En teoría, la Autoridad Palestina de Arafat exige formalmente el
derecho de retorno de todos los refugiados que huyeron de
Israel desde su fundación en 1948. Eso fue siempre inconcebible
en la práctica, dado que esos 3,5 millones depalestinos alterarían
dramáticamente el equilibrio demográfico en un país
donde ahora hay cinco millones de judíos y un millón de
árabes. Lo máximo que Israel contempla es un retorno muy
limitado basado en la reunión de familias separadas durante el
éxodo.
Por lo pronto, hoy los equipos de negociadores se reunirán con
el presidente Bill Clinton en la Casa Blanca. La administración
norteamericana está manteniendo una actitud muy cauta en este encuentro,
evitando el voluntarioso intervencionismo que desplegó en Camp
David. La secretaria de Estado Madeleine Albright visitó ayer la
base aérea de Bolling, donde se llevan a cabo las negociaciones,
para oír las evaluaciones sobre adónde se encuentran
y adónde van. En cualquier caso, todos concuerdan en que
no se convocará una cumbre entre Arafat y el laborista Ehud Barak
hasta que haya un tratado redactado y acordado por ambas partes.
ATENTADOS
SUICIDAS, MARCHAS, MUERTOS Y HERIDOS
La sangre como marco de negociación
Cuatro palestinos fueron muertos
y al menos una israelí resultó gravemente herida ayer en
Cisjordania y Gaza con ocasión de una jornada especial de lucha
convocada por 13 organizaciones fundamentalistas y nacionalistas palestinas,
para conmemorar el último viernes del mes sagrado del Ramadán
y la Noche del Destino, en que Alá reveló el Corán
a su profeta Mahoma.
Millares de soldados fueron puestos ayer en situación de alerta,
especialmente en los accesos de Jerusalén, para tratar de impedir
que los fieles musulmanes pudieran acercarse a la Mezquita de Al Aqsa.
Los filtros policiales israelíes lograron parar a duras penas la
avalancha, pero recibieron a cambio el ataque inesperado a pleno día
de la guerrilla palestina, que los acosó en el control de A-Ram,
el último hasta llegar a la Ciudad Santa, en el término
municipal de Jerusalén en el Este.
La ofensiva de la Intifada palestina logró además ayer en
plena jornada de lucha colocar uno de sus comandos suicidas en el interior
del restaurante de un asentamiento cercano de Jericó, en el Valle
del Jordán. En el ataque fue gravemente herida una colona judía
del enclave de Mehola, y otras 13 personas recibieron heridas de diversa
gravedad. La noticia del atentado fue recibida por gritos de jubilo de
la comunidad palestina; Mabruk, exclamaban ayer en Ramalá
mientras tiraban con sus armas al aire, al escuchar la noticia del atentado
en la emisora La Voz de Palestina.
La jornada de lucha palestina se trasladó también a los
campos de refugiados de Líbano, especialmente en Tiro, donde millares
de personas salieron a la calle para solidarizarse con los luchadores
de la Intifada. El movimiento fundamentalista de Hezbolá lanzó
aquella misma hora a sus juventudes de voluntarios a manifestarse ante
la frontera internacional de Israel. Era el prólogo de una gran
movilización internacional que en todo el mundo árabe se
está preparando para los próximos días.
Los últimos balances oficiosos aseguran que la Intifada cruzó
el viernes la cifra de los 350 muertos, exactamente 356, de los que 302
son palestinos, 40 israelíes, 13 árabes israelíes
y un alemán.
OPINION
Por Claudio Uriarte
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La paz está
al alcance
La paz en Medio Oriente está al alcance de la mano. De
confirmarse las posiciones que está haciendo trascender la
oficina del primer ministro Ehud Barak, el paquete de acuerdos que
se está ofreciendo a los palestinos es el mejor y el más
completo que puede esperarse jamás de cualquier gobierno
del Estado de Israel: si los palestinos lo rechazan, simplemente
estarán revelando que no aceptan la existencia de dicho Estado.
Soberanía palestina sobre Jerusalén Oriental, autoridad
palestina sobre la Explanada de las Mezquitas y un acuerdo que les
concede más del 90 por ciento del territorio de Cisjordania
y Gaza, con modificaciones mínimas respecto de las líneas
fronterizas de 1967, significan bases más que suficientes
para un Estado Palestino en todo el sentido de la palabra, e insistir
en el derecho al retorno de los 3,5 millones de refugiados palestinos
a Israel equivale a pedir que el Estado judío (de 5 millones
de habitantes judíos y 1 millón de árabes)
acepte cambiar su equilibrio demográfico, o sea a desnaturalizarse
como Estado judío, o a convertirse en una repetición,
tan inaceptable como históricamente inviable, del apartheid
sudafricano. Porque las tasas de natalidad palestinas son mayores
que las israelíes, y de aceptarse el derecho al retorno indefinido
implicaría que Israel enfrentaría dentro de sus fronteras
la misma situación por la que tuvo que retirarse de Cisjordania
y Gaza.
De concretarse la paz con los palestinos, la paz con Siria sería
poco más que cuestión de tiempo, ya que el gobierno
de Damasco quedaría sin su principal ariete de desestabilización
del Estado judío: el fundamentalismo islámico de organizaciones
como Hamas en Cisjordania y Gaza o de Hezbolá
en Líbano. Paralelamente, en Líbano están
creciendo las voces de quienes, ahora que ha sido expulsado el invasor
israelí, reclaman también que Siria retire la división
de 40 mil hombres que tiene apostada en el valle del Bekáa,
y que en las últimas semanas fue objeto de unos reagrupamientos
que quizás apunten en esa dirección. Dentro de Siria
misma, Bashar al-Assad puso fin esta semana a 37 años de
estado de emergencia interior, lo que indudablemente es otro paso
de distensión.
Pero la paz no está asegurada, y tiene una ventana de oportunidad
muy angosta y en proceso de achique constante: los 30 días
que le quedan a Bill Clinton como presidente de Estados Unidos.
Porque el 6 de febrero son las elecciones israelíes y, si
no hay acuerdo, el triunfo será del ultranacionalista Ariel
Sharon. Por eso, la paz depende ahora de los palestinos.
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