Por Fernando DAddario
En un año signado por
la recesión, la devolución de contratos discográficos
y un estado de parálisis de un porcentaje del negocio artístico,
no es de extrañar que la aridez cronológica se haya visto
conmovida por dos pérdidas, tan paradigmáticas como reveladoras:
del presente de la música popular Rodrigo Bueno y Cuchi Leguizamón,
fallecidos con diferencia de siete meses, simbolizaron con vida, muerte
y obra, dos maneras de concebir el espectáculo en la Argentina.
Uno murió envuelto en la infernal vorágine de su éxito,
el otro se fue en silencio. Y aunque pasaron inmediatamente al estado
de gracia inmaculada que otorga la leyenda, representan, como símbolo,
los antípodas del país real.
El panorama de la música popular en la Argentina tradujo, de manera
ostensible, el agigantamiento de la brecha entre los artistas masivos,
esponsoreados, publicitados hasta el hartazgo y los que pululan por un
circuito off, underground o como quiera llamársele,
cada vez más castigado por la crisis. A este último sector
han ido a parar, precarizados por circunstancias ajenas a la calidad de
su música, artistas como Peteco Carabajal, Víctor Heredia
y Teresa Parodi, entre otros, a quienes les devolvieron sus respectivos
contratos y debieron recalar en sellos más chicos, Pymes,
para establecer una analogía. Mercedes Sosa, a esta altura de su
carrera una intocable, tiene su contrato en el aire, porque a juicio de
su sello, Universal, no es vendedora. Los cuatro shows de
Shakira en el Luna Park y su posterior desembarco en el Campo de Polo,
el espectacular raid de Los Nocheros, que convocaron a 56 mil jóvenes
en el Luna Park y a 30 mil en la cancha de Vélez y los 90 mil fanáticos
que acudieron al ritual de Rodrigo (en el Luna) fueron explosiones de
éxito, que sin proyectar esquirlas a futuro (más que marcar
caminos, producen imitadores, que hasta ahora no han dado frutos) movieron
convulsivamente un mercado estéril.
Cierta rutina acompañó el habitual desembarco de números
puestos en la cartelera argentina. Joaquín Sabina, el más
ganador entre los losers, necesitó dos visitas para saciar las
expectativas de sus fans. Joan Manuel Serrat debió inventar un
alter ego (Tarrés, un chiste) para justiciar su incursión
en el cancionero latinoamericano y, de paso, reinventarse
frente a su incondicional público argentino. Quedó claro
que no le era necesario ningún otro yo. Por sí
solo también se hubiese bastado para meter 25 mil personas en el
Gran Rex y otras tantas en su show popular en Atlanta. La
siempre atractiva Gal Costa se jugó una parada que tenía
ganada de antemano: homenajeó a Tom Jobim, cuyas canciones merecerían
tributos diarios y permanentes. También se hizo un homenaje a Vinicius,
a veinte años de su muerte. Participaron, entre otros, Carlos Lyra
y Miúcha Buarque de Hollanda.
En esta realidad se colaron dos minifenómenos de convocatoria,
distintos, pero convergentes en algún punto: el de los cubanos
devenidos en estrellas después de Buena Vista Social Club y el
de las murgas uruguayas, que sacaron pecho en Buenos Aires y estiraron
en el calendario las menguadas expectativas que genera el carnaval porteño.
Ambos parecen oasis de otro país, porcentualmente minoritario,
pero con relativa fuerza en el terreno cultural. En el caso de los cubanos,
fue evidente la dispar expectativa que generaron Pablo Milanés
con su nostálgico Días de gloria en el estadio Obras y los
viejitos alegres del Buena Vista, desperdigados en una diáspora
que también es subsidiaria del fenómeno: en distintos momentos
del año y también con suerte diversa desfilaron
por Buenos Aires Pío Leyva y Barbarito Torres (teatro Gran Rex),
Compay Segundo (que sigue siendo primera figura, a los 92 años)
y el combo Ibrahim Ferrer-Rubén González-Omara Portuondo
(también en el Gran Rex). Todos ellos, del mismo modo que el ballet
Tropicana, que se presentó en el complejo La Plaza, y los ya clásicos
Van Van (La Trastienda) institucionalizaron un nuevo modo de acercarse
a la cultura cubana. No se vieron ni banderas del Che ni se escucharon
consignas revolucionarias. La recuperación de viejos símbolos
de Cuba (en esto no están incluidos los Van Van) se verifica de
modo casual, en un clima de distensión y acaso
de indiferencia política.
La murga uruguaya, por su parte, dijo presente a través de Contrafarsa,
Araca la Cana y Falta y Resto, cada una con sus características:
menos comprometida y con mayor énfasis puesto en lo
teatral (la Contra), más tradicional y politizada (Araca), la más
refinada e irónica en sus letras (la Falta), todas ellas encontraron
un fervor inusual entre el público porteño, atacado por
una suerte de uruguayización. En otro target, también
pasaron por Argentina José Carbajal El Sabalero (en
dos deliciosos shows en el Coliseo) y el ecléctico Jorge Drexler,
quien presentó su última producción, Frontera.
De Perú llegó el folklore negro, a través de la sutileza
de Susana Baca y del carisma de Eva Ayllón. Una (Baca, protegida
de David Byrne) convocó a un público world music.
La otra llegó con más fuerza a los residentes peruanos en
la Argentina.
Signos de estos tiempos: Luciano Pereyra, 18 años, prolijo, buena
voz, cristiano, un pibe macanudo, fue elegido para representar a Latinoamérica
en un show para 2 millones de fieles católicos frente al mismísimo
papa Juan Pablo II. Cantó Solo le pido a Dios, un tema
que, como se ve, ha conseguido la canonización en función
de las múltiples lecturas que sugiere su letra. Bajando a la tierra,
más precisamente al local de San Telmo de La Trastienda (por donde
pasaron muchas de las mejores ofertas musicales en el rubro popular),
Inti Illimani brindó su show anclado en nostalgias propias y ajenas,
pero no hizo su canción clave: El pueblo unido jamás
será vencido. Aunque la religión del folklore argentino
ha impuesto en los últimos años un dogma de fe (sólo
los jóvenes alcanzarán el paraíso), han sido justamente
Los Chalchaleros (de quienes nadie podría suponer un espíritu
blasfemo) los que transgredieron la norma. Viejos, tradicionalistas, guitarra,
bombo y ropa de gaucho, concretaron una despedida larga y redituable.
Cuarenta y tres mil personas los vieron en sus conciertos en el teatro
Coliseo. Soledad hizo poco ruido, pero, más allá de los
pronósticos agoreros, sobrevivió a sus escarceos artísticos
con Emilio Estefan. Su nuevo cd, Soledad, ya es disco de platino. El boom
ya fue (los booms, por naturaleza, siempre dejan de serlo), pero mantiene
su base de popularidad.
Podría enumerarse una serie de buenas noticias en lo
estrictamente musical: el retorno de Suma Paz con Canto de nadie, el Encuentro
de Brujos entre Peteco y Chango Farías Gómez, el festejo
de los 70 años con la música de Horacio Salgán en
el Club del Vino, la cumbre tanguera en Rosario, con el Quinteto Real,
Rodolfo Mederos, Raúl Lavié, Rubén Juárez
y orquestas de otros países, el festival Guitarras del Mundo,
con Juan Falú y 120 músicos de todo el mundo, y muchas otras,
todas ellas perdedoras en la puja mediática, y reveladoras de que
la lógica artística, cuando es ninguneada por el mercado,
debe sobrevivir siguiendo sus propias reglas.
También hubo malas noticias, más allá de la crisis
y de cualquier análisis cualitativo: se murió el entrañable
Luis Cardei, y con él se fue su pintura melancólica de una
Buenos Aires que se le escapó de las manos.
También murieron el tanguero Domingo Federico y el folklorista
Machaco Abalos. Y Celia Cruz cantó, con conocimiento de causa,
que La vida es un carnaval, en un Gran Rex repleto de gente
consustanciada con esa idea.
El año musical marcó, en cambio, el pulso de un carnaval
en retirada,
que dejó su ropa de gala en el camino, pero se guardó unos
kilitos de pirotecnia para fingir que sigue la fiesta.
Los números
del éxito
La temporada 2000 tuvo pocos números vendedores. En el rubro
de la música popular, los que más vendieron fueron
también los que más convocaron. Unas 500 mil personas
compraron el disco A 2000, del fallecido Rodrigo, mientras que Nocheros,
del conjunto folklórico salteño, vendió 350
mil unidades. Por otra parte, estos fueron los shows más
convocantes del año:
Rodrigo: 90 mil personas (Luna Park)
Los Nocheros: 86 mil (Luna Park y cancha de Vélez)
Shakira: 55 mil (Campo de Polo y Luna Park)
Serrat: 50 mil (Gran Rex y Atlanta)
Los Chalchaleros: 43 mil (Teatro Coliseo)
Soledad: 21 mil (Luna Park)
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Los discos necesarios
Algunos de los mejores discos que se editaron en el año
en el rubro de la música popular (sin incluir el rock):
A las orquestas (Julio Pane).
Tangos (Rodolfo Mede- ros-Nicolás Colacho Brizuela).
Canto de nadie (Suma Paz).
Chamamé Crudo (Chango Spasiuk).
Diario del alma (Laura Albarracín).
Tocatangó (El Terceto).
Amor y Albahaca (Tomás Lipán).
Qué te pasa Buenos Aires (Luis Cardei).
Ufa (Daniel Melingo).
El piano de Adolfo Abalos (Adolfo Abalos).
El encuentro (Dúo Coplanacu).
Leguizamón-Castilla (Liliana Herrero-J. Falú).
Pájaro Chogui (Juanjo Domínguez-Raúl Barboza).
Te digo, chacarera (Alfredo Abalos).
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Si es gratis, mucho
mejor
Frente a la grave crisis económica, muchos debieron esperar
a que sus artistas favoritos actuaran gratis para poder verlos.
En Buenos Aires hubo dos shows masivos, organizados por la Secretaría
de Cultura de la Nación: la Mona Jiménez, Kapanga
y Los Auténticos Decadentes actuaron ante 65 mil personas
en la cancha de River, mientras que, en ese mismo estadio, y para
otro tipo de público, León Gieco y Víctor Heredia
convocaron a 40 mil fans. La movida no estuvo centralizada en la
Capital Federal: Gieco, por ejemplo, tocó en lugares tan
disímiles como Roque Sáenz Peña (Chaco) y la
Antártida. Mercedes Sosa, en tanto, acompañó
a Charly García en su excursión al estadio mundialista
de Mendoza, donde cantó ante 40 mil personas.
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