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KIOSCO12

OPINION
Por Mario Wainfeld

Problemas de comunicacion

Un gobierno, todo gobierno, es una máquina de emitir información. En una era signada por la imagen, es primero que nada un productor ejecutivo de fotos o de compactos de noticiero televisivo. Tarea dura y absorbente a la que muchos funcionarios dedican más tiempo que a los enojosos manes de dictar decretos, monitorear su seguimiento, asignar partidas o asegurarse de que las vacunas, los alimentos, los bienes culturales lleguen a manos de sus ávidos destinatarios. La visibilidad –atributo que la dictadura negó a sus víctimas, que la economía política vigente niega a un tercio de los argentinos– es la meta principal de la mayoría de los dirigentes políticos.
Todo gobierno propone a diario un combo de temas a la opinión colectiva, bien ilustrados: con imágenes nítidas, no abiertas a enojosas dobles interpretaciones. Si el Presidente quiere demostrar que apoya al ministro de Economía, marche ahí una foto dominguera de ambos caminando por los jardines de Olivos con la mano presidencial apoyada en el hombro ministerial.
Si quiere probar que la Alianza está intacta, móntese una postal navideña, junto al arbolito, con un Chacho de regalo.
Por último, para coronar una semana de éxitos y demostrar que Fernando de la Rúa no es aburrido ni lento, úrdase una visita al programa más visto de la TV argentina para que el Presidente le tome el pelo al clon que lo satiriza a diario.
La democracia tiene sus émulos de Goebbels, aquellos que creen que todo oyente, todo televidente, todo lector, responde a un patrón ineludible: es distraído, perezoso, posee una sola neurona a media máquina y usualmente la dedica al fútbol. Y que basta proponerle una buena imagen, de interpretación única, para convencerlo. El lector de diario del lunes pasado, por caso, si fuera boquense iría a toda marcha al suplemento deportivo. El de River hojearía el periódico de mala gana, temeroso de encontrar, donde fuera, fotos de Martín Palermo o Carlos Bianchi. Por motivos simétricamente opuestos, ambos mirarían sólo una fracción de segundo (en el subte, tomando mate, de ojito) la foto de Machinea con De la Rúa y sentirían un inevitable alivio: todo está bajo control.
Y el jueves, sí que la pasarían bien a la hora de la cena, viendo a un Presidente lleno de humor y de chicanas, hablando en dosis homeopáticas y bien digestivas, de la reconciliación con Alvarez y del bienhechor blindaje, en “Videomatch”. Pum, para arriba.

Ruidos

Varios problemas acosan a los propagandistas estatales en un sistema democrático y pluralista, dotado de una prensa a menudo independiente y casi siempre vivaracha. Los tres más serios:
a) El ciudadano de a pie no es tan iluso o simplote como quisieran los emisores. Decodifica los mensajes, los analiza a través del filtro de su experiencia cotidiana. Sabe, sin ir más lejos, que muchas reuniones se “arman para la foto”. Lo sabe porque no es del todo desprevenido, porque ha visto muchas fotos... y porque muchos comentaristas, analistas, locutores le explican que “la foto” es un montaje y no una instantánea tomada de sorpresa.
b) Los medios pocas veces difunden la información que programa el Gobierno o no la difunden como éste gustaría.
c) El mundo virtual, la imagen que oculta en vez de mostrar, a veces son invadidos por la realidad, deconstruidos, reducidos a escombros.
El lector tiene fresco un formidable ejemplo de c). Lo vieron en vivo tres millones de argentinos y se multiplicó el viernes y ayer en diarios y repeticiones televisivas. Un ejemplo espectacular, que seguramente integrará futuros textos sobre comunicación, acerca de cómo se hace trizas una refinada estrategia informativa. Nada hay de sarcástico en la frase precedente. Ningún gobierno ha sido tan cultor de su imagen como el actual, le ha dedicado tanto tiempo y tanta profesionalidad. Paradoja cruel: a un año de gestión la imagen presidencial –cultivada por Dick Morris, Ramiro Agulla y un batallón de otros especialistas de primer nivel– roza el subsuelo.
La presencia presidencial en el programa de Tinelli es una obsesión con historia. El periodista Ernesto Semán dedica varias páginas de su libro Educando a Fernando a narrar con cuánta prolijidad y tiempo se armó –en la campaña presidencial del ‘99– un programa parecido al del jueves pasado. Bueno, no terminaron siendo tan parecidos. Entonces la operadora del acuerdo fue la actual vicejefa de gobierno porteño Cecilia Felgueras. Y todo salió bien, tal vez por causas exógenas al propio programa. Seguramente porque –en aquel momento histórico– a la Alianza todo le salía bien.
La recidiva fue igualmente trabajosa (la precedieron varias reuniones) aunque menos feliz. Y, como cuadra a un gobierno cultor de la “campaña permanente”, se enhebró con otras iniciativas tendientes a otorgar a De la Rúa un perfil popular, simpático, ¿menemista? En un puñado de días el Presidente que, en el momento cúlmine de esa campaña, hizo blasón del mote de “aburrido”, se fotografió junto al golfista yanqui Tiger Woods y a Diego Maradona (sí, aquel que Chiche Duhalde afirmaba que jamás recibiría en Olivos, aquel que inspiró en los propios equipos publicitarios oficiales el afiche “Maldita cocaína”). Y fue por más a Telefé.
Intentar transmitir que De la Rúa es desenvuelto, dicharachero y algo cachafaz (el formato de un piola según Tinelli) choca con un obstáculo esencial: el Presidente no es así. Carlos Menem era, antes que “un personaje político que va a los medios”, “un personaje de los medios”. Podía transitar con soltura todo formato televisivo por algunas características de emisor que también comparte Carlos “Chacho” Alvarez. O Jorge Yoma. Por desparpajo, sentido del humor, simpatía natural o cultivada en suelo fértil, dan bien. Juegan de local en una cancha que a De la Rúa le resulta hostil.
En términos comunicacionales cabría preguntarse qué sentido tiene que De la Rúa se disfrace de Menem, si no “da el personaje”.
Paralelamente, en términos políticos, cabe asombrarse de que un político que fue votado para presidente en buena medida por ser distinto a Menem, se esmere en parecérsele.
Ser aburrido era un galardón porque la falta de diversión era contrapartida de la dedicación al trabajo, la gestión de gobierno, la eficiencia. Tal vez el Presidente ahora busque ser “divertido” porque a un año de gobierno no ha alcanzado esos paraísos que –en su otra campaña– prometió.
Como fuera, le salió mal. Un sketch armado con la dedicación propia de una cuestión de Estado se desbarató por la entrada del joven Esteban Belli que le reclamó por la situación de los presos ayunantes del MTP. La breve interrupción alteró el libreto. Ubicó a Tinelli en un rol de protector del presidente a quien rodeó con su brazo en involuntaria réplica del gesto que éste hiciera “para la foto” con Machinea. Pero el daño estaba hecho. A partir de ahí De la Rúa lució errático y descolocado. Habló del hijo de dos años y medio del animador como si fuese un recién nacido. Confundió el nombre de pila de la esposa de Tinelli. Rebautizó al programa como “Telefé”. Y remató su involuntaria imitación de su imitador errando la salida, caminando sin rumbo detrás de la escena. Lo mismo que, para su fastidio, suele hacer su clon.
La breve actuación resaltó lo que quería negar, lo que la caricatura enfatiza: la falta de reflejos para resolver situaciones concretas, inesperadas. Una carencia de decisión que le complica aún los escenariosmás propicios. Una imagen de TV que, en el caso de los asaltantes al cuartel de Tablada, se parece peligrosamente a la realidad.
Al gobierno le sobran problemas: los agrava con su irresolución, sus medias tintas, su legalismo incomprensible.

Paréntesis sobre la violencia

Contra lo que dijeron –y dirán– muchos apóstoles de la mano dura no hubo en el hecho riesgo alguno para el Presidente. En rigor, todos los protagonistas tuvieron una conducta democrática estimable.
Belli sólo quiso decir su verdad: no agredió, ni gritó ni profirió un insulto. De la Rúa le respondió con respeto y haciéndose –a su modo– cargo del tema. Tinelli tuvo inusual profesionalismo: mantuvo el buen tono, contuvo (hasta físicamente) al principal invitado. Y reprendió a Belli pero sin mostrarse descalificador ni autoritario.
Contra lo que se diga, lo que campeó en los estudios de Canal 11 no fue la violencia sino un ejercicio tumultuoso y desprolijo de democracia, bastante bien actuado. Esa –temporaria, relativa– igualdad mechada de tolerancia entre dos figuras de elite y un ciudadano común es un digno logro de la Argentina de hoy. Claro que sólo se alcanzó porque Belli alteró por un momento las reglas del juego.

Postal navideña

La foto con el ex vicepresidente no fue velada por intruso alguno pero tampoco irradia la Paz que pretende. Es cierto que los dos integrantes de la fórmula aliancista departieron con cordialidad pero es también real que hacían lo mismo hasta horas antes de que Chacho renunciara: prodigarse buenos modales sin contarse todo. Muchos datos quedan en el tintero si sólo se mira la foto. O si sólo se registra como disidencia la diferencia nada menor que tienen –no ellos sino el Gobierno y el Frepaso– respecto de la reforma previsional.
Acaso valga la pena puntear lo que no se dijo pero está ahí presente.
Que De la Rúa sigue fastidiado con Alvarez. Que lo molestó que éste reapareciera en los medios y difundiera más o menos públicamente su propuesta antes de entregársela a él.
Que el Presidente, a su modo, “auditó” a Chacho. Sugirió una charla previa con Chrystian Colombo. El jefe de Gabinete compartió un café con el ex vice en un bar de Congreso, muy cercano al sindicato de Alicia Castro. Colombo aprobó a Alvarez, elogió su actitud como constructiva. Llegó a considerar un ejemplo que “volviera haciendo propuestas y no pidiendo cargos”. Y hasta calificó de interesantes algunas de las medidas contenidas en el paper alvarista. Pero lo cortés no quita a lo valiente, la auditoría existió.
Que así y todo, De la Rúa dijo a un par de radicales y al menos a un alto dirigente frepasista “hago la reunión solamente porque me la pidió Darío (Alessandro)”. Una forma de diferenciar al jefe de los parlamentarios frepasistas de Alvarez.
Que más de un armador del radicalismo imagina cómo tentar, cargos en las listas mediante, a actuales diputados o funcionarios frepasistas para no irse de la Alianza si Alvarez da un portazo.
Que operadores del Gobierno y del chachismo imaginan escenarios electorales con Alvarez de candidato. Y que en la Rosada se estremecen ante la idea de que el jefe del Frepaso encabece la lista de senadores en la Capital y Raúl Alfonsín en la provincia. “Dos candidatos de primer nivel con un discurso crítico al gobierno nacional pueden ser un dolor de cabeza”, explicó a Página/12 un operador delarruista.
Que encuestadores de la UCR miden cómo da Alvarez para senador en provincia de Buenos Aires, por si las moscas. Claro está que Alvarez y De la Rúa rompieron el hielo y se acercaron algo. Claro que hay en danza una propuesta de acercar al ex vice aún más en algún puesto indeterminado de los que a él le placen. Pero es también real que la renuncia y las peleas de otoño y primavera dejaron heridas sin cicatrizar.
Las imágenes no son pura falsedad. Pero muchas cosas ocurren fuera del ojo de la cámara. Las historias de familia, al fin, se dejan contar por los álbumes pero, en rigor de verdad, lo más interesante usualmente no es fotografiado.


 

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