Problemas de comunicacion
Un gobierno, todo gobierno, es una máquina de emitir información.
En una era signada por la imagen, es primero que nada un productor
ejecutivo de fotos o de compactos de noticiero televisivo. Tarea
dura y absorbente a la que muchos funcionarios dedican más
tiempo que a los enojosos manes de dictar decretos, monitorear su
seguimiento, asignar partidas o asegurarse de que las vacunas, los
alimentos, los bienes culturales lleguen a manos de sus ávidos
destinatarios. La visibilidad atributo que la dictadura negó
a sus víctimas, que la economía política vigente
niega a un tercio de los argentinos es la meta principal de
la mayoría de los dirigentes políticos.
Todo gobierno propone a diario un combo de temas a la opinión
colectiva, bien ilustrados: con imágenes nítidas,
no abiertas a enojosas dobles interpretaciones. Si el Presidente
quiere demostrar que apoya al ministro de Economía, marche
ahí una foto dominguera de ambos caminando por los jardines
de Olivos con la mano presidencial apoyada en el hombro ministerial.
Si quiere probar que la Alianza está intacta, móntese
una postal navideña, junto al arbolito, con un Chacho de
regalo.
Por último, para coronar una semana de éxitos y demostrar
que Fernando de la Rúa no es aburrido ni lento, úrdase
una visita al programa más visto de la TV argentina para
que el Presidente le tome el pelo al clon que lo satiriza a diario.
La democracia tiene sus émulos de Goebbels, aquellos que
creen que todo oyente, todo televidente, todo lector, responde a
un patrón ineludible: es distraído, perezoso, posee
una sola neurona a media máquina y usualmente la dedica al
fútbol. Y que basta proponerle una buena imagen, de interpretación
única, para convencerlo. El lector de diario del lunes pasado,
por caso, si fuera boquense iría a toda marcha al suplemento
deportivo. El de River hojearía el periódico de mala
gana, temeroso de encontrar, donde fuera, fotos de Martín
Palermo o Carlos Bianchi. Por motivos simétricamente opuestos,
ambos mirarían sólo una fracción de segundo
(en el subte, tomando mate, de ojito) la foto de Machinea con De
la Rúa y sentirían un inevitable alivio: todo está
bajo control.
Y el jueves, sí que la pasarían bien a la hora de
la cena, viendo a un Presidente lleno de humor y de chicanas, hablando
en dosis homeopáticas y bien digestivas, de la reconciliación
con Alvarez y del bienhechor blindaje, en Videomatch.
Pum, para arriba.
Ruidos
Varios problemas acosan a los propagandistas estatales en un sistema
democrático y pluralista, dotado de una prensa a menudo independiente
y casi siempre vivaracha. Los tres más serios:
a) El ciudadano de a pie no es tan iluso o simplote como quisieran
los emisores. Decodifica los mensajes, los analiza a través
del filtro de su experiencia cotidiana. Sabe, sin ir más
lejos, que muchas reuniones se arman para la foto. Lo
sabe porque no es del todo desprevenido, porque ha visto muchas
fotos... y porque muchos comentaristas, analistas, locutores le
explican que la foto es un montaje y no una instantánea
tomada de sorpresa.
b) Los medios pocas veces difunden la información que programa
el Gobierno o no la difunden como éste gustaría.
c) El mundo virtual, la imagen que oculta en vez de mostrar, a veces
son invadidos por la realidad, deconstruidos, reducidos a escombros.
El lector tiene fresco un formidable ejemplo de c). Lo vieron en
vivo tres millones de argentinos y se multiplicó el viernes
y ayer en diarios y repeticiones televisivas. Un ejemplo espectacular,
que seguramente integrará futuros textos sobre comunicación,
acerca de cómo se hace trizas una refinada estrategia informativa.
Nada hay de sarcástico en la frase precedente. Ningún
gobierno ha sido tan cultor de su imagen como el actual, le ha dedicado
tanto tiempo y tanta profesionalidad. Paradoja cruel: a un año
de gestión la imagen presidencial cultivada por Dick
Morris, Ramiro Agulla y un batallón de otros especialistas
de primer nivel roza el subsuelo.
La presencia presidencial en el programa de Tinelli es una obsesión
con historia. El periodista Ernesto Semán dedica varias páginas
de su libro Educando a Fernando a narrar con cuánta prolijidad
y tiempo se armó en la campaña presidencial
del 99 un programa parecido al del jueves pasado. Bueno,
no terminaron siendo tan parecidos. Entonces la operadora del acuerdo
fue la actual vicejefa de gobierno porteño Cecilia Felgueras.
Y todo salió bien, tal vez por causas exógenas al
propio programa. Seguramente porque en aquel momento histórico
a la Alianza todo le salía bien.
La recidiva fue igualmente trabajosa (la precedieron varias reuniones)
aunque menos feliz. Y, como cuadra a un gobierno cultor de la campaña
permanente, se enhebró con otras iniciativas tendientes
a otorgar a De la Rúa un perfil popular, simpático,
¿menemista? En un puñado de días el Presidente
que, en el momento cúlmine de esa campaña, hizo blasón
del mote de aburrido, se fotografió junto al
golfista yanqui Tiger Woods y a Diego Maradona (sí, aquel
que Chiche Duhalde afirmaba que jamás recibiría en
Olivos, aquel que inspiró en los propios equipos publicitarios
oficiales el afiche Maldita cocaína). Y fue por
más a Telefé.
Intentar transmitir que De la Rúa es desenvuelto, dicharachero
y algo cachafaz (el formato de un piola según Tinelli) choca
con un obstáculo esencial: el Presidente no es así.
Carlos Menem era, antes que un personaje político que
va a los medios, un personaje de los medios. Podía
transitar con soltura todo formato televisivo por algunas características
de emisor que también comparte Carlos Chacho
Alvarez. O Jorge Yoma. Por desparpajo, sentido del humor, simpatía
natural o cultivada en suelo fértil, dan bien. Juegan de
local en una cancha que a De la Rúa le resulta hostil.
En términos comunicacionales cabría preguntarse qué
sentido tiene que De la Rúa se disfrace de Menem, si no da
el personaje.
Paralelamente, en términos políticos, cabe asombrarse
de que un político que fue votado para presidente en buena
medida por ser distinto a Menem, se esmere en parecérsele.
Ser aburrido era un galardón porque la falta de diversión
era contrapartida de la dedicación al trabajo, la gestión
de gobierno, la eficiencia. Tal vez el Presidente ahora busque ser
divertido porque a un año de gobierno no ha alcanzado
esos paraísos que en su otra campaña prometió.
Como fuera, le salió mal. Un sketch armado con la dedicación
propia de una cuestión de Estado se desbarató por
la entrada del joven Esteban Belli que le reclamó por la
situación de los presos ayunantes del MTP. La breve interrupción
alteró el libreto. Ubicó a Tinelli en un rol de protector
del presidente a quien rodeó con su brazo en involuntaria
réplica del gesto que éste hiciera para la foto
con Machinea. Pero el daño estaba hecho. A partir de ahí
De la Rúa lució errático y descolocado. Habló
del hijo de dos años y medio del animador como si fuese un
recién nacido. Confundió el nombre de pila de la esposa
de Tinelli. Rebautizó al programa como Telefé.
Y remató su involuntaria imitación de su imitador
errando la salida, caminando sin rumbo detrás de la escena.
Lo mismo que, para su fastidio, suele hacer su clon.
La breve actuación resaltó lo que quería negar,
lo que la caricatura enfatiza: la falta de reflejos para resolver
situaciones concretas, inesperadas. Una carencia de decisión
que le complica aún los escenariosmás propicios. Una
imagen de TV que, en el caso de los asaltantes al cuartel de Tablada,
se parece peligrosamente a la realidad.
Al gobierno le sobran problemas: los agrava con su irresolución,
sus medias tintas, su legalismo incomprensible.
Paréntesis
sobre la violencia
Contra lo que dijeron y dirán muchos apóstoles
de la mano dura no hubo en el hecho riesgo alguno para el Presidente.
En rigor, todos los protagonistas tuvieron una conducta democrática
estimable.
Belli sólo quiso decir su verdad: no agredió, ni gritó
ni profirió un insulto. De la Rúa le respondió
con respeto y haciéndose a su modo cargo del
tema. Tinelli tuvo inusual profesionalismo: mantuvo el buen tono,
contuvo (hasta físicamente) al principal invitado. Y reprendió
a Belli pero sin mostrarse descalificador ni autoritario.
Contra lo que se diga, lo que campeó en los estudios de Canal
11 no fue la violencia sino un ejercicio tumultuoso y desprolijo
de democracia, bastante bien actuado. Esa temporaria, relativa
igualdad mechada de tolerancia entre dos figuras de elite y un ciudadano
común es un digno logro de la Argentina de hoy. Claro que
sólo se alcanzó porque Belli alteró por un
momento las reglas del juego.
Postal navideña
La foto con el ex vicepresidente no fue velada por intruso alguno
pero tampoco irradia la Paz que pretende. Es cierto que los dos
integrantes de la fórmula aliancista departieron con cordialidad
pero es también real que hacían lo mismo hasta horas
antes de que Chacho renunciara: prodigarse buenos modales sin contarse
todo. Muchos datos quedan en el tintero si sólo se mira la
foto. O si sólo se registra como disidencia la diferencia
nada menor que tienen no ellos sino el Gobierno y el Frepaso
respecto de la reforma previsional.
Acaso valga la pena puntear lo que no se dijo pero está ahí
presente.
Que De la Rúa
sigue fastidiado con Alvarez. Que lo molestó que éste
reapareciera en los medios y difundiera más o menos públicamente
su propuesta antes de entregársela a él.
Que el Presidente, a
su modo, auditó a Chacho. Sugirió una
charla previa con Chrystian Colombo. El jefe de Gabinete compartió
un café con el ex vice en un bar de Congreso, muy cercano
al sindicato de Alicia Castro. Colombo aprobó a Alvarez,
elogió su actitud como constructiva. Llegó a considerar
un ejemplo que volviera haciendo propuestas y no pidiendo
cargos. Y hasta calificó de interesantes algunas de
las medidas contenidas en el paper alvarista. Pero lo cortés
no quita a lo valiente, la auditoría existió.
Que así y todo,
De la Rúa dijo a un par de radicales y al menos a un alto
dirigente frepasista hago la reunión solamente porque
me la pidió Darío (Alessandro). Una forma de
diferenciar al jefe de los parlamentarios frepasistas de Alvarez.
Que más de un
armador del radicalismo imagina cómo tentar, cargos en las
listas mediante, a actuales diputados o funcionarios frepasistas
para no irse de la Alianza si Alvarez da un portazo.
Que operadores del Gobierno
y del chachismo imaginan escenarios electorales con Alvarez de candidato.
Y que en la Rosada se estremecen ante la idea de que el jefe del
Frepaso encabece la lista de senadores en la Capital y Raúl
Alfonsín en la provincia. Dos candidatos de primer
nivel con un discurso crítico al gobierno nacional pueden
ser un dolor de cabeza, explicó a Página/12
un operador delarruista.
Que encuestadores de
la UCR miden cómo da Alvarez para senador en provincia de
Buenos Aires, por si las moscas. Claro está que Alvarez y
De la Rúa rompieron el hielo y se acercaron algo. Claro que
hay en danza una propuesta de acercar al ex vice aún más
en algún puesto indeterminado de los que a él le placen.
Pero es también real que la renuncia y las peleas de otoño
y primavera dejaron heridas sin cicatrizar.
Las imágenes no son pura falsedad. Pero muchas cosas ocurren
fuera del ojo de la cámara. Las historias de familia, al
fin, se dejan contar por los álbumes pero, en rigor de verdad,
lo más interesante usualmente no es fotografiado.
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