Por Claudio Uriarte
Yasser Arafat nunca se
perdió una oportunidad de perderse una oportunidad. Este
cruel diagnóstico parecía ayer muy próximo a confirmarse
a medida que las negociaciones de Washington para alcanzar una solución
definitiva al conflicto palestino-israelí se disolvían en
un clima pesimista nacido de una paradójica posición de
máxima del líder de la parte más débil: No
hay nada a cambio de nada. Jerusalén es la capital palestina aunque
a Israel no le guste.
Para recapitular: Israel ofreció, en estas negociaciones in extremis,
conceder a los palestinos la soberanía sobre Jerusalén Oriental
y la mayor parte de los lugares santos, así como sobre el 95 por
ciento de Cisjordania y Gaza. Pero no aceptó el derecho al retorno
a territorio israelí de los refugiados palestinos que, según
las Naciones Unidas, se elevan a 3,7 millones desperdigados en el mundo
entero. Conviene entender que ésta no era una cuestión de
regateo, sino de supervivencia: 3,7 millones de refugiados palestinos
en Israel serían suficientes para desnaturalizar el carácter
judío del Estado o por lo menos para establecer un apartheid. Porque
los ciudadanos árabes de Israel ya son 1 millón, y agregarles
3,7 millones equivaldría a empatar la población israelí
de 5 millones de judíos. Entonces, reclamar el derecho de los refugiados
prácticamente equivalía a pedir que Israel renunciara a
su derecho a existir. Israel respondió concediendo el derecho a
la reunificación de las familias, así como abriendo la posibilidad
de que los refugiados volvieran a territorio palestino. Pero la negociación
se estancó en esta cuestión de principio y, al parecer,
la delegación palestina llegó incluso a rechazar el reclamo
de que el Muro de los Lamentos en la Ciudad Vieja de Jerusalén
quedara bajo control israelí, bajo la forma de una soberanía
compartida sobre el Monte del Templo.
Shlomo Ben-Ami, del lado israelí, y Saeb Erekat, del palestino,
se preocuparon por evitar toda insinuación de que el diálogo
estaba terminado, pero el tiempo apremia: Bill Clinton deja el poder el
20 de enero y había dejado claro que quería un acuerdo para
el 10, mientras el primer ministro israelí afronta el 6 de febrero
unas elecciones, si no hay acuerdo de paz, casi seguramente perderá
frente al ultranacionalista de derecha Ariel Sharon. Como para cubrir
las formas, las dos delegaciones dijeron que estudiarán los resultados
con sus respectivos gobiernos y enviarán el miércoles sendas
respuestas oficiales a las sugerencias de Clinton. En estas condiciones,
Arafat parece estar apostando, o a una polarización político-militar
en las que lleva las de perder, o a que el nuevo gobierno norteamericano
de George W. Bush le sea más favorable. Pero Israel es un Estado
independiente y, en términos de concesiones, las posiciones de
Barak en esta ronda fueron lo máximo que cualquier gobierno israelí
puede ofrecer.
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