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ARAFAT ENDURECIO SUS PLANTEOS Y LOS SIGNOS SON MALOS
“No hay nada a cambio de nada”

Después de cinco días, las negociaciones sobre Medio Oriente en Washington terminaron con una posición palestina de máxima.

Saeb Erekat, jefe de la delegación palestina.
Los refugiados fueron el
gran eje de la discordia.

Por Claudio Uriarte

“Yasser Arafat nunca se perdió una oportunidad de perderse una oportunidad.” Este cruel diagnóstico parecía ayer muy próximo a confirmarse a medida que las negociaciones de Washington para alcanzar una solución definitiva al conflicto palestino-israelí se disolvían en un clima pesimista nacido de una paradójica posición de máxima del líder de la parte más débil: “No hay nada a cambio de nada. Jerusalén es la capital palestina aunque a Israel no le guste”.
Para recapitular: Israel ofreció, en estas negociaciones in extremis, conceder a los palestinos la soberanía sobre Jerusalén Oriental y la mayor parte de los lugares santos, así como sobre el 95 por ciento de Cisjordania y Gaza. Pero no aceptó el derecho al retorno a territorio israelí de los refugiados palestinos que, según las Naciones Unidas, se elevan a 3,7 millones desperdigados en el mundo entero. Conviene entender que ésta no era una cuestión de regateo, sino de supervivencia: 3,7 millones de refugiados palestinos en Israel serían suficientes para desnaturalizar el carácter judío del Estado o por lo menos para establecer un apartheid. Porque los ciudadanos árabes de Israel ya son 1 millón, y agregarles 3,7 millones equivaldría a empatar la población israelí de 5 millones de judíos. Entonces, reclamar el derecho de los refugiados prácticamente equivalía a pedir que Israel renunciara a su derecho a existir. Israel respondió concediendo el derecho a la reunificación de las familias, así como abriendo la posibilidad de que los refugiados volvieran a territorio palestino. Pero la negociación se estancó en esta cuestión de principio y, al parecer, la delegación palestina llegó incluso a rechazar el reclamo de que el Muro de los Lamentos en la Ciudad Vieja de Jerusalén quedara bajo control israelí, bajo la forma de una soberanía compartida sobre el Monte del Templo.
Shlomo Ben-Ami, del lado israelí, y Saeb Erekat, del palestino, se preocuparon por evitar toda insinuación de que el diálogo estaba terminado, pero el tiempo apremia: Bill Clinton deja el poder el 20 de enero y había dejado claro que quería un acuerdo para el 10, mientras el primer ministro israelí afronta el 6 de febrero unas elecciones, si no hay acuerdo de paz, casi seguramente perderá frente al ultranacionalista de derecha Ariel Sharon. Como para cubrir las formas, las dos delegaciones dijeron que estudiarán los resultados con sus respectivos gobiernos y enviarán el miércoles sendas respuestas oficiales a las sugerencias de Clinton. En estas condiciones, Arafat parece estar apostando, o a una polarización político-militar en las que lleva las de perder, o a que el nuevo gobierno norteamericano de George W. Bush le sea más favorable. Pero Israel es un Estado independiente y, en términos de concesiones, las posiciones de Barak en esta ronda fueron lo máximo que cualquier gobierno israelí puede ofrecer.

 

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