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DIVIDIDOS DIO UN BUEN SHOW QUE RESUMIO SU CARRERA MUSICAL
La vuelta a la vocación experimental

Divididos cerró un buen año con un show fuerte que mostró completo su catálogo de sonidos. Hubo una vuelta al experimento, que andaba medio tapado, clásicos, temas nuevos y un oportuno homenaje a Luca Prodan.

Mollo, Arnedo y Araujo tocaron tres horas recorriendo historia.
La banda sonó muy bien, con invitados ajustados al repertorio.

Por Pablo Plotkin

El 2000 fue un año particularmente saludable para Divididos. No sólo editó su mejor álbum en siete años –Narigón del siglo, yo te dejo perfumado en la esquina para siempre–, sino que recuperó cierta voluntad experimental que había dejado de lado en el último tiempo. Y la expuso en una serie de shows que, sucesivamente, resumió la vocación electrónica, folklórica y acústica del trío, más allá de su histórico talento arrasador para tocar rock fuerte. Además de alumbrar la sonrisa de despedida de un año positivista, las dos presentaciones en Obras funcionaron como puertas de acceso a toda la obra pasada de Divididos: un robusto catálogo de canciones y sonidos que refleja turbulencias personales, estados de ánimo artístico y una voluntad irreductible para dejar atrás los tropiezos y mantenerse en la primera plana de la escena rock argentina.
Para cerrar el año, Divididos eligió repartir sus seis discos de estudio en dos conciertos, tocando tres álbumes (casi enteros) por noche. Si bien la estrategia permite revisitar cómoda y exhaustivamente cada uno de sus discos, es cierto que privó a los fans de una parte importante de canciones favoritas. La mera decisión organizativa fue, quizás, el único punto débil de estas actuaciones. El viernes, a lo largo de tres horas, Mollo, Arnedo y Araujo se dedicaron a repasar con lujo de detalles los temas de 40 dibujos ahí en el piso (1989, el debut), La era de la boludez (1993, la consagración) y Gol de mujer (1998, la “resurrección”). Entre la secuencia inaugural de electrónica beduina titulada “Pestaña de Camello” y los enganchados de Sumo del final, hubo tiempo y espacio para reconstruir el camino que llevó a los paisanos de Hurlingham a convertirse en la primera banda de rock “indiscutible” de la década pasada.
En el ‘89, las canciones de Divididos rara vez veían el sol. No había pasado mucho tiempo desde la muerte de Luca, la disolución de Sumo y la dispersión de sus integrantes. 40 dibujos... era un disco que hablaba de valles secos, bares decrépitos, cerveza tibia y pesadillas. “Quise ser fusilado para no esperar”, dice un verso de “Gárgara larga”, que en Obras sonó con el violín oportunamente sombrío de Javier Casalla. Todas esas canciones-trauma, interpretadas desde un presente de sanidad y paz interior, renacen como clásicos de época sin sobresaltos ni sensaciones oscuras. “La mosca porteña”, “Che, qué esperás”, “Haciendo cosas raras” y “Un montón de huesos” son favoritos históricos del público de Divididos. Al igual que “Los hombres huecos” (la adaptación de un poema de Thomas Elliot), a la que el 2000 encontró tecnológicamente reforzada. Luego sonaron “Los sueños y las guerras”, “¿De qué diario sos?” (con la trompeta de Gillespi) y “Camarón Bombay”, una pequeña broma de los comienzos que se celebró con el mismo cariño que la versión potente de “Light my fire”, clásico de The Doors.
Las camaritas sujetas a los micrófonos devolvían primerísimos planos de Mollo, reproducidos en ojo de pez a través de pantallas con una imagen deliberadamente inestable. La nariz del cantante se caricaturizaba en blanco y negro mientras pasaban los capítulos de La era de la boludez, el sucesor de Acariciando lo áspero y álbum consagratorio en la carrera de Divididos. Producido por Gustavo Santaolalla, La era... resumió la infinitamente reseñada conciliación entre rock y folklore, con algunos símbolos precisos como la versión de “El arriero” de Atahualpa Yupanqui,la chacarera “Huelga de amores” y el chamamé “Ortega y Gases”, tres momentos que en Obras integraron un bloque autóctono reforzado con el guitarrista Alambre González, Omar Mollo (guitarra y zapateo) y un clima de peña lisérgica que se adueñó del show. “Dame un limón” siguió con la colaboración de Tito Fargo y aquel disco del ‘93 reapareció en el último tramo con dos canciones demoledoras: “Paisano de Hurlingham” y “Rasputín”.
El tercer disco en cuestión, Gol de mujer, es el álbum con que Divididos volvió a las fuentes, recuperó la sonrisa y preparó el terreno para el necesario vuelco artístico de Narigón del siglo... (que junto con Acariciando lo áspero y Otroletravaladna fueron presentados anoche). Aun sin representar más que una transición en la obra de la banda, los temas de Gol de mujer son igualmente infalibles: “Alma de budín”, “Cabeza de maceta”, “Nene de antes” y “Cosas de baboon” estallan como cualquier canción energética de Divididos. Y “Luca”, homenaje explícito al héroe de Sumo, cobró especial dimensión por tratarse del aniversario de su muerte (el 22 de diciembre de 1987). Una certeza: para Divididos, poder gritar esa emoción frente a 5 mil personas es parte de una campaña de destrucción de complejos que los llevó a reconciliarse con todo su pasado y mirar definitivamente al futuro.

 

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