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el Kiosco de Página/12

Agua que no has de beber
Por Rafael A. Bielsa

Homero se despertó en alcoba ajena, se sentó, y miró por sobre su hombro a la crocante criatura que todavía dormía a su lado. Era el viernes 24 de noviembre de 2000, el día en que fueron a la huelga cerca de 6,5 millones de trabajadores, el 70 por ciento de los asalariados del país. El fulgor mate de la piel que alentaba al otro lado de la cama no le impidió recordar �entre los telones del sueño y la cerveza nocturna� que no había avisado a sus padres que no iría a dormir, que estaba en Parque Centenario, y que su casa quedaba en pleno Barrio Norte. Se vistió en silencio, resignado a caminar.
Durante otro noviembre, éste de 1970, Charles Manson era juzgado por el crimen de Sharon Tate �la esposa del director Roman Polanski� y por el de otras personas, en uno de los procesos más memorables del siglo XX. La testigo del fiscal, Linda Kasabian, explicaría que Manson consideraba inminente el escenario denominado �Helter Skelter�: se desataría una guerra racial entre negros y blancos, los negros iban a ganar, luego serían incapaces de gobernar, y a continuación él y su �familia� llegarían para liderar la Nación; el asesinato de Sharon Tate era necesario para provocar la reacción en cadena. Manson fue condenado a muerte en la cámara de gas, y luego esta pena transformada en prisión perpetua.
Silbando bajito �Helter Skelter�, el tema de Lennon & McCartney, Homero se internó por las calles de Parque Centenario, esperando el milagro improbable de un taxi, y el posible de encontrar una avenida que le permitiera orientarse, cuando la cerveza de las vísperas hizo su inesperada aparición a través de uno de sus efectos: Homero empezó a considerar más inaplazable un baño de caballeros, que una avenida o un taxi. Transcurrían las cuadras, y no había bares abiertos; el que encontró, estaba cruzado por andamios y en restauración, incluidos los sanitarios. A 50 metros vio el cerco perimetral de madera de una obra en construcción, y pensó en la película sobre Vietnam: Regreso sin gloria. Hacia allí enderezó sus pies afligidos por la peregrinación, pero repentinamente revitalizados como por arte de escondite.
Homero tiene 22 años, la misma edad que tenía en 1895 lord Alfred Douglas, hijo del marqués de Queensberry �quien escribió las reglas del boxeo�, y amigo íntimo de Oscar Wilde, relación a la que el marqués se oponía tenazmente. Fue entonces cuando Wilde decidió demandar al aristócrata por calumnias, a raíz de una tarjeta que éste le había dejado en el Albemarle Club de Londres, donde lo llamaba sodomita. En la Inglaterra victoriana, la homosexualidad era un crimen serio, y los juicios de Wilde son considerados una de las más vigorosas denuncias respecto de la hipocresía de las clases dominantes de la época. Wilde desistió de su querella, pero a continuación el marqués de Queensberry lo demandó a él por actos de indecencia y sodomía, y obtuvo su condena. Luego de cumplirla, terminado como persona, Wilde viajó a París, donde murió de meningitis a los 46 años. �Todo hombre mata las cosas que ama�, había escrito.
Precisamente terminado estaba Homero, cuando por el rabillo del ojo vio acercarse al móvil 127 de la Policía Federal Argentina, como un tiburón de badana color cobalto, que en mitad de la soledad de las 11.40 de la mañana, se detuvo justamente a su lado. Bajó un oficial con la inflexibilidad de los convencidos en la mirada, le pidió que se identificara, y le labró un acta contravencional por �ensuciar bienes ajenos�, a tenor de lo que reza el artículo 73 del Código de Convivencia Urbana. No sirvieron como atenuantes ni una apretada lección de fisiología, ni el ostensible paro general, ni ninguna otra cosa: estaba en juego el honor policial, las buenas costumbres, la familia, el hogar e incluso el futuro de la Nación. Homero apoyó la quijada contra su pecho apesadumbrado, y aceptó la copia del acta.
La lectura del acta de juicio que en 1992 terminó con Mike Tyson en la cárcel, permite comprobar en qué medida el hecho de que el boxeador fuese una superestrella, no hizo mella ni en el jurado, ni en los fiscales ni enla jueza. Tyson había agredido sexualmente a Desiree Washington, una belleza negra de 18 años que había sido elegida Miss Rhode Island. Los antecedentes de Tyson en la materia, la comprobación de que la denunciante tenía, 24 horas más tarde, abrasiones y escoriaciones que indicaban violencia, y diversos testimonios llevaron a la jueza a condenarlo a diez años de prisión, con los últimos cuatro suspendidos. Debido a su buena conducta, salió en libertad bajo palabra tres años más tarde.
Después de haber sido citado por el fiscal, bajo apercibimiento de ser conducido por la fuerza pública, Homero �en los antípodas de una superestrella� concurrió a tribunales, donde se enteró que el oficial, en un rasgo de grandeza característico de los convencidos, lo había denunciado por ensuciar bienes pero dejando en claro que el malogrado bañista había mostrado el debido recato de no ser observado por terceros. Esto es, urgido sí, pero nunca exhibicionista. Pensó en el viejo remedio de una amonestación verbal y una palmada en la espalda, en cuántas notificaciones y pasos procesales tendrían todavía las actuaciones, en el costo del trámite.
También pensó en que ese episodio no iba a dejarle absolutamente nada a él, a la sociedad, al concepto de convivencia y de justicia, y a los anales de las más significativas batallas legales de la historia.

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