Nene
Por Antonio Dal Masetto
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Estas fiestas
vienen de malaria, así que con el Gallego a la cabeza los parroquianos
decidimos, por una noche, convertir el bar en un oasis, lo más
lejos posible de tantas promesas de futuro grandioso y optimismo de cartón.
En la puerta el Gallego colgó un cartelito que dice: Fiesta privada,
sólo para los íntimos. El que más, el que menos lo
que dejó fuera son pestes: cuentas a pagar, reclamos, conflictos
laborales, compromisos que no puede cumplir.
Adentro, rápidamente, la cosa se pone linda. Las damas están
espléndidas, los caballeros lucen elegantes y entusiastas. Algunos
trajeron su música favorita. Corre la bebida, se cuentan anécdotas
gloriosas de la historia del bar y el Gallego, de cada tres botellas que
despacha, regala una. Esta noche nuestra señorita Nancy ha tenido
la cortesía de no seducir a más de un hombre por vez, para
que reine la paz y la concordia.
Se oyen golpes tímidos en la puerta: toc, toc. El Gallego baja
la música.
¿Quién es?
Soy yo, el nene.
Varias de las damas corren a abrir y entra el nene, descalzo y vestido
con su chiripá. En la vereda quedan el buey y el asno. El nene
no parece feliz. Las damas lo alzan y lo sientan sobre el mostrador.
¿Qué pasa? ¿Por qué estás triste?
Porque nadie me quiere. Golpeo en las casas y no me abren. Les abren
nada más que a esos gordos de colorado y de barba blanca que vienen
del Polo Norte. Miro por las ventanas y todos les festejan las payasadas.
Cuando veo un trineo con los renos estacionados sobre los techos o las
terrazas, directamente ni toco timbre. No soy bienvenido en ningún
lugar.
Será posible, todos los años la misma historia con
estos gordos chantapufes decimos todos.
Nancy le alcanza una leche chocolatada al nene y otra dama una vainilla.
Acá siempre me recibieron bien. Este año vine más
temprano porque me di cuenta de que era inútil seguir caminando.
Hasta el buey y el asno me dijeron: patroncito, no sigamos más,
no ganamos ni para forraje, nos desconocen en todos lados, a nadie le
importamos.
El nene se sorbe los mocos y una dama solícita le limpia la nariz
con un pañuelito perfumado.
En la vereda se oyen frenadas de trineos, el tintinear de campanitas y
siguen sólidos golpes en la puerta.
Abran, somos nosotros, Santa Claus y Papá Noel, traemos regalos
y premios, cruceros gratis alrededor del mundo, teléfonos celulares
sin resumen ni facturas, dijes de la buena suerte, radiollaveros, una
selección de vinos personalizados, patines biplaza marca Juntitos
para enamorados, relojes-bolígrafos que dan la hora y escriben
en cuatro idiomas, paraguas musicales automáticos de bolsillo,
llamadas rebajadas al Polo Norte, almohadas para viajes Noni-noni, agendas
electrónicas solares y lunares, vales para seis juegos en el más
célebre parque de diversiones, estadía sin cargo, dos días
y una noche, en un Spa-Resort & Centro de Revitalización en
las Sierras de Córdoba y además los famosos cupones Navidad
Feliz Raspe y Gane con miles de recompensas sorpresa. Ho, ho, ho.
Todos nos miramos y preguntamos:
¿Qué hacemos con éstos?
Una antepasada mía estuvo en las invasiones inglesas y los
rajaron tirándoles todas las porquerías que tenían
a mano comenta una de las damas.
Inmediatamente tomamos los baldes con agua e hielo, los tachos de basura
de la cocina, juntamos los puchos de los ceniceros.
Ya vamos grita el Gallego.
Abrimos la puerta y le zampamos todo encima. Los gordos atajándose
como pueden de la lluvia de agua helada y la basura saltan sobre los trineos
y parten a través de la noche.
El nene, divertido, festeja dando vueltas carnero sobre el mostrador.
Ríe. Bate palmas y a cada dama le aparece una rosa blanca en los
cabellos y a cada caballero un habano prendido entre los dedos. La máquina
de café silba una chacarera y en las mesas los platitos marcan
el ritmo con los pocillos. El aire está lleno de chisporroteos.
No vamos a dejar al buey y al asno afuera dice el Gallego,
que entren a festejar también. Arriba los corazones, feliz Navidad
para todos.
REP
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