Por Luciano Monteagudo
Balance: Movimiento de
un cuerpo inclinándose a un lado y a otro. Com. Libro en que se
escriben créditos y deudas; cuenta general que demuestra el estado
del caudal de un comerciante o del comercio de un país. Algunas
de estas típicas definiciones de diccionario se aplican casi literalmente
a lo sucedido al cine argentino durante el transcurso del año 2000.
Por una parte, el cine local estuvo, como pocas veces en los últimos
tiempos, en movimiento perpetuo, inclinándose a un lado y a otro
de la balanza, buscando el justo medio entre las aspiraciones artísticas
y los éxitos de boletería, entre la expresión personal
y los gustos del público masivo.
A diferencia de lo sucedido en 1999, cuando los casi 2 millones y medio
de espectadores que obtuvo Manuelita hegemonizaron la temporada, relegando
a los films propiamente dichos Mundo grúa, Garaje Olimpo,
Silvia Prieto, exitosos en festivales internacionales a los círculos
más reducidos del público de Buenos Aires, el 2000 estuvo
menos concentrado, fue más equitativo en el reparto de beneficios
y encontró un título emblemático en esa difícil
búsqueda del punto medio: Nueve reinas.
La ópera prima de Fabián Bielinsky se reveló como
un film argentino infrecuente: preciso, seguro, bien contado, capaz de
comunicarse de manera muy directa con el espectador, sin necesidad de
facilismos o guiños televisivos, simplemente con las armas más
nobles del cine clásico. A su vez, Nueve reinas supo conectarse
con la realidad más inmediata, sin tener la obligación de
bajar línea, arrojar panfletos o enarbolar discursos. Ese universo
conspirativo que construye el film, ese laberinto de taimados, farsantes
y embusteros no es otro, claro, que el de la Argentina de hoy, de ahora,
llevada a un extremo casi humorístico. Esto está lleno
de chorros, se queja nada menos que Marcos (Ricardo Darín),
uno de los cuenteros de la película. ¿Será
igual en todos lados? Estamos jodidos acá.
Hubo otros títulos, también, que buscaron, con mayor o menor
suerte, hacer un cine de escritura personal, que a su vez pudiera relacionarse
con el público de igual a igual, sin tratarlo como a un mero consumidor
pasivo de las figuritas repetidas de la televisión (que este año,
cuándo no, tampoco estuvieron en falta). En esa línea de
nobleza cabe anotar primero a Plata quemada, el cuarto largometraje de
Marcelo Piñeyro, una ardua adaptación de la novela homónima
de Ricardo Piglia, que se atrevió a desechar los elementos más
fáciles de la trama para internarse, en cambio, en el carácter
maldito, fatalmente condenado de sus personajes. Por otra parte, también
estuvo el debut promisorio del publicista Lucho Bender con Felicidades,
una película coral a la manera del Altman de Ciudad de ángeles
o del Thomas Anderson de Magnolia en la que una serie de historias
cruzadas en una misma noche febril van ofreciendo un mosaico humano posible
de Buenos Aires. La precandidatura al Oscar de la Academia de Hollywood
de Felicidades fue como suele suceder en estos casos bastante
discutida, pero le sirvió al film para volver a interesar al público
local por esta película que, en el momento de su estreno, había
pasado casi inadvertida.
Y hablando de público, es aquí cuando el balance, en su
acepción más mercantil del término, empieza a cobrar
sentido. Según cuentas del Instituto Nacional del Cine y las Artes
Audiovisuales (Incaa), el 2000 fue uno de los mejores años que
pueda recordar la industria local en mucho tiempo. Las cifras oficiales
hablan de 6.300.000 espectadores, casi un millón más que
el año pasado, lo que supone un incremento del 17 por ciento en
la asistencia del público local a los estrenos nacionales. En palabras
del director del Incaa, José Miguel Onaindia, a la agencia oficial
Télam, esto significa, dentro de la masa total de espectadores,
que un 19,8 por ciento del total de entradas vendidas en el 2000 lo fueron
para films argentinos. Ello hace de nuestra cinematografía una
de las más exitosas del mundo, sólo superada por Francia,
Dinamarca e Italia (y por supuesto por Estados Unidos, China e India,
que gozan del favor de enormes mercados internos).
En la columna del haber, el Incaa también consigna los 46 estrenos
argentinos que llegaron este año a las pantallas, aunque esa cifra
haya sido abultada por materiales en video, estrenos trasnochados o distantes
(como alguno registrado secretamente en Río Gallegos) y hasta el
caso de una coproducción con México (Un dulce olor a muerte),
ocurrido sólo en tierra azteca. Es muy cierto, sin embargo, que
la producción está en franco ascenso, al punto que para
el año próximo (ver aparte) se calcula que pueden llegar
a estar listos para su estreno unos cien largometrajes nacionales, una
cifra que, de concretarse, sería record absoluto.
Después del largo y oscuro reinado de Julio Mahárbiz al
frente del Incaa, el balance del 2000 también da positivo en la
actitud de la nueva administración, que se manejó con una
política de puertas abiertas y participación plena de los
distintos sectores de la industria. Hay, sin embargo, algunos rojos preocupantes
en la columna del debe y tienen que ver con eternos problemas de presupuesto,
empezando por el hecho de que nunca se hicieron públicos los resultados
de una auditoría a la gestión anterior, si es que la hubo.
Cuando se hicieron cargo las nuevas autoridades, se habló de un
abultadísimo déficit heredado y de gastos fuera de control,
pero luego en consonancia con lo sucedido en otras áreas
del Gobierno nacional nadie parece haber sido responsable de nada.
En fin, si se habla estrictamente de dinero (lo que supone todo balance
que se precie de tal), los recursos del Incaa este año rondaron
los 30 millones de pesos, a los que se sumó una partida extraordinaria
de otros 4 millones correspondientes al Presupuesto 1999, más otros
8 que se espera que la Jefatura de Gabinete otorgue in extremis, de manera
excepcional, para saldar prácticamente la totalidad de las
deudas de subsidios generada en otras gestiones, según señaló
Onaindia. Para el 2001 también están previstos otros 30
millones (de los cuales 15 estarían íntegramente dedicados
a subsidios y créditos), pero sucede que esa cifra es apenas la
mitad del presupuesto que le corresponde al organismo, ya que históricamente
el Ministerio de Economía se queda, de facto, con el 50 por ciento
del impuesto a las entradas, cuya totalidad debería ser para fomentar
la actividad del sector, según estipula la ley de Cine. En el Incaa
confían en que una nueva reglamentación de esta ley (en
la que están trabajando) pueda revertir la situación, ofrecer
seguridad jurídica y consolidar una producción creciente,
que ha demostrado que es capaz de expresarse aun por afuera de cualquier
acción oficial. Pero que la necesita, imperiosamente.
Claves de lo que vendrá
La ciénaga, promisoria ópera prima de
Lucrecia Martel.
Si se tienen en cuenta tanto los papeles internos del INCAA como
los datos que aparecen espontáneamente por afuera del marco
oficial, el 2001 podría llegar a ser un año record
en cantidad de estrenos nacionales, con más de un centenar
de largometrajes casi listos para su lanzamiento comercial o en
distintas fases de producción. A priori, este panorama parece,
de por sí, sorprendente, pero si no está bien piloteado
podría llegar a convertirse en una bomba de tiempo, en la
medida en que unos estrenos pueden superponerse con otros y anularse
mutuamente, saturando el mercado. Se sabe que en el INCAA hay una
preocupación sobre este tema, pero aquí va a ser crucial
el acuerdo con los circuitos de distribución y exhibición,
para que al menos la mayoría de las películas consiga
una salida acorde a sus expectativas. Entre los films que esperan
pista hay varios títulos de directores bien conocidos en
el panorama local Héctor Olivera, Eliseo Subiela, Jorge
Polaco, Eduardo Mignogna pero el 2001 será, sobre todo,
el año del despegue de toda una nueva generación de
cineastas que se darán a conocer con sus primeros films,
gente joven, que busca nuevas formas de expresión y en la
que ya se puede advertir un futuro posible para el cine argentino.
Entre ellos (que son muchos) conviene llamar la atención
sobre Lucrecia Martel y Lisandro Alonso, cuyos films La ciénaga
y La libertad, respectivamente, ya están en la mira de los
programadores de los principales festivales del mundo.
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