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BALANCE DE LA TEMPORADA 2000

EL CINE NACIONAL ACUMULO DURANTE
EL AÑO 46 ESTRENOS Y 6 MILLONES DE ESPECTADORES
Las cifras fueron las reinas de esta temporada

El 2000 fue una de las cosechas más rendidoras que pueda recordar la industria local en mucho tiempo. Los números oficiales hablan de 6.300.000 espectadores, casi un millón más que el año pasado, lo que supone un incremento del 17 por ciento en la asistencia a los estrenos nacionales.

Por Luciano Monteagudo

“Balance: Movimiento de un cuerpo inclinándose a un lado y a otro. Com. Libro en que se escriben créditos y deudas; cuenta general que demuestra el estado del caudal de un comerciante o del comercio de un país.” Algunas de estas típicas definiciones de diccionario se aplican casi literalmente a lo sucedido al cine argentino durante el transcurso del año 2000. Por una parte, el cine local estuvo, como pocas veces en los últimos tiempos, en movimiento perpetuo, inclinándose a un lado y a otro de la balanza, buscando el justo medio entre las aspiraciones artísticas y los éxitos de boletería, entre la expresión personal y los gustos del público masivo.
A diferencia de lo sucedido en 1999, cuando los casi 2 millones y medio de espectadores que obtuvo Manuelita hegemonizaron la temporada, relegando a los films propiamente dichos –Mundo grúa, Garaje Olimpo, Silvia Prieto, exitosos en festivales internacionales– a los círculos más reducidos del público de Buenos Aires, el 2000 estuvo menos concentrado, fue más equitativo en el reparto de beneficios y encontró un título emblemático en esa difícil búsqueda del punto medio: Nueve reinas.
La ópera prima de Fabián Bielinsky se reveló como un film argentino infrecuente: preciso, seguro, bien contado, capaz de comunicarse de manera muy directa con el espectador, sin necesidad de facilismos o guiños televisivos, simplemente con las armas más nobles del cine clásico. A su vez, Nueve reinas supo conectarse con la realidad más inmediata, sin tener la obligación de bajar línea, arrojar panfletos o enarbolar discursos. Ese universo conspirativo que construye el film, ese laberinto de taimados, farsantes y embusteros no es otro, claro, que el de la Argentina de hoy, de ahora, llevada a un extremo casi humorístico. “Esto está lleno de chorros”, se queja nada menos que Marcos (Ricardo Darín), uno de los “cuenteros” de la película. “¿Será igual en todos lados? Estamos jodidos acá.”
Hubo otros títulos, también, que buscaron, con mayor o menor suerte, hacer un cine de escritura personal, que a su vez pudiera relacionarse con el público de igual a igual, sin tratarlo como a un mero consumidor pasivo de las figuritas repetidas de la televisión (que este año, cuándo no, tampoco estuvieron en falta). En esa línea de nobleza cabe anotar primero a Plata quemada, el cuarto largometraje de Marcelo Piñeyro, una ardua adaptación de la novela homónima de Ricardo Piglia, que se atrevió a desechar los elementos más fáciles de la trama para internarse, en cambio, en el carácter maldito, fatalmente condenado de sus personajes. Por otra parte, también estuvo el debut promisorio del publicista Lucho Bender con Felicidades, una película coral –a la manera del Altman de Ciudad de ángeles o del Thomas Anderson de Magnolia– en la que una serie de historias cruzadas en una misma noche febril van ofreciendo un mosaico humano posible de Buenos Aires. La precandidatura al Oscar de la Academia de Hollywood de Felicidades fue –como suele suceder en estos casos– bastante discutida, pero le sirvió al film para volver a interesar al público local por esta película que, en el momento de su estreno, había pasado casi inadvertida.
Y hablando de público, es aquí cuando el balance, en su acepción más mercantil del término, empieza a cobrar sentido. Según cuentas del Instituto Nacional del Cine y las Artes Audiovisuales (Incaa), el 2000 fue uno de los mejores años que pueda recordar la industria local en mucho tiempo. Las cifras oficiales hablan de 6.300.000 espectadores, casi un millón más que el año pasado, lo que supone un incremento del 17 por ciento en la asistencia del público local a los estrenos nacionales. En palabras del director del Incaa, José Miguel Onaindia, a la agencia oficial Télam, “esto significa, dentro de la masa total de espectadores, que un 19,8 por ciento del total de entradas vendidas en el 2000 lo fueron para films argentinos. Ello hace de nuestra cinematografía una de las más exitosas del mundo, sólo superada por Francia, Dinamarca e Italia (y por supuesto por Estados Unidos, China e India, que gozan del favor de enormes mercados internos)”.
En la columna del haber, el Incaa también consigna los 46 estrenos argentinos que llegaron este año a las pantallas, aunque esa cifra haya sido abultada por materiales en video, estrenos trasnochados o distantes (como alguno registrado secretamente en Río Gallegos) y hasta el caso de una coproducción con México (Un dulce olor a muerte), ocurrido sólo en tierra azteca. Es muy cierto, sin embargo, que la producción está en franco ascenso, al punto que para el año próximo (ver aparte) se calcula que pueden llegar a estar listos para su estreno unos cien largometrajes nacionales, una cifra que, de concretarse, sería record absoluto.
Después del largo y oscuro reinado de Julio Mahárbiz al frente del Incaa, el balance del 2000 también da positivo en la actitud de la nueva administración, que se manejó con una política de puertas abiertas y participación plena de los distintos sectores de la industria. Hay, sin embargo, algunos rojos preocupantes en la columna del debe y tienen que ver con eternos problemas de presupuesto, empezando por el hecho de que nunca se hicieron públicos los resultados de una auditoría a la gestión anterior, si es que la hubo. Cuando se hicieron cargo las nuevas autoridades, se habló de un abultadísimo déficit heredado y de gastos fuera de control, pero luego –en consonancia con lo sucedido en otras áreas del Gobierno nacional– nadie parece haber sido responsable de nada.
En fin, si se habla estrictamente de dinero (lo que supone todo balance que se precie de tal), los recursos del Incaa este año rondaron los 30 millones de pesos, a los que se sumó una partida extraordinaria de otros 4 millones correspondientes al Presupuesto 1999, más otros 8 que se espera que la Jefatura de Gabinete otorgue in extremis, de manera excepcional, para saldar “prácticamente la totalidad de las deudas de subsidios generada en otras gestiones”, según señaló Onaindia. Para el 2001 también están previstos otros 30 millones (de los cuales 15 estarían íntegramente dedicados a subsidios y créditos), pero sucede que esa cifra es apenas la mitad del presupuesto que le corresponde al organismo, ya que históricamente el Ministerio de Economía se queda, de facto, con el 50 por ciento del impuesto a las entradas, cuya totalidad debería ser para fomentar la actividad del sector, según estipula la ley de Cine. En el Incaa confían en que una nueva reglamentación de esta ley (en la que están trabajando) pueda revertir la situación, ofrecer seguridad jurídica y consolidar una producción creciente, que ha demostrado que es capaz de expresarse aun por afuera de cualquier acción oficial. Pero que la necesita, imperiosamente.

 

Claves de lo que vendrá

“La ciénaga”, promisoria ópera prima de Lucrecia Martel.

Si se tienen en cuenta tanto los papeles internos del INCAA como los datos que aparecen espontáneamente por afuera del marco oficial, el 2001 podría llegar a ser un año record en cantidad de estrenos nacionales, con más de un centenar de largometrajes casi listos para su lanzamiento comercial o en distintas fases de producción. A priori, este panorama parece, de por sí, sorprendente, pero si no está bien piloteado podría llegar a convertirse en una bomba de tiempo, en la medida en que unos estrenos pueden superponerse con otros y anularse mutuamente, saturando el mercado. Se sabe que en el INCAA hay una preocupación sobre este tema, pero aquí va a ser crucial el acuerdo con los circuitos de distribución y exhibición, para que al menos la mayoría de las películas consiga una salida acorde a sus expectativas. Entre los films que esperan pista hay varios títulos de directores bien conocidos en el panorama local –Héctor Olivera, Eliseo Subiela, Jorge Polaco, Eduardo Mignogna– pero el 2001 será, sobre todo, el año del despegue de toda una nueva generación de cineastas que se darán a conocer con sus primeros films, gente joven, que busca nuevas formas de expresión y en la que ya se puede advertir un futuro posible para el cine argentino. Entre ellos (que son muchos) conviene llamar la atención sobre Lucrecia Martel y Lisandro Alonso, cuyos films La ciénaga y La libertad, respectivamente, ya están en la mira de los programadores de los principales festivales del mundo.

 

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