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el Kiosco de Página/12

Machos
Por Juan Gelman

John Wayne, el valiente por excelencia en la pantalla, no lo fue tanto en la vida. Este buen hijo, buen padre y buen reaccionario de derecha (la precisión es necesaria) eludió por todos los medios al alcance su participación en la guerra mundial II después de Pearl Harbor. Con la complicidad de John Ford –el gran director de cine que lo inventó como actor, tan vanidoso como él–, Wayne ni siquiera vendió bonos de guerra, o entretuvo a los soldados de su país, como muchas estrellas de Hollywood hicieron. Ronald Reagan al menos vistió uniforme y se dedicó a la exhortación moral para que otros fueran al frente. Otros, no él.
Hay algo de ciertamente cobarde en la manera y el momento que el “Duque” eligió para convertirse en chauvinista explícito, cazador de herejes comunistas y guerrerista exaltado: fue cuando el macartismo estaba en alta y engordaba las listas negras de actores y guionistas prohibidos. En no pocos de sus films –sobre todo en Los exploradores y Río Grande– Wayne sugiere que, por culpa de militares burócratas o atacados por escrúpulos, los verdaderos combatientes están impedidos de hacer lo que deben: fusilar prisioneros, por ejemplo. En 1968 pidió ayuda financiera al presidente Lyndon Johnson para filmar Los boinas verdes en una carta de estilo entre empalagoso y apocalíptico: “No queremos que gente como Kosygin, Mao Tsetung y otros de esa laya nos vengan a carnear los bueyes”, afirmaba en referencia a un diálogo de su película El Alamo. Era ya miembro, a poco de su fundación en l958, de la racista y ultraderechista John Birch Society, cuyo líder opinaba que el general Eisenhower era “un agente aplicado y consciente de la conspiración comunista”.
John Wayne tuvo imitadores en la clase política. En un ejercicio de vicariato del coraje, Henry Kissinger se comparó con él: “Yo siempre actúo solo; los estadounidenses admiran eso enormemente. Admiran al cowboy a caballo que entra solo al pueblo o la ciudad”, dijo al borde del ridículo. A Ronald Reagan le fue mejor cuando impulsó su candidatura a la presidencia del país en la convención republicana de 1984 con un documental salpicado de clips con actuaciones de Wayne. Pat Buchanan hacía campaña vestido como Wayne en Las arenas de Ivo Jima para impactar al público y lo conseguía. Es que la popularidad del actor no había disminuido ni aun después de 14 años de su muerte: en 1993 un muestreo representativo con la pregunta “¿Quién es su estrella favorita?” lo ubicó en segundo lugar. En 1995 ocupó el primero con más del doble de los votos obtenidos por Mel Gibson, el tercero, y casi el séxtuple de los votos para Paul Newman. Esto algo dice sobre la mentalidad de vastas capas de nacionales de EE.UU.
Abundaron los padres que bautizaban a sus hijos con el nombre del guerrero que no fue a la guerra. Algunos se tomaron muy en serio el trabajo de honrarlo. John Wayne Hearn, veterano de Vietnam, anunciaba su disponibilidad para asesinar por contrato en la revista Soldier of Fortune (El mercenario) antes de ser condenado por tres muertes. Los expertos estiman que John Wayne Gacy fue un asesino en serie verdaderamente excepcional. Ron Kovic, que quedó parapléjico en Vietnam y daría luego materia al personaje central del film antibélico Nacido el 4 de Julio, explicó alguna vez la razón que lo movió a alistarse para ir a pelear tan lejos: “Las películas de guerra de John Wayne”. Y reflexionó: “Di mi pito muerto por John Wayne”.
El protagonista de Los exploradores, una película que hasta los más encendidos admiradores del actor califican de racista, decide rescatar a su sobrina raptada por los indios, pero resuelve matarla cuando se entera de que había cohabitado con los “pieles rojas”. Wayne defendió la escena y la actitud en conferencia de prensa. “El hombre no era un villano. Los indios se cogieron a la mujer. ¿Qué hubieran hecho ustedes?” El personaje se llama Ethan Edwards y, aparte de que era su sobrina y no la mujer, cuando el “Duque” casó por tercera vez con una joven que por edad podía ser su sobrina y ésta le dio un hijo, lo llamó John Ethan. Si el notorio sexólogo alemán Hans Kigelkässe tiene razón, tanto machismo manifiesta una buena dosis de homosexualidad. “Camina como un maricón”, se quejaba de Wayne el director William Wyler. Algo de eso había insinuado Marlene Dietrich a su hija en tono femenino y menos convencional: “Esos tragos largos de agua, como Cooper o Wayne, son todos iguales. Lo único que hacen es resonar las espuelas, mascullar ‘Qué tal, señora’ y fornicar con sus caballos”.
El último enemigo de John Wayne fue un cáncer de estómago que se lo llevó sin devolución. No sin antes de que fuera tal vez y además víctima de una ironía singular. En 1953 el gobierno yanqui ordenó la detonación de 13 bombas “sucias” en los llanos de Yucca, Nevada. No mucho después, Wayne desempeñó el papel de Genghis Khan en Los conquistadores, que se filmó cerca de allí, en el valle de Escalante, siempre a merced de los vientos que recorren esos llanos. Más de 90 de los 220 pobladores del lugar padecieron distintas formas de cáncer. ¿Fue John Wayne liquidado por el mismo complejo militar-industrial que defendió a muerte en la pantalla y en la vida?

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