Por Ferrán
Sales *
Desde
Jerusalén
La Intifada palestina cumplirá
mañana sus primeros tres meses. Sobre los campos de batalla se
amontonan los cadáveres de más de 350 personas, 35 de los
cuales son israelíes, y unos 10 mil heridos. La nueva revuelta
se ha convertido en una guerra religiosa en defensa de los lugares santos
del Islam en Jerusalén no en vano ha sido bautizada con el
nombre de la Intifada de Al-Aqsa, pero a su vez es una
lucha encarnizada por la independencia del Estado de Palestina. La sublevación
popular es desde hace unas semanas además una guerra de guerrillas,
que amenaza con prolongarse y dejar sin contenido el proceso de paz iniciado
hace siete años.
El estallido de la Intifada permanecerá para siempre vinculado
con el nombre de Ariel Sharon, un viejo general de 72 años, líder
del partido nacionalista Likud, quien el pasado 28 de septiembre decidió
efectuar una visita provocadora y gratuita a la Explanada de las Mezquitas
de Jerusalén, en un intento de reivindicar el lugar en nombre del
judaísmo y recordar que el recinto alberga los restos del antiguo
Templo de David, a partir del cual los sectores más conservadores
y radicales de la comunidad hebrea aspiran reconstruir un nuevo santuario
e instaurar un Estado teocrático Judío. La visita de Ariel
Sharon no era un acto gratuito. Era la respuesta contundente y firme a
los cambios políticos del laborismo israelí, que había
empezado a hablar en voz alta con los palestinos en la cumbre de Camp
David sobre la posibilidad de dividir de nuevo la ciudad Santa de Jerusalén
y llegar así con Yasser Arafat a un acuerdo, rompiendo el tabú
que hasta entonces había santificado un lema: Jerusalén
capital unida e indivisible de Israel.
Siete muertos y más de 220 heridos. Este fue el balance del primer
día de lucha en el recinto de las Mezquitas y en las calles del
viejo Jerusalén. Las fuerzas de seguridad israelí castigaron
con inesperada firmeza y sin contemplaciones una pedrada que había
alcanzado de lleno la cabeza sin casco de uno de los mandos policiales
responsables de la vigilancia del lugar santo. Aquella pedrada y la consiguiente
represión policial fueron las primeras pruebas palpables de lo
que se ha dado por llamar en esta contienda el uso de fuerza desproporcionada
de Israel, condenada por numerosas organizaciones internacionales, incluidas
las Naciones Unidas. La torpeza de los mandos militares israelíes
tuvo consecuencias irreparables: legitimó y decidió al pueblo
palestino a empuñar todo tipo de armas, y convertir la Intifada
en algo más que en una guerra de piedras.
La revuelta palestina no sorprendió a las fuerzas de seguridad
israelíes. Desde hacía meses esperaban un estallido de violencia,
según habían alertado los servicios secretos del Mossad.
Los primeros síntomas se habían detectado a partir de junio,
cuando se descubrieron movimientos estratégicos sospechosos en
el bando de Yasser Arafat: se había empezado a dar instrucción
militar en las escuelas, recomendado a la población y a las instituciones
hacer acopio de alimentos, y la Autoridad Nacional Palestina, en las puertas
del verano, había decidido suspender por decreto las vacaciones
de sus colaboradores y ministros, colocando los territorios autónomos
bajo un Estado de Excepción y de máxima alerta.
Esta Intifada no es popular, es una revuelta preparada y prefabricada,
aseguraron a continuación los responsables israelíes, mientras
trataban de atajar la protesta y desacreditar una movilización
que a mediados de octubre alcanzaba ya de lleno todas las ciudades y que
culminaba con dos incidentes propagandísticos importantes: el asesinato
del niño Mohamed Durra de 12 años, tiroteado por el ejército
israelí, en las cercanías de Netzarim, mientras su padre
intentaba protegerlo, y en segundo lugar por el linchamiento de dos soldados
hebreos en un comisaría de policía palestina en Ramalá.
El proceso de paz quedó inmediatamente congelado por decisión
unilateral del primer ministro Ehud Barak, quien tomó la responsabilidad
a pesar de la oposición de la mayoría de sus ministros.
Sin embargo, el jefe del gobierno laborista hizo algo más: como
ministro de Defensa dio orden de desenfundar las armas pesadas y bombardear
de manera continuada objetivos militares y civiles de Cisjordania y Gaza,
destruyendo casas, campos de refugiados y obras públicas.
Esta Intifada palestina tiene un líder: el movimiento popular de
Al Fatah, y su milicia Tanzim, que ha conseguido imponer su estrategia
por encima de los demás partidos políticos, incluido el
propio movimiento fundamentalista de Hamas, motor y protagonista de la
primera Intifada. Tiene además un altoparlante: la propia televisión
de Arafat, las estaciones locales y la potente emisora de televisión
Al Yazira, en Qatar, convertida en la CNN del mundo árabe, y en
uno de los motores de propaganda más importantes de la revuelta.
La sublevación se propone sobre el terreno un objetivo primordial:
luchar contra los asentamientos judíos, verdadero obstáculo
en la aplicación del proceso de paz y símbolo de la ocupación.
Pero sobre todo tiene una motivación: denunciar la ineficacia del
proceso de diálogo y de paz, que se inició hace siete años
y en el que se han ido incumpliendo cada uno de los pactos, con la misma
rapidez con que éstos se iban firmando.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.
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