Por Diego Fischerman
En un extremo, un gesto mínimo,
cercano al silencio más absoluto. Un temblor apenas perceptible
con el que el tiempo se detuvo. Esa mano en el aire con la que Claudio
Abbado finalizó, después del adagissimo más extraordinario,
la estremecedora Sinfonía Nº 9 de Gustav Mahler. En la otra
punta, la ampulosidad vacía, el lujo inútil y la espectacularidad
naïve puestas al servicio de Francesca da Rimini, de Zandonai, una
ópera menor, poco interesante y justamente olvidada. En la distancia
entre ambos puntos pueden leerse dos concepciones opuestas acerca de lo
que es la música. Dos concepciones, también, de programación.
Dos maneras ligadas, finalmente, a la emoción estética o
a la infantil pasión de coleccionistas.
El concierto con el que debutó en Buenos Aires la Filarmónica
de Berlín (traída por la Asociación Wagneriana) fue
uno de los grandes acontecimientos de los últimos tiempos. La exhumación
de Francesca da Rimini con un costo aproximado de un cuarto de millón
de dólares fue uno de los mejores ejemplos posibles de lo
que el Colón no debería ser jamás: un teatro mirándose
a sí mismo, funcionando sólo para operómanos y confundiendo
vicios individuales (el gusto por cierto título menor) con virtudes
públicas (una programación que tendría el deber de
ser abierta y atractiva). El otro lado de la moneda fue, no obstante,
un manejo de la visita de Abbado demasiado parecido a la fiesta privada
(entradas carísimas e inconseguibles, una agenda impuesta al director
en la que sobraron las cenas con magnates y faltaron, por ejemplo, los
encuentros con músicos locales). Entre los puntos altísimos
de la temporada del 2000 deben contabilizarse también, en lo que
concierne a la actividad privada, los conciertos de Daniel Barenboim como
pianista y al frente de la Sinfónica de Chicago (para el Mozarteum),
las presentaciones de dos de los mejores cuartetos de cuerdas del mundo,
el Alban Berg (también para el Mozarteum) y el Arditti (inaugurando
el excelente ciclo del Teatro San Martín dedicado a la música
contemporánea) y la integral de las sonatas de Beethoven para cello
y piano por Pieter Wispelwey y Paolo Giacometti.
En el terreno de la ópera no todos fueron desatinos. El Colón
programó una muy buena Juana de Arco en la Hoguera, de Honegger
(en realidad más un oratorio que una ópera), que contó
con una puesta bellísima de Roberto Plate, una Tristán e
Isolda hábilmente montada por Roberto Oswald y un programa doble
compuesto por el estreno de Liederkreis, una ópera sobre Schumann,
de Gerardo Gandini, y El prisionero, de Luigi Dallapiccola. Graciela Oddone
dentro de un elenco en el que también se destacaron Virginia
Correa Dupuy, Luciano Garay y Susanna Moncayo en la primera y Marcelo
Lombardero en la segunda fueron las figuras de un año en el que,
además, empezaron a asomar con fuerza los nombres de Virginia Tola
y Darío Volonté. La nueva ópera de Gandini, que contó
con una muy buena puesta de Rubén Szuchmacher, gracias a un concepto
narrativo (o antinarrativo) que prácticamente se opone a todas
las ideas previas posibles acerca de qué debe ser una ópera,
provocó algunas polémicas e incluso una que otra pelea más
o menos encarnizada entre entusiastas y detractores.
El ámbito de la lírica vio crecer un fenómeno particular.
La Asociación Juventus Lyrica, con elencos nacionales y precios
populares, llenó el Teatro Avenida con cada una de las óperas
que programó y debe señalarse que, además de los
clásicos títulos italianos y decimonónicos, se atrevió
con una ópera del barroco francés, El descenso de Orfeo
a los infiernos, de Marc-Antoine Charpentier, con dirección musical
de Andrés Gerszenzon y régie de Alejandro Ullúa.
También con el barroco francés tuvo que ver una de las sorpresas
del año. La Compañía de las Luces, conformada por
alumnos y ex alumnos del Nacional Buenos Aires, llevó adelante,
con dirección musical de Marcelo Birman y puesta en escena de Diana
Theocharidis, una versión de frescura apabullante de El burgués
gentilhombre, de Lully y Molière. El otro fenómeno notable
es el relativo a la música antigua.Figuras de renombre internacional,
como el violagambista Juan Manuel Quintana, el violinista Manfredo Kraemer,
o Gabriel Garrido en cada una de sus visitas, dieron a lo largo del año
varios conciertos excelentes con repertorio del barroco. Garrido, precisamente,
protagonizó un espectáculo en el San Martín, junto
al Periférico de Objetos, y basado en música de Monteverdi.
Junto a ellos, nuevos grupos como la Compañía del Tempranillo
o el conjunto que coordina Héctor Rodríguez (que revivió
repertorio del renacimiento inglés) alimentan un movimiento que
gana cada año mayor vitalidad.
El ciclo de la Orquesta de Cámara Mayo en el Centro Borges (y su
gira por Holanda), de la Filarmónica de Buenos Aires (algo perdida
por indefiniciones en su programación) y de la Sinfónica
Nacional; la tarea sostenida de algunos grupos de cámara de nivel
excelente (el Quinteto CEAMC, el Cuarteto Buenos Aires, el grupo de percusión
Paralelo 33 y el Trío Argentino) y de solistas como el percusionista
Angel Frette o la pianista Haydée Schvartz (que se destacó
también como parte del elenco de la ópera de Gandini y de
la obra Sul Cominciare, sul Finire que, sobre música de Beethoven
y Martín Matalón, estrenó Diana Theocharidis en el
Centro Experimental del Colón) demostraron que la actividad local
lucha por su salud contra las dificultades económicas y los apoyos
escasos. El otro gran acontecimiento fue el ciclo Despedida del siglo
XX, que logró algo que parecía, en principio, imposible:
un público joven y numeroso llenando la platea del Colón
los domingos a la mañana, para escuchar música del siglo
XX. Y el fiasco, para los que esperaban algo de ello, fue la reunión
en Buenos Aires del trío tanguero de Barenboim. A pesar de Mederos
y Console, apenas un divertimento personal que uno de los grandes pianistas
de la música clásica jamás debería haber hecho
público.
Los destacados del
año
Lo mejor: La Sinfonía
Nº 9 de Mahler por la Filarmónica de Berlín,
dirigida por Claudio Abbado, la Sinfonía Nº 4 de Bruckner
por la Sinfónica de Chicago, dirigida por Daniel Barenboim,
el Cuarteto Op. 130 de Beethoven por el Cuarteto Alban Berg y los
cuartetos de Scelsi y Xenakis por el Cuarteto Arditti.
Lo peor: Francesca da
Rimini en el Colón.
El ciclo: Música
contemporánea en el San Martín.
La revelación:
El burgués gentilhombre de Lully, por la Compañía
de las Luces conformada por alumnos y ex alumnos del Nacional Buenos
Aires con dirección musical de Marcelo Birman.
La trayectoria: Orquesta
de Cámara Mayo.
La apuesta: Juventus
Lyrica y su ciclo de ópera en el Teatro Avenida.
Los grupos: Quinteto
CEAMC, Paralelo 33, Cuarteto Buenos Aires y Trío Argentino.
La solista: Haydée
Schvartz (piano).
El acontecimiento: El
estreno de Liederkreis, una ópera sobre Schumann, de Gerardo
Gandini.
La puesta: Juana de Arco
en la Hoguera, de Honegger, por Roberto Plate.
Lo promisorio: La puesta
en marcha del Teatro Argentino de La Plata.
Los cantantes: Graciela
Oddone (Clara en Liederkreis, una ópera sobre Schumann, de
Gandini) y Marcelo Lombardero (en El prisionero de Luigi Dallapiccola).
|
Conflicto en el Colón
El conflicto venía de lejos. Parte tenía que ver
con la situación de contratados que realizaban tareas de
planta y reclamaban su efectivización automática.
Parte con una situación de indisciplina cercana a la anarquía
(hasta no hace mucho si se quería saber si había o
no función, el director derivaba la consulta hacia los delegados
de la Comisión Intercuerpos). Parte con las luchas internas
por conservar o conquistar cuotas de poder sindical. Parte con la
impericia mostrada por las autoridades anteriores para resolver
de una vez por todas la situación. Lo cierto es que en octubre
de este año, luego del levantamiento de dos funciones, los
directores del Teatro Colón (Fazio, Renán, Pourrain,
Censabella y Fiorruccio) y el secretario de Cultura de la Ciudad,
Jorge Telerman, resolvieron suspender las actividades. Finalmente,
en una asamblea multitudinaria, la Intercuerpos fue desplazada de
las negociaciones y en su lugar los trabajadores recurrieron al
gremio municipal. Las propuestas fueron y vinieron y, finalmente,
los empleados del teatro aceptaron que las vacantes se cubran, tal
como fija la ley, por concurso, reconociendo con puntaje a los que
hasta el momento llevan a cabo esas tareas.
|
Yo
no canto para ese público que huele mal
El tenor argentino José Cura se enfureció con un sector
del público que lo abucheó por su performance en �Il Trovatore�,
en el Teatro Real de Madrid.
Cura
tuvo problemas con el público desde el día del estreno, por
un sobreagudo en el aria �Di quella pira�.
|
|
El tenor argentino José
Cura protagonizó el martes por la noche un escándalo en
el Teatro Real de Madrid, al enfrentarse desde el escenario con una parte
del público que le recriminó airadamente por su actuación
en Il trovatore. Tras caer el telón del Teatro Real y finalizar
la última representación de esa obra de Giuseppe Verdi,
el tenor encaró a una parte del público que lo había
abucheado durante la función. Yo canto para todos ustedes
y no para esa parte del público que huele mal, dijo.
Estas palabras irritaron aún más a ese sector del público,
que intensificó sus abucheos y sus gritos contra el cantante, mientras
el resto aplaudía.
Al terminar la representación, Cura agarró un micrófono
y, dirigiéndose al público que lo abucheó en varios
momentos de la representación, dijo: Como sabíamos
que vendrían a la función cuando había prensa, no
nos preocupa. Nos molesta por el público que paga las entradas.
Pido más silbidos continuó mientras aumentaba
el griterío, porque me dan más ganas de cantar y me
salen los agudos más largos. Ya en el estreno, el 8 de diciembre,
de esta coproducción de Il trovatore entre el Teatro Real y la
Royal Opera House Covent Garden de Londres, una parte del público
abucheó a Cura en varios momentos de la representación,
con gritos de así no se canta o mal, muy mal.
Unos abucheos que, procedentes de una parte minoritaria del público,
sentado sobre todo en las localidades de paraíso, se intensificaron
al final de la representación, y que fueron dirigidos también
al director musical, el maestro Luis Antonio García Navarro.
Ese día de estreno, José Cura, en actitud desafiante, lanzó
besos y saludos a sus detractores, entre los aplausos de la mayoría
del público que asistió a la función. Otra parte
protestó sobre todo por la interpretación que Cura hizo
de la aria Di quella pira, una prueba de fuego para cualquier
tenor que se atreve a cantar el rol de Manrico, protagonista de la ópera.
Cura ya había anunciado que daría el famoso sobreagudo del
aria medio tono más bajo, y así lo hizo en el estreno. Es
una nota que no figura en la partitura de Verdi, pero que tradicionalmente,
desde los tiempos de Caruso, muchos tenores la añadieron por su
cuenta. El martes, un Cura irritado dio el sobreagudo, que la gran mayoría
del público que asistía a la última representación
premió con una calurosa ovación. La otra parte le recriminó
haber cantado en falsete. Un portavoz del Real dijo que el Patronato que
dirige este teatro lírico estudió brevemente
lo ocurrido anoche con José Cura, si bien decidió
no pronunciarse públicamente, por considerar que es un asunto que
concierne exclusivamente al cantante.
|