Fondo de inversión
Por Luis Bruschtein
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Los taxistas dicen que la calle está seca y los comerciantes menean
la cabeza en estas fiestas. Hay muchos que dicen que las cosas no están
bien, pero que en la calle falta más plata de la que tendría
que faltar porque se cortó ese tipo inversiones que
son las que se notan en la calle. Se dice que las nuevas economías
en países como la Argentina son absolutamente dependientes de las
inversiones. Y, a su vez, el grueso de las inversiones dependen de las
calificadoras de riesgo que son como los vigilantes que dirigían
el tránsito. Estas calificadoras trabajan en general para fondos
de inversión que mueven grandes cantidades de dinero en todo el
mundo.
Por su estructura, estos fondos no invierten en nuevas empresas o en negocios
cuya rentabilidad no haya sido demostrada. Como son empresas que manejan
el capital de millones de pequeños inversores, su política
es fuertemente conservadora. Para una calificadora de riesgo no hubiera
sido aconsejable invertir en la fábrica de Henry Ford a principios
de siglo, ni en la naciente Microsoft, de Bill Gates, de los años
70, que dieron origen a las dos actividades económicas más
rentables del siglo pasado.
En los últimos años, en la Argentina funcionó una
calificadora de riesgo a la criolla, silenciosa, que aconseja al fondo
más importante y sin embargo el más vapuleado
que invierte en el país. Se ha dicho que en lo que va del año
se mantuvo el desempleo, pero al mismo tiempo se profundizó la
recesión y se redujo el consumo. Una cámara mercantil informó,
por ejemplo, que las compras navideñas descendieron el 22 por ciento
con relación al año pasado. Si se cruzan estos datos, es
inevitable deducir que, además de los efectos del desempleo, aquellos
que mantienen el trabajo gastan mucho menos. Academias de idioma, psicólogos,
odontólogos, libreros, kinesiólogos y vendedores de cualquier
objeto o mercancía, incluso las de primera necesidad, están
al borde de la extinción. Como si una calificadora de riesgo hubiera
cortado el chorro de una gran masa de dinero, que seguramente es mucho
más importante que la que haya introducido en el país cualquier
fondo de inversión.
Este fondo criollo está compuesto por el capital de millones de
pequeños inversores que se derramaba todos los meses en el mercado
y que generaba más trabajo y producción que cualquier otra
inversión nacional o internacional. Sin embargo, quienes han conducido
la economía prefirieron seducir a esos fondos transnacionales,
tan difíciles y conservadores, en detrimento del que ya existe
invirtiendo en el país.
Y finalmente se cerró el chorro: aquellos argentinos que mantienen
el mismo trabajo y el mismo salario gastan mucho menos que otros años.
La explicación no tiene misterio: nadie sabe si el año que
viene será cesanteado o le reducirán el sueldo. La flexibilidad
laboral, el impuestazo y la reducción salarial aumentaron tanto
la inseguridad y el riesgo con respecto al salario y el trabajo, que desalentaron
al principal fondo de inversión que tiene el país, que son
sus propios trabajadores. Y hay miles de jóvenes trabajadores,
algunos con trabajo y otros sin él, que hacen cola para emigrar
a Europa o Estados Unidos, donde un mozo puede ganar entre 1200 y 1400
pesos por mes, y un electricista, gasista o mecánico, alrededor
de 25 pesos la hora, o sea, más de dos mil pesos por mes, salarios
que aquí ya corresponden a niveles gerenciales.
Ahora los consumidores funcionaron como un gran fondo de inversión
que retiró del mercado una gran masa de capital y otra importante
cantidad fuga al exterior. En este tema, el blindaje es secundario. Para
evitar la fuga de capitales, o para atraerlos, los gobiernos hacen grandes
concesiones para otorgarles seguridades de que no se cambiarán
las reglas de juego, y garantías de rentabilidad y estabilidad
en todos los sentidos. Si se quiere recuperar esa masa de dinero que se
retiró del mercado habrá que tratarlo en un plano de igualdad,
por lo menos. Para que la gente tenga confianza no bastará el discurso
macro. Hay que devolverle también seguridades y garantías
concretas en el plano en que sedesenvuelven sus economías reales.
En tanto el trabajador, obrero, empleado o profesional, no recupere la
seguridad con respecto a su trabajo y su salario, esta reducción
del consumo se convertirá en hábito y mantendrán
esta economía de sobrevivencia, arrastrando al mismo nivel a quienes
los proveen. Los últimos gobernantes se han vanagloriado de su
valentía para hacer concesiones que atrajeran a los
inversores internacionales. Alguien debería recordarles la poca
que tuvieron al provocar el retiro del principal inversor del mercado.
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