Pudo haber sido nada más que un detalle administrativo en el balance
de fin de año del Ministerio del Interior colombiano. Sólo
había que agregar seis cadáveres más a los 38.000
muertes violentas que registradas en el 2000. El lugar del hecho, el departamento
de Caquetá, ya era escena de violentos combates entre guerrilleros
y paramilitares, y el hecho de que dos de los muertos fueran civiles no
constituía ninguna novedad. Pero la identidad de uno de ellos impidió
que sus muertes pasaran inadvertidas. Es que la víctima central
fue el congresista opositor Diego Turbay, titular del Consejo de Paz de
la Cámara de Diputados colombiana. El, su madre y cuatro escoltas
fueron asesinados de un tiro en la nuca ayer por hombres armados que detuvieron
el blindado en el que viajaban. La comunidad política condenó
de inmediato la muerte de un hombre que siempre había abogado por
la negociación pacífica para detener la guerra civil. La
policía culpó a los guerrilleros de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC), pero es igualmente probable que los
responsables hayan sido los paramilitares de las Autodefensas Unidas de
Colombia (AUC).
La familia Turbay ya había sufrido los efectos de su protagonismo
político en la guerra civil colombiana. El hermano de Diego Turbay,
Rodrigo, había muerto ahogado en 1996 cuando las FARC lo trasladaban
a través de un río después de secuestrarlo. La suerte
de su hermano no disuadió a Diego de seguir militando por una paz
negociada. Dentro de un partido donde algunos miembros exigieron la guerra
total antiinsurgente, Turbay siempre insistió en el diálogo
con la guerrilla. El congelamiento del proceso de paz en noviembre
por las FARC no lo había hecho cambiar de parecer cuando viajaba
ayer con su madre, Inés, por una carretera en su departamento de
Caquetá. Planeaba asistir a la toma de mando de un alcalde de su
Partido Liberal en la localidad de Puerto Rico. Pero al llegar a la aldea
Esperanza, a sólo kilómetros de su destino, el auto blindado
en que viajaba recibió fuego cruzado de ambos lados de la carretera
y fue forzado a detenerse. Que un retén armado lo detuviera no
era necesariamente su sentencia de muerte. Podía haber sido nada
más que el preludio a una extorsión o un secuestro. Pero
era algo mucho más drástico. La escolta fue desarmada y
todos fueron forzados a acostarse a un lado de una carretera. Sus captores
no perdieron tiempo. Uno por uno fusilaron a sus víctimas de un
tiro en la nuca. Los cadáveres fueron encontrados poco después
por lugareños.
Era demasiado tarde para detener a los autores. Así, su identidad
era ayer un misterio. En un principio, el comandante de la policía
de Caquetá, coronel Jaime Villamizar, informó que todavía
no tenía datos, pero que testigos locales afirmaban que el comando
pertenecía al frente 15 de las FARC. Había versiones de
que los responsables habían huido en dirección a la zona
desmilitarizada, los 42.000 km2 de territorio que el gobierno cedió
a las FARC para realizar las negociaciones. Poco después, el subdirector
de la Policía Nacional, Alfredo Salgado, afirmaba sin dudar que
fue un ataque de las FARC. Testigos habrían visto cómo
los guerrilleros montaban un retén para detener el automóvil
blindado.
Los políticos colombianos que condenaron el crimen fueron mucho
más cautos y no lo atribuyeron a nadie. Sabían por experiencia
que era mejor no apresurarse en estos casos. En marzo, el gobierno había
acusado a las FARC de perpetrar el notorio asesinato de una pequeña
hacendada con un collar-bomba, sólo para que después
se revelara que los autores fueron paramilitares. No es imposible que
éste sea un caso similar. Las manos de las FARC no están
libres de sangre, pero en sus ataques contra objetivos importantes, el
secuestro y la retención generalmente anteceden al asesinato. Tal
fue el caso, por ejemplo, de los ambientalistas norteamericanos ejecutados
en 1999. Y no es claro cuál es el interés de las FARC en
matar a alguien que apoyaba la negociación y estaba en contra de
la intensificación de la lucha contrainsurgente. Podrían
haber sido cuadros que no sabían quiénes eran sus víctimas,
pero parece improbable ya que los asesinos claramente tenían información
muy precisa sobre dónde pasaría el auto de Turbay y qué
hacer con él cuando estuviera en su poder. En realidad, si el asesinato
favorece a alguien, es a los paramilitares de las AUC, que ya tienen una
larga lista de políticos asesinados por favorecer las negociaciones.
Quizá su muerte fuera innecesaria en ese sentido, ya que no puede
decirse que Turbay siguiera siendo importante en el actual estado del
proceso de paz colombiano, pero ciertamente fue simbólica.
Claves
Ayer el congresista
opositor colombiano Diego Turbay fue asesinado en una carretera
en el sur de Colombia. Turbay era uno de principales impulsores
del proceso de paz con la guerrilla.
La policía, en
base a las declaraciones de testigos locales, afirmó que
los responsables fueron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC). Unas horas antes del asesinato las FARC habían rechazado
reanudar las negociaciones.
Pero no se puede descartar
que los autores hayan sido paramilitares, con larga experiencia
en el asesinato de políticos que apoyan el proceso de paz.
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PIDEN
POSTERGAR COMICIOS EN PERU
El fantasma del fraude
La Oficina Nacional de Procesos
Electorales (ONPE) peruana recomendó ayer la postergación
de las elecciones generales, anunciadas para el 8 de abril, hasta el próximo
6 de mayo, para garantizar la transparencia y eficiencia que anduvo faltando
cuando el presidente era Alberto Fujimori. El jefe de la ONPE, Fernando
Tuesta Soldevilla, habría reiterado la propuesta de la postergación
al presidente peruano, Valentín Paniagua, quien no parece demasiado
convencido de la movida.
Según Tuesta, la postergación por cuatro semanas se haría
necesaria porque faltan elegir los jefes de oficinas descentralizadas,
diseñar e imprimir los hologramas que registran el voto, consolidar
el presupuesto para el evento y adaptarse a la reciente modificación
del sistema de elección congresal por el distrito múltiple.
Pero esto no implica que se extiendan las fechas de inscripción
para las fórmulas presidenciales y parlamentarias, que vencen en
enero.
La última declaración de Paniagua al respecto es contundente:
El gobierno se propone cumplir con los plazos electorales de conformidad
con la voluntad del Legislativo y de la ciudadanía. Tuesta
se reunió ayer con los magistrados del Jurado Nacional de Elecciones
(JNE), para ver si ellos pueden convencer a Paniagua de la medida en nombre
de todo el sistema judicial. Si la propuesta avanza, una eventual segunda
vuelta se realizaría recién el 7 de junio.
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