Por Mario Wainfeld
y Sergio Moreno
El viernes, horas después
de conocer la disposición del juez Carlos Liporaci –ese que
no recusó en su momento porque la calidad de toda la Justicia argentina
está en duda–, tomó su lapicera y escribió de
puño y letra en un papel un documento que tituló “Indulto
al Senado”. Ayer estaba con la misma serenidad que tiene en sus buenos
momentos, a pesar de que un día antes había pasado uno de
sus peores. Carlos “Chacho” Alvarez, no obstante, no ceja en
su empeño de embestir, una y otra vez, machaconamente, contra la
Justicia, el sistema de financiamiento de la política argentina
y la mejora de las calidades democráticas. Porque es lo que pide
la sociedad, dice, y lo que su fuerza, el Frepaso, propuso y mantiene,
dice. Alvarez no deja ningún flanco abierto: pide formar una cultura
aliancista, que no se plasma, dice, en las decisiones del Gobierno, deja
en libertad a sus diputados para que voten según su conciencia
un rechazo al decreto de reforma previsional, propone un lugar, no institucional,
formado por delegados de Fernando de la Rúa, él y el presidente
de la UCR, Raúl Alfonsín, para discutir el diagnóstico
y las medidas de fondo que debe adoptar el Gobierno, su Gobierno, dice.
Y exige un quiebre, una diferenciación del menemismo. Aquí,
lector, el Chacho post Liporaci y post decretos.
–Hace quince días le pregunté por qué no había
recusado en su momento a Liporaci, y usted me respondió que, salvo
alguna honrosa excepción, la Justicia argentina estaba absolutamente
cuestionada. Ahora propone apartarlo de la causa. ¿Qué cambió?
–La batalla del Senado se jugaba más por el lado de lo político.
En este país la Justicia es poco o nada confiable en general. Habrá
jueces muy probos, pero son los que no conocemos. Los que la sociedad
conoce son jueces contaminados, altamente condicionados por las decisiones
políticopartidarias. Por eso insistí tanto por una resolución
política de la crisis del Senado. Si hubiera una Justicia confiable,
la cosa sería distinta. Ya teníamos la experiencia de que
la judicialización de la política en la etapa menemista
había dado resultados nulos. Menem se encargó permanentemente
de utilizar el latiguillo de la Justicia para justificar lo injustificable.
Eso pintaba la situación institucional de la Argentina. “Confiemos
en la Justicia”, era la frase predilecta de Menem cuando aparecía
un acto de corrupción. Era una especie de coartada. Y la Justicia
que tiene esa doble negatividad. Por un lado, el cuestionamiento global
a la Justicia federal, salvando algunas excepciones. Y por otro lado,
un juez al que, cuando empieza la investigación, le aparece el
tema del enriquecimiento ilícito. En esa situación era muy
difícil esperar que esta causa se manejara con la objetividad que
merecía. Sobre todo cuando, ya de por sí, descubrir y esclarecer
el tema de sobornos vinculados a la política es muy complejo y
difícil. Si encima tenemos un juez, en un contexto de una Justicia
federal poco creíble, que está a su vez investigado por
enriquecimiento ilícito, la situación se hace francamente
negativa.
–¿Qué espera obtener apartando al juez de la causa?
–Ni siquiera depende de nosotros. En el medio del proceso, yo ya
planteaba la necesidad de que hubiese una megacausa: que se juntara la
causa de la denuncia de sobornos de la ley de empleo, con las denuncias
de enriquecimiento ilícito y la denuncia de Silvia Sapag sobre
Cantarero y la Ley de Hidrocarburos. Porque de la denuncia de sobornos
podía surgir indirectamente no sólo el patrimonio de los
senadores, sino el patrimonio de sus colaboradores, de los principales
hombres que componen sus equipos en las provincias, los gastos, los viajes.
Todo eso es fácil de demostrar si hay una cierta voluntad judicial.
Una investigación a fondo sobre los patrimonios, que cuando se
abrieron públicamente se demostró que muchos de ellos son
difíciles de justificar porque fueron funcionarios públicos
los últimos diez o quince años y empezaron con declaraciones
de bienesrazonables y hoy la mayoría tiene patrimonios de promedio
2 o 3 millones de dólares.
–¿Qué otro frente de batalla percibe?
–Hay que seguir la batalla desde el punto de vista político,
con el conjunto de la sociedad, planteando alternativas que eviten que
esta indignación de la gente quede sin ningún tipo de respuestas.
La condena social, la gente construyó su propio juicio, su propia
verdad. Hay que fortalecer eso como estrategia política que vaya
en un sentido fuerte de cambio y de impugnación a lo que pasó.
Porque lo peor que te puede pasar es que la no sanción política,
la no sanción judicial, siga reafirmando este tipo de prácticas
en la política. Sabiendo que el Senado no es una isla o es un foco
de excepcionalidad donde se denunciaron esas prácticas. Sino que
fue el lugar más dramático, donde se refleja una manera,
un modus operandi, de cómo se hace política en este país.
–¿Por qué ni usted ni el Gobierno mismo prosiguieron
esto?
–El Gobierno porque tiene que pactar con este Senado porque necesita
las leyes. Lo tiene que tratar como honorable Senado como si nada hubiese
pasado, quedando dependiente de un discurso: “Esperemos a la Justicia”.
Eso es lo que yo quería evitar, que no quedáramos pegados
al discurso de Menem. Primero, porque el Gobierno estaba también
involucrado. Y luego, porque en el Senado el bloque del partido o de la
fuerza que fue votada para transformar las instituciones drásticamente
tenía una actitud de complacencia con lo que pasaba en el Senado.
Entonces, todas las condiciones eran adversas para la sanción política
de este tema. Hay muy pocos interesados en la Argentina, desde el punto
de vista político, para que este tema se esclarezca. No que se
esclarezca, porque para la gente ya está esclarecido, sino que
las decisiones de superestructura estén en consonancia con lo que
piensa y siente la sociedad argentina. No había actores importantes,
salvando un sector del periodismo, y no hay interesados en dar cuenta
de lo que pasaba ahí. No hay. Al contrario, todos están
más cómodos con que ahí no pase nada. En la Argentina
la política está más cómoda con la idea de
que ahí no pasa nada.
–Empezando por la cúpula del poder político, el Presidente...
–Porque el Presidente necesita las leyes de este Senado, y no importa
la calidad de este Senado ni su grado de sospecha. Y si se avanza en cómo
funcionaba el Senado, terminaba impactando en todos los poderes.
–Tener el Senado en línea con el Ejecutivo también
puede hacerse desde una posición de fuerza. Había una estrategia
posible de arrinconarlo.
–Eso nunca estuvo en la idea del Gobierno. Yo creo que se optó
por trabajar por el sistema que estaba construido en el Senado. Se optó
–y creo que es una de las grandes falencias de nuestro Gobierno–
porque en estos temas no hubo nunca una voluntad de transformación
radical de la herencia institucional. No hubo una ruptura. ¿La
gente qué esperaba? Algunas continuidades, por supuesto, en situaciones
difíciles de modificar por el contexto interno y externo. Pero
también rupturas que dependían de la voluntad política
de cambio. Y ahí hay exactamente continuidades. Y aparte un bloque
de radicalismo que venía funcionando de una manera determinada
en ese Senado. Era muy difícil modificar desde afuera si no había
una fuerza interna en el Senado que acompañara esa transformación.
–¿No había una situación intermedia entre bajar
totalmente una pelea que había llegado tan arriba y la actitud
que usted mismo asumió?
–Coexistente a mi renuncia, aparece el riesgo del default, de la
cesación de pagos. Algunos malintencionadamente ligaban una cosa
con la otra, cuando en realidad los que empiezan con el riesgo de default
son los que supuestamente deciden seguir con el sistema del Senado y con
los que supuestamente son sospechados de comprar la ley laboral. Esos
son los que auspician el default, no mi renuncia, porque mi renuncia es
consecuencia de no aceptar convivir con la impunidad. Ahora queda claro
que no se puede pactar con la impunidad: se la combate o se pacta. Lo
que la gente llama el “adentro” es eso: la articulación
de intereses judiciales yextrajudiciales políticos que terminan
convalidando que no pasa nada, que todo siga igual. Yo no quise seguir
incorporando ruidos. Era muy dificultoso proseguir esa batalla desde la
soledad, sin senadores aliados, sin actores con peso importante a los
cuales les conviniese avanzar en este tema. ¿A quién le
convenía avanzar en estos temas en la Argentina? Lo del Senado
es una gota en un frasco de tinta, es un sistema que tiene muchísimas
ramificaciones. Otro elemento que hay que conspiraba era la elección
de octubre de todo el Senado. Porque si este Senado tenía que tener
tres años más la presión política sobre el
cambio integral podía tener otro efecto. La impresión era
que había que aguantar este Senado hasta octubre.
–Usted hablaba de la soledad en que lo dejaron, entre otros, el Gobierno.
¿Cómo lo pone a usted en relación con el Presidente?
–Es claro que en esta nueva etapa deben cambiar ciertas cosas en
el funcionamiento de lo que es un gobierno de la Alianza. Hay que hacer
coexistir un gobierno presidencialista, como el de la Argentina, con un
gobierno de coalición. Donde independientemente de los porcentajes
de importancia de las fuerzas que participan de la coalición, la
coalición en decisiones importantes, que tienen un efecto claro
sobre la sociedad, deben tener un nivel de consulta. Y también
se pueden plantear ciertos límites o cuestionamientos a algunas
decisiones de nuestro propio Gobierno. Hay que empezar a hacerse cargo
de una cultura aliancista, que también significa dar cuenta de
esta situación en la toma de decisiones. Eso es lo que debe estar
incluido como cambios en esta nueva etapa. No puede ser que la fuerza,
en este caso el Frepaso, sea útil solamente para reforzar decisiones
parlamentarias del Gobierno. La fuerza aliada no participa de las decisiones
vitales del Gobierno, participa solamente cuando se necesita construir
la mayoría parlamentaria. Si el Gobierno necesita una mayoría
parlamentaria compuesta por nuestra fuerza política, también
eso tiene que reflejarse en las decisiones del Gobierno. No sobre las
decisiones del día a día, sino sobre las que tienen un efecto
concreto sobre el conjunto de la sociedad y que tienen que ver sobre la
marcha del Gobierno. Porque en la marcha del Gobierno está comprometido
el presidente De la Rúa, la Unión Cívica Radical,
y también lo que hemos construido nosotros como fuerza política.
–Hace una semana, cuando usted se reunió con el Presidente,
uno de los puntos de disidencia que le planteó fue el tema previsional.
El viernes, De la Rúa lo sacó por decreto.
–Ahí plantearon con mucha dureza que si no se avanzaba en
esta decisión se caía el blindaje. Yo tengo dos observaciones:
cómo un organismo financiero internacional puede suponer la no
división de poderes en este país. Porque el organismo sabe
cómo funcionan las democracias, que tienen sus dinámicas
institucionales. Ningún organismo financiero internacional puede
imponer la existencia de un decreto. Y el otro punto de vista que yo le
planteo al Presidente es que estos debates acerca de la solvencia fiscal
intertemporal, que es lo que está en juego con la reforma previsional,
hay que darlos en un momento en que la sociedad recree expectativas y
aparezca un horizonte de progreso. No en un momento en que estamos frente
a una de las recesiones más largas de la historia económica
argentina, donde hay una gran degradación social, y donde vivimos
un año muy complicado para los intereses de los sectores populares
y las clases medias. Una decisión que va a tener un impacto en
cinco o diez años no tengo que tomarla en esta situación
tan regresiva que vive la Argentina.
–Ya salió el decreto. Esto ¿cómo sigue?
–El Parlamento discutirá esto. Independientemente de lo que
yo diga o haga. El Parlamento ya ha autonomizado esta discusión,
que será muy fuerte. Los legisladores del Frepaso actuarán
con libertad de conciencia.
–¿Cómo está su relación con el Presidente,
a la luz de los últimos acontecimientos, del decreto?
–Lo que tengo claro es que debo hacer lo imposible para que desde
nuestra fuerza política le imprimamos un determinado rumbo al Gobierno.
Porque compartimos esta Alianza. Y segundo, hacer todo lo posible para
que al Gobierno le vaya bien, que es lo que quiere la sociedad argentina.
Así que la relación tiene que ser buena en ese sentido.
Pero lo que no obsta es tener claro cuál es nuestro rol, como fuerza
política, en un gobierno de la Alianza, que es plantear nuestra
propia perspectiva sobre cuál debe ser el rumbo del Gobierno, blanquear
propuestas de acción concreta para nuestro gobierno, incidir en
las decisiones de nuestro gobierno y marcar límites, o plantear
disidencias, cuando creemos que las cosas que se están haciendo
no son las adecuadas.
–En el Gobierno esto va a parecer un discurso que está conspirando
contra el blindaje y una situación de encono, o antagonismo.
–Si hay una situación de encono es porque no se entiende cómo
funciona un gobierno de la Alianza. Es todavía lo que cuesta entender.
Porque se plantea que la Alianza es solamente el sustento parlamentario
de las decisiones del Gobierno. Es un error. Una Alianza en un sistema
presidencialista es atender y entender que convivís en un sistema
presidencialista. Que el Presidente es la máxima autoridad, tiene
derechos a aplicar determinadas políticas, pero que también
está en juego el capital político que se ha construido en
esta fuerza política. Entonces, eso te da derecho a participar
de determinadas decisiones y a participar de las orientaciones que tiene
el Gobierno. Si la Alianza no solamente era un trampolín para ganar.
La Alianza es, también, un instrumento para gobernar.
–¿Cómo podría funcionar una participación
que usted plantea cuando precisamente usted no está en ninguna
parte del Gobierno?
–Bueno, Alfonsín tampoco está en el Gobierno y es el
jefe del partido radical y también tiene sus opiniones, y se lo
escucha, y tiene que intervenir.
–La sensación que hay es que ni usted, ni Alfonsín,
participan mucho de las decisiones del Gobierno.
–El primer año yo puse mucho énfasis, en la primera
etapa, en afirmar más el sistema presidencialista. Inclusive, a
veces, de obviar la coalición, porque como no había cultura
de alianza iba a ser muy abrupto que apareciera una fuerza de gobierno
deliberativa para muchas decisiones, sobre todo después de venir
de diez años de un gobierno cuasi autoritario. Eso se iba a leer
como debilidad del Presidente. Pero es evidente que hay que encontrar
una fórmula de funcionamiento que dé cuenta de esta composición
del Gobierno de la Alianza. Esta es una discusión que está
abierta. Cuando se plantea la nueva etapa del Gobierno es discutir, es
participar, de la discusión y la ejecución de un determinado
rumbo. Porque si no se hace eso, la fuerza se va descomprometiendo. Y
si encima las decisiones no tienen el resultado esperado en términos
de beneficios para la sociedad, esto va abriendo una grieta que complica
la situación.
–¿Tienen sentido las propuestas que usted le llevó
al Presidente en el nuevo escenario planteado ahora, con la irrupción
de esta bomba que es lo del Senado?
–Sí, tienen mucho sentido, porque yo voy a tener una reunión
de la mesa nacional del Frente, el 15 de enero, para que el Frente tome
estas propuestas y haga el seguimiento. Porque estamos convencidos de
que estas propuestas son en beneficio del Gobierno y de la sociedad. Y
en segundo lugar porque una de las propuestas, que tiene que ver con adelgazar
el sistema político de Argentina, está muy asociada a la
crisis del Senado. La crisis del Senado está reflejada en lo que
Silvia Sapag denunció sobre la Ley de Hidrocarburos, que es tanto
o más importante como la Ley de Empleo. La denuncia textual era
“Cantarero me dijo que teníamos que apurarnos a sacar la ley
porque la elección en Salta cuesta 14 millones de dólares”.
O sea que lo importante no era el contenido de la ley, sino cómo
se financiaba la campaña electoral. Entonces, cuando lo importante
es lamáquina política, la máquina electoral, todo
queda subordinado por aceitar la máquina, por incorporarle plata
a la máquina.
–¿Cuál es el debate que le parece insoslayable?
–Estoy planteando un debate político en torno a un Gobierno
que se puede estar olvidando de la política. En función
de la idea administrativa del poder, no produce cambios reales sobre la
sociedad. Esto es lo que yo quiero incorporar en la agenda de la nueva
etapa. Es decir, yo lo quiero quebrar es una burbuja de optimismo cuyo
razonamiento es el siguiente: “Blindaje financiero + plan de infraestructura:
resolvimos los problemas de legitimidad política y social de la
Argentina”. No comparto esa visión tan superficial, ese optimismo
tan superficial. Creo que hay que construir un puente entre el blindaje
y las demandas del conjunto de la sociedad, ahora. La nueva etapa no se
construye sólo con el blindaje. Pero me parece que hay cierto razonamiento
en sectores del Gobierno que cree en cierta automaticidad entre el blindaje
y la resolución de los problemas del país.
–Pero ése es precisamente el discurso del Presidente.
–Mi propuesta es, de última, ampliatoria. Que hay que atacar
otros frentes de la realidad. Es lógico que para crecer había
que bajar la tasa de interés y la tasa de riesgo país a
no más de quinientos puntos. Eso nadie lo puede negar. Lo que yo
digo es que eso no es lo único, y que no es lo que define la situación.
Que hay que ampliar el punto de vista de los conflictos que tiene la sociedad
argentina, que son más que ésos. Y que hay que abordarlos
de conjunto y con iniciativas concretas que se puedan ejecutar en cada
ámbito. Acá pareciera que se dice: “Es la Economía,
estúpido”, y yo creo que es “la Economía, estúpido;
es la Política, estúpido; es lo Social, estúpido”.
SU
LUGAR DESPUES DE LA RENUNCIA Y EL AÑO ELECTORAL
“No tengo en mente ser candidato”
Por M. W. y S.
M.
–El otro día usted
dijo que estaría donde el Presidente se lo pidiese.
–Yo soy presidente de una fuerza política. Voy a estar en
ese lugar. Desde ahí soy parte de la Alianza. Desde ahí
voy a colaborar en todo lo que pueda colaborar. Ayudar a que el Gobierno
le vaya bien. Yo no sé si hay que seguir discutiendo el lugar.
El lugar es éste. Es el lugar que yo elegí después
de la renuncia, cuando dije que quería recuperar mayor espacio
de movimiento para decir y hacer lo que pienso. Y también para
aportar al Gobierno desde nuestra propia identidad que es el Frepaso.
Soy parte de un proyecto que tiene que ver con este Gobierno. No me desresponsabilizo
de los resultados de la política del Gobierno. Ahora, hay que escuchar
más lo que es un gobierno de la Alianza. Además, si hubiera
ido todo bien, macanudo, seguimos así. Pero es evidente que no
fue bien.
–¿Qué le parece la idea de conformar extragobierno
algún consejo o algún lugar de debate de la Alianza?
–Lo que estamos convocando tienen que ser las propuestas que le aportemos
al Gobierno para mejorar su desempeño. No organismos. La amplitud
del Gobierno para discutir los contenidos de esta nueva etapa. También
la flexibilidad para incorporar alguna de las cosas de estamos planteando,
de ejecución concreta. De la misma manera, lo puede hacer el presidente
de la UCRl, con propuestas, con iniciativas, con sugerencias. Pero yo
no creo en la conformación de organismos por sobre las propuestas.
Yo me inclinaba más en cuáles son las propuestas que tenemos
que impulsar en el sentido en que el Gobierno reoriente su accionar, que
cambie.
–¿Cómo ve el escenario para el 2001?
–Yo creo que enero debería ser un mes, a partir de la segunda
quincena, en el que tendría que haber un debate en el seno del
Gobierno de cómo se sustenta con políticas concretas esta
nueva etapa. Lo que hay que actualizar es el contenido de la Alianza.
Porque nosotros no tenemos una persona en el corazón de las decisiones,
yo tampoco –siendo vicepresidente– estaba en el corazón
de las decisiones. De hecho, eso también es un problema para que
haya una correspondencia entre lo que se propone y lo que se ejecuta.
Si esto es un problema, entonces tiene que haber un acercamiento mucho
mayor, y una receptividad mucho mayor, a las propuestas que está
planteando nuestra fuerza política. Y tiene que haber un acuerdo
sobre el rumbo que va a tomar el Gobierno en esta nueva etapa. Entonces,
primero, ponerse de acuerdo en el diagnóstico. Luego, ponerse de
acuerdo en las iniciativas que deben presidir esta nueva etapa. A partir
de eso creo que se fortalece el sentido de la Alianza. Y ahí ya
no importa quién ejecute, pero ya hay un acuerdo sobre el rumbo.
–¿Tiene en mente volver a encontrarse con el Presidente en
enero?
–Yo creo que el Presidente tendría que definir un ámbito
que no tiene que ser institucional. Yo no creo que tenga que ser institucional
un ámbito donde la gente que él elija, sobre todo los ministros
que más deciden las orientaciones del Gobierno, que estén
los presidentes de los partidos, para ver si podemos acordar los contenidos
de esta nueva etapa. Esto no tiene que ser, no digo secreto, pero no tiene
que ser ni público ni institucional. El Gobierno debería
hacer este mes una suerte de retiro para autoexaminarse y examinar las
propuestas para adelante. Examinar el año, este 2001 que viene.
–El 2001 será electoral. Hay listas para armar, un equilibrio
a conservar, hay candidaturas abiertas. ¿Cuál va a ser su
trabajo, y su participación en las elecciones?
–Bueno, cada cosa a su tiempo. Cuando se es gobierno las elecciones
dependen de la calidad del gobierno. Primero, lo que yo le decía
antes. Y después, el tema político electoral se empezará
a armar en abril y mayo.
–¿Eso incluye su candidatura?
–No. Yo no tengo en mente ser candidato.
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