Acodados a una mesa
ostensiblemente diminuta para albergarlos a todos, Patricia Bullrich,
José Luis Machinea, Héctor Lombardo, Chrystian Colombo
y Jorge de la Rúa anunciaron el polidecretazo presidencial.
Carlos Chacho
Alvarez, broncando, los miraba por TV en su escritorio de la Casa
del Frente, mientras manuscribía un comunicado sobre la sentencia
de Carlos Liporaci.
Graciela Fernández
Meijide no estaba ni con unos ni con otro. Había partido,
rumbo a Chile, en un viaje pergeñado de arrebato para no
ponerle la firma a la reforma previsional.
Rodolfo Terragno escribe
un libro sobre la Alianza.
Alberto Flamarique ha
engordado, fuma en exceso, viaja continuamente entre Mendoza y Capital.
Sigue haciendo política, en perfil bajo: habla de cuando
en vez con el Presidente, con su amigo Rafael Pascual, con Enrique
Coti Nosiglia. Y ya especula y opera las listas de candidatos
para el 2001.
Fernando de Santibañes
se ha tomado vacaciones trimestrales, buena parte en tierras foráneas,
un plan de vida atractivo que su ideología, el neoliberalismo,
no ha expandido a la gran masa del pueblo.
Alfredo Bravo y Elisa
Lilita Carrió, que supieron vitorear por izquierda
a Chacho y a Fernando de la Rúa, lanzaron el miércoles
un movimiento de opinión, apartándose más y
más del oficialismo.
La diáspora política de la Alianza, a fuer de ostensible,
se deja contar de muchas formas. Y alude a un año de desaciertos,
de anémica conducción política, de falta de
diálogo.
El pecado de origen fue no haber hecho ninguna previsión
seria para afrontar el desafío que implicaba un gobierno
de coalición en un sistema presidencialista. El riesgo se
asumió a la que te criaste, atando con alambre el funcionamiento
interno, saliendo al toro sin haber generado ámbitos de coexistencia,
equipos técnicos transversales, una clara división
de tareas. Poniendo todas las fichas a la química entre Alvarez
y De la Rúa, que duró apenitas más que un romance
de verano.
El nombramiento de José Luis Machinea fue otra falla de fábrica.
Quemado con leche durante el gobierno alfonsinista, el equipo económico
lloró y tembló de miedo no ya ante la vaca de una
corrida bancaria, sino ante su foto, su mención o cualquier
espantapájaros con forma de rumiante que -lúcidos,
psicópatas agitaron los poderes económicos.
Medrosos desde el vamos, forzados a sobreactuar su condición
de conversos, los Machi boys pusieron fervorosos el carro del ajuste
delante del caballo del crecimiento, se ne fregaron de la sensibilidad
colectiva. Pifiaron sus profecías sobre el PBI de 2000 por
mucho. Pilotearon un año de crecimiento cero, algo cercano
al record mundial. Su autoevaluación final es mucho más
piadosa que su conducta con su base electoral. Su autocrítica:
circa cero.
Machinea fue rodeado, desde el vamos, por un cordón sanitario
de economistas algo más conservadores y ortodoxos que él.
Como la economía ha suplido a la filosofía en eso
de ser reina de las ciencias, fueron destinados a áreas múltiples,
que un ojo poco experto consideraría ajeno a su saber. Juan
José Llach recaló en Educación y obró
el milagro de evaporar en un periquete el logro de haber legislado
el Fondo de Incentivo Docente y levantado por consenso la Carpa
Blanca. Se granjeó el odio uniforme de los sindicatos del
sector.
No puede achacarse lo mismo a Ricardo López Murphy, un Ministro
de Defensa que antes de asumir seguramente no sabía diferenciar
un contraalmirante de un portaaviones. López Murphy se transformó
en un entusiasta vocero de las más regresivas reivindicaciones
de los militares, recreando a escala micro la alianza
entre los economistas de Chicago y los uniformados que prohijó
el Proceso de Reorganización Nacional.
Adalberto Rodríguez Giavarini consiguió zafar en Cancillería.
Como fuera, ese pulular de economistas fue otra sobreactuación
fallida que hoy critican aun dentro del oficialismo. En un discreto
brindis con sus colaboradores, el hermano presidencial, a la sazón
titular de Justicia, se permitió bromear acerca de la nefasta
influencia de los economistas en el gobierno. Y el ministro de Educación,
Hugo Juri, ha estrenado un discurso que explica el daño causado
por el mercado a la educación argentina, a la igualdad y
aun a la competitividad de la economía.
Todos esos errores fueron largamente gananciales, compartidos por
los dos socios de la Alianza, originales. Pronto comenzarían
a añadir otros desaguisados cada uno por su lado.
El Senado ave Fénix
El Frepaso añadió una fracasante gestión en
los dos ministerios que se le confiaron, los que reclamó.
Flamarique se fue con estrépito y Graciela continúa
más para preservar el equilibrio interno de la Alianza que
como corolario de una gestión para nada memorable.
Los frepasistas agravaron su penuria de gestión con episodios
probados o sospechados de corrupción protagonizados por varios
de sus cuadros. Algunos fueron exagerados por una prensa hostil
o por el peronismo, interesados en debilitar a la Alianza vía
su eslabón al unísono más débil y más
desafiante. Pero esos adversarios eran previsibles, estaban en el
inventario, obligaban a ser más cuidadosos y prevenidos y
no autorizaban a clamar contra ellos, chapoteando en la ciénaga
de la sospecha.
La Oficina Anticorrupción tampoco estuvo a la altura de las
circunstancias. Carlos Menem la motejó de oficina antiperonista.
Igualmente burlón y más preciso, Humberto Roggero
la apoda entre amigos oficina antiucedeísta dando
cuenta de que las ineficaces huestes de José Massoni se cebaron
con la carne de Víctor Alderete (su única presa) y
María Julia Alsogaray. A Menem ni lo rozaron. Para peor,
archivaron a la velocidad de la luz denuncias contra Fernando de
Santibañes o se excusaron de intervenir en una, por demás
consistente. Y, en estos días, salieron muy prestos a explicar
que una denuncia en trámite no afecta al cuñado presidencial
Basilio Pertiné, cuando no es del todo así.
Pero lo peor fue la falta de creatividad, de acción, de logros
en las áreas que no fueran la economía. En la cultura,
la educación, las políticas sociales, el saldo oficial
fue opaco, por serle generoso.
Y cuando tuvo su primera crisis severa, la de las coimas senatoriales
la Alianza la procesó pésimamente. En ese episodio,
que está en recidiva desde anteayer, largamente fue el Presidente
el mayor responsable. No supo contener a su aliado, no registró
sus críticas que eran públicas, se asiló en
el consejo de novatos en política, lo agredió innecesariamente,
prorrogó hasta la pesadilla la ineludible eyección
de Flamarique y Santibañes y jamás quiso ponerse al
frente de la limpieza del hediondo Senado.
Tras la renuncia de Alvarez el Gobierno hizo la gran Menem,
dejar en manos de la Justicia la resolución del escándalo.
Vale aclarar que a estos usos se llama Justicia
a un juez con aspecto y voz de un oficial retirado de la Bonaerense,
foja de servicios penosa, cuadro de honor en la servilleta de Carlos
Corach y por añadidura acusado de enriquecimiento
ilícito. El viernes Su Señoría dictó
una resolución que arroja más luz sobre él
mismo que sobre el tema que se le confió para dilucidar.
En el camino nada investigó, hizo público el sumario
en etapa de secreto, omitió careos entre sospechosos y pasó
como sobre ascuas sobre una prueba compleja pero potente: la confesión
verbal de Emilio Cantarero ante una periodista.
Mientras Alvarez atizó el debate saltaron varias pústulas,
los escándalos de la Ley de Hidrocarburos, los negocios del
santafesinoMassat, los patrimonios faraónicos de los legisladores.
El Senado, una institución decadente, estaba groggy y otorgaba
una oportunidad de autodepuración ejemplar del sistema político.
Claro que no caerían todos los corruptos del sistema, pero
sí pagarían algunos como escarmiento y lección
a futuro para muchos más. En este tema Chacho tenía
mucho mejor análisis y actitud más congruente con
las banderas aliancistas que su ex compañero de fórmula.
Acaso se le pueda criticar haber frenado del todo la embestida tras
renunciar, por exagerado temor a reproches interesados, pero lo
cierto es que olfateó la oportunidad, mantuvo una pelea bastante
solitaria que, parece, ahora está dispuesto a reemprender.
Una pelea sobre un punto que el Frepaso seguramente hará
bandera en el verano y que el Presidente y buena parte de su partido
no desean menear.
Vientos de fronda
Alvarez propone nuevas reglas de juego al interior de la Alianza
(ver páginas 2 y 3), lo que parece interesante a la luz de
los magros resultados alcanzados con las vigentes. El problema es
que las relaciones humanas en la coalición gobernante atraviesan
un momento malo, pletórico de sospechas cruzadas y malas
ondas. En estos días el Presidente reprendió a la
viceministra del Interior, Nilda Garré, e hizo público
el episodio a través de un comunicado generando rabias entre
los frepasistas que alegan que De la Rúa es muy parco para
retos en público y traducen el gesto como una ofens(iv)a
contra su fuerza.
Muchos radicales rezongan por la falta de comprensión de
los frepasistas en materia de reforma previsional. No han valorado,
a su ver, los cambios incorporados a la norma y la necesidad de
sancionarla pronto. Viven la promesa de intentar su derogación
en Diputados como un atentado contra el blindaje y la convivencia.
Los próximos meses tensarán la cuerda entre ambos
socios respecto de la corrupción en el Senado y las jubilaciones
futuras; ambos tienen posición tomada. Alvarez va definiendo
su postura, que será más confrontativa que la que
desplegó desde octubre. Acaso le haya sido un alivio reencontrarse
con un debate que le permite definir posiciones claras y recuperar
el discurso de la ética que le es más grato que el
productivismo que desplegó en las últimas semanas
de noviembre.
De la Rúa que atravesó con más comodidad
el intervalo en que Darío Alessandro fue la cara visible
del Frepaso viene recibiendo de mal grado las propuestas de
Chacho, sus apariciones públicas. Un aire de déjà
vu hace temer que el rebrote del tema senatorial detone consecuencias
tan neutrónicas como la primera edición. Habrá
que ver.
El Gobierno apuesta lo que le queda de capital al ciclo virtuoso
de la economía. Ya lo hizo este año. Predica un aumento
del 3 por ciento o algo más. Ya lo hizo este año.
No es fácil compartir su entusiasmo y su perdurable liberalismo.
Algunos episodios alientan el escepticismo. Valga un ejemplo: uno
de los asesores económicos favoritos de Raúl Alfonsín
tiene una consultora; su predicción de crecimiento para el
año en ciernes es menor que la oficial. Y no es, precisamente,
un militante del CEMA.
Durante este triste año que termina la economía no
movió el amperímetro y, por si fuera poco, la política
le metió ruido a ese cuadro decadente. Muchas cosas deben
cambiar para que algo mejore, entre ellas la capacidad de coexistencia
(que es como decir de autoconservación) de la coalición
gobernante. Las fiestas de fin de año llegaron con un tono
de crispación que sólo podría contrapesar una
gran aptitud de articulación y de diálogo, materia
prima escasa durante el 2000.
Mucho tienen que cambiar los actores de primer nivel para que su
creciente diáspora, que las instantáneas del viernes
retrataron bien, se transforme en algo parecido a una convivencia
fecunda y eficaz. Esto es, a lo que una mayoría popular votó
hace apenas un ratito.
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