Por Miguel Bonasso
En este año milenario
que concluye, el Ejército regresó al primer plano de la
escena política con un discurso peligroso, que bordea la reivindicación
de la represión ilegal y arroja por la borda el avance autocrítico
alcanzado durante la anterior comandancia del teniente general Martín
Balza. El nuevo jefe, teniente general Ricardo Brinzoni, en una supuesta
búsqueda de la otra parte de la verdad histórica,
ha propiciado en rigor una intensa campaña de acción psicológica
que parece anclada en los setenta y dista mucho de contribuir a la reconciliación
que suele predicar. Los actos proselitistas realizados en Formosa y Monte
Chingolo y un reciente documental televisivo sobre las pretendidas batallas
que libraron los militares contra la guerrilla del ERP en 1975 constituyeron
el broche de oro de esta creciente presión reivindicativa, que
incluyó otras acciones perniciosas: apoyo a represores en apuros,
ascensos indebidos, crítica a las condenas sufridas por algunos
genocidas en Italia, descalificación de los Juicios por la Verdad,
negación de prácticas generalizadas del terrorismo de Estado
como el robo de niños, competencia del Consejo Supremo de las Fuerzas
Armadas con jueces civiles, ocultamiento o destrucción de documentos
relacionados con la represión e incluso manifestaciones indebidas
de malestar que trajeron a la mente el recuerdo de otras décadas
aparentemente superadas. Desbordes incompatibles con el papel de las Fuerzas
Armadas en democracia que fueron autorizados por el ministro de Defensa,
Ricardo López Murphy, y el propio presidente Fernando de la Rúa.
Un documental de terror
Ocurrió la noche de Navidad, entre las 22 y las 23: el televisor
se llenó de imágenes en blanco y negro pobladas por tropas
comandadas por los generales Acdel Vilas o Domingo Bussi, persiguiendo
a guerrilleros del Ejército Revolucionario del Pueblo en el monte
tucumano. Luego, con un montaje clásico de los servicios de informaciones,
el documental descendió a la suburbana Monte Chingolo, para describir
lo que el locutor definió como una de las grandes batallas
contra la subversión: el ataque del ERP al Batallón
de Arsenales Domingo Viejobueno y la subsecuente represión, de
cuyas víctimas civiles villeros de la zona los cineastas
del Servicio de Inteligencia del Ejército no dijeron una palabra.
El televidente desprevenido pegaba cada tanto un respingo al ser transportado
a los miedos de un cuarto de siglo atrás. La voz, cada vez más
inquisitorial, martillaba adjetivos hasta el cansancio: criminales,
terroristas, extremistas, subversivos, delincuentes
e incluso se permitió mencionar con inesperada ternura a la escuelita
de Famaillá que fue, según la Conadep, el primer centro
clandestino de reclusión del país. El programa, inusitadamente
bélico para la noche de paz, fue transmitido por CVN,
con el auspicio previsible de varias firmas fabricantes de
armamentos y la agencia de seguridad Robbio, y con el patrocinio civil
de empresas privadas como Banca del Sol, Movicom y Transporte Metropolitano.
Las autoridades políticas lo autorizaron a pesar de que su lenguaje
policial y anacrónico no parece el más propicio
para alcanzar esa reconciliación que pregona el general
Brinzoni.
Una semana antes de que se difundiera este documental, en el programa
Punto Doc, que sale los domingos a las 21 por Azul Televisión,
Daniel Tognetti y Rolando Graña habían transmitido otro
trabajo sobre Monte Chingolo, basado en una prolija investigación
del periodista Daniel Otero, que demostraba con testigos oculares
y la inesperada confesión de un comisario bonaerense que
la batalla de marras fue minuciosamente preparada por la inteligencia
del Ejército, que tenía infiltrado al ERP, le tendió
la encerrona y no sólo masacró después del ataque
a varios de los guerrilleros que se habían rendido, sino también
a inocentes pobladores de una villa vecina. Datos que oculta, en cambio,
el documental castrense en su curiosa búsqueda de la verdad total
y no facciosa, que constituye la piedra basal de la doctrina
de Brinzoni: la memoria total porque el recuerdo parcial
es tan injusto como el olvido.
De la Rúa defendió
la represión en Tucumán
Que el presidente Fernando de la Rúa, como comandante en jefe
de las Fuerzas Armadas, haya autorizado el libelo televisivo del Ejército
sobre el Operativo Independencia no debe extrañar. En un reciente
trabajo titulado La Complicidad (El continuismo dictatorial
1976-2000), el periodista Carlos Suárez exhuma un dato olvidado
en el Diario de Sesiones del Senado. Dice el texto de Suárez: El
senador Fernando de la Rúa presenta en la primera semana de noviembre
del 75 una iniciativa para que los legisladores nacionales visiten
la zona de operaciones en Tucumán, provincia donde se desarrollaba
el Operativo Independencia. El objetivo explicitado por De
la Rúa era contrarrestar la campaña que se había
iniciado en el exterior, tendiente a denunciar violaciones a los derechos
humanos en la represión militar de la guerrilla.
Esta identidad de pensamiento y no la tan meneada ineptitud de los radicales
para manejar el tema militar (lugar común de tantos políticos
y comentaristas) permite entender mejor la serie de hechos inquietantes
que se produjeron a partir de diciembre de 1999, cuando Brinzoni ex
compañero de promoción en el Colegio Militar del actual
canciller Adalberto Rodríguez Giavarini pasó a ser
jefe del Ejército en reemplazo de Martín Balza. En los primeros
días, como es natural, pareció que el sucesor se movía
tras los pasos del antiguo jefe. En aquel momento dejaba trascender que
siempre se había opuesto a las operaciones por zurda
realizadas durante la etapa del genocidio. Durante el golpe militar, sin
embargo, el capitán Brinzoni tuvo un destino eminentemente político:
fue secretario del interventor militar del Chaco, durante cuyo mandato
se perpetró la célebre masacre de Margarita Belén.
Hay que ayudar a
los muchachos
Desde el primer momento, el general Brinzoni encontró en el ministro
de Defensa López Murphy un apoyo activo. El economista que proponía
la rebaja general de sueldos para privados y estatales sentía en
cambio piedad por las privaciones presupuestarias de los militares y así
se lo dijo a los miembros de la APDH que lo visitaron para pedirle que
no se ascendiera a oficiales denunciados por la Conadep como represores:
Hay que ayudar a los muchachos (los militares), porque están
subordinados al poder civil y han aceptado con estoicismo los ajustes
fiscales. Con el aval de López Murphy y el del propio De la Rúa,
Brinzoni logró que el Senado ascendiera en mayo pasado al teniente
coronel Eduardo Daniel Cardozo, acusado de haber participado en el secuestro,
tortura, violación y asesinato de la joven francesa Marie Anne
Erize, perpetrado en San Juan en 1976. Cardozo, que entonces era teniente,
fue acusado por un conscripto de haber disputado el cuerpo de la
francesita (Marie Anne) con otro represor que este año alcanzó
notoriedad al ser detenido y liberado en Roma: el ex torturador carapintada
y actual abogado del genocida Carlos Guillermo Suárez Mason y el
nazi Eric Priebke, el mayor retirado Jorge Antonio Olivera.
El represor devenido abogado intentó procesar a ex militantes montoneros,
en una jugada tendiente a equilibrar los tantos con los Juicios de la
Verdad y las causas por robos de niños en las que están
procesados varios genocidas. Un juego que pretende demostrar que todos
fuimos culpables y beneficiaría el foro de la reconciliación
que Brinzoni anhela conformar con diversos sectores de la sociedad y algún
que otro montonero reciclado. Cuando Olivera fue detenido en el aeropuerto
romano de Fiumicino, Brinzoni llegó a decir que era un atropello
a la política y la justicia nacional. La esposa del torturador,
Marta Rabassi, reveló que había contado con el apoyo
institucional del arma.
El jefe del Ejército defendió entonces el principio de territorialidad,
que según el diputado socialista Alfredo Bravo equivale al
principio de impunidad, porque en el país los represores
no pueden ser juzgados. Un tribunal romano, sospechado de nexos con la
Logia Propaganda Dos, liberó a Olivera. En Ezeiza fue recibido
como VIP por las autoridades militares del aeropuerto.
Cuando el ex general Carlos Guillermo Suárez Mason (alias Pajarito)
fue condenado en rebeldía por otro tribunal italiano no tocado
por la P2, Brinzoni cuestionó el fallo por el mismo principio de
territorialidad.
Es curioso que un estratega que reclama memoria total tenga
la suya parcelada por una notoria selectividad: según el general
Brinzoni el robo de niños no fue sistemático.
Afirmación que ha sido desmentida, con rigor estadístico,
por el capitán (retiro efectivo) José Luis DAndrea
Mohr que, con sus trabajos sobre el plan de exterminio, presta un gran
servicio al ejército democrático que aún no logra
conformarse. Un ejército que no hunda sus raíces en el pantano
de la guerra sucia y el desastre de Malvinas, duramente analizado por
otro oficial de mérito, el teniente general retirado Benjamín
Rattembach.
El jefe del Ejército también puso en duda la existencia
del Plan Cóndor que permitió la coordinación represiva
entre las dictaduras militares del Cono Sur. Y se mostró reticente
cuando el juez federal Claudio Bonadío le solicitó, entre
otros materiales, los manuales de operaciones del Ejército en los
años 70. La evidente reticencia enojó a Bonadío,
que lo hizo notar y entonces Brinzoni ordenó una búsqueda
de documentos referidos a la dictadura, que obviamente no produjo resultados.
Aunque sí algunos curiosos episodios: como la reciente destrucción
de documentos en una dependencia de inteligencia.
Otras investigaciones, llevadas a cabo en Córdoba por la jueza
Garzón de Lascano, vinieron a desmentir lo sostenido por el jefe
castrense en un reportaje concedido al diario La Nación en el sentido
de que el Ejército dejó de hacer espionaje interno hace
quince años.
Y Córdoba fue, en abril pasado, otra muestra acabada de la solidaridad
indebida que el arma presta a cuadros sospechados de haber ejercido la
represión clandestina. En el Juicio por la Verdad que se lleva
a cabo en la capital mediterránea, el tribunal hizo detener por
algunas horas a ciertos oficiales, citados como testigos que se negaron
a declarar: el teniente coronel Enrique Mones Ruiz, el mayor retirado
Gustavo Adolfo Alsina y el famoso genocida de La Perla, Benjamín
Menéndez.
Aquella vieja costumbre
de los planteos
Brinzoni no sólo envió a Córdoba al general Eduardo
Alfonso, secretario general del arma, sino que además se permitió
cuestionar a los juicios como mecanismo idóneo para llegar a la
verdad histórica y llegó al extremo de afirmar, como en
la época de los famosos planteos, que hay inquietud
y preocupación en el Ejército. En vez de relevarlo,
López Murphy le dio pleno respaldo. No es de extrañar entonces
que en este último mes del año, Brinzoni haya dado un paso
audaz retratándose con el genocida Menéndez a sus espaldas,
en un acto castrense donde el general de brigada Héctor Lubin Arias
se permitió decir con el mesianismo de los viejos tiempos: A
pesar de los cambios el Ejército es siempre el mismo. Y evolucionar
no significa de ningún modo renegar de nuestro pasado. Independientemente
de los aciertos y los errores. En octubre, Brinzoni organizó
un acto público en Formosa, para conmemorar el ataque de Montoneros
al cuartel local en 1975. Como fue vistoso y tuvo buena prensa, el 23
de diciembre pasado el jefe del Ejército realizó otra evocación:
la del cuarto de siglo del combate de Monte Chingolo. Ambas
efemérides estuvieron seleccionadas con astucia: en los dos casos
se trataba de ataques a cuarteles en tiempos de María Estela Martínez
de Perón, cuando había un gobierno constitucional. Nada
dijo desde la tribuna, sin embargo, para recordar que pocos meses después
de esos ataques el Ejército derrocó al orden constitucional
que pretendía defender. El recuerdo parcial, sin duda, es peor
que el olvido.
Con ese olvido en mente, Brinzoni y López Murphy repitieron la
presión del año anterior, reclamando ascensos para jefes
cuestionados por la Conadep. Como agravante, este año el jefe del
Ejército había acordado con la subsecretaria de Derechos
Humanos, Diana Conti, que consultarían al organismo antes de elevar
las propuestas de ascenso para evitar cuestionamientos. A pesar de los
señalamientos de la subsecretaria a varios de los candidatos, Brinzoni
y López Murphy decidieron seguir adelante. El Senado aprobó
el 21 de este mes 176 ascensos (entre los cuales hay varios cuadros acusados
de carapintadas), pero dejó cinco promociones en suspenso.
Y aquella otra de los aprietes
Para cualquier observador de la realidad argentina es un axioma que
las señales que se emiten desde el poder suelen ser siempre copiadas
y amplificadas desde los sótanos de ese mismo poder. Este año
han proliferado páginas cibernéticas donde distintos organismos
fantasmales reproducen el lenguaje de los dinosaurios retirados que expulsaron
al teniente general Balza del Círculo Militar. Hay allí
toda clase de exaltadas acusaciones contra políticos, periodistas,
sindicalistas, religiosos y jueces, como Claudio Bonadío, a los
que se califica como subversivos.
En algunas de estas páginas, como la que se difundió a partir
de setiembre en Espacio Digital de Internet, se dice sin ambages: Las
Fuerzas Armadas, de Seguridad y Policiales, a partir del momento en que
se reimplantó en nuestro país el sistema democrático,
hemos venido soportando todo tipo de agravios.
En otros casos, se ha pasado a la vía de hecho: golpes a HIJOS
de Rosario; violentos antiescraches como el organizado recientemente por
Aldo Rico en San Miguel; el envío por correo de un pan de trotyl
a la abogada de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos Matilde
Bruera; los asaltos a la librería de las Madres de Plaza de Mayo
o los daños, en el Chaco, a un monumento que honra a los desaparecidos.
Hechos repudiables y preocupantes, que no son ajenos al inesperado regreso
de las legiones.
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