Universidad
Popular Madres de Plaza de Mayo
Osvaldo Bayer
y Vicente Zito Lema
En memoria de Agustín Tosco
Un hombre
incorruptible
Por Osvaldo Bayer
En esta sociedad argentina
tan confusa, los dos populismos el radicalismo y el peronismo
que nos gobiernan desde siempre (con las interrupciones militares ordenadoras
habituales) parecería que hubieran borrado para siempre todas las
fronteras de las definiciones. Pero, como excepciones, hay figuras que
pese a todo ayudan a redefinir los valores. Una de ellas una de
las más firmes, sin duda, de piedra es Agustín
Tosco. Y lo es porque surge de un sector que, junto al político,
es uno de los más confusos, o que confunde más, de nuestra
sociedad: el sindicalismo. El sindicalismo a partir de 1943 comienza a
transgredir lo que tendría que haber sido su derrotero. Se inicia
en la coparticipación del poder, y poder significa también
corrupción. Se hace participacionista, conciliador, artífice
para no quebrar el equilibrio en la sociedad capitalista. Entra con todo
en el populismo. Cambia, grita, sale a la calle, para dejar todo como
estaba.
Tosco es la antítesis, es el dirigente sindical antiburocrático,
el auténtico dirigente obrero que no sólo cuida y representa
los intereses de los trabajadores sino que además busca un camino
para una sociedad justa. Es decir, que su acción y pensamiento
no quedan en una labor limitada a discutir convenios o leyes, sino que,
con persistencia, va buscando caminos y procederes que lo ayuden a terminar
con el sistema de pedidos y dádivas. Para luego ya pretender, como
búsqueda máxima, que todo el sistema se afirme en estructuras
igualitarias. En esa época argentina, Tosco es una rara avis.
Valentía, honestidad, perspicacia, calma, capacidad para el debate.
Ni obedecía directivas partidarias ni participaba en el banquete
constante. La contrapartida definida es el dirigente neoperonista Vandor.
Una especie de manager de la relación Estado-Capital-Trabajo.
Es una época clave aquella de los sesenta, en la que la bala, el
bastón largo, los oficios de los servicios de informaciones y los
militares en el poder dominarán la escena.
Tal vez, la cualidad más alta de Tosco era no entrar en internas,
en discusiones interminables sobre personalismos o directivas de secta.
Cuando la clase obrera salía a la calle, él no rehuía
la primera fila, lo tomaba como algo natural, frente a los uniformados
del sistema y sus bastones o balas.
Con él se da la palabra, el valor de la palabra. Lo escuché
hablar en un congreso obrero. Por supuesto, Tosco estaba en minoría
y su palabra creaba el silencio a su alrededor. Se lo escuchaba. Hasta
los provocadores pagados por la burocracia acallaban sus abucheos o sus
coros de Perón, Perón como único argumento
para tapar el debate. Esos eran los mejores momentos de Agustín
Tosco. No necesitaba elevar el nivel de voz porque hablaba con la verdad.
Sus conceptos eran simples: ni los juegos florales para hacer creer lo
que nadie creía ni el personalismo demagógicoacostumbrado
de los dirigentes con puesto asegurado. Noble, firme. Nada mejor para
demostrar que todas estas palabras sentidas que estoy volcando aquí
no son mera alabanza circunstancial es leer sus escritos.
Un dirigente obrero para libro de láminas. Ese es el patrón;
ése, el gobernante; ése, el policía; ése,
el militar; ése, el obrero: todo bien definido.
Tosco es todo lo contrario del fanático adoctrinado: Siempre
es necesario encontrar las coincidencias para la acción y para
la lucha en base a la unidad. Con ello lograremos los triunfos que anhelamos.
Como lo enseña la historia del movimiento obrero. Lo pensó,
lo escribió y lo llevó a cabo.
La eterna burocracia sindical de los Triaca y los Daer rehúye la
figura de Tosco. El peronismo oficial no habla de él. Se cumplieron
los 25 años de su muerte y poco eco tuvo el recuerdo en los medios.
Sigue siendo la figura de centros de estudiantes, de sindicatos no burocráticos,
de agrupaciones opositoras a los pasillos ministeriales. Su figura tiene
el halo de aquellos sindicalistas fundadores de principios de siglo, que
fueron capaces de levantar sociedades obreras en los pueblitos más
aislados de la pampa, o entre los colocadores de vías del norte,
el oeste y el litoral. Aquellos que no se contentaban sólo con
dar las directivas que venían de la capital sino que acataban las
asambleas, después de escuchar también al analfabeto y al
extranjero que refundía nuevos idiomas.
Al recordar a Tosco no se puede caer en el personalismo, no se corre ese
peligro. Porque no hacía milagros ni era el gran prometedor ni
repartía pan dulce ni estampitas de Luján. El era lo que
los demás resolvían pero siempre dando su opinión
y luego se marchaba en la misma dirección. No dirigió sino
que acompañó las explosiones populares, aunque iba, claro,
en primera fila porque allí lo querían ver los hombres y
mujeres de buena voluntad. Y porque él era un heredero del peligro
que habían sufrido permanentemente aquellos obreros que encabezaron
las filas de 1902 donde cayó el obrero marítimo Ocampo ante
las balas uniformadas de los poderosos de los toros Shorton y de las vacas
Holando-Argentino, con sus representantes galerudos de la Casa Rosada;
o en la Plaza Lorea, en 1909, por las ocho horas de trabajo, atacados
con la máxima de las cobardías por el máximo héroe
de la Policía, el asesino nato coronel Ramón Falcón.
Tosco en primera fila en la manifestación del pueblo frente a los
máuseres de Onganía, el general gris, con la eterna tristeza
del egoísta. Tosco en las cárceles, en esas celdas todas
solidaridad frente a la tortura y la raza de ratas de los guardiacárceles.
Tosco escribía ya en 1969, en pleno esplendor neofranquista del
onganiato estas palabras profundas, estas verdades profundamente dolorosas
por lo reales: Porque es cierto que en nuestro país la miseria
margina a grandes grupos humanos. En la ciudad y en el campo. La existencia
de las villas miseria son una prueba elocuente de la explotación
del hombre por el hombre. La otra cara del lujo y la suntuosidad. La expresión
más dramática de la falta de humanismo, donde la desnutrición,
la enfermedad, el analfabetismo, la promiscuidad no son cualidades específicas
de sus habitantes, sino consecuencias, efectos de la riqueza acumulada
o despilfarrada por los sectores que gozan de todos los privilegios.
Porque es cierto que en nuestro país muchas familias no encuentran
posibilidades de educación para sus hijos. Así, por falta
de recursos económicos, como por la insuficiencia de escuelas,
como por la carencia de bancos. Por lo oneroso que resulta cada vez más
el precio del transporte, de los útiles y libros escolares, de
la indumentaria, de las cooperadoras.
Porque es cierto que en nuestro país se traba el justo reclamo
de la juventud para su capacitación técnica o cultural,
por sus problemaseconómicos, por la imposición de aranceles
cada vez mayores, por el selectivismo, el limitacionismo y la falta de
perspectivas posteriores.
Porque es cierto que en nuestro país la mujer no tiene igualdad
de derechos, aun en las limitaciones de los mismos que goza el hombre.
Y es sabido que sobre ellas es donde recae la mayor explotación
económica, tanto en las tareas rurales, como en el comercio, la
industria o los servicios.
Porque es cierto que en nuestro país los hombres y mujeres
del campo están sometidos a explotación cuando trabajan,
en especial en los ingenios, actividad forestal, frutícola, cerealera,
y sobreviven en la indigencia en los períodos de receso, sin perspectivas
de colocar su capacidad de trabajo en otras ocupaciones.
Porque es cierto que en nuestro país la mayoría de
quienes gozan de ingresos medianos no tiene otras perspectivas que el
estancamiento o la proletarización, salvo el pequeño núcleo
de ejecutivos cuya condición de promoción está supeditada
a su identificación con políticas empresariales de contenido
regresivo.
Porque es cierto que en nuestro país la falta de desarrollo
económico obliga al éxodo de especialistas, técnicos
y profesionales que no encuentran ocupación para aplicar sus conocimientos.
Porque es cierto que en nuestro país a medida que pasa el
tiempo se va acentuando la absorción, el copamiento o la transferencia
de las empresas nacionales, públicas y privadas a los grandes monopolios
extranjeros o a su supeditación y condicionamiento a los intereses
de los grandes organismos financieros internacionales como el Banco Mundial
y el Banco Interamericano de Desarrollo, puestos al servicio de la dominación
yanqui en América latina.
Porque es cierto que en nuestro país todo eso origina la
frustración de legítimas aspiraciones y crea un clima de
angustia colectiva.
Esto Tosco lo escribió hace treinta y un años, apenas acabado
el Cordobazo. Parece escrito hoy. Es nuestra realidad de hoy. Nótese
su claridad, su estilo llano. Entre todas las publicaciones de la burocracia
sindical cegetista no encontramos absolutamente nada que pueda parecerse
a este análisis del obrero lucifuercista. Un dirigente sindical
de overol lucha en la calle y habla en la asamblea. Qué mejor análisis
políticosociológico sobre este luchador que sus propias
palabras. No hay nada que interpretar, la historia le ha dado razón
y le sigue dando la razón.
Agustín Tosco es uno de los más nítidos Hijos del
Pueblo. Ese nombre se les daba, a principios de siglo, en las organizaciones
obreras, a quienes habían dado toda su vida por la solidaridad,
por la dignidad. Su retrato tendría que colgarse en todos los sindicatos
del país y más, por sus manos limpias y la pureza de su
pensamiento, en todos los colegios y universidades del pueblo.
Tosco murió perseguido por la mafia criminal de López Rega
y sus peronistas de derecha, muchos de ellos de la burocracia sindical,
aliados con el Ejército y los servicios de informaciones. No lograron
encontrarlo, pero a su refugio no pudieron llegar los medicamentos y tratamientos
que necesitaba. Fue una víctima más, uno más de los
mejores de los tantos que cayeron en esos años.
En el prólogo al Cordobazo de Juan Carlos Cena tomo una expresión
de Américo Melchor González que, por su sencillez, concisión
y claridad, lo dice todo, y es la mejor definición de Agustín
Tosco: A Tosco lo odiaban porque era un incorruptible.
Sabemos lo que cuesta en la Argentina ser un incorruptible. Un incorruptible
en la sociedad esencialmente corrupta. Si Tosco volviera a ver la luz
hoy con los piqueteros hambrientos en la ruta, con los horarios de trabajo
establecidos nada más que por el patrón, con las ancianas
mujeres desdentadas de los basurales y los niños argentinos comiendo
labasura que tiran los MacDonalds, se pondría organizar otro
Cordobazo con todo el pueblo solidario. Tal vez le costaría años,
pero él no se daría por vencido.
No, entraría en la Universidad Popular de las Madres y daría
una clase magistral sobre cómo organizar la resistencia de los
pueblos y acabar con el monólogo de Machinea sobre la obediencia
debida al FMI y al Banco Mundial. A la violencia de arriba, la palabra
de protesta de abajo; a la bala represora, el puño cerrado y la
piedra en defensa del derecho.
La violencia actual de los poderes económicos y sus amanuenses
políticos hará nacer irreversiblemente, en las calles, el
progreso que traerán cien nuevos Toscos. Los Toscos no se extinguen,
se repiten.
La última batalla
de Agustín Tosco
Por Vicente Zito Lema
Para unos era de la estirpe
de Icaro, o de Prometeo. A otros les parecía la versión
laica de Juan el Bautista y, al igual que éste, halló la
muerte bajo el reinado de una oscura bailarina. Esto aconteció
el 4 de noviembre de 1975, hace ya veinticinco años cuando, estando
en la clandestinidad, fue víctima de una dolencia que en circunstancias
normales hubiera sido fácil de tratar. Entonces la persecución,
las calumnias, los intentos de asesinato cedieron paso a algo peor: el
olvido.
Hoy, cuando la tierra de promisión parece más lejana que
nunca y el pueblo argentino busca a los tumbos su perdido camino en el
desierto, resultan necesarias las voces de aquellos que, como Agustín
Tosco, nunca callaron. El Gringo, como lo llamaban sus compañeros,
había nacido en el sur de Córdoba, Coronel Moldes, el 22
de mayo de 1930. El mismo y con palabra clara contará su historia
inicial: Mis padres eran campesinos y yo trabajé junto a
ellos desde chico una parcela de tierra. Después de cursar el colegio
primario me trasladé a la ciudad e ingresé como interno
en una escuela de artes y oficios. Allí se discutía mucho
y el diálogo permanente me incitaba a profundizar la lectura. Siempre
me gustó leer... En mi propia casa con piso de tierra y sin luz
eléctrica me había construido una pequeña biblioteca
precaria pero accesible. Corría la liebre. Tan sólo al cumplir
la mayoría de edad conseguí incorporarme a Luz y Fuerza
como ayudante electricista. Por aquella época ya había adquirido
conciencia de los conflictos sociales y había decidido también
tomar partido de mi clase. A los 19 años había sido elegido
subdelegado y a los 20 ascendí a delegado.
De ahí en más no habrá peligros, horarios ni claudicaciones.
Vestido siempre con su mameluco azul de trabajo escribirá las mejores
páginas de la lucha sindical en la Argentina, haciendo de la honestidad
un culto, de la ética una guía para la acción y de
la humildad su modo natural de vida. Símbolo del Cordobazo una
de las mayores gestas populares del siglo, prisionero de las dictaduras,
ejemplo aun en el cansancio, en la desorientación o en la peor
desventura, colocando al servicio de los demás un enorme coraje
personal y esa férrea voluntad con que se transforma la realidad.
Veía el socialismo como un camino para la construcción del
hombre nuevo y la nueva sociedad. Como pocos luchó para que así
fuera. Tuvo la pasión de los convencidos, la fraternidad de los
justos y alcanzó, sin dejar de ser nunca un trabajador, el más
alto grado de conciencia crítica que en su tiempo se pudo lograr.
Mirándonos en él, nadie se animará a pensar que la
clase obrera argentina come vidrio.
La conversación había
entrado en lo personal y dio pie a la última pregunta, pertinente
para aquellos tiempos donde los destinos trágicos se habían
convertido en una cotidianeidad: ¿cómo quisiera morir y
cómo no quisiera?
Contestó casi sin respirar, pareció que las palabras las
tenía siempre en la punta de la lengua: El marxismo dice
que la muerte es necesaria. Yo no me planteo cómo tendré
que morir, creo que mi fin será consecuente con mi lucha, no sé
en qué circunstancia. Lo importante es morir con los ideales de
uno. Ahora, no me gustaría morir habiendo traicionado a mi clase.
Nos despedimos en el viejo bar de la calle Córdoba sin decir más,
bastaba el apretón de manos. Me dejó una vez más
la impresión de que nunca moriría. Y mientras caminaba hacia
mi casa, yo por entonces vivía en el Bajo, recordé lo que
me había contado un compañero. De todas las historias sobre
Tosco era la más hermosa y acaso la que lo retrataba de cuerpo
entero, justificando con creces esa sensación de respeto que sentía
por él, y que nunca había sentido, así tan profunda,
por nadie.
El compañero había contado: Yo estaba preso en Trelew,
cuando los fusilamientos del 22 de agosto... fue algo terrible, de no
creer... habían matado a los dieciséis a sangre fría...
en la cárcel empezamos a golpear las puertas, estrellábamos
los jarros contra las rejas, gritábamos, puteábamos... Al
fin me encontré tirado sobre la cama, sin saber qué hacer...
Cada vez era más profundo el silencio en los calabozos... Nos fue
ganando la tristeza más grande del mundo y, de pronto, de a poquito,
alguien por la ventana comenzó: Compañeros... compañeros...
compañeros... los quiero escuchar... compañeros no se caigan,
porque si ustedes se caen ellos están muertos, pero está
en ustedes que los hagan vivir... Y esa tonadita cordobesa fue la del
Gringo Tosco, que estuvo más de veinte minutos arengándonos
y diciéndonos que salgamos y ahí salimos todos de nuestro
encierro y yo creo que fue por primera vez que se empezó a mencionar
cada uno de los nombres de los caídos y todo el grupo gritaba bien
fuerte ¡Presente! ... El Gringo me enseñó algo muy
grande, que la voz de los sin voz surge naturalmente... El, que no quiso
fugarse, aunque se lo ofrecieron, porque sentía que un dirigente
obrero tiene que vivir en la luz, se hizo cargo del dolor de todos y nos
marcó el camino.
Tras el esperanzado y corto
paso por la Casa Rosada de Héctor Cámpora -rápidos
y embriagadores serían esos meses; un alazán en las
pampas, habría dicho Marechal y ocurrido el fallecimiento
del general Perón -para muchos el duelo por el padre; para otros,
la sonrisa casi en rictus de un antiguo odio reverdecido, y todos bajo
un cielo color de cuervo, con tormentas y presagios, se suceden
gobiernos que bajo el manto protector de la herencia peronista cumplen
a fondo su misión, ya sin contradicciones: frenar el ascenso popular,
entretenerlo y desviarlo, llevándolo a una encrucijada sin salida.
La confusión, el desaliento y hasta el miedo cundirán en
sectores que hasta ayer mismo habían soñado tocar el cielo
con las manos.
Algunos por cansancio, otros acosados y de espaldas contra la pared comienzan
a imaginar el exilio.
Susana, ¿Tosco pensó en irse del país al menos
por un tiempo?
La compañera de Tosco me mira, luego baja los ojos hacia el mate
y habla, serena, sin rencores, pero la voz denota que la herida aún
quema.
Pudo haberlo hecho, prefirió sin embargo esperar aquí...
y aquí lo alcanzaron la enfermedad y la muerte dice y vacía
muy rápido el mate.
Será un tiempo difícil, también confuso. Unos resisten
y hasta redoblan la apuesta del combate; otros muchos comienzan a practicar
el silencio. Los rumores de un golpe militar se escucharán cada
vez más fuertes. Si bien se vivía bajo un régimen
cerrado y represivo, con la Triple A paseando la muerte a su antojo, la
proximidad de las elecciones permitía abrigar alguna esperanza.
Agustín Tosco decide librar la que sería su última
batalla: frenar el asalto al gobierno por los sectores más reaccionarios
de las Fuerzas Armadas, día a día más hegemónicos
y abiertamente agresivos.
En condiciones de extremo peligro se traslada a Buenos Aires. Allí
se entrevista en secreto con dirigentes de distintas procedencias, Raúl
Alfonsín y Oscar Alende entre otros. Su intención es formar
un frente patriótico y democrático, lo suficientemente amplio
como para incluir a las organizaciones armadas, con el fin de aislar a
los sectores golpistas. Es entonces que siente los primeros síntomas
de su enfermedad: terribles dolores de cabeza que no calman las fuerte
dosis de aspirinas ni las ampollas bebibles de analgésicos, a los
que se agregan las pérdidas del equilibrio y por último
los desvanecimientos.
El frente no se puede concretar: las diferencias son insalvables. El campo
popular tendrá que sufrir la embestida de sus verdugos debilitado
por sus gruesas divisiones.
Acaso por primera vez abatido, Tosco regresa a Córdoba. Como una
metáfora del país, su organismo se deteriora rápidamente.
Lo hicimos ver por médicos amigos. Pero hacía falta
internarlo y hacerle estudios. No podíamos por su clandestinidad.
No conseguíamos dónde. Cuando al final encontramos un lugar,
ya era tarde; las cosas habían pasado a un punto sin retorno. El
Gringo fue una víctima más de la represión.
Me lo dirá Arnaldo Murúa, uno de sus abogados defensores,
mientras caminamos por las calles de Córdoba y recordamos caminatas
y charlas similares junto a los canales de Amsterdam, cuando el exilio.
Más enfermo y aún más debilitado, Agustín
Tosco que ahora oculta su apariencia tras un bigote, un peluquín
y un blanqueo de esos dientes que lo delatan por sus caries
es llevado de escondite en escondite. La Triple A lo ha condenado a muerte
y el propio jefe de policía de Córdoba lo tilda públicamente
de criminal terrorista. Come mal, pan y queso suele ser el
menú diario y, a pesar de los esfuerzos, no hay manera de cuidarlo
mejor. Sin embargo su leyenda va en alza (algunos dicen que vive en un
tanque de agua, otros cuentan de sus amores con una monja que lo protege
en un convento y hasta hay quien cuenta que lo vio tomando café
en un bar frente al cuartel de policía); lo cierto es que el deterioro
crece y crece. Le cuesta hablar. Sufre mucho. Siguen las angustiosas mudanzas
de madrugada (sus compañeros más de una vez lo ayudan a
guardar en una sábana o en diarios sus pocas ropas, sus papeles
y su inseparable máquina de escribir). Tosco manuscribe sus últimas
cartas con dificultad. Una de ellas está dirigida a sus padres,
fechada supuestamente en La Plata, con letra vacilante dice: Desde
hace tiempo no les escribo por la situación de clandestinidad que
padezco. Pero la mala suerte me embromó bastante y desde hace un
mes y medio estoy internado en un hospital de La Plata. La pasé
muy mal, estuvieron a punto de operarme de la cabeza; pero paulatinamente
pude ir recuperándome. Hoy, como ven, les puedo escribir a mano.
Pienso que para fin de mes estaré bien y podré reintegrarme
a mis actividades. Son muchísimas las cosas para hacer y todo el
que pueda debe aportar. Como es el Día de la Madre, le envió
un obsequio a Mamá. (...) Pese a todas las dificultades seguiremos
adelante. Esperamos que la suerte nos ayude. Cariños y besos a
Lucy y Papá. Será hasta la próxima. (...). Ya en
grave estado sus compañeros deciden trasladarlo secretamente a
Buenos Aires. Han conseguido un lugar y lo internan con un nombre falso.
Al fin es tratado por un equipo médico.
... La última vez que lo vi fue tres días antes de
su muerte. No estuve en los últimos momentos porque mi presencia
no era necesaria y había que moverse con mucha discreción
dado lo peligroso del momento. En un principio pensamos que podía
tratarse de un tumor, pero consultamos con neurocirujanos, se hicieron
estudios y se descartó esa posibilidad. Se trataba de una encefalitis.
¿Cuáles fueron los síntomas?
Malestar general, fuertes dolores de cabeza y fiebre.
¿Mantenía el conocimiento?
Sí. Se trataba de una enfermedad que ataca al cerebro, como
podría atacar otro órgano.
¿Tenía origen virósico?
No. Era una infección simple, por gérmenes; incluso
hicimos un antibiograma para determinar el tipo de antibióticos
necesarios. Yo participé en el diagnóstico en el aspecto
neurológico, que es mi especialidad. El resto lo hicieron otros
médicos que eran muy capaces y tenían mucha experiencia
en infecciones.
¿Estaba desahuciado?
No. Se trataba de una enfermedad subaguda que en condiciones normales
sería previsiblemente manejable. El problema es que él estaba
muy deteriorado físicamente. Yo lo había conocido antes
y pude ver la diferencia. Estaba muy demacrado y había perdido
mucho peso.
¿Era por la enfermedad?
La enfermedad había hecho lo suyo. El estuvo internado con
nosotros algunas semanas. Calculo que cuando llegó estaba enfermo
desde hacía aproximadamente un mes. Pero fundamentalmente pienso
que era la situación que estaba atravesando la culpable de ese
deterioro.
¿Piensa que fue mal atendido en Córdoba?
No. Pienso que la persecución de que era objeto y las privaciones
que sufrió lo habían deteriorado mucho. El era un hombre
muy fuerte, que llevaba una vida muy sana. Incluso con el tratamiento
empezó a repuntar, mejoró notablemente. La última
vez que lo vi ya caminaba y hablaba con fluidez. Ante esa evolución
se consideró que había superado la zona de peligro. Se decidió
suspender los antibióticos y allí fue que tuvo una recaída
de la que ya no pudo salir.
¿Cuál fue el origen de la infección?
No se pudo determinar, al menos yo no recuerdo... pasaron algunos
años. No sé si los que manejaron la parte clínica
llegaron a saberlo.
¿Hay algún registro?
No. Por razones obvias no se levantó historia clínica.
El médico Juan Ascoaga nos despide con la misma seriedad con que
nos recibió. Descubro o acaso imagino que sus ojos en el fondo
brillan.
Agustín Tosco muere
en Buenos Aires el 4 de noviembre de 1975. Corriendo otra vez toda clase
de riesgos, un grupo de compañeros que se habían juramentado
a defenderlo aun a costa de sus vidas, deciden trasladar su cuerpo para
que pueda ser enterrado en su provincia natal. En un viejo bar de Villa
María uno de aquellos compañeros me da detalles de la historia:
Lo llevábamos en una ambulancia, sentado en el lugar del
acompañante. Algunos podrán decir que fue una locura o que
no tiene sentido político, puede ser, para nosotros era otra cosa,
se trataba de una cuestión de honor.
Oficialmente Tosco muere en Córdoba, el 5 de noviembre de 1975.
La noticia de su deceso circula de boca en boca con la velocidad de las
malas nuevas. Los medios de comunicación guardan silencio o retacean
la información todo lo posible. Sin embargo, el hecho es conocido,
se declara un paro y numerosos trabajadores abandonan sus tareas para
unirse a las exequias. Vuelvo a encontrarme con Susana Funes.
¿Tosco tuvo una última voluntad?
Sí, varias veces me había dicho: Susana, si
me pasa algo quiero que me velen en el sindicato.
¿Fue así?
No, no pudo ser. El sindicato estaba en manos de los fascistas y
no podíamos arriesgarnos a perder su cuerpo.
(Han pasado muchos años desde el día de la muerte. En la
voz de la mujer ese día fue ayer.)
Agustín Tosco es velado
en la Asociación Redes Cordobesas. Se organiza una colecta popular
para enfrentar los gastos del sepelio.
Durante la noche del 6 de noviembre, un desfile incesante de trabajadores
se aproxima para darle su adiós. También se hacen presentes
dirigentes políticos, como el ex presidente Arturo Illia, gente
de los barrios, estudiantes, militantes sindicales y de las organizaciones
guerrilleras. Nadie quiere esquivar el cuerpo en la despedida al dirigente
obrero perseguido. Nadie acepta quedarse con un dolor sin respuesta a
solas.
El mal estado del tiempo no arredró a la gente que creció
en su número, que se mantuvo firme. Antes tuvieron que vencer el
estupor: sí, el Gringo había muerto.
Una docena de oradores se suceden ante sus restos. Pálidos, consternados,
fumando a más no poder.
Cuando alrededor de los cinco de la tarde mengua por instantes la lluvia,
sus compañeros deciden iniciar la marcha hacia el cementerio de
San Jerónimo.
Unas seis mil personas participan en los primeros tramos del cortejo fúnebre
que avanza por las calles Roma y Sarmiento; se suman a la columna varios
centenares más. Son muchos los que observan desde las veredas,
son también muchos los que bajan la cabeza. Desde los balcones
de los edificios caen flores. Al llegar al puente Sarmiento la multitud
supera las diez mil personas. Hay banderas argentinas y también
algunas rojas. Flamean juntas, sobre el silencio.
En tanto, el dispositivo represivo se hace cada vez más evidente.
Allí están los inconfundibles matones armados sobre los
techos del Automóvil Club Argentino. Tampoco faltan los patrulleros,
la policía montada, las cuadrillas con perros, ni los autos verdes
con policías de civil que ostentan sus itacas. Se ven hasta helicópteros
sobrevolando el cortejo en clara actitud de intimidar.
Pero la marcha continúa y se sigue sumando gente. Siguen cayendo
claveles rojos y de pronto la lluvia. La columna ya ocupa todo el ancho
de la avenida y tiene varias cuadras de largo. Son más de veinte
mil los que están presentes, a pesar de las amenazas y la lluvia,
cada vez más intensa, de primavera.
Se escuchan consignas: Se va a acabar, se va a acabar, la burocracia
sindical es acaso la cantada con más rabia.
La policía y los matones del gobierno aumentan su provocación.
Los testigos recuerdan risas, burlas, gestos obscenos y las armas que
ahora no sólo se llevan sino también se ostentan con ruido,
con movimientos gruesos.
El cortejo dobla por la calle Zanni para cubrir las últimas cuadras
que conducen al cementerio. En la plaza que está a su frente, aguardan
otros tres mil militantes.
Quienes estuvieron presentes cuentan que, pese a la multitud, en el lugar
el silencio era abrumador. Las palabras ya no valían nada,
dice ahora, con voz entrecortada un viejo luchador sindical. La idea es
trasladar el féretro hacia el panteón de la Unión
Eléctrica. Frente a sus restos los oradores se aprestan a concluir
el acto. Después de la dignidad del silencio, la dignidad de la
palabra para despedir a un hombre digno. Habla en primer término
una maestra, después un estudiante, con la misma claridad, con
igual emoción. Más de uno llora sin darse cuenta, tal vez
crea que es la lluvia que no cesa. Finalmente es el turno del secretario
de la Unión Obrera Gráfica de Córdoba. En ese momento
la policía y los matones inician el ataque. Golpes, culatazos,
ráfagas de ametralladoras. Es el desbande. Muchos corren. Otros
buscan seguridad tirándose cuerpo a tierra. Se ven mujeres con
criaturas refugiándose detrás de las bóvedas. Hay
heridos. Hay impotencia en la gente desarmada. Se impide trabajar a periodistas
y fotógrafos. Se practican decenas de detenciones. En medio del
desconcierto, una pareja busca con desesperación al hijo que se
soltó de su mano. Es cuando un obrero de Luz y Fuerza, desafiante,
grita: Todos somos Tosco. El Gringo vive. Habrá
un silencio. Y luego, como un eco, como una tromba marina, el grito de
todos: El Gringo vive. Hay momentos que marcan la realidad,
la convierten en símbolo y en historia. Este será uno de
ellos.
¿Por qué
durante tantos años en la lápida no se puso una placa con
su nombre y apellido?
Pienso que fue una medida tomada por sus amigos para proteger sus
restos, más de uno se la tenía jurada y esos tipos son capaces
de cualquier barbaridad responde el cuidador del panteón
que guarda los restos de Agustín Tosco.
Es bueno recordar que cuando nos íbamos, habríamos dado
unos cincuenta pasos, aquel hombre moreno y bajo, de pelo bravío,
se acercó corriendo y agitado dijo: Tengo un trabajo de mierda,
de estar todo el día con la muerte mi vida se volvió una
mierda... Pero yo tuve mi mejor momento y no lo olvido.
Prende un cigarrillo, y dice, y se desahoga. Había una huelga
general, los muchachos del cementerio también fuimos. Nos dispersaron
a palos, la policía nos daba duro, de pronto me vi cerca de Tosco,
era un gigante, me puse detrás y sin que él lo supiera le
cuidé la espalda. Era un tipo hermoso, el Gringo. En esa media
hora de palos y palos me olvidé de la muerte y yo, que soy un cagón,
no tuve miedo. Esta historia es lo mejor que tengo. ¿Qué
cosa, no?.
Se volvió corriendo a su trabajo, pero de pronto se paró
y casi a los gritos dijo: Me llamo Justo, y a mi hijo le puse Agustín....
No era el mejor lugar, pero lo vi reír.
Y después en un solo movimiento que fue lento en el inicio y decidido
al final levantó su puño cerrado hacia el cielo.
(Estos textos de Osvaldo Bayer
y Vicente Zito Lema integran el homenaje a Agustín Tosco que se
publica en el número 1 de la revista Locas, cultura y utopía
de próxima aparición y se transcriben aquí
en carácter de anticipo.)
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Rectora: Hebe de Bonafini
Director Académico: Vicente Zito Lema |
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