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Aventuras del Homo Sapiens: el debate sobre el origen de nuestra especie

Sobrevivientes

Por Ileana Lotersztain

“Somos los descendientes de una pequeña elite de antepasados exitosos. Nuestro ADN es una descripción codificada de los mundos en los que sobrevivieron nuestros ancestros. Somos archivos andantes del Plioceno africano, de los mares devónicos, depositarios de la sabiduría de los días pasados...” Richard Dawkins (zoólogo y profesor de Comprensión de la Ciencia de la Universidad de Oxford).

Si algún día la historia de la vida volviera a foja cero, probablemente a esta altura del partido no habría hormigas, hombres, flamencos y quizás ninguna de las especies que hoy habitan o habitaron alguna vez la Tierra. Así que somos muy afortunados de estar donde estamos. Pero tal vez tengamos aún más suerte de lo que suponíamos: un grupo de investigadores de la Universidad de California acaba de sumar un dato escalofriante a la historia de la especie humana. Parece que hace algunos millones de años nuestros antepasados estuvieron a un paso de desaparecer de la faz de la Tierra.
Todavía falta afinar el lápiz para intentar averiguar qué pasó y cuándo fue. Y hay teorías para todos los gustos. Algunos le echan la culpa a una terrible epidemia. Otros se inclinan por el genocidio (que la especie humana puede haber practicado desde sus comienzos). Y se siguen aceptando apuestas. Pero hay algo aún más interesante: puede que hoy seamos lo que somos gracias a que alguna vez tuvimos la soga al cuello.

Una historia difícil de contar
Quienes eligen trabajar en evolución humana saben que la suya es una especialidad complicada. Como no se puede desandar el camino evolutivo de nuestra especie, las teorías son difíciles de probar. Pero de todas formas hay algunas cosas que se pueden afirmar sin temor a embarrar mucho la cancha. Una de ellas es que hace unos 6 millones de años los hombres y los chimpancés separaron sus caminos. Después, la cosa empezó a complicarse. Uno de los puntos que más se debate en los últimos años es dónde y cómo se originó el hombre moderno. Y aunque hoy todas las miradas están puestas en Africa, durante un tiempo Europa y más precisamente Inglaterra creyó llevarse los laureles.

El fraude de Piltdown
En 1912, Charles Dawson, un arqueólogo aficionado, desenterró de una cantera de arcilla de la ciudad inglesa de Piltdown, un cráneo y una mandíbula que parecían muy antiguos. Al “hombre de Piltdown” se le atribuyó una edad de 800 mil años y se lo catalogó como un antepasado directo del Homo sapiens. La ilusión les duró a los ingleses cuarenta años. En 1953 se descubrió que todo había sido un fraude o una broma de mal gusto: el cráneo era bastante moderno (no tenía más de 50 mil años) y la mandíbula pertenecía a un orangután.
La gloria volvió a Africa, y parece que allí se va a quedar por ahora. Pero aunque el punto de partida esté en el continente africano, lo que no está claro todavía es cómo y cuándo fue el peregrinaje por el mundo. Y hay dos teorías que pisan fuerte.

Separados pero juntos
Los partidarios de la “teoría multirregional” proponen que hace unos dos millones de años varias poblaciones de Homo erectus (un homínidoprimitivo) abandonaron Africa para probar suerte en otros continentes. Estos grupos habrían seguido en contacto (sexual) unos con otros y habrían dado origen al hombre moderno en forma simultánea en distintas partes del mundo.
Recientemente, la corriente multirregional se vio fortalecida por el hallazgo de dos cráneos de Homo erectus de 1,8 millón de años de antigüedad en las costas orientales del mar Negro (Futuro, 11-12-99). Pero además, un grupo de paleontólogos chinos encontró en una cueva de China oriental unas precarias herramientas de piedra que tendrían la friolera de 2,25 millones de años (Futuro, 8-1-00) y que habrían sido fabricadas por algún grupo de Homo erectus que para ese entonces ya había encontrado en Asia su lugar en el mundo.
Con tantas evidencias a favor, los multirregionalistas no caben en sí de gozo. Pero, aunque la teoría es atractiva, tiene varios puntos flacos. Lo que resulta más difícil de imaginar es cómo se las arreglaban las diferentes bandas para intercambiar genes con tantos kilómetros de por medio. Eso justamente es lo que critican los adeptos a la corriente Fuera de Africa, que plantea que los primeros Homo sapiens se tomaron su tiempo antes de abandonar la cuna africana para lanzarse a la aventura. Habrían salido del continente africano hace apenas 100 o 200 mil años para colonizar (sin saberlo, claro) Asia y Europa. Y en el camino habrían ido reemplazando a las poblaciones de hombres primitivos que encontraron a su paso.

La pista del ADN
El problema de la teoría Fuera de Africa es que no puede explicar los últimos hallazgos arqueológicos y antropológicos. Pero para trazar la hoja de ruta de nuestros antepasados no basta con revolver huesos y herramientas. Las pistas del recorrido que pudieron seguir los padres del hombre moderno no están sólo bajo tierra; también las llevamos puestas: están en nuestros genes. Las especies llevan los vaivenes de su historia escritos en caracteres de ADN; el arte está en saber descifrarlos. En vez de detenerse en cada letra, un grupo de investigadores de la Universidad de California en Los Angeles tomó párrafos enteros del ADN de poblaciones de hombres, chimpancés y gorilas. Y saltó algo sorprendente: parece que en algún momento de su historia, nuestra especie perdió una buena parte de su gente y estuvo muy cerca de borrarse del mapa.

Los genes hablan
A lo largo del tiempo (mucho tiempo) los genes pueden cambiar. Hay algunos que son muy conservadores y se quedan siempre iguales, por más que pasen millones y millones de años. Y aunque estén en el cuerpo de una iguana o en el de una lombriz, siguen siendo los mismos. Pero hay otros más transgresores, que se la pasan mutando (cambiando). Esos genes pueden tener más de mil variantes distintas.
En una población grande casi todas las variantes van a estar representadas. Pero, si las cosas se ponen negras y un buen número de individuos se pesca un virus fatal o se muere de hambre, es probable que la población se quede con muchas menos versiones de las que tenía.

Borrón y cuenta nueva
El grupo de la Universidad de California explica en la revista New Scientist que analizó unas porciones de ADN cambiantes compartidas por humanos, gorilas y chimpancés y encontró más variantes de esos genes en un puñado de chimpancés o de gorilas que en la población humana del mundo entero. Para los investigadores, esto sólo puede significar una cosa: en algún momento, después de que se cortaron solos, nuestros antepasados pasaron por un “cuello de botella”: perdieron una buena parte de su gentey con ella una gran porción de su patrimonio genético. Pero además, estuvieron a punto de no vivir para contarlo.
Parece que fue el Homo erectus el que estuvo al borde del abismo, hace por lo menos 800 mil años. Para arriesgar un número, los científicos se basaron en las características genéticas del Hombre de Neanderthal, una línea muerta que, al igual que el hombre moderno, provino del Homo erectus. Y aunque de los genes neanderthales se sabe poco y nada, porque se analizó el material genético de un solo individuo, con eso basta. Las porciones de ADN cambiantes de ese ejemplar son muy diferentes de las humanas, así que es muy probable que el antepasado común (el Homo erectus), que vivió hace unos 800 mil años, tuviera variantes para todos los gustos.

¿Asesinato en masa?

¿Qué pudo haber pasado? David Woodruff, unos de los miembros del equipo, apuesta al genocidio. “Quizás hace unos 800 mil años Africa fue el escenario de una lucha violenta entre los grupos de hombres primitivos. Y nuestro linaje pudo quedar reducido a unas 20 bandas de menos de 50 individuos cada una”. Pero Woodruff baraja además otras posibilidades. “Nuestros antepasados pudieron haber sufrido una epidemia que dejó sólo unas pocas bandas, robándonos nuestra diversidad genética”.
Sea cual sea la explicación, el hecho es que afectó únicamente a los homínidos. Para Pascal Gagneux, otro integrante del grupo, ése es el quid de la cuestión.

Postura nueva, vida nueva
Cuando los hombres primitivos se bajaron de los árboles, estrenaron una nueva forma de moverse: en dos patas en lugar de cuatro. Y así les quedaron las manos libres para cargar alimentos y construir herramientas y armas. Pero además, una vez en el suelo tuvieron que buscar un lugar seguro para pasar la noche. Gagneux cree que las nuevas costumbres que adoptaron nuestros antepasados ayudaron a dispersar alguna enfermedad que hasta ese momento no afectaba al hombre. Seguramente en las cuevas se acumulaban la materia fecal y los desechos, para delicia de los microbios. Pero, además, es probable que los distintos grupos de hombres primitivos hicieran trueques. Y junto con las lanzas y cuchillos viajaban los microorganismos.
Quizás ésa fue la primera ocasión en que el comercio ayudó a difundir una enfermedad, pero sin duda no fue la última. Cientos de miles de años después, los mongoles llevaron cereales a Europa, en lo que terminó siendo el peor negocio de la historia. Detrás de los cereales viajaron las ratas, que llevaban encima un ejército de pulgas. Y las pulgas tampoco venían solas: traían consigo al bacilo de la peste. A mediados del siglo XIV el escenario estaba listo para la catástrofe: en Europa, la peste negra se desató con toda su furia y mató a un tercio de la población del continente.

Que sepa abrir la puerta para ir a matar
¿Se pueden probar tantas suposiciones? Gagneux cree que sí. Y está detrás de una pista que podría aportar una prueba contundente. El científico estudia unos genes que dirigen la fabricación de unas proteínas que se encuentran en la superficie de las células. Aunque son muy útiles, esas proteínas son también un talón de Aquiles. Algunos microbios las usan como la cerradura que abre la puerta de las células y si tienen la llave correspondiente, pueden entrar y destruirlas. Gagneux supone que el nuevo estilo de vida de los hombres primitivos los puso cara a cara con un microorganismo que tenía la llave que encajaba en esa cerradura, pero hasta ese momento no se había topado con ella. Y cuando nuestrosantepasados se cruzaron en su camino se hizo un festín. ¿El resultado? Una masacre.
El investigador apuesta a que sólo sobrevivieron aquellos que tenían copias defectuosas del gen en cuestión y entonces no podían fabricar la “proteína-cerradura”. Sin cerrojo, el microbio se queda afuera. El grupo de Gagneux encontró varios de estos genes fallados en los humanos, que tienen un equivalente que todavía funciona en los chimpancés y en los gorilas. Como éstos no habrían estado nunca en contacto con el microorganismo asesino, no habrían tenido inconvenientes en conservarlo. Al científico le falta todavía el moño del paquete: encontrar un microbio que tenga la llave que abre esa cerradura. Esa sería una evidencia clave a favor de su teoría. De todas formas, Gagneux aclara rápidamente que lo más probable es que no haya habido una única causa sino una combinación de factores (epidemias, hambrunas y violencia) que llevaron al mismo desenlace.

¿Una desgracia con suerte?

Independientemente de lo que haya pasado, Gagneux intuye que las consecuencias fueron extraordinarias. Los cuellos de botella son como loterías genéticas. Algunas variantes de ciertos genes se mantienen y otras se pierden, y eso puede torcer el rumbo de una especie. Tal vez allí esté la clave de nuestro éxito. “El cuello de botella pudo rediseñar el paisaje evolutivo y haber sido uno de los eventos que diferenció al Homo sapiens del Homo erectus”, supone Gagneux. El investigador imagina que quizás nuestros antepasados usaron las cartas que les quedaron para darle un puntapié a la evolución cultural, que nació con el Homo sapiens.