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Casas de 500 mil años de antigüedad
Los arquitectos del pasado

Por Mariano Ribas

Hace medio millón de años, ellos jugaron a ser arquitectos: juntaron algunos palos, los clavaron en la tierra, y de a poco le fueron dando forma a un par de pequeñas chozas. Probablemente, y sin saberlo, estaban construyendo las primeras casas de la historia grande de la humanidad. No eran gran cosa, pero para empezar, estaban bastante bien. Además, al fin de cuentas, aquel errático puñado de Homo erectus no necesitaba más que un buen refugio para pasar una noche, o a lo sumo, algunos días. La escena, detalle más, detalle menos, ocurrió en el actual Japón, y bien podría haber quedado borrada por el paso del tiempo, muchísimo tiempo. Sin embargo, un grupo de arqueólogos japoneses acaba de descubrir los rastros de aquellas chozas y los de sus ingeniosos habitantes.

Una fosa y dos pentágonos
Es curioso, pero diez agujeros en la tierra pueden contar toda una historia. Hace poco, y mientras realizaba una excavación en la colina de Chichibu, al norte de Tokio, el arqueólogo nipón Kazutaka Shimada se llevó una de las sorpresas de su vida. Después de cavar una fosa de 2 metros de profundidad, él y un grupito de colegas (del Museo de la Universidad Meiji, de Tokio) se encontraron con una capa de ceniza volcánica. Claro, esa no fue la sorpresa, porque los arqueólogos (y los paleontólogos, también) ya están aburridos de ese tipo de cosas. Lo que realmente llamó la atención de Shimada y los suyos fue que en esa capa de ceniza había diez extrañas marcas, o más bien, dos grupos de cinco marcas. Con un poco de buena voluntad, cada grupo parecía formar una suerte de pentágono: uno medía 1,30 metro de diámetro, y el otro, 1,70. Era raro, sin dudas. Enseguida, los curiosos científicos notaron que esas marcas eran agujeros, pocitos que habían sido cubiertos por los materiales aluviales que estaban en una capa superior. Pero la cosa no quedó ahí: cuando limpiaron un poco más el fondo del pozo, comenzaron a encontrar toda una colección de herramientas de piedra (treinta en total), y siete de ellas estaban dentro del perímetro de los mismos pentágonos. No hace falta decirlo: en ese momento, Shimada y sus colegas deben haberse mirado entre sí con los ojos bien grandes, cosa rara para los japoneses.

Armando el rompecabezas
Diez agujeros, dos pentágonos y treinta herramientas de piedra: ¿qué significaba todo eso allí abajo, a dos metros de profundidad? La cosa comenzó a tomar color cuando Shimada recurrió a las confiables técnicas de datación japonesas (reconocidas por todos los arqueólogos del mundo): la capa de ceniza tenía entre 500 y 600 mil años de antigüedad. Y la capa de material que estaba por encima, unos 400 mil. Entonces, concluyó en que las herramientas y los agujeros, que eran como el jamón de ese sandwich geológico, debían tener alrededor de medio millón de años. Con los numeritos a mano, y juntando todo, ya se podía armar algo. Por empezar, los agujeros no parecían ser obra de la casualidad, porque tenían más o menos la misma profundidad y grosor. Por su parte, las herramientas de piedra decían mucho: alguien tenía que haberlas construido, y además, coincidían con la zona de las marcas. Por lo que se sabe, hace 500 milaños el Homo erectus ya andaba haciendo de las suyas por Japón. Y esas herramientas tienen todas las características de su tecnología. Entonces, no es ninguna locura hacer una asociación: los erectus habían estado allí, y evidentemente tenían algo que ver con los diez agujeros.

�Postes�
Shimada y su equipo dieron entonces el paso más osado: según ellos, esos diez agujeros eran las marcas dejadas por otros tantos postes, clavados en la tierra por un grupo de Homo erectus. Y teniendo en cuenta su configuración, parecían delatar algún tipo de construcción pequeña. Más aún teniendo en cuenta otro detalle: en los dos pentágonos, tres de los agujeros están más o menos equidistantes, pero los otros dos, que en ambos casos miran al sur, están un poco más separados... ¿una entrada quizás? Tal vez es ir un poco lejos, pero eso es lo que arriesgan los arqueólogos japoneses. No hay que olvidarse que no es la primera vez que se encuentran rastros de posibles construcciones marca erectus: en Terra Amata, al sur de Francia, se han encontrado evidencias de una choza de casi 400 mil años de antigüedad. Y en este caso, las evidencias de una estructura de postes -.o varillas� clavadas en la tierra son más claras (lo que ayuda a respaldar un poco más al reciente hallazgo). De todos modos, las de Japón bien podrían aparecer en el libro Guinness: según Shimada, serían las construcciones más antiguas jamás descubiertas.

Rastros que hablan
Si Shimada está en lo cierto, significa que el Homo erectus no era tan tonto como algunos pensaban. Sus habilidades como artesano de la piedra no son ninguna novedad. Es más: en China, acaban de encontrarse decenas de prolijas hachas de doble filo -.de unos 800 mil años de antigüedad� que lo demuestran. Pero esto de las casas es otra cosa, porque revela un interesante grado de aplicación de conocimientos, tecnología y, también, organización (porque es probable que las hayan construido entre varios). Por otra parte, y como dice el antropólogo norteamericano John Rick, �ellos podían concebir un espacio cultural, un lugar donde podían dormir y refugiarse; y eso representa un división conceptual entre el adentro y el afuera�. Seguramente, aquellos homínidos que jugaron a ser arquitectos, nunca imaginaron que, medio millón de años más tarde, los rastros de sus �casas� hablarían en nombre de ellos.