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Una antigua tradicion de los Andes que combina
meteorologia con astronomia

Un fiel puñado de estrellas

Por Mariano Ribas

Cuando se acerca el invierno, los campesinos de los Andes peruanos y bolivianos salen en busca de una señal del cielo. Durante los primeros días de junio, desafían la oscuridad y las frías madrugadas para reencontrarse, después de varios meses, con un compacto grupito de estrellas. Y cuando las ven por primera vez, apenas asomadas por el horizonte del Este, y poco antes de la salida del Sol, les prestan especial atención: de acuerdo a lo que ellas les “digan”, sabrán qué pasará con las lluvias en las épocas de cultivo de la papa, un dato crucial para la vida de estos pueblos. Por eso, no es nada raro que para ellos, las Pléyades tengan un valor afectivo y cultural sumamente especial. Tan especial, que la escena se repite año tras año, y desde hace siglos. La pregunta es obvia e inevitable: ¿qué tienen que ver aquellas lejanísimas estrellas con las lluvias en esa zona de los Andes? Bueno, directamente nada... pero, indirectamente, mucho.

Estrellas famosas
Las Pléyades son una de las vistas más hermosas del cielo. En términos astronómicos, son un “cúmulo abierto” de cientos y cientos de estrellas muy brillantes, y muy jóvenes, casi recién nacidas. Pero están a 400 años luz de la Tierra, y por eso, a simple vista, apenas se ven seis o siete. Sin embargo, llaman mucho la atención porque son un grupo bastante compacto (en el cielo, ocupan un área de apenas dos grados). Y, tal vez por eso, nunca pasaron desapercibidas para los antiguos observadores del cielo. De hecho, las Pléyades tienen –y han tenido– un lugar muy especial dentro de las creencias de los pueblos de los Andes: fueron veneradas por los mayas, y especialmente por los incas, que las utilizaron como referencia temporal para organizar sus plantaciones. Por eso no sorprende que la tradición haya llegado hasta los actuales campesinos peruanos y bolivianos que habitan la zona andina.

A mas brillo, mas lluvias
Y bien, según esa tradición, el brillo de las Pléyades en las primeras madrugadas de junio “anuncia” cuán intensas serán las lluvias durante los últimos meses del año: cuanto más brillantes se vean esas estrellas, más lloverá. Y viceversa. Esos datos tienen un valor precioso, porque ésa es la época clave para el cultivo de la papa, el principal alimento de la región. Si las lluvias son abundantes, todo irá bien. Pero las papas son muy vulnerables a las sequías, y si las Pléyades “pronostican” lluvias pobres en octubre y noviembre, los campesinos tendrán que posponer las plantaciones unas semanas más, a la espera de las lluvias de verano.
Pero a más brillo, más lluvias... A primera vista, parece una simple superstición. Sin embargo, debe funcionar porque, si no, ya habría sido abandonada hace rato. Pero, ¿cuál es su secreto?
Un grupo de científicos norteamericanos se pusieron a estudiar el asunto, y encontraron la respuesta.

Un fino velo de nubes
Desde hace tiempo, el climatólogo estadounidense Benjamin Orlove (de la Universidad de California, en Estados Unidos) viene investigando la aparente relación entre el brillo de las Pléyades y las lluvias en las regiones andinas de Perú y Bolivia. A partir de distintas evidencias meteorológicas, comenzó a sospechar que las variaciones de brillo de las famosas estrellas tenían una causa bien local: los cirrus, nubes largas y muy finas que suelen pasearse a grandes alturas (entre los 6 mil y 12 mil metros por encima de la superficie). Son tan delgadas y están tan altas que es casi imposible verlas a simple vista. Sin embargo, pueden actuar como un delicado velo, bloqueando parcialmente la luz de las estrellas, y dándoles un aspecto más pálido de lo normal para un observador terrestre. O sea: sin cirrus, las Pléyades se ven más brillantes; con cirrus, se ven menos brillantes. Suena bastante razonable, pero esto sólo no alcanza para explicar lo de las lluvias. Orlove lo sabía, por eso no se quedó quieto, y avanzó un poco más: tal vez –arriesgó– la presencia de los cirrus en la atmósfera andina durante junio tendría algo que ver con algún patrón climático que, de algún modo, también estaría relacionado con las precipitaciones de las épocas de cultivo.

El Niño y
las estrellas
El paso siguiente fue bastante tedioso: Orlove y sus colegas se pusieron a revisar todos los registros de las lluvias caídas entre 1962 y 1988 en la zona clave (los Andes peruanos y bolivianos). Y descubrieron algo sumamente interesante: en los años que se manifiesta la famosa corriente de El Niño, la temporada de lluvias se demora más de lo habitual, y comienza bastante más allá de octubre. Para cerrar el círculo, sólo falta un dato: uno de los efectos más conocidos de El Niño es la abundante formación de cirrus en la zona de los Andes, un fenómeno que comienza a manifestarse a mediados de año, y que es un anticipo de lo que vendrá (la escasez y demora de las lluvias).
Con todos estos datos, Orlove armó un modelo que resolvería “el misterio de las Pléyades y las lluvias”: en los años “normales”, la formación de cirrus es escasa y, por lo tanto, nada bloquea la luminosidad de las estrellas. Por eso, cuando los campesinos andinos salen a observarlas en las madrugadas de junio, las ven brillantes. Y entonces esperan lluvias normales a partir de octubre. Por el contrario, en los años que hace su aparición la corriente de El Niño, los cirrus son más abundantes en junio y debilitan el brillo de las Pléyades. Y esa supuesta señal da la “alarma” de que las lluvias serán más pobres, y que llegarán más tarde.
Como se ve, parece que el misterio ha sido resuelto. Pero, como ocurre cada vez que alguien nos revela los secretos de un truco de magia, se pierde parte del encanto. De todos modos, hay algo que no cambiará: al igual que sus ancestros, los campesinos de los Andes seguirán confiando en ese fiel puñado de estrellas.