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El Hyakutake: un cometa record
El Dedo de Dios

Por Mariano Ribas

Yuji Hyakutake debe estar chocho: no sólo le imprimió su nombre a uno de los cometas más espectaculares del siglo XX sino que, además, su helada criatura ha vuelto a ser noticia cuatro años más tarde. Y no es para menos: casi por casualidad, y revisando los viejos datos enviados por la sonda espacial Ulysses, los astrónomos acaban de darse cuenta de que, en su momento, el cometa Hyakutake desarrolló un cola de más de 500 millones de kilómetros, superando, casi con insolencia, todo registro previo. Para tener una idea de semejante numerito, alcanza con decir que esa fantasmal estela de gases fue mil quinientas veces más larga que la distancia entre la Tierra y la Luna. Una barbaridad típicamente astronómica. El demoledor record del Hyakutake tiene una historia de lo más curiosa, y bien vale la pena ser contada.

“El Dedo de Dios”
El 30 de enero de 1996, los astrónomos de todo el mundo le dieron la bienvenida a un invitado de lujo en los cielos: con la ayuda de un imponente binocular –tan grande y pesado que estaba montado sobre una columna de metal–, el japonés Yuji Hyakutake había descubierto un tenue parche de luz en la constelación de Libra. Era un cometa, y poco se supo que pasaría cerca de la Tierra. Semana a semana fue ganando brillo, hasta que en marzo se desató una verdadera cometa-manía: legiones de astrónomos aficionados de todo el mundo escaparon de las ciudades, buscando lugares oscuros para disfrutar de él. Y pasaron inolvidables noches y noches de cara al cielo, acompañados por sus telescopios, largavistas y máquinas de fotos. No era para menos: la brillante cabeza del cometa se prolongaba en una larguísima cola, delicada, fina y difusa. En algunos lugares, y bajo condiciones ideales, la cola del Hyakutake llegó a ocupar la mitad del cielo. Y entonces, más de uno recordó aquello del Dedo de Dios, una bellísima expresión con la que muchos observadores de la antigüedad definieron a los grandes cometas de la historia.

Un encuentro fortuito
El “Gran Cometa de 1996”, como se lo conoce desde entonces, siguió colgado de los cielos durante abril (aunque a esa altura, lamentablemente, ya no era observable desde la Argentina). Pero nadie se imaginaba la sorpresa que estaba en camino. Y esa sorpresa vino de la mano de la nave Ulysses, un proyecto conjunto de la NASA con la Agencia Aeroespacial Europea. Curiosamente, Ulysses no fue diseñada para estudiar cometas: en realidad, su gran objetivo era el Sol, al que viene espiando desde 1990. La cuestión es que mientras el Hyakutake andaba luciéndose en las cercanías terrestres, Ulysses estaba en la parte más lejana de su órbita alrededor del Sol, a cientos de millones de kilómetros de nuestro planeta (y también del cometa). El 1º de mayo de 1996, sus instrumentos detectaron algo raro: durante un rato, la nave dejó de “sentir” el habitual flujo de partículas del viento solar y su característico campo magnético asociado. En lugar de eso, Ulysses registró un total desorden magnético y, más importante aún, la débil presencia de átomos de oxígeno, carbono y otroselementos ajenos al viento solar, pero absolutamente típicos de los cometas. Sin que nadie lo supiera, y sin que nadie lo hubiese planeado ni imaginado jamás, la atrevida Ulysses le había pisado la cola al gran Hyakutake.

Un record de la astronomía
Recién ahora, casi cuatro años más tarde, dos grupos de científicos, asociados a la misión Ulysses, descubrieron los extraños patrones químicos y electromagnéticos registrados por la nave. Y, después de calcular la geometría del asunto, encontraron que los culpables de esas anormalidades eran los gases de la cola del cometa. “El descubrimiento se hizo por accidente, fue como encontrar una aguja en un pajar cuando ni siquiera la estábamos buscando”, dice el George Gloeckler, un investigador de la Universidad de Maryland, jefe de uno de los dos equipos que hicieron el hallazgo. Y claro, resultó difícil de creer porque, hasta ahora, los astrónomos pensaban que las colas de los cometas, con suerte, podían alcanzar los cien millones de kilómetros. Y resulta que el 1º de mayo de 1996, Ulysses estaba a 570 millones de kilómetros del Hyakutake. Por lo tanto, esa debía ser, como mínimo, la longitud de la increíble cola gaseosa (incluso hay quienes especulan con que pudo haber llegado hasta los límites del Sistema Solar). Cómo se ve, todavía hay mucho que aprender sobre los cometas.
La hora de gloria del cometa Hyakutake ya pasó: después de su breve acercamiento al Sol, fue perdiendo su cola a medida que se enfriaba. Y ahora es apenas una triste bola de polvo y gases congelados en plena retirada. De todos modos, la última versión del Dedo de Dios hizo méritos suficientes como para quedar en la historia de la astronomía.