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FINAL
DE JUEGO
donde todavía debajo del ombú se amplía la paradoja
del hotel de Hilbert y ocurren nuevos e inesperados sucesos
Por
Leonardo Moledo
Nada
parecía haber cambiado debajo del ombú desde el sábado
pasado. El cadáver de Quine el filósofo muerto,
los filósofos, vivos, el comisario inspector Díaz Cornejo,
los anticuarios y la gente, el celular que suena nuevamente, el policía
que no atiende y lo apaga.
¿No les dije? El jefe de Policía otra vez.
¿Pero cómo lo sabe si no atendió?
Por inducción dijo el comisario inspector. Me
vigila continuamente. Y eso no es todo. Cada vez que el jefe de Policía
tiene suficiente público, cuenta una anécdota sobre su carrera
policial, con lo cual se vuelve más insoportable. Además,
es redondo.
Nadie entendió muy bien lo que quería decir esto último.
Pero la inducción no garantiza la verdad dijo Carnap.
Por supuesto que no dijo el comisario inspector. Ya
Frege fracasó en el intento de construir una lógica inductiva.
Naturalmente, que un hecho sea verdadero un cierto número de veces
no asegura que seguirá siéndolo la vez siguiente. Es el
abc. Si yo examino la proposición todos los números
son menores que cien y la compruebo noventa y nueve veces, eso no
me garantiza que el centésimo lo sea. Pero a veces la inducción
es muy útil en la vida cotidiana.
¿Y por qué su jefe se interesa tanto en este asunto?
Se deben cometer miles de asesinatos por día dijo Carnap.
No sé si miles. Pero rara vez, o mejor, nunca, de científicos
y filósofos.
Tampoco hay tantos.
Cierto. Pero en este caso, la situación es crítica,
porque toda la institución policial se enfrenta a un problema muy
grave.
Los filósofos se miraron entre sí sin saber qué decir.
Pero era evidente que el comisario inspector estaba deseando que le preguntaran
de qué problema se trataba.
¿De qué problema se trata? preguntó finalmente
Kuhn.
Se los resumo en dos palabras. Faltan antigüedades.
Exactamente dos palabras dijo Carnap.
Efectivamente. No se consiguen más. Nadie sabe qué
pasa. Las fábricas cerraron repentinamente ya que no pueden seguir
trabajando. Eso dicen, al menos.
¿Fábricas de antigüedades? ¿Es que las
antigüedades se fabrican? -preguntaron los filósofos asombrados.
Por supuesto que se fabrican. Mis queridos filósofos, en
nuestro mundo globalizado todo, absolutamente todo se fabrica. Todo se
ha transformado en producto, y las antigüedades no escapan a la regla.
Eso sí, se fabrican con mucho cuidado. Nuevamente sonó
el celular. ¿No notaron, ni ustedes ni nuestros lectores,
la presencia un tanto excesiva de anticuarios en estos episodios?
A propósito de nuestros lectores dijo Kuhn, no
deja de ser interesante notar que llegaron varias cartas con la solución
de la paradoja del hotel infinito de Hilbert.
Efectivamente dijo el comisario inspector Díaz Cornejo.
Y correctas además. Por eso las ponemos por separado (ver correo
de lectores). Pero es bueno tomar en cuenta la duda de Julián y
extender la paradoja.
Me parece bien dijo Smullyan. Es bueno extender las
cosas.
Volvamos a nuestro hotel en el páramo dijo el comisario
inspector.
¿El mismo páramo? preguntó Carnap.
El mismo páramo, el mismo hotel con infinitas habitaciones,
lleno a reventar, el mismo conserje que con tanta celeridad resolvió
el problema del nuevo pasajero que llegaba, y si ustedes quieren, el mismo
jefe de Policía. Lo único que cambió fue la tormenta,
que ahora es muchísimo más fuerte, y ligeramente, la fauna
de la región, que se pobló de cocodrilos, artrópodos
y neumáticos.
¿Neumáticos? se asombró Goodman.
¿No serán nemátodos?
Algo así dijo el comisario inspector.
Bien dijo Carnap. Entonces no es exactamente lo mismo.
Lo cierto es que, como propone en su carta Julián, ahora
llegan no uno sino infinitos pasajeros. Cualquiera pensaría que
esta vez el conserje no puede hacer nada, y no le quedará más
remedio que echar a los nuevos pasajeros y arrojarlos a la furia de la
tormenta y los cocodrilos.
Y de los neumáticos acotó Goodman.
Además dijo Smullyan, es interesante notar que
aunque los arrojara a los cocodrilos, los cocodrilos no podrían
comerse a infinitos pasajeros.
Sí podrían dijo Carnap.
No podrían dijo Goodman.
Lo dejamos planteado dijo el comisario inspector. Pero
lo cierto es que los cocodrilos no tendrán que tomarse el trabajo
de comerse a ningún pasajero, y tendrán que ayunar...
O comerse a los neumáticos interrumpió Carnap.
... porque, como en el caso anterior, el conserje acomoda sin mayores
inconvenientes a los infinitos pasajeros dándole un cuarto a cada
uno. ¿Cómo hizo?
Ahora corresponde que empiece a sonar el celular dijo Goodman,
y el celular, efectivamente, empezó a sonar.
¿Vieron que la inducción tiene sus cosas? dijo
el comisario inspector mientras atendía. Y estuvo farfullando un
rato.
¿El jefe de Policía? preguntó Kuhn cuando
el comisario inspector terminó de hablar.
Por supuesto contestó éste ¿Quién
si no?
¿Simplemente para exigirle la resolución del caso
otra vez? preguntó Goodman.
No solamente dijo el comisario inspector. Acaban de
asesinar a un astrofísico. Esta vez, en la Facultad de Ciencias
Exactas.
Todos
miraron alrededor. Los anticuarios habían desaparecido.
¿Qué
piensan nuestros lectores? ¿Son nemátodos o neumáticos?
¿Cómo hizo el conserje para acomodar a los infinitos nuevos
pasajeros? ¿Podrían los cocodrilos comerse a infinitas personas?
¿Por qué faltan las antigüedades? ¿Por qué
desaparecieron los anticuarios?
CORREO DE
LECTORES - Solución a la paradoja del Hotel de Hilbert
Soy Julián
Melone de 11 años, el que mandó la paradoja de la
guillotina. Le voy a responder la paradoja del Hotel de Hilbert
que apareció el 13-5-00 en la sección Final
de juego: El conserje ordenó que el ocupante de la
habitación 1 pasara a la 2, el ocupante de la 2 a la 3,
el de la 3 a la 4 y así sucesivamente. De esa manera la
habitación 1 queda vacía. Estaba pensando, pero
todavía no lo sé, qué pasaría si vinieran
infinitos nuevos pasajeros. Saludos.
Agustín
Rodríguez propone una solución más general:
El conserje no se hizo problema porque ya había estado
en esa situación y sabía cómo resolverla:
asignó al nuevo pasajero cualquier habitación, digamos
la número N, a pesar de estar ocupada e inició un
reacomodamiento infinito. Por ejemplo anunciando por los altavoces
del Hotel Infinito que todos aquellos pasajeros que estuvieran
en una habitación con un número M mayor o igual
a N se cambiaran a la habitación M+1. La habitación
M+1 se encontraría vacía ya que quienes la ocuparan
deberían haberse cambiado a la M+2... etc. y todos contentos...
Paula Meiss
también da la misma solución correcta, y se adelanta,
resolviendo, también correctamente, las dudas de Julián,
que retoma el comisario inspector Díaz Cornejo.
Adolfo Pinco
escribe una carta más larga llena de observaciones interesantes
(como por ejemplo, que hay que dudar de la existencia del hotel),
que es imposible publicar entera, pero de la cual extractamos
algunos párrafos.
Estimado Leonardo Moledo:
Gracias por empujarnos a flexionar nuestras neuronas, al menos
una vez a la semana. En este caso, como respondiendo a una instrucción
del jefe de Policía, procedo a la inmediata resolución
del caso porque, como al comisario inspector, me da placer cumplir
con ello. Estoy de acuerdo con Díaz Cornejo. Yo también
sospecho que ésta no es una paradoja, o que se trata de
una paradoja planteada desde una premisa engañosa.
(...)
También podría decir que me quedan dudas sobre la
existencia del páramo: si el hotel tiene infinitas habitaciones,
todo el universo, que estaría obligado a ser también
infinito, estará cubierto por las mismas, no dejando espacio
ni para páramos ni para nada más. Ni siquiera para
aquellos que no fueran pasajeros del hotel.
En cuanto al teléfono, Leonardo, si era una noche plagada
de errores y el sol iluminaba la escena, no veo qué tiene
de sorprendente que se pueda escuchar el sonido de un celular
apagado.
Quien llamaba era el conserje, confirmando las reservaciones del
comisario inspector. Y las del jefe de Policía, las de
Goodman, de Carnap, de Quine, de Kuhn, de Hilbert, de Barnes,
de Bloor, de los forenses, del filósofo muerto, las de
los anticuarios y vecinos, las de todos en Edimburgo, las de Moledo,
las de Tiffenberg, las mías...
Ariel Solito
y Juana Rosa Recht adhieren a la solución de Julián,
pero Juana agrega que después de reubicar a todos los pasajeros
y me aguantaría las protestas; total sólo
serían infinitas y yo, seguro me moriría antes.
En cuanto al celular, siempre los superiores saben pisotear nuestras
defensas, mas en el caso del comisario inspector creo que es un
masoquista y lo dejó subrepticiamente encendido. Lo llamaba
el jefe para informarle que se iba de vacaciones al hotel de Hilbert.
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